TRUMP Y JERUSALÉN: ¿UN AUDAZ O UN DEMENTE?

TrumpJerusalem

Por Marcelo Kisilevski

La decisión de Trump es la corrección de una extraña anomalía: todo país soberano tenía el derecho de fijar su capital, menos Israel. La pregunta no es por si la decisión es correcta, sino por su timing. ¿Qué consecuencias podría tener para la paz con los palestinos y las relaciones con los países sunitas frente al desafío iraní? ¿Puede haber violencia y muertos? Si es así, ¿valía la pena una decisión semejante, que no pasa del terreno simbólico? ¿Trump es un audaz, o un elefante demente en un bazar?

1) LA DECISIÓN DE TRUMP ES LA CORRECTA

Primero, ¿en qué consiste la decisión de Trump? Es una decisión por default: más que hacer algo, es no hacerlo. Una ley del Congreso norteamericano de 1995 ya determinaba que Jerusalén es la capital israelí, y llamaba al Ejecutivo a mudar la embajada a esa ciudad. La ley, eso sí, tenía un apartado al que llaman “waiver”, exención, de hecho una postergación de medio año: si el presidente firma el waiver cada seis meses, la ley no debe ser ejecutada. Tres presidentes, desde entonces, han firmado religiosamente el waiver dos veces por año. Ayer, Trump anunció que dejaba de firmarlo, y que la embajada sería mudada a Jerusalén, por fuerza de la ley de 1995. Eso es todo.

El reconocimiento del presidente Donald Trump de Jerusalén como capital de Israel es la corrección de una anomalía: Israel es el único país soberano que tiene una capital sobre la cual el resto del mundo le dice: «No, no lo es. Es Tel Aviv, y allí pondremos nuestra embajada». Es una locura. Es como si todo el mundo comenzara a decir que los países, por fuerza de su soberanía, no pueden fijar su capital, y comenzaran a decirle a, digamos, la Argentina, que Buenos Aires no es la capital, sino Rosario. Nunca hubo discusión sobre la soberanía de Israel sobre la parte occidental de Jerusalén. ¿Hay disputa sobre la parte oriental? ¿Qué tiene que ver? El mundo no tiene por qué meterse ni tomar partido: se arreglará en negociaciones. Quien esto firma está a favor de una solución negociada para dar algún tipo de expresión al reclamo palestino de una expresión soberana en Jerusalén, incluida la posibilidad de la fórmula Clinton: “una ciudad, dos capitales, para dos pueblos”. Pero eso no tiene nada que ver con Jerusalén occidental, cuya soberanía es ya reconocida por los acuerdos de cese el fuego de Rhodas en 1949 con Jordania y demás países árabes, y desde entonces por el mundo. Embajadas, parece, fue demasiado para este, y eso es lo extraño.

Jerusalén es la capital, también, de modo efectivo: todas las instituciones de gobierno están allí. ¿Cuál es la idea de colocar una embajada en otro lugar, solo porque el país tiene un diferendo limítrofe? Llevado al extremo, es como si el mundo retirara sus embajadas de Santiago de Chile y de Perú, y las pusieran en Valparaíso y Cuzco respectivamente, solo porque no arreglan sus asuntos limítrofes y/o le dan salida al mar a Bolivia. Más al extremo aún, países que decidan retirar sus embajadas de Brasilia y trasladarlas a Río de Janeiro, porque Brasilia es una capital artificialmente creada; y porque es aburrida, y en Río hay playas y carnaval. Cualquier razón justificar que los países se metan unos en las decisiones soberanas de otros. Pero se meten solo con las de Israel. Raro, ¿no?

Se aduce la sensibilidad de Jerusalén como centro de los tres monoteísmos. ¿El mundo tiene miedo que esta definición cercene los derechos religiosos de los demás credos? Me disculparán, pero en los hechos, la única época en la que hubo y hay libertad de culto es bajo soberanía israelí. En todas las demás épocas ha habido problemas. Por supuesto los ha habido en las épocas musulmanas, la última de ellas la jordana, entre 1949 y 1967, cuando los judíos no podían rezar en el Kotel. El mito de “Al Aqsa está en peligro” es solo eso: un mito urbano, fogoneado desde los años ‘20 del siglo 20 hasta nuestros días. En los hechos, el Waqf (autoridad religiosa musulmana sobre los lugares sagrados) es una especie de isla de soberanía musulmana en Jerusalén, donde la jurisdicción israelí existe, pero no se ejerce.

2) LA DECISIÓN DE TRUMP ES PROBLEMÁTICA

¿La decisión de Trump puede traer problemas? Claro que sí. La discusión no es por la esencia de la decisión, que es justa y correcta, sino por el timing. El presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas ya ha “despedido” a EEUU como mediador en el proceso de paz entre Israel y los palestinos. Cabría preguntarse qué proceso de paz había antes de la decisión. Pero no nos confundamos con hechos.

Obama, en mi opinión, tenía mejores chances como mediador “imparcial”: era rechazado por Israel, por percibirlo como propalestino, y por los palestinos, por la tradicional amistad de EEUU con Israel. Su último acto en tal sentido, antes de bajarse del escenario de la historia, fue también decidir “no hacer”, cuando se abstuvo de poner veto a una grave sanción del Consejo de Seguridad de la ONU que calificaba a los asentamientos de toda Cisjordania, incluida Jerusalén, como ilegales. Al mismo tiempo, fue el gobierno norteamericano que más ayuda otorgó a Israel en dinero y armas. Desde esa actitud, tenía más posibilidades de traer a las partes a la mesa de negociaciones. El de su secretario de Estado, John Kerry, en 2014, fue un intento serio. Sin embargo, fracasó estrepitosamente, como tantos intentos anteriores. 

Desde el desastre que les implicó la Intifada de Al Aqsa, desde la muerte de Arafat y su mejora en la calidad de vida a partir de 2005, los palestinos de Cisjordania parecen haber decidido por la vía diplomática o no violenta para tratar con Israel. Ante los sucesivos operativos israelíes en Gaza, el Hamás nunca logró incitar efectivamente a una Tercera Intifada. Los cisjordanos protestaron contra la ocupación, donaron arroz y mantas a sus hermanos palestinos, pero de salir a la calle con piedras, ni hablar. La última ola de atentados con cuchillos y atropellamientos, fue un juego de niños al lado de las verdaderas Intifadas y la era de los atentados suicidas. La pregunta es si eso será cierto también esta vez. En los hechos, los últimos conatos de violencia cisjordana no fueron en los territorios de la Autoridad Palestina sino en Jerusalén oriental, véase el caso de los detectores de metal en la Ciudad Vieja. Allí, los palestinos no están bajo la AP sino bajo Israel, en una relación de amor-odio. Veremos si la parte de odio en la relación se reedita también esta vez, y cuánto dura. Por las dudas, Trump pidió a Israel festejar moderadamente su anuncio, no provocar a las fieras. Y también a los palestinos les pidió llamarse a sosiego, que su anuncio podía constituir buenas noticias también para ellos: sigo apoyando la solución de dos Estados, y los intereses de ambas partes, incluso en Jerusalén, les dijo. Del Monte del Templo, dijo que se llama también «Al-Jaram Al-Sharif«.  

Mientras tanto, en Gaza, Hamás amenaza (cómo no) con violencia, y asegura que “Trