Netanyahu, o: la soledad en la cima

Netanyahu solo

Por Marcelo Kisilevski

Estamos pasando días turbulentos, de los que hoy viernes 28 de noviembre, no queda claro si la coalición de Biniamín Netanyahu saldrá con bien. Dirán que es por el presupuesto nacional, o por la ley de «IVA Cero» que quiere Yair Lapid para el primer apartamento comprado por matrimonios jóvenes, dirán que es por la «Ley de Nacionalidad Judía» que impulsa la derecha, o por la imposibilidad del gobierno de poner fin a la ola de violencia en Jerusalén. Pero lo cierto es que el torbellino comenzó con el fin del último operativo-guerra en Gaza, «Margen Protector», que no dejó conformes ni a izquierdistas ni a derechistas, que no trajo la pacificación y tampoco una victoria por knock out. Desde entonces, todos quieren la cabeza de Bibi, y el premier no hace más que agarrarse de la baranda, intentando aguantar la tormenta, para no terminar de caerse.

Si vamos a una nueva coalición (si los ultraortodoxos me dan el sí), parece decir un malherido Netanyahu, o si vamos a llamar a elecciones, tras lo cual me harán pedazos en las internas del Likud, siendo éste por lo tanto mi último período como primer ministro (por ahora), que sea por mi lucha heroica por un valor nacional, y no por algo tan prosaico como haber perdido uno por uno a todos mis aliados: que no sea por politiquería de barrio, sino por un tópico que se inscriba en los libros de historia.

El asunto de la «Ley de Nacionalidad Judía»

La propuesta de ley de anclar a Israel como estado judío y democrático no viene a traer ninguna buena o mala nueva, sino a fijar en las leyes básicas, que conforman la futura constitución nacional, lo que ya dice la Declaración de Independencia, que no tiene peso de ley, aunque está allí en el trasfondo como borroso marco referencial jurisprudencial cuando hace falta: Israel es el Estado que expresa la concreción del derecho de autodeterminación del pueblo judío, y además será democrático y respetará a todas las minorías, instaurando la plena igualdad de derechos y deberes.

A pesar de haber tres versiones de propuesta de ley de nacionalidad judía, es posible que ninguna prospere en el parlamento israelí. No lo logrará, seguramente, la propuesta extremista de Zeev Elkin, que enfatiza el carácter judío de Israel por sobre el democrático. Ante la vehemente oposición de Lapid y de Livni, a la que se sumaron discursos de personalidades como Shimón Peres o el mismísimo presidente del Estado, Reuvén Rivlin, Netanyahu dijo que «en estas circunstancias, seré firme en impulsar esta ley bajo mi formulación». Se hace responsable, pero se preocupó de remarcar que será su propuesta de ley, seguramente más moderada, más republicana, y no la de Elkin. Si la de Elkin se preocupaba solo por el carácter judío del Estado, la de Bibi pondrá en el mismo nivel el carácter democrático y el respeto a las minorías, junto con el carácter judío. Los analistas en Israel explicaron que mandar a Elkin al frente, dejando que se queme por derecha, es lo que le permitirá a Bibi quedar bien por izquierda, marcando esta ley como su jugada de continuidad en el gobierno, o bien como su salida triunfal: qué mejor realización que la de salvar a Israel nada menos que de perder su naturaleza judía, no solo a ojos de israelíes y palestinos, sino también ante los del mundo entero.

Quienes apoyan la ley explicaron que la misma es necesaria debido justamente a la creciente ola de deslegitimación mundial de Israel como Estado judío. Agregan que dentro mismo de Israel hay quienes cuestionan este carácter, y que es importante que, en momentos en que Israel declara su consentimiento a un Estado del pueblo palestino, se reafirme el derecho a un Estado del pueblo judío. Solo así, un futuro tratado de paz con la parte palestina será justo y equilibrado.

Quienes se oponen dijeron también varias cosas: que da legitimidad al racismo callejero israelí, dándole carácter oficial; que intensificará la hostilidad contra Israel en el mundo, que no es el momento, y -como dijo Rivlin- que el mero hecho de tener que decirlo por ley estaría indicando, precisamente, que no estamos tan seguros de su carácter judío.

