¡Y dale con «Estado judío»!

¿A qué se debe, de verdad, la negativa palestina y de todo el mundo árabe a reconocer a Israel como Estado del pueblo judío?

Por Marcelo Kisilevski

Las dos partes en las negociaciones, Israel y los palestinos, se enfrentan actualmente en torno a dos puntos no elevados anteriormente como condición para negociar: en este rincón, la exigencia palestina de continuar con el congelamiento de la construcción en los territorios. En el otro, la exigencia israelí del reconocimiento palestino de Israel como estado judío.

Ninguna de los dos puntos había trabado antes las negociaciones. La construcción en los territorios es un punto central de ellas, no está fuera de ellas. Es cierto: ya había sido uno de los hitos de la Hoja de Ruta, luego que los palestinos atinaran a desmantelar todas las organizaciones terroristas. En Cisjordania, el terrorismo ha descendido a niveles nunca conocidos, de la mano de una verdadera persecución policial de la Autoridad Palestina contra los miembros de Hamás, y una «movida» general de construcción de un eventual estado viable en los territotorios gobernados por Mahmud Abbas y Salam Fayad.

Pero las organizaciones terroristas siguen vivas y coleando: el Hamás no sólo existe, incluso gobierna la Franja de Gaza. La Jihad Islámica está muy lejos de desaparecer. El Tanzim y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, los brazos armados del partido oficial Fatah, tampoco se han llamado a disolución. Eso solo ya libera a Israel, a nivel legal, de tener que paralizar los bulldozers en la Margen Occidental.

Pero, como quiera que sea, con construcción o sin ella, con «estado judío» o sin él, esto no había detenido antes las negociaciones. Los palestinos, de Oslo a esta parte, habían negociado a la sombra de más y más asentamientos. Los israelíes elevan en cada etapa –lo hizo Barak, lo hizo Olmert- la exigencia de reconocimiento de Israel como Estado judío, pero aun así, nunca dejaron de avanzar en el proceso.

Dicho sea de paso, para aquellos que todavía siguen sosteniendo el supuesto fracaso de Oslo: hoy, todo el mainstream israelí, incluido el mismísimo Likud de Biniamín Netaniahu, acepta la fórmula de «dos estados para dos pueblos». Seguirá llevando tiempo –y sobre todo vidas humanas, lamentablemente- pero hacia eso vamos. Cuando este escriba iniciaba su carrera periodística en Nueva Sión, a fines de los ’80, se trataba de una frase «subversiva».

Más allá de las estratagemas de Mahmud Abbas y de Netanyahu para empantanar las negociaciones, lo que resulta extraño es la negativa palestina a reconocer a Israel como estado judío. La exigencia israelí no fue elevada en Oslo, y luego fue rechazada sin que Israel se escandalizara, pero la negativa palestina no deja de ser enervante. Pues la fórmula de «dos estados para dos pueblos» es una copia de la votada en la ONU en noviembre de 1947: un estado judío y otro árabe en lo que se conoce como Palestina. Israel aceptó la Partición entonces, y vuelve a aceptar dicha fórmula hoy en día. En los círculos progresistas, nos hemos resistido a formular preguntas: ¿por qué los palestinos la rechazan? ¿Cuáles son las motivaciones palestinas profundas para rechazar el derecho de autodeterminación del pueblo judío en Israel, como reflejo especular directo del derecho de autodeterminación del pueblo palestino en el mismo lugar? Para los palestinos, se debe crear un Estado palestino en Cisjordania y Gaza. Pero Israel no puede ser del otro pueblo: debe ser binacional. Quien crea en la autodeterminación de los pueblos, de todos los pueblos, podría sopesar seriamente la posibilidad de enviar a los palestinos delicadamente a freír espárragos.

