¿Premio Israel a los asentamientos? No puede ser en serio, pero sí.

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Sitio oficial del Premio Israel, del Ministerio de Educación de Israel. Resaltado en amarillo, entre las categorías por única vez para 2018: «Hitiashvut», «Colonización», término utilizado por la derecha para denotar la construcción de asentamientos en Judea y Samaria, o Cisjordania. (Fuente: Mako, Canal 2, http://www.mako.co.il)

Por Marcelo Kisilevski

¿A ustedes también los confundieron con la Antártida «Argentina»? Bueno, hoy intentan confundirlos con los «territorios palestinos». Pero eso no significa que tenga que haber un «Premio Israel» a la «Colonización», es decir, a la construcción de asentamientos en Cisjordania y Gaza. 

Como lo explico en muchas de mis charlas, existen dos territorios sin soberanía alguna en el mundo. Uno es la Antártida. Todavía recuerdo en mis primeros años, cuando en el cole me hacían calcar con tinta china la Antártida, ocupando tardes enteras sin ver «El Zorro» ni «Kung Fu», para venir a enterarme, demasiados años después, de que había sido estafado: la «Antártida Argentina» no era argentina. Para muestra, consultar el Tratado Antártico. Mis saludos a mis queridas maestras de la primaria, a las que, seguramente, también confundieron en su infancia.

El otro territorio que no posee soberanía asignada es el compuesto por Cisjordania y la Franja de Gaza. Por eso, es importante aclarar la terminología cuando nos dedicamos al conflicto: cuando Israel pactó la paz con Egipto, la trato fue la «devolución» del Sinaí a ese país, porque había soberanía previa. Lo mismo ocurre en los Altos del Golán: aunque Israel lo haya anexado en 1981, dicha anexión carece de reconocimiento internacional, y cuando se pueda hacer un acuerdo con Siria, la palabra será también «devolver». O bien, alguilarlo por 99, a lo Hong Kong, pero el dueño era Siria.

No ocurre lo mismo con Cisjordania y Gaza. De un tiempo a esta parte la propaganda ha logrado que «la comunidad internacional» los considere «territorios palestinos», y ya en demasiados marcos, medios e instituciones de la ONU, se habla de «Palestina» como si ese Estado ya hubiera sido creado. Solo que no hay soberanía previa allí, Israel los conquistó en 1967 de manos de Jordania y Egipto respectivamente, los cuales tampoco eran soberanos allí para la ley internacional. La anexión de Cisjordania por Jordania tampoco fue reconocida internacionalmente. Y nadie, durante su respectiva ocupación de esos territorios, habló por entonces de «Estado palestino». Egipto nunca anexó Gaza, y Jordania «desanexó» Cisjordania en 1988.

Por eso, cuando leemos en los medios acerca de los asentamientos, vemos que «la comunidad internacional los considera ilegales». La comunidad internacional, no la ley.

Si lo que considera la comunidad internacional tiene fuerza de ley, ya es una discusión sobre usos y costumbres legales. Y cada quien se arroga el derecho de traer agua a su molino según sus creencias, pero no según los hechos. En mi opinión, los asentamientos pueden ser, si se mantiene una ideología de izquierda, «problemáticos», «una traba a la paz», «caros para el erario público», incluso «inmorales». Pero una sola cosa no son: ilegales.

Por eso, por la falta de soberanía en esos dos territorios, y por el hecho de que jamás hubo allí un Estado palestino al cual «devolvérselos», la palabra, llegado el tan anhelado acuerdo de paz, será: «entregar». Israel, en efecto, se comprometerá a «entregar» todos o parte de esos territorios a la Autoridad Palestina para que, por primera vez, haya allí un Estado palestino, y una soberanía de ese pueblo. Si es deseable o no, eso ya es política, y cada uno podrá ser, desde esta base de claridad de conceptos, fiel a su ideología. El firmante de estas líneas, por ejemplo, está a favor de la fórmula: «dos Estados para dos pueblos», y por lo tanto, de efectuar dicha «entrega» de territorios, y de tender a crear las condiciones adecuadas para ello (de ninguna manera repitiendo el trágico fiasco de la Desconexión).

