Palos para todos: Excursión de un outsider hacia el Periodismo Argentino*

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Si un extraterrestre aterrizara en la Argentina y tuviera que describir a sus jefes ahí afuera qué es lo que ve sobre los medios de comunicación, ¿qué informaría? De esa manera me siento: un periodista argentino que vive afuera hace ya 21 años, que se acerca de nuevo y cuenta lo que ve. Es una visión parcial y fragmentada, como toda observación de la realidad, no es ciencia autorizada, no hay relevo ni estadísticas, tiene el defecto y la virtud al mismo tiempo, de ser una visión «desde afuera», y la de intentar un equilibrio, por no compartir ninguna de las dos agendas básicas en las que se divide hoy en día el país.

Cuando estudiaba Ciencias de la Comunicación en la UBA, allá por fines de los años ’80, nuestro ideal era ser el cuarto poder, que critica a los otros tres y que es el «perro guardián» de la democracia. Ser «oficialistas» daba vergüenza, no importaba de qué signo fuera el gobierno. Los que lo eran, eran sospechados inmediatamente de ser periodistas comprados. Sabíamos que los había, en especial por empresarios, pero nuestro ideal era «dar palo» a todos por igual. Ejercer el pensamiento crítico, por tantos años cercenado. Era nuestra garantía de incorruptibilidad, era nuestro sello de credibilidad. Si para un periodista surgido de la dictadura había una «agenda», eran la democracia y los derechos humanos, y cómo mejorarlos.

Las nuevas tecnologías lograron acercarme de nuevo a los medios y a la trama argentinos. Una aplicación de Smartphone me permitió un buen día caminar por las calles de Israel, al otro lado del océano, escuchando radios de todo el mundo como si estuviera en esos países. De repente me reencontraba con Radio Mitre, con la que había crecido escuchando a Magdalena a la mañana, antes de ir al cole. O Del Plata, donde me vuelvo a reencontrar con Dolina, héroe de mi juventud. Fue como haber dado un salto en el tiempo.

Intenté escuchar una radio K y de entrada me incomodó su adhesión al gobierno. No porque yo sea anti-K: estando tan lejos, no puedo ser ni pro ni anti, ni siquiera entiendo bien esta interna. Mi incomodidad se debe, en cambio,  a que creo sinceramente que ningún periodista en ninguna parte del mundo debe ser pro-gobierno, pro ningún gobierno. Recuerdo que en ese tramo defendían a Cristina por haber sido «injustamente atacada» por estudiantes universitarios en una conferencia que dio en Estados Unidos. «Indudablemente», aseguraron en una emisora que ya no recuerdo, estos estudiantes habían sido convenientemente adoctrinados por astutos opositores. Sin investigar, sin entrevistar, sin chequear la info. Desde el punto de vista periodístico más básico, era cuanto menos débil.

Radio Mitre no me deparaba menos insatisfacciones. Es cierto que le pegaban al gobierno, cumpliendo mi ideal de una profesión que debe aspirar a arreglar el mundo. Pero dos cosas me molestaron sobremanera: por el lado del gobierno, es cierto, Mitre no tiene publicidad estatal; pero por el lado de Mitre, jamás se entrevista a nadie del gobierno. Ni para preguntar incisivamente, cuestionando cara a cara al «poder», ni para aplaudir un proyecto piola y saber más detalles. Nada. Para escuchar al gobierno, tengo que ir a los medios K, obsecuentes, para los cuales el «poder» es «la Corpo». Todos atrincherados, todos creyendo que son «los buenos». No es así como me enseñaron el oficio. A mí me enseñaron lo de las dos campanas. ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Todo debe medirse por la vara «Clarín vs. K»?  ¿Todo está tan dictado desde arriba?

Excursión a «PPT vs. 6-7-8»

Como decía, la estética creada por los llamados «medios K» no me resulta de fácil digestión. Pero esta semana hice de tripas corazón y, al haber seguido una recomendación y ver la nueva temporada de «Periodismo Para Todos» y las denuncias de Jorge Lanata, decidí que tenía ver también «6-7-8».