Una jurista explicó por radio que la viabilidad de Israel como Estado pluricultural, plurinacional y plurirreligioso estuvo dada siempre por la habilidad de «decidir no decidir», dejar muchas definiciones clave en la nebulosa -la constitución, el carácter nacional judío, el lugar de la religión, entre otras-, dejando a todos conformes y disconformes por igual: la ambigüedad como base para el acuerdo político y la convivencia de concepciones. La ley propuesta -aun en la versión más democrática que anuncia Netanyahu- aclararía demasiado los tantos, y ello, dijo, no necesariamente es bueno para Israel.

El lector podrá dar su opinión. Se puede estar a favor o en contra. Pero de allí a que la mera existencia de un anteproyecto que no llega a ser ley, que está inscripto en rencillas políticas y en coyunturas puntuales y pasajeras, que seguramente habrá de pasar decenas de modificaciones en el camino y que quizás no llegue nunca a ser ley, justifique los ataques que ha tenido en la prensa internacional, extendiendo la deslegitimación de todo el Estado de Israel como inmoral y racista y, por lo tanto, inviable, es definitivamente infame. Y a no dudarlo, el trasfondo de un análisis tan microscópico de las posturas derechistas en Israel no tiene otra intención que la descalificación generalizada de todo el Estado.

Deben formularse dos preguntas: 1) ¿De qué otro país se ocupa tanto la prensa internacional de analizar con lupa anteproyectos de ley?, y 2) Si la regla es que un anteproyecto de ley problemático justifica la deslegitimación de la existencia de un Estado, ¿cuántos otros Estados deberían desaparecer por tener anteproyectos de ley problemáticos?

Ya que hablamos de racismo

Porque una cosa debe ser dicha respecto del racismo. Ciertamente, la herencia de Margen Protector, el operativo de agosto último en Gaza, nos deja como herencia una ola de racismo anti árabe en una capa oscurantista, callejera, de la sociedad israelí. Las expresiones nacionalistas se exacerbaron, surgió un grupo de jóvenes que salen a evitar con su cuerpo casamientos de judíos con árabes, o, esta semana, un cantante conocido, Amir Benayún, subió a su cuenta de Facebook una canción de neto corte racista, a raíz del atentado de la sinagoga en Har Nof, en Jerusalén. La canción, que coloca a todos los árabes israelíes o habitantes de Jerusalén oriental, como potenciales terroristas escondidos en las sombras dispuestos a clavarnos su «hacha afilada» en la espalda a la primera oportunidad, encendió una luz roja fuerte en el grueso de la sociedad, que sigue siendo democrática y tolerante. Sobre ese punto deberá trabajar intensamente el establishment israelí en los próximos años. Ya ha hecho muy bien el presidente Rivlin (recordemos, un hombre del Likud) en anular la actuación de Benayún la semana entrante en un acto en la Residencia Presidencial. El Ministerio de Educación israelí promueve desde siempre programas de estudio contra el racismo en las escuelas y hacia allí deberá seguir trabajando todo gobierno, el de Netanyahu o cualquier otro líder que lo suceda.

Pero una cosa es el odio exacerbado a otro grupo que se da en la calle, en alguna cancha de fútbol, que es inevitable en cualquier sociedad en situación de guerra, y sobre el que hay que trabajar por vías educativas (y policiales cuando llega la violencia), y otra bien distinta es la incitación al odio y la violencia que viene precisamente de los líderes. Y ello no ocurre desde el establishment político israelí, sino desde la Autoridad Palestina.

Un ministro palestino llamó esta semana a «glorificar esas armas mortales que todos tenemos, los automóviles de nuestros mártires. Prepárenlos y úsenlos», un claro llamado a continuar y aumentar los atentados por atropellamiento.

Desde este espacio hemos llamado repetidas veces a fortalecer a Mahmud Abbas como factor moderado en la Autoridad Palestina, como partner válido para las negociaciones de paz, y de hecho sigue siendo lo único que Israel tiene, si de verdad quiere quitarle altura de vuelo a Hamás, crear otra realidad política, etc. Pero cuando Abbas visita a las familias de los «mártires» terroristas de Har Nof, cuando pone nombres de terroristas a plazas y calles, cuando llama a «defender Al Aqsa con nuestro cuerpo» y cuando declara que «ningún judío debe entrar y profanar el Monte de la Mezquita» (cuando definitivamente no queda claro cuál es el «peligro» que corre Al Aqsa, donde Israel ha mantenido a rajatabla la libertad de culto, incluida la potestad allí por parte del Waqf, la autoridad religiosa musulmana), eso es más grave, porque el liderazgo, todo liderazgo, educa. Y el liderazgo de Abbas y su grupo, hoy por hoy, educa hacia el racismo y hacia el pogrom.

 

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