Como se diría en Israel, algunos argumentos de esta negativa hacen levantar las cejas. Dijo el canciller egipcio, Ahmed Abu Gheit, en una entrevista televisiva: «La demanda de Israel de ser reconocido como un Estado judío es preocupante», y la equiparó con la decisión iraní de llamarse «República Islámica de Irán». Saeb Erekat, jefe del equipo negociador palestino, fue más lejos: «No existe país en el mundo en el que las identidades nacional y religiosa estén entrelazadas».

Existe un pequeño problema: se trata de una vil mentira, y los palestinos lo saben. No sólo porque la Constitución griega diga que la religión «imperante» allí «es la de la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo», y así en muchos países pequeños y alejados del tema, sino porque en la propia constitución de la Autoridad Nacional Palestina se lee, en el artículo 4, que «el Islam es la religión oficial de Palestina» y que «los principios de la Shaaría Islámica (equivalente a la Halajá judía, M.K.) serán la principal fuente de legislación». De Irán no hace falta hablar. Y en la bandera de Arabia Saudita se puede leer la fórmula de fe islámica «Alahu Ajbar» (Alá es el más grande), y así sucesivamente.

Y eso es sólo si permitimos que los palestinos definan al judaísmo como religión. El judaísmo es una entidad histórica y nacional, con un componente religioso fuerte. Otra vez, como en las épocas más oscuras, otros vienen y nos definen desde afuera. La totalidad de los países árabes pertenecen tanto a la Liga Árabe como a la Organización de la Conferencia Islámica. La organización que los define como «pueblo árabe» y la que les da carácter religioso musulmán. Nuevamente: a freír espárragos.

La pregunta se repite, ensordecedora: ¿qué es lo que hace, a ojos de los palestinos y demás países árabes y musulmanes, que su definición como tales sea aceptable y legítima, mientras que la definición de Israel como judío sea inadmisible?

Los palestinos aducen varios argumentos: que ello pondría en peligro a la minoría árabe en Israel, por ejemplo, y por lo tanto se trata de una exigencia que acerca a Israel a los límites del fascismo. Vamos: ninguna minoría del Medio Oriente está más segura que la árabe israelí. Usted no quisiera ser parte de una minoría en ningún otro país árabe. Con todos los problemas que quedan por resolver, ni los propios árabes israelíes desean ser parte de ningún otro estado árabe.

Las razones no declaradas tienen que ver, precisamente, con la naturaleza totalitaria del Islam al que adscriben todos los países del Medio Oriente sin que nadie se atreva a acusarlos de oscurantistas, pues ello sería cometer el pecado capital de «imperialismo cultural», Dios nos libre.

Pero las cosas deben ser dichas. Desde un punto de vista teológico, existe una estrecha vinculación entre la ley islámica y la soberanía política, de un modo que no se da en el cristianismo ni en el judaísmo. El Corán divide al mundo entre Dar El Islam (Casa de la Paz) y Dar el Harb (Casa de la Guerra). La Casa de la Paz consiste en todos aquellos territorios donde ya gobierna o ha gobernado alguna vez el Islam. Así, tanto Israel como Al Andaluz (toda la Península Ibérica), deben ser reconquistados primero. La Casa de la Guerra está compuesta por todos aquellos territorios que aún no han conocido el gobierno de Alá. La paz universal llegará cuando todos los hombres acepten a Alá, o bien se sometan al gobierno del Islam mediante la condición de «dhimmi» (minoría tolerada y protegida) y el pago de la «jizya«, el impuesto de los no musulmanes.

La aceptación de una soberanía no musulmana en Palestina, cuyo territorio es parte de Dar El Islam, va contra las leyes del Corán y la Shaaría. Lo comprendió muy bien Anwar Sadat en el momento de ser asesinado brutalmente por los Hermanos Musulmanes en 1981, luego de aceptar el Estado de Israel a cambio de la Península del Sinaí. Cuando se le preguntó a Arafat por qué no aceptaba la oferta sin precedentes de Barak en Camp David versión 2000, dijo sin ambajes: «Si yo no vuelvo con la bandera palestina flameando en el Monte del Templo y con el derecho al retorno de todos los refugiados, a mí me matan». Tenía razón: la soberanía es teológicamente fundamental, y el derecho al retorno de los refugiados acabaría con el carácter judío de Israel.