Ahí me reencontré con Jorge Dorio, tipo brillante al que conocía como segundo de Dolina, y de alguna experiencia televisiva de vanguardia en los ’80 junto a Martín Caparrós. Estaba Sandra Russo, inteligente periodista de Página/12, igual que Nora Veiras. Al resto no tenía el gusto.

A esta altura entendí: la polarización argentina ha hecho que los periodistas hayan comprado todo el paquete de aquel bando en cuyo medio les ha tocado trabajar. «6-7-8» va a defender todo y no va cuestiona nada. Lanata ataca todo, no aplaude nada. Todo el paquete se compra, y al otro se lo patea. Me molesta que se defienda a cualquier gobierno, eso ya lo dije. Pero por lo menos, que se planteen dudas, que se hagan preguntas.

En el programa sobre la manifestación del 18A, tuvieron el mérito de enviar a una movilera, Cynthia García, a cubrir. Se hablaba del «coraje» que había que tener para mandar a alguien, si era un riesgo o no, etc. Lamentablemente era una pregunta relevante. Colegas de la pro-K agencia Télam fueron agredidos, y la misma García no pudo hacer una segunda salida al aire por los enardecidos que le rodearon el móvil donde se tuvo que refugiar con su equipo. Así está la polarización. Me molesta que colegas sean identificados con el gobierno, no hacen honor a la profesión. Pero más me molesta que a mis colegas, no importa su agenda, no se los deje hacer su trabajo en democracia. Tampoco sé qué le harían a Lanata si fuera a un acto K y se paseara entre la gente haciendo preguntas con un micrófono…

Pero antes, Cynthia García tuvo huevos y entrevistó a la gente en medio de los gritos. Me gustó su actitud, no se achicó. Pero volvieron a incomodarme todas sus preguntas, del tipo: «A ver, pensemos un poquito juntos: ¿no te parece que el plan tal y cual de este gobierno apunta precisamente a resolver esa desigualdad de la que hablás?» Más allá del paternalismo arrogante con tonito inocente de la García, en ese género de notas el periodismo debe reflejar la opinión de la gente, no actuar como vocero gubernamental.

Palos Para Todos

Si yo estuviera trabajando en la Argentina como periodista en un medio independiente, y Lanata sacara una denuncia como la del affaire Lázaro Báez, yo me mordería el codo por no haberlo descubierto yo, y luego saldría corriendo a averiguar más información sobre mafias, lavado y amenazas. Quizás la primicia que haga caer al gobierno la consiga yo y no El Trece. ¡Rápido que no hay tiempo! En eso se debería basar la competencia entre periodistas en una sociedad sana: en quién logra la próxima primicia.

En cambio, quizás porque lo creen pero quizás para no arriesgar su fuente de trabajo –y en lo personal los puedo entender, no en lo sociológico, aunque no me molestaría ver a un noble colega renunciando porque no lo dejan hacer su trabajo como se debe- en «6-7-8» se dedicaron tan solo a desacreditar a Lanata en lo personal, pero sin investigar el asunto en cuestión.

Sandra Russo: «Más allá de estas acusaciones, que son a todas luces ridículas…» ¿Cómo lo sabés, Sandra? ¿Cuándo y dónde saliste a investigar? ¿A quién entrevistaste para llegar a una conclusión tan terminante?  ¿Qué otros documentos revisaste? ¿Cómo llegaste desde esa descalificación, a la perorata apologética sobre la «redistribución» que instaura el gobierno? ¡Fuera de tema! Ni siquiera, en horas de programa, mencionaron una sola vez al señor Lázaro Báez, el implicado principal. Digo, ustedes saben que Lanata, bien o mal, tocó un nervio sensible, que ahí hay una punta de iceberg. Lo saben, porque alguien evidentemente les bajó línea: no mencionar a Báez. Por lo tanto, saben que ahí hay un filón que cualquier periodista que se precie, en condiciones normales, querría explotar. Y ustedes decidieron perdérselo. ¿Para conservar el trabajo? ¿Por amenazas? ¿El miedo que «un poquito» inspira Cristina?

