La Muerte Vecina

A veces la muerte necesita nombre y apellido. Por eso, tal vez, porque es difícil, Israel decide honrar al último soldado muerto ese año. Este año, todos los soldados muertos se llamaron Yonatan Netanel, oficial comandante de destacamento, muerto por «fuego amigo» en el operativo «Plomo fundido» en la Franja de Gaza. Él y su familia fueron honrados por el estado y el ejército, las fotos de sus padres, su viuda, y su hijita Maayán salieron en todos los medios.

Yo recuerdo a Malki Netanel, la mamá de Yonatan, de la calle Arieh Dultzin, en el barrio de Guivat Masuá en Jerusalem. Allí viví 3 años con mi familia. Cuando recibimos muchos invitados, Malki nos prestó todas las sillas. Desde entonces, siempre nos saludaba, preguntaba si necesitábamos algo, se esforzaba en encontrar algo que pudiera hacer por nosotros. Con dulzura, sin cargosear, parecía explicarnos que al ayudarnos, nosotros en realidad la ayudábamos a ella. Los ortodoxos conciben una especie de «banco de mitzvot»: si hacen más buenas acciones, así les irá de bien en el mundo venidero, a la hora del último balance. Por eso, cuando uno hace una buena acción, te la agradecen diciendo: «shetizké lemitzvot», algo así como: «que se te acrediten buenas acciones (en el banco del más allá)».

Y Malki, mamá de Yonatan z»l, invertía mucho en su banco de mitzvot. Quizás será por eso que llamó a su hijo Yonatan, como una plegaria doble: Yonatan significa «Dios ha dado». Y «Netanel» significa… exactamente lo mismo, aunque invertido: «Ha dado Dios». Yonatan Netanel. Dios ha dado, ha dado Dios. Como un pedido, o como un temor y una premonición.

No lo sé, sólo sé que por lo que sabemos de este mundo de más acá, a Malki no le alcanzaron sus depósitos en el banco de más allá. A menos que estemos viendo, nosotros acá, todo al revés.

Una buena y hermosa familia, la familia Netanel, de Jerusalem. Yonatan murió por «fuego amigo» en el operativo «Plomo fundido». Su padre, el rabino Amos Netanel, esposo de Malki, se apresuró a enviar una carta de «abrazo» y amor a los soldados que dispararon equivocadamente un obús de tanque contra la edificación en la que se ocultaron Yonatan y los soldados que comandaba.

Nada de venganza, nada de odio. Así debía ser, porque fue Dios el que lo ha dado. Y fue Dios el que ha quitado, quien sabe, para dar otra cosa.

¿Nos enseñaron todo mal?

¿Fue el Rey David, realmente, el noble héroe que nos enseñaron en la escuela? Y si no lo fue, si se trató de un farsante y un asesino de opositores y de pueblos vecinos, ¿qué dice ese descubrimiento acerca de nuestra identidad histórico-nacional, incluido nuestro carácter presente de nación con derecho a una tierra?

¿Que la inocencia nos valga? El Rey David y su harpa, en Jerusalem.

¿Que la inocencia nos valga? El Rey David y su harpa, en Jerusalem.

 

 

Tiempos de Pesaj y de luchar contra la balanza. Tiempos de Seder en casa, y después a lidiar con las vacaciones de los chicos. Tiempos entre-computadoras, esos temibles días en que la laptop ha fallecido sin que hayamos alcanzado a reemplazarla. Algo así como los «Días Terribles», pero en Pesaj…

De todos modos, la falta de conexión no sólo me alejó del blog por un tiempo, sino que también me arrojó de lleno, una vez más, al placer de la lectura, y a uno de esos libros con los que uno se topa una vez por año con suerte, de esos que no se pueden dejar. Se llama «Melajim Guimel», o sea «Reyes III», de la escritora israelí Ioji Brandes, y cuenta en clave de novela histórica de cómo David, el Rey David, nuestro gran héroe, era en realidad un traidor que conspiró, con astucia y malicia, contra la corona al rey Shaúl, luego de falsificar la hazaña de la muerte de Goliath el gigante filisteo, y de pergeñar una patraña tras otra para hacerse no sólo con el reino, sino también con el amor de las siguientes generaciones. Un maestro del marketing, supo posicionar a Jerusalem como nueva capital con el fin de unificar a las tribus de Israel, objetivo noble si los hubiera, pero también utilizó el relato y el mito como arma mortífera en manos de sus escribas y biógrafos.