Podríamos haber esperado que con el ascenso del Panarabismo en los años ’50, todo el paradigma islámico de Dar El Islam-Dar El Harb se hubiera suavizado, «europeizado», para dar paso a las posturas, quizás no menos totalitarias, incluso expansionistas, pero sí más moderadas teológicamente, en los estados que llevan la voz cantante en la región. El no reconocimiento de Israel como expresión de la autodeterminación judía, pone esta supuesta moderación histórica en tela de juicio, y acerca las posturas palestinas a las más reaccionarias y premodernas concepciones islámicas fundamentalistas.

Netanyahu no se equivoca en la esencia de su demanda, pero la banaliza, al utilizarla para «franelear» a los palestinos y a Estados Unidos: el reconocimiento de Israel como estado judío no debe ser una mera «precondición» para seguir negociando, sino que debe ser elevado como uno de los puntos centrales de las tratativas, al mismo nivel como lo son Jerusalem, la delimitación de las fronteras, los asentamientos y el destino de los refugiados palestinos.

He aquí una base, poco tratada hasta hoy por el «campo de la paz», para una paz duradera entre los pueblos: la del reconocimiento mutuo, verdadero, profundo y justo.

 Publicado en Nueva Sión N° 955, noviembre 2010

4 pensamientos en “¡Y dale con «Estado judío»!

  1. ¿…los brazos armados del partido oficial Fatah, tampoco se …han llamado a disolución. Eso solo ya libera a Israel, a nivel legal, de tener que paralizar los bulldozers en la Margen Occidental. ¿Hasta donde los bulldozers, gaza, libano, mas aun ?
    ¿El mismísimo Likud de Biniamín Netaniahu, acepta la fórmula de dos estados para dos pueblos?: En los últimos meses Moshe Arens (Ministro de Defensa de Israel como representante del Likud y por su personalidad considerado el ideólogo del partido) predica la anexión formal de Cisjordania a Israel (de facto esta anexión ya es un hecho desde el 67). En su concepción, este es el camino de impedir la implementación de la solución de dos Estados. Queda muy claro que en este caso se está delante de un serio problema demográfico. ¿Qué hace Arens? Se basa en datos de un equipo americano que desde miles de kilómetros de distancia es capaz de censar cuantos árabes conviven en Cisjordania, cuántos de ellos abandonaron, abandonan y abandonaran la región. Este equipo también verifica los nacimientos y defunciones y determina “científicamente” que en Cisjordania solo viven 1,5 millones de personas. Si se borra de los informes un millón de árabes, entonces hay una mayoría judía en la Gran Israel, nos liberamos de todas las pesadillas y el fantasma demográfico murió.” (“Después de la muerte del fantasma demográfico”, Moshe Arens, Diario Haaretz, 28-9-2010)

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  2. 1)¿Cuáles son las motivaciones palestinas?
    Los bulldozers por ejemplo que representan una guerra en proceso y por lo tanto también legalmente los autoriza a responder.
    2)Como tu bien explicas el reconocimento del estado judio es imposible para los dirigentes arabes, cosa que Netaniahu sabe perfectamente bien pues “esta precondición israelí jamás ha sido mencionado por Israel antes del 2004, incluyendo en Wye River donde Netanyahu estuvo al frente de la delegación israelí, y que nunca ha sido exigido por Israel a cualquier otro estado, incluyendo otros estados árabes con los cuales firmó acuerdos de paz.
    Las exigencias de Palestina son claras: una solución de dos estados, Palestina e Israel separada por las fronteras de 1967, con Jerusalén como una abierta y compartida capital de dos estados y libertad de acceso a sus sitios sagrados. También exigimos que Israel reconozca su responsabilidad por la creación y perpetuación de la cuestión de los refugiados, y trabajar con nosotros con el objeto de encontrar una justa solución a este tema. A cambio, ofrecemos total reconocimiento del estado de Israel por parte de 57 países árabes y musulmanes, una oferta hecha hace ocho años a través de la Iniciativa de Paz Árabe.”
    http://www.espacioconvergencia.com.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=1876&Itemid=1
    Mas alla de comprender a los palestinos, coincido contigo en el deseo de un mundo laico, donde el paraiso esté, para todos y en la tierra. Y no en el cielo y solo para los que mataron mas gente en nombre de una «santa fe».