A lo más que atinó el equipo de «6-7-8» fue a entrar en Google y encontrar que se podía falsificar el título de propiedad de la empresa trucha en Panamá atribuida a Martín Báez. El resto fue una seguidilla de columnas de opinión como la pirueta discursiva de la Russo, a cargo de todos los panelistas, y sus risitas satisfechas mientras veían los «tapes» ridiculizantes. Como periodismo, nuevamente, es cuanto menos flojo. Sobre todo, me dio mucha pena escuchar a Dorio, al que tengo afecto, ir a un corte diciendo: «Estas son las cosas que también podemos aprender en este bendito tiempo que nos toca vivir. Ya volvemos». Me dio vergüenza periodística ajena.

Aclaración necesaria, dado que se invocará la libertad de expresión: no hay problema en expresarse a favor del gobierno en tal o cual cuestión, en columnas de opinión, como un género periodístico más, entre otros. Pero cuando la defensa es tan militante y a rajatabla, ya se sale de lo que es el periodismo y se convierte en un panel de militantes políticos. Tampoco hay problema. Pero entonces no están haciendo periodismo, sino otra cosa, otro género. Y deberían aclarárselo al público, porque hacer militancia –o más bien propaganda oficial- y presentarla como periodismo, es estafarlo.

Lanata también debe hacer sus cuentas otra vez. Como periodista sabe que debe entrevistar a todos, pero la otra campana no se escuchó. Ok, entrevistaron a Fabián Rossi en su coche. Big deal. Pero con los datos que averiguó, que implican al marido de Cristina ya muerto y también a la propia mandataria, ¿no se le ocurrió que tiene que enviar la nota a la Casa Rosada para avisar que se transmitiría, y pedir réplica a la Presidenta o a su portavoz? ¿Se le ocurrió buscar una entrevista con el propio Lázaro Báez, supuesto socio de Néstor? ¿Se le ocurrió utilizar la palabra «supuesto» hasta que la justicia lo pruebe culpable o lo absuelva? Lo mío no es crítica política; es periodismo de primer año.

Mérito de «6-7-8»: ellos sí fueron a entrevistar a la oposición, a escuchar la otra campana. Lo entrevistaron al mismísimo Lanata. ¿Y qué decidió hacer «el Gordo», otro héroe de mi juventud, desde su fundación de Página/12, refundando el periodismo argentino? Decidió responder a todas las preguntas con: «Gvirtz es un chorro». Es cierto: el periodista también le hacía preguntas que eran todas pro K. Pero fue educado, las preguntas fueron relevantes y bien formuladas, no se achicó ni ante la envergadura de Lanata como personaje, ni ante su infantil repetición de la frasecita, y le llevó documentos que una y otra vez le proponía a Lanata revisar. Y dado que, como ya dije, un periodista debe hacer preguntas cuestionadoras, el entrevistador en este caso me pareció impecable (sin meterme, por imposibilidad, a analizar toda la carrera del joven: me encantaría enterarme que entrevista también, así de bien, a los ministros del gobierno K).

Lanata, en cambio, y dado que parece haber decidido que esto no es periodismo sino una guerra, se permitió hacer pelota la propia aura del periodismo bien entendido: la de entrevistar y dejarse entrevistar. A todos y por todos, respondiendo educadamente a un colega que viene preparado y que no se tentó de agredirlo a su vez. Habrá tenido «importantísimas razones» para comportarse así. Pero le habían abierto el micrófono para que todo el público lo viera, él podía habérselas explicado a ese público que supuestamente tanto le importa, y prefirió hacerse el payaso. Lástima. Lanata, en este caso, también me hizo sentir vergüenza periodística ajena.

En fin, no estoy contento con el mundillo periodístico al que llegué de visita a través de Internet. Mi pregunta es, igual a los filósofos que se cuestionan si un pez sabe que está en el agua: ¿saben los periodistas argentinos que esto es lo que les está pasando? ¿O lo saben, pero al mismo tiempo están seguros de que la culpa de esta polarización la tienen «los K» de un lado, o «la Corpo» del otro? Aun si fuera así, ¿los periodistas no deberían sacudirse la lacra y volver a declarar su independencia como cuarto poder? ¿O ya no hay vuelta atrás, tanto que mis reflexiones, que debieran ser de Perogrullo, suenan para siempre, e irremediablemente, demasiado ingenuas?

*Publicada en «Opinión Veintidós – El portal de Adrián Freijó»

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