En Sderot armaron una Janukiá, el candelabro de 8 brazos que se prende en la festividad de Jánuka, hecha con restos de misiles Qassam, de los muchos lanzados por los palestinos desde la Franja de Gaza. Podría leerse el asunto como dos pronunciamientos claros: por un lado, a la oscuridad que plantea el Hamás, nosotros le oponemos luz. Por otro, como lo dijeron en una de las ceremonias, protestar contra el gobierno que no previene los lanzamientos.
A mí, qué quieren que les diga, me dio cosa. Si fuera religioso hablaría de profanación. Volví a recordar la memorable película de la saga «El Planeta de los Simios», cuando los humanos sobrevivientes a la hecatombe adoraban, deformados por la radiación, un misil atómico. Así desarrollamos por aquí también la famosa «identidad de la catástrofe». Nadie en Israel se escandalizó por esto. Al contrario, las crónicas cuentan cómo tal o cual alta personalidad «tuvo el honor» de encender la vela del día. ¿Estaré yo muy mal, o acá estamos todos muy mal?