Noticias de un secuestro: primera semana

Guil-Ad Shaar, 16 años; Eyal Ifraj, 19; Naftali Frenkel, 16. Secuestrados.

Guil-Ad Shaar, 16 años; Eyal Ifraj, 19; Naftali Frenkel, 16. Secuestrados.

Por Marcelo Kisilevski

El secuestro de Guil-Ad Shaar, Eyal Ifraj y Naftali Frenkel, ocurrió minutos después de iniciada la apertura del Mundial 2014, lo cual fue intencional, según estimaciones de inteligencia, lo cual muestra el poder de Hamás (por ahora principal sospechoso del acto terrorista) de ejecutar atentados donde quiera y en el momento que elija.

Pero por sobre todo, el secuestro es una prueba de fuego para el modus vivendi que se ha desarrollado en este triángulo de amor odio entre Israel, la Autoridad Palestina encabezada por el partido laico nacionalista Al Fatah, que domina Cisjordania, y el movimiento radical islamista Hamás, que es gobierno en la Franja de Gaza.

Se trata de un status quo que viene desarrollándose desde 2004, con la muerte de Arafat y el sinceramiento de las relaciones de fuerzas en la interna palestina: la retirada de Israel de Gaza en 2005, que dejó a Hamás las manos libres para ser el nuevo patrón en la Franja, las elecciones de 2006, que pusieron al descubierto el arraigamiento de Hamás, su golpe contra Fatah en 2007 en Gaza, y la creación de facto de dos Autoridades Palestinas paralelas, pero con dos agendas contrapuestas.

En efecto, la Autoridad Palestina en Cisjordania, liderada por Fatah, apoya formalmente la fórmula de dos estados para dos pueblos y la confrontación no violenta con Israel. Su presidente Mahmud Abbas, entiende -y lo declara explícitamente- que la Intifada de Al Aqsa fue un error y que los palestinos tienen mucho más para perder que para ganar si lanzan una nueva conflagración contra Israel a raíz del nuevo fracaso en las negociaciones.

Del otro lado, Hamás no abandona su sueño de Dar El Islam, de volver al Califato consolidado desde Mahoma a los Omeya, y lucha por devolver «Palestina» a soberanía islámica: un solo estado, de corte islámico tipo Arabia Saudita, donde los judíos podrán vivir como «dhimmi», ciudadanos de segunda, tolerados, protegidos y restringidos. También se embandera en la continuación de la lucha violenta contra Israel, y considera los vericuetos diplomáticos de Abbas como traición a la causa.

El factor religioso

No por nada continúa la beligerancia cíclica con Gaza, ya que no con Cisjordania: el componente religioso es el que prima. O, como me dijo una académica boliviana citando al politólogo argentino Carlos Escudé: «Cuando te declaran una guerra santa, por más que no creas en esas cosas, tienes una guerra santa encima». Occidente, especialmente sus fuerzas de izquierda, harían bien en dejar de traducir todo a los viejos paradigmas de «lucha de clases» o «centro-periferia», que no alcanzan a explicar los múltiples conflictos del Medio Oriente, por ejemplo esta abismal diferencia entre Cisjordania y Gaza: la diferencia no está en Israel, sino en los palestinos.

La paz de facto en Cisjordania, rota de modo esporádico por actos terroristas individuales, u otros más graves como la masacre de una familia entera en el asentamiento de Itamar, o el secuestro de los tres chicos hace una semana, tiene tres razones: la Cerca Separadora o «Muro», la fuerte cooperación entre las fuerzas de seguridad palestinas y las israelíes, y la reducción del consenso en la calle palestina a favor de la violencia, a raíz del aumento en su calidad de vida, emprendida por la ANP post Arafat.

Es decir, bajar los decibeles de la violencia es interés supremo de la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas, que repitió luego del fracaso de las negociaciones, luego de la puesta en escena de unidad con Hamás, y luego de este secuestro, que «la cooperación de seguridad (con Israel) es sagrada».

Ahora, Israel ha lanzado un operativo, «Shuvu Banim», «Regresarán los hijos» que es, en realidad, dos en uno: rastrillaje por miles de soldados para hallar a los secuestrados, y operativo contra blancos terroristas de Hamás, con objetivo de debilitarlo en favor del Fatah. Por eso, entre otras cosas, fueron arrestados 53 terroristas liberados a cambio de Guilad Shalit, que habían violado su libertad condicional y que, hasta ahora, Israel se abstenía de reapresar. El operativo israelí permitió a Abbas animarse a decir lo que dijo anteayer: que «el secuestro ha sido perpetrado para destruir a los palestinos», y que «los secuestrados deben ser devueltos inmediatamente a sus hogares», sin temor a ser visto como un colaborador con el sionismo. Antes había advertido: «Si se comprueba que los secuestradores son de Hamás, se acabará la unión nacional».

Desafío triple

Por todo esto, el secuestro de los tres adolescentes es un desafío a todos los actores del triángulo: Israel deberá seguir al Hamás para devolver el equilibrio de fuerzas a uno favorable a Fatah en Cisjordania y, aunque responsabilice a Abbas por haber ocurrido en su territorio, deberá cuidarse de que el operativo sea breve, y que no patee el tablero más allá de lo controlable políticamente, tanto a nivel local como de presiones internacionales.

Mahmud Abbas, por su parte es desafiado por una facción del Hamás, la del sur de Hebrón, y deberá mostrar que puede controlar el terreno, tanto a ojos de Israel y de Occidente, como de su propia opinión pública. También deberá resolver si mantiene el pacto de unidad nacional con Hamás si se comprueba que los secuestradores son miembros de esa facción.

También el liderazgo de Hamás se ve desafiado: su aceptación de un pacto de unidad nacional con Fatah, y con un gobierno de Mahmud Abbas que apoya la existencia del Estado de Israel y todos los acuerdos anteriores firmados con el estado judío, lo fue desde una posición de debilidad política y económica. Expulsado su liderazgo de Damasco por haber declarado su apoyo a los sunitas contra Bashar el Assad, perdiendo el padrinazgo de Siria y de Irán; y huérfanos de sus subsecuentes sponsors, los Hermanos Musulmanes en Egipto, Hamás necesitaba desesperadamente nuevas fuentes de legitimidad. El secuestro, según algunas fuentes, ha puesto en situación embarazosa a los líderes hamásicos, que deberán hacerse cargo: o poner la casa en orden, o huir hacia adelante, hacia una confrontación total con la ANP y también con Israel.

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