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  3. Como Judía y Sionista,en tanto considero al Estado de Israel el hogar nacional del Pueblo Judío,no me molestaría jurar lealtad al Estado de Israel, Judío y democrático. Pero también sé que muchas personas profundamente leales a Israel, EN LA MEDIDA DE SU MISMA HONESTIDAD, sentirían repugnancia ante semejante exigencia. Al fin, la posibilidad de un estado LAICO Y CONTEMPORÁNEO sigue siendo anhelada.
    Para el caso, como ciudadana Italiana jamás se me pidió cosa tan ridícula como jurar lealtad a la República Italiana, católica y democrática. Ni lo hubiese hecho! Mal que le pesare a Federico Fellini, quien opinaba que la identidad italiana era inseparable de la católica…
    Y los israelíes árabes…también van a jurar lealtad al Estado Judío…no joda! Cuando las ranas críen pelo!
    DE TODOS MODOS, si los árabes reconocieren a un Estado de Israel Judío, mi querido Bibi Berlusconi entonces cambiaría a «Estado de Israel Musulmán», para darles bronca y seguir «franeleando», como dice MK.

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  4. Unos apuntes:

    No resulta inapropiado hablar del fracaso de Oslo, aunque sus premisas iniciales hayan sido aceptadas por «todos» (aún no sabemos si el lema aceptado por la parte árabe es una «solución de dos estados para dos pueblos» o por contra una «solución de dos estados», entendiéndose uno para el pueblo palestino y el otro para un ente binacional judeo-árabe, que no oculta demasiado el deseo de que sea temporal y se decante finalmente por un nuevo estado árabe o por una absorción o confederación con la entidad palestino), puesto que el desarrollo previsto ha sido un rotundo fracaso, se quiera reconocer o no. Quizás, dentro de otros 20 o 30 años, y después de haberse estabilizado la «solución», se pueda pensar que Oslo requería una fase posterior de negación o de resistencia antes de imponerse finalmente, pero al día de hoy resulta evidente su fracaso. La situación actual de sus mayores defensores, la izquierda israelí, es un ejemplo evidente.

    Por otro lado, estoy básicamente de acuerdo con el razonamiento que esbozas sobre la causa final (o más radical) del rechazo palestino (árabe) a un reconocimiento de Israel como el Estado-nación del pueblo judío. En ese sentido sigues la senda transitada últimamente por Benny Morris en «1984», recuperar las implicaciones religiosas, motivaciones descuidadas por otros autores e historiadores que las han ocultado para favorecer exclusivamente las nacionales, consideradas como más «positivistas», menos problemáticas y más factibles de una posible solución (la secularización del pensamiento también tiene que ver). En resumen, con el Islam hemos topado.

    (Un inciso, no deja de ser chocante como en muchas ocasiones, en entrevistas y encuentros con la parte árabe, la parte israelí suele preconizar el diálogo al estilo occidental (y entre occidentales), tratando de encontrar puntos de acuerdo, potenciando la comprensión de las posiciones ajenas y poniendo de relieve lo positivo, es decir, «construyendo puentes», actitud que lleva a su vez a ignorar los discursos negativos y unicomprensivos. Pero hay que señalar que dentro del clima ideológico árabe, esta actitud se suele entender como una aceptación o aquiescencia ímplicita de la veracidad de su discurso unicomprensivo ya que no se desea rebatirlo directamente).