Un libro subversivo si los hay -calificado de tal por su propia autora- Melajim Guimel nos asegura que, después, iremos corriendo a leer otra vez la Biblia, ahora con otros ojos. En efecto, las señales de la trampa y la manipulación están denunciadas en nuestras fuentes por todos lados.

Lo interesante de este libro, sin embargo, son las reflexiones filosóficas, casi existenciales, que dispara. Porque si se pone a pensar uno, toda la historia nos llega de un modo, cuando en realidad fue de otro. O, por lo menos, fue mucho más complejo. Ejemplito: ¿quién no vio la foto de Moshé Dayán, Itzjak Rabin y «Dado» Elazar entrando en la Ciudad Vieja de Jerusalem rumbo al Kotel, una vez conquistado en el ’67? Imagen romántica, espontánea, mitológica. Pues bien, parece ser que la tan romántica foto tiene detrás toda una historia apasionante de egos e intrigas, con todo y un Moshé Dayán, entonces ministro de Defensa, amenazando con tiros y líos si no esperaban a que él se pusiera el uniforme (que ya no usaba) y llegara para posar en la imagen. Y así todo. Absolutamente todo.

Hace unos días, antes de la fiesta, se me acercaron unos alumnos en el Majón de Madrijim (Instituto de Líderes de la Agencia Judía) en Jerusalem. Acababa de darles una charla sobre los árabes israelíes, donde explicaba entre otras cosas la narrativa árabe acerca del nacimiento del Estado de Israel. Como conclusión general, para no ahondar en detalles, explicaba que, a pesar de los acontecimientos, las circunstancias y las emociones en juego en un colectivo y en el otro -el judío y el árabe-, Israel ha logrado mantenerse razonablemente democrático -muchísimo mejor que otros países con minorías nacionales-, con mucho hecho y mucho por hacer para equiparar el status de los árabes israelíes.

Pero los acontecimientos del pasado no dejaban tranquilos a mis estudiantes. El hecho de que había habido una guerra, y que se había generado el problema de los refugiados, ¿no echaba por tierra la legitimidad del Estado de Israel? Me explicaban que algunos de sus amigos habían abandonado la causa sionista a raíz de esa «toma de conciencia» acerca de aquel «pecado original».

Les dije de antemano: «No les voy a acallar la conciencia; ustedes tendrán que seguir rompiéndose la cabeza, estudiando, investigando, pensando». Pero, ¿acaso hay país en Occidente que haya nacido sin guerra civil, sin violencia, sin intrigas? ¿Fueron los palestinos más víctimas de las circunstancias históricas de la época que los judíos? En una época de genocidios, exilios forzosos y violentos intercambios de poblaciones en la URSS, en China, de holocaustos y bombas atómicas, Israel no mató a toda la minoría árabe, sino que ésta se trasladó, mucha de la cual se fue sola a los campos de refugiados en los países vecinos, y parte de la cual se fue con «ayuda» israelí, más o menos delibarada. Los historiadores siguen y seguirán discutiendo acerca de los números y las proporciones, pero lo que está claro es que no existió política centralizada de expulsión de todas las masas árabes. De otro modo, no habría permanecido ni uno de ellos. ¿Convierte esta relativa no violencia a Israel en un país que «nació en el pecado»? O, por el contrario, ¿lava este hecho del todo su culpa, como en el bíblico caso de Noé, el «justo en su época»? Como todo, absolutamente todo, la verdad y las respuestas están en algún lugar en el medio.

Les pregunté a mis estudiantes si el hecho de que los padres fundadores de sus países -Argentina, Brasil, etc.- hubieran sido todos, absolutamente todos, corruptos, asesinos de opositores, genocidas de indígenas y esclavizadores de negros, suponía entonces que Argentina y Brasil no tendrían derecho a la existencia. Vamos, que sin todos aquellos «pecadillos originales», ninguno de esos países sería lo que es. Ni siquiera los revolucionarios cubanos pueden arrojar la primera piedra de nada.

