Jerusalem se escribe con M

Jerusalem

Nos ha llegado el hermoso libro de Abraham Argov, «Jerusalem se escribe con M», con estampas breves, entrañables, de la capital israelí, con sus calles y edificios que resuman historia, y también con su gente, que desborda en mundos enteros.

Abraham Argov es un hombre de Jerusalem. Ha vivido allí desde siempre, y ha trabajado y activado por la ciudad y por el mundo judío, del que Jerusalem es centro. Y la centralidad de Argov, olé de la Argentina, queda oculta, como el misterio mismo de la ciudad. Como pista, por ahí aparece una foto de él caminando por la Ciudad Vieja, medio de espaldas, a la Hitchkok. En otra da la cara, tocando el violín nada menos que con Teddy Kolleck, el legendario alcalde. Y aunque titule una de sus estampas, como otra pista, «El Teddy Kolleck que yo conocí», y aunque haya trabajado con él (infidencia nuestra), en su texto se empecina en el misterio, y salvo ese desliz con el violín, insiste en ser el que sostiene la «cámara», en lugar de estar frente a ella.

Se puede visitar la ciudad y llevar tranquilamente este libro, para leer y  dar voz a los lugares, que son mudos, pero sólo en apariencia.

Me tomo el atrevimiento de publicar uno de los textos, que habla de un lugar de esos, que es mudo sólo en apariencia: un simple hospital. Pero un hospital de Jerusalem:

Hospital Shaarei Tzedek

Hace algunas semanas visité en el Hospital Shaarei Zedek a un buen amigo, internado por unos días.

En su habitación había tres camas, separadas por cortinas. Una estaba ocupada por él, nacido en Roma y descendiente de una familia llegada a Italia tal vez en la época de los césares o quizás en tiempos de la expulsión de los judíos de España, no lo sabe. Su idioma materno es el italiano, pero domina también el español, el portugués, el francés y el inglés, además del hebreo. Su esposa, nacida en Rusia, habla ruso y alemán, ya que sus padres emigraron de Rusia a Alemania, para salir de allí con el surgimiento del nazismo, y partir a Palestina. Además de hebreo, habla también español, portugués e inglés. A pesar de sus sólidos conocimientos de la tradición judía, los dos impartieron a sus hijos una educación laica.

En la cama contigua se veía a un inmigrante de la ex Unión Soviética, religioso, que pasaba la mayor parte del tiempo leyendo libros sagrados y rezando en hebreo. Cuando entraba a visitarlo su hija, una mujer de mediana edad vestida como las mujeres religiosas de Jerusalem y acompañada por cinco niños (cuatro varoncitos con solideos y una niña), el abuelo hablaba con ellos en un hebreo insuficiente; cuando no lograba expresarse en el idioma de los nietos, recurría a su hija y hablaba en ruso.

En la tercera cama había un hombre de mediana edad, un poblador de la vecina aldea árabe de Djabel Mukabar, quien recibía la visita de sus dos mujeres, tres hijos, dos hermanos y su padre. Todos hablaban árabe entre sí, y hebreo conmigo.

Dos días después, en mi segunda visita, ya no vi a la familia árabe. El problema médico se había solucionado y el enfermo había sido dado de alta. Junto a esa cama encontré a un grupo de jóvenes que acompañaban al nuevo paciente, joven como ellos. Todos hablaban español y estudiaban en un instituto religioso para jóvenes interesados en abrazar el judaísmo. El grupo estaba integrado por muchachos de Venezuela, Colombia, Brasil y España (Ibiza), y una joven peruana.

Trabé conversación con ellos, que no cesaban de plantearme preguntas. Todo les interesaba: el país, su geografía, sus costumbres, las comunidades judías de la diáspora.

Uno de ellos me relató su historia. Nació cristiano, y un tío suyo le reveló en secreto que la familia había llegado a Sudamérica siglos atrás huyendo de la Inquisición y que, desde entonces, conservaba en secreto los ritos de la religión judía a la que siempre había pertenecido. El trauma del muchacho fue tremendo al escuchar la revelación del tío; empezó a interesarse por su pasado familiar, leyó todo lo que estaba a su alcance sobre la historia y la tradición judía, y hoy en día está en Jerusalem preparando su retorno a las fuentes para reintegrarse a su viejo-nuevo origen.

Cuatro historias, cuatro estampas diferentes, muchos idiomas y costumbres en una misma sala del Hospital Shaarei Zedek.

 

4 pensamientos en “Jerusalem se escribe con M

  1. Esa es la particularidad que tiene Israel: mucha diversidad en un lugar chiquito. Esto se aplica al paisaje y la geografía, la política, las etnias, los orígenes y la sociedad en sí misma.

    Por otro lado, puedo parecer medio goy con esto que voy a decir, pero en español… Jerusalén se escribe con «n».

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