De usos y abusos

Dicho todo lo anterior, un gobierno no debería utilizar instituciones públicas que son de todos, en beneficio de una ideología partidaria. Hay instituciones que tienen en Israel un prestigio que resguarda la democracia, junto con parámetros morales superiores, fuera de toda discusión, porque están, precisamente, más allá de las ideologías. Una de estas instituciones, por ejemplo, es la Corte Suprema de Justicia. Otra, en el campo de la cultura y lo civil, es el Premio Israel, conferido cada año por el Ministerio de Educación.

Por primera vez, para el año que viene, 2018, aniversario 70° de la creación del Estado de Israel, se entregarán premios especiales a personalidades que aportaron de modo singular a la construcción del Estado. Entre las categorías para estos premios de única vez, están: Industria, Sociedad y Comunidad, Tecnología e Innovación Aplicada y… «Agricultura y Colonización».

Este último se refiere a la construcción y desarrollo de los asentamientos en los territorios de Cisjordania. Los medios, entre ellos Mako (Noticias del Canal 2) explicó que la intención es, «al parecer, otorgar el Premio Israel a Zeev Jéver (alias Zambish), secretario general del movimiento «Amaná» («Pacto»), que se dedica a la construcción de asentamientos y puestos de población ilegal (no reconocidos por el Estado). Zambish es un activista conocido, que fuera miembro de la Resistencia Judía, la más grande organización de terrorismo judío religioso fundamentalista en la historia del país, que actuó en los años ’80. Afortunadamente, el gobierno y la sociedad israelí repudiaron a esta organización y el ejército israelí la aplastó, aunque solo después de que lograran perpetrar varios atentados contra palestinos.

El movimiento pacifista Shalom Ajshav (Paz Ahora) condenó el agregado de esta categoría y denunció que (el ministro de Educación Naftali) «Bennet ha convertido el Premio Israel en un premio a la Gran Eretz Israel… Conferir ese premio a pesar de que los asentamientos son controvertidos, demuestra que en Israel de 2017 la desvergüenza no tiene límites». También se denuncia que se trataría del tercer premio consecutivo a un colono de los territorios.

El Ministerio de Educación dio su respuesta oficial: «La afirmación de a quién se dará el Premio Israel no es correcta, y se origina en una confusión: por los 70 años del Estado se decidió conferir por única vez, premios adicionales a obras de vida, por logros extraordinarios, y por acciones inspiradoras. Ello se llevará a cabo en concordancia con el reglamento del Premio Israel: en años especiales, está permitido agregar premios, y así lo haremos también este año». Con aclaraciones así, vivan las confusiones. Pero ojalá sean erróneas las estimaciones, y el Premio Israel a la «Hitiashvut» se otorgue a alguien que ha mejorado la agricultura israelí dentro de la Línea Verde…

Pues el Premio Israel debería estar más allá de la división (algunos lo llamarían «grieta») de la sociedad israelí en sus ideas políticas. El Estado no debería otorgar premios políticos, ni de izquierda ni de derecha. Como lo diría la periodista Jana Beris en una charla reseñada en el post anterior, se trata de una continuación en la seguidilla de actos de gobierno que, si bien no minan la democracia israelí, la van envenenando a cuenta gotas.