    He de decir que me ha sorprendido la falta de un análisis de otros temas relacionados con la cuestión planteada. Por ejemplo, ¿Por qué una de las mayores negativas a ese reconocimiento parte directamente del liderazgo político y social de los árabes israelíes? ¿No es destacable que el incremento de las tensiones entre judíos y árabes dentro de Israel tenga como telón de fondo la presunta proximidad de una solución al conflicto y la creación de un Estado palestino, con lo que acarrearía la necesidad de reposicionamiento de la minoría árabe israelí ante la nueva realidad (rebrote nacionalista e irredentista)? ¿Acaso no parece evidente que cuando se comiencen a desmantelar asentamientos judíos en Cisjordania se creará un sentimiento de una «necesaria reciprocidad», o mejor dicho, la necesidad de una reestructuración territorial y demográfica de Israel (el trasvase de la zona del Triangulo a Palestina, por ejemplo)?

    Evidentemente, los aspectos religiosos no son únicamente los factores determinantes de la negativa al reconocimiento de Israel como el Estado-nación de los judíos, el ámbito nacionalista también es determinante, aunque su explosividad parezca inferior a la religiosa. El hecho de la existencia de Palestina como nación deberá replantear la ubicación de la minoría árabe israelí dentro y ante el Estado de Israel (y ante la recién creada Palestina), pues parece obvio que Israel tendrá toda la razón en contemplar la creación de un estado palestino como la finalización de todo tipo de demandas nacionales a su costa. Y será necesario tener muy en cuenta que, tras la constitución de una sólida base territorial que representaría el estado palestino, el conflicto muy probablemente se intentaría trasladar al interior de Israel, con la minoría árabe israelí encabezando movimientos irredentistas al estilo kosovar apoyada externamente por la entidad palestina y por la sección anti-Israel occidental. El famoso plan por etapas siempre se fundamentó en eso, en trasladar el conflicto al propio seno de Israel.

    Como no soy partidario de los experimentos tan al gusto de la izquierda (véase el problema político, social y cultural desencadenado en Europa por la difícil integración de parte de una inmigración dejada al albur de las derivas multiculturalistas), la solución más satisfactoria a corto, medio y largo plazo suele ser la más realista y la menos ilusoria. En este sentido, el traspaso de ciertas partes de Israel con una gran mayoría de población árabe israelí al recién creado estado palestino puede no resultar muy atractivo para los defensores de las ingenierías sociales y de las utopías multiculturales, pero desde luego promete aligerar una buena cantidad de futuros problemas al Estado de Israel. Quiero señalar que el hecho de que actualmente se halle en la agenda de Lieberman, no debe ocultar su patrocinio original por parte de sectores de la izquierda israelí ante las preocupaciones demográficas, aunque desde luego sin el carácter ofensivo añadido por Lieberman

    Aunque claro, qué pensar de una izquierda israelí que, tras reivindicar la noción de un «Estado de los ciudadanos» para favorecer una mayor integración de la minoría árabe, contempla «sordomuda» como el liderazgo social y político de esa minoría, con el que además suele colaborar, se saca de la manga unos «documentos o visiones de futuro» de la población árabe israelí que plantean en gran medida no una desnacionalización (que todos sabemos que «sólo» afectaría a la parte judía, pues el plantearla a la parte árabe desencadenaría inmediatamente acusaciones de racismo), sino una confederación donde ambas poblaciones llevarían una vida social, cultural, política y económica prácticamente estanca, aislada la una de la otra. En definitiva, cuando para ayudar a resolver los diferencias se reivindica «al ciudadano» y a cambio se te devuelve la visión de dos nacionalismos estancos ajenos al «ciudadano».

    No deja de ser una cruel ironía que parte de esa izquierda israelí que se muestra tan deseosa de «desnacionalizarse» de la nación judía gracias al «Estado de los ciudadanos», según los «documentos o visiones del futuro» del liderazgo árabe israelí vería constreñida en buena medida su actuación social, económica, política y cultural como «ciudadanos» al ámbito judío de la supuesta confederación.

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