El hecho de que David, si Ioji Brandes está en lo cierto, no hubiera sido un gran héroe sino un cruel asesino y sobre todo un farsante, ¿echa por tierra prácticamente toda nuestra identidad nacional judía? El hecho de que los árabes israelíes y los refugiados palestinos hubieran vivido el nacimiento de Israel como una Naqba, una «catástrofe», ¿pone en tela de juicio la legitimidad del sionismo como movimiento de liberación nacional del pueblo judío?

Del otro lado, el hecho de que el movimiento de liberación palestino hubiera nacido como una banda de terroristas que cometieron crímenes de lesa humanidad desde la década del ’60 hasta nuestros días, con miles de civiles inocentes, hombres, mujeres y niños judíos y de otras nacionalidades cruelmente masacrados, ¿no pone en tela de juicio, de la misma forma, el derecho a la existencia del estado palestino que todavía no nació? ¿No tendrán ellos también que lidiar con sus propios «pecados originales»? La respuesta será sí en ambos casos, dependiendo a quién se le pregunte, y dependiendo de quién sea el escriba.

La pregunta que en algún momento nos tenemos que hacer, es dónde poner el punto final a la discusión histórica con implicancias para el presente. Pues, de nuevo, así es como ha ocurrido todo desde los albores de la historia, y la inocencia de los procesos políticos dejadla a los inocentes. De otro modo, nada podría ser hecho: ni lo verdaderamente malvado, ni lo razonablemente justo, podrían tener lugar.

Y así como los países de América deben enfrentar su pasado y contribuir a la reconstrucción de las naciones indígenas diezmadas por la Europa del hierro y la pólvora, los imperialistas de la Europa del siglo XIX enfrentar su pasado colonial, y los norteamericanos compensar a los Sioux y encumbrar a un presidente negro (por algo se empieza), Israel deberá en algún momento, cuando lo pueda digerir, contribuir a algún tipo de reparación para con los refugiados palestinos. La fórmula «solución justa» para ese problema -junto con el fin del terrorismo y otras partes a cumplir por los palestinos- ya formaba parte de la Hoja de Ruta que, junto con la creación del estado palestino, ha sido aceptada por el mainstream israelí y su establishment. Y está bien que así sea.

Pero la inacción en nombre de la pureza de los ideales, y la deslegitimación a posteriori de todo lo actuado y de todo lo creado, es equivalente a defender la parálisis y, muchas veces, al suicidio del colectivo propio. Para bien y también para mal, no es así como funciona la historia.

La muerte de Alfonsín

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Raúl Alfonsín fue el primer presidente argentino después de la más cruenta dictadura militar que sufriera ese país. Alejandro Stein hizo aliá (inmigración a Israel) en 1976, por estar en la mira, como tantos otros, de la «Junta Militar». Hoy comparte con este blog su visión de Alfonsín, fallecido esta semana, el hombre que marcó el fin del régimen que lo obligó a exiliarse.

Por Alejandro Stein*

Me golpeó la muerte de Alfonsín. Para mí que lo vi y lo viví desde afuera, Alfonsín tuvo un papel total y absolutamente central en el retorno a la democracia. Para bien y para mal. Siendo lo que fue, no nos olvidemos, por sobre todo y ante todo: un radical. Un radicheta.

Porque Alfonsín fue la cosa deleznable del Pacto de Olivos, que él hizo, supongo desde su punto de vista, para evitar que el peronismo atropellara a la Constitución como según él lo había hecho en el ’49; porque el peor felices pascuas que se le puede haber deseado a nadie nunca en el país, lo deseó él. Y sus consecuencias, el «Punto Final», que por suerte fue un punto seguido, aunque con muchos años de oprobio entre oración y oración, y la «Obediencia Debida», que en realidad fue la debida obediencia a una clase militar que todavía era una sombra amenazante y un recuerdo fresco y doloroso, fueron suyos.