La democracia israelí, y otros desafíos

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JANA BERIS: «LAS PROPUESTAS DE LEY DEL GOBIERNO NO MINAN LA DEMOCRACIA ISRAELÍ, PERO LA ENVENENAN»

El mayor desafío de Israel no es Hamás, Irán o Hezbollah, sino el de mantener a Israel, citando a Marcos Aguinis, como un «Estado imperfecto pero ejemplar», dijo la periodista Jana Beris en su conferencia brindada en OLEI-Modiin hace algunos días. Contó que para entender bien el proceso que estaba viviendo el país, consultó a dos juristas: la profesora Susy Navot y el doctor Amir Fucks. Ambos coincidieron en que la ola de propuestas de ley provenientes de diferentes ministros de gobierno están lejos de minar la democracia israelí, pero «envenenan» dicho carácter de Israel, al crear un clima determinado, preparar el terreno y crear consenso para desarrollos posteriores no deseables, haciendo daño aun cuando no sean aprobadas por la Knesset. De hecho, en efecto, Beris señaló que de todas propuestas de ley considerables como no democráticas, solo la Ley de Regularización de los asentamientos en los territorios fue aprobada. El resto fue rechazado o directamente no presentado por ser consideradass no constitucionales por el Asesor Letrado.

El último intento fue decididamente condenado, tanto por el Asesor Letrado Avijai Mandelblit como por el propio Presidente del Estado, Reuvén Rivlin, en su discurso en la inauguración del período parlamentario de invierno: la propuesta de ley impulsada por el jefe de la coalición, diputado David Bitán, que prohibiría investigar a un Primer Ministro en ejercicio por casos de corrupción (sí se permitiría en casos de homicidio o violación). En realidad fue la anteúltima. La ultimísima propone que la policía no pueda recomendar someter a juicio al investigado al término de sus investigaciones.

Otros intentos recientes son la Ley de Nacionalidad, que definiría a Israel, en lugar de «Estado judío y democrático», como un «Estado judío cuyo régimen es democrático». «No es lo mismo», dijo la periodista, «porque la democracia es mucho más que el hecho de votar; las minorías también deben ser respetadas, y no solo los árabes, sino toda minoría, incluidos los grupos de oposición política». Eso, por no hablar del intento de supeditar el carácter democrático al carácter «judío», cuando «judaísmo» es entendido mayormente en Israel como de corte religioso y, más específicamente, ortodoxo.

Beris, ex corresponsal de la BBC de Londres, corresponsal de La Razón de España, La Nación de Argentina, directora del Semanario Israelita uruguayo, entre otros medios, desarrolló también los dilemas de Israel frente al nuevo intento de unidad entre Fatah y Hamás. «Por un lado Israel decía que no podía negociar con los palestinos mientras no hubiera una dirección unificada que pudiera cumplir un acuerdo; ahora, si realmente se unen, lo que está por verse, el dilema es cómo negociar con un gobierno que incluye a Hamás, que se niega a renunciar a la violencia y llama a la destrucción de Israel». Y agregó, como para aclarar que ello va más allá del gobierno israelí: «Obviamente al primer ministro Netanyahu, este dilema le es muy cómodo y funcional, pues no necesita apurarse a negociar, pero eso no significa que el desafío sea menor».

El otro desafío israelí es lo que ocurre con Hezbollah e Irán en la frontera israelí norte. «No cabe duda que una próxima guerra con Hezbollah implicará enfrentarse a un arsenal de 150.000 misiles, con capacidad para lanzar 1.500 por día. Israel ya ha dicho que no permitirá bases de Irán en Siria, cerca del Golán israelí. Los analistas coinciden hoy en que los frecuentes incidentes con Siria ya trascienden las ‘balas perdidas’ o disparos no intencionales. Assad está envalentonado, a la luz de sus éxitos en el plano interno. Ha declarado: ‘No podemos estar mejor: Hezbollah combate con nosotros, Irán nos suple de armas y Rusia nos protege en el plano internacional’. Con semejante eje nos estamos enfrentando».

A Jana le encanta presentar claroscuros, así que frente a esos desafíos y amenazas relató acerca de numerosas luces: la atención médica a miles de palestinos de Gaza, en especial niños, en los hospitales israelíes, a quienes se efectúan operaciones a corazón abierto entre otros tratamientos especiales.

