Nace un político «sabra»

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Yair Lapid, periodista israelí estrella, acaba de dar el salto a la política. No fue el primero ni será el último, pero en su familia ya es tradición. Su padre, el ya fallecido Yossef «Tomy» Lapid, lo había hecho con bastante éxito cuando dejó la pantalla chica para resucitar al partido Shinui con el que llegó a obtener 15 escaños, de los 120 que tiene la Knesset. Hoy por hoy, esa es la cifra que las encuestas le dan a también a Yair. Casualmente es lo mismo, escaño más o menos, que se lleva otra ex colega, Sheli Iajimovich, que se hizo con el liderazgo del Partido Laborista. Parece que 15 fuera el techo de los periodistas que pegan el salto prohibido.

Lapid, hasta ayer conductor del principal semanario de noticias en la tele, «Ulpán Shishí» («Estudio de los Viernes»), y columnista estrella en el vespertino Yediot Ajaronot, es un buen tipo. Israelí clásico, encarna la ya mitológica figura del «sabra»: ashkenazí, guapo, fuerte (practicó kickboxing amateur, fue soldado combatiente), solidario, carismático pero con pudor, con bondad, sin arrollar. Es segunda generación del Holocausto, por si le faltaban títulos, y escribió la biografía de su padre Tomy, sobreviviente de Hungría, en primera persona. Cuando lo invitó a un programa de entrevistas que conducía hace unos años, le preguntó: «¿Qué es lo israelí para vos?» Tomy le contestó a su hijo: «Vos».

El establishment político actual, en efecto, intentó impedir la entrada de Lapid a la política, aunque el hombre, de ideología centrista y liberal, no tiene todavía partido. Para eso, le hicieron otro honor: aprobaron una ley en la Knesset por la cual un comunicador deberá pasar un año de «congelamiento» antes de entrar a la política. Es decir, no aparecer en los medios, porque eso ya sería hacer campaña. La apodaron: «Ley Lapid».

Quizás sea el último intento de devolver al «sabra» al centro de la israelidad, antes que ésta desaparezca en una jungla de tribus multicolor cada vez más irreconciliables. Mainstream a muerte, Lapid intenta gustarles a todos, y quizás esa sea su principal debilidad, en una profesión que, aquí y en todo el mundo, se come vivos a sus hijos.

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