No se le puede pedir a ningún radical, desde Yrigoyen hasta acá, que organice un movimiento de defensa popular. No nos olvidemos que el último levantamiento popular organizado por un radical fue la revolución del ’93 armada por Yrigoyen con Aristobulo del Valle, si no me equivoco. De allí para acá, son todos maricones… política de comité, congreso, leyes, internas y trenzas partidarias, principios inviolables a veces abiertos de gambas por motus propio… Y algún que otro grupo de gente bienintencionada que, creyendo en la democracia, y a pesar de que había una clase militar que era la dueña de la pelota en el juego político, pensaron honestamente en construir algo mejor para el país. Fue Frondizi en un principio, como oposición de izquierda dentro del radicalismo, que terminó desvirtuando y traicionando totalmente su discurso inicial, fue Illia, Amaya, asesinado por la dictadura, Solari Yrigoyen, y Alfonsín, ya en otro contexto. Con los milicos haciendo mutis por el foro, empezando a ser repudiados y odiados en voz alta.

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Pero Alfonsín fue también quien se dedicó a defender presos políticos del Cordobazo y del Viborazo en Córdoba durante la dictablanda de Onganía y Cía., sin reparar en su filiación política; fue quien juzgó a los militares; fue quien (a propo lo que hizo con el Pacto de Olivos) finalizaba sus actos durante la campaña electoral recitando el Preámbulo de la Constitución, fuente de toda razón y justicia para un radical y demócrata convencido; fue quien se negó a asistir al tedeum en la Catedral el día de la asunción del mando en un claro mensaje a la Iglesia colaboracionista; y quien le paró los pies al dueño del mango y la sartén por aquellos días, Ronald Reagan, negando la participación argentina en el infausto proyecto de los «contras», y haciéndolo en público durante un acto en la Casa Blanca. Entre otras cosas.

Fue un ser humano, y creo que hizo lo que creyó justo, y lo mejor para el país en el momento que le tocó vivir, pero sobre todo, creo que tenemos que tener en cuenta qué país le tocó a Alfonsín durante su presidencia. En mi opinión, el país que recibió Alfonsín, independientemente de vivir doblado en 2 por la cantidad innumerable de patadas en las bolas que había recibido, era un país que no sabía lo que era vivir en democracia prácticamente desde los albores de su historia. Y su gran mérito fue el habérselo enseñado. Equivocado o no. Pero honestamente. Creyendo en lo que hacía, con una libertad de prensa total y absolutamente abierta, como pocas veces había habido, con un respeto enorme por los derechos humanos, con un ejército agazapado y soñando con volver, porque todavía no era totalmente consciente del repudio y el asco que inspiraba. Y sobre sus hombros cayó la responsabilidad de enseñarle a ese país quién era, qué era. Sin imponerle adónde ir.

No olvidemos tampoco quién derribó a Alfonsín, desde la Rural que hoy se desgarra las vestiduras , la mesa de enlace que va a su velatorio y le hace un panegírico!!!, hasta el resto de los capitales que después disfrutarían y apoyarían la yevolución produtiva. No se lo quiso, se lo criticó… Pero comparemos su figura con el cinismo de sus sucesores, Menem, de la Rúa… Mientras escribo esto estoy escuchando por Radio Nacional el programa de Anguita, y realmente no sorprende, pero sí repele que hoy el radicalismo esté alineado con la misma Sociedad Rural que lo abucheó mientras era presidente.

No puedo dejar de pensar en la analogía de la gente en un delirio de felicidad unciéndose a la carroza del presidente electo Hipólito Yrigoyen, de la misma gente destrozando su casa cuando fue derribado en el 30 por Uriburu (no olvidemos que el teniente Perón fue uno de los participantes del golpe), y de la misma gente asistiendo a su entierro y llorándolo masivamente cuando falleció.

Alfonsín fue una figura política a quien supongo no hubiera votado, ni siquiera en el ’83, con la cual disentí mucho, muchísimo más de lo que acordé, pero a la cual jamás le perdí el respeto. Que en paz descanse, porque a pesar de todo, se lo merece.

*Alejandro Stein es miembro del kibutz Barkai. Argentino, 54 años, vino a vivir a Israel en 1976, como exiliado de la dictadura militar. Divorciado y con dos hijas, es también miembro del partido de izquierda Meretz. Sobre su identidad entre un continente y otro dice: «Soy argentino e israelí, quiero mucho a Israel, lo duelo, pero a pesar de que tengo bastante más de media vida vivida acá, sigo ‘con el corazón mirando al sur.'»