Otra buena noticia tiene que ver con la creciente integración en Israel de los sectores minoritarios, en especial el árabe musulmán, en el que crece una orgullosa generación de enrolados en el ejército israelí, sigue la de cristianos, que están abandonando la denominación árabe para pasar a llamarse «arameos». Uno de los soldados musulmanes le dijo: «Cuando ves lo que pasa en el Medio Oriente, te das cuenta que Israel es el mejor país del mundo para nosotros los árabes».

Concluyó diciendo que hay bases para seguir creyendo que Israel es un país «imperfecto pero ejemplar». Pero hoy se ha convertido en una responsabilidad de todos el garantizar que esto siga siendo así.

Medio Oriente e Israel, entre el radicalismo del sur, y el del norte

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El túnel de la Jihad, destruido por Israel, del lado israelí.

Por Marcelo Kisilevski

La desvergüenza de la Jihad Islámica de llamar a la explosión de su túnel el «crimen del túnel» no tiene límites. La explosión fue en territorio israelí, pues el túnel ya había pentrado en nuestro territorio, violando la soberanía de este país; y tenía intenciones violentas: matar civiles israelíes. ¿Qué esperaban? Pero que no los confundan con hechos: ellos son la parte herida, y han anunciado que planean una represalia para vengar el «crimen» de haber frustrado su plan terrorista. No solo lo anuncian. El coordinador de acciones de Tzahal en los territorios, Gral. Yoav (Poli) Mordejai salió anteayer con un video en árabe, para que se haga viral, en el que advierte a la Jihad que saben de su plan, y los previno, y por elevación al Hamás también, de que tal acción tendría un costo demasiado alto como para llevarla a cabo.

Dicho sea de paso, si hicieran un somero análisis de costo y beneficio, los radicales islámicos en Gaza deberían entender que el método de los túneles, más que épica de resistencia, no les ha dado nada. Y frente a la situación a la que han llevado a la población de Gaza, incluso lo de la épica sería fácilmente puesto en tela de juicio. No por nada Hamás ha hecho el intento más serio hasta ahora de reconciliarse con Fatah. Como era de prever, también este nuevo intento comienza a desbarrancarse, pero Hamás ha dejado en claro de varias maneras que no está interesado en una escalada de violencia contra Israel en este momento, y el episodio del túnel, provocado por sus opositores de la Jihad, lo ha puesto en nuevos problemas.

La tensión mayor, sin embargo, es en el norte israelí. En el Líbano ha renunciado el primer ministro, el sunita Saed Hariri. Aparentemente fue un apriete de Salman, rey de Arabia Saudita, por no cumplir con el compromiso de constituir un bastión sunita en el Líbano contra el avance voraz de Hezbollah, que se ha apoderado virtualmente del país de los cedros. Y Hezbollah es el proxy de Irán, archienemigo de Arabia Saudita, y está poniendo demasiadas fichas en plantar banderas en el mundo árabe. Construye un eje que va desde el Golfo Pérsico, pasando por la mitad chiíta iraquí, la Siria de Bashar Asad y el Líbano «hezbollahizado» hasta el Mediterráneo. Más allá, otra bandera clavada en la Península Arábiga, en el Yemen, donde los hutíes, un grupo chiíta apañado por Irán, ha conquistado la capital yemenita Sanaa.

Todo este rompecabezas mesoriental, dinámico y en evolución, deja a Israel colocado entre el islam radical sunita en el sur, y el islam radical chiíta por el norte. Ambos poseen cuantiosos misiles de corto y mediano alcance, capaces de cruzar prácticamente todo Israel. No todo es oscuro: el mundo sunita moderado -el Egipto de A-Sisi en el sur, Jordania, la Autoridad Palestina de Abbas y la Arabia Saudita del inusitadamente activo Salman-, están junto con Israel en esta vuelta. Por dónde estallará la contienda primero, eso ya es cuestión de lecturas. Pero habrá contienda,  coinciden los analistas, pues todos los bandos están afilando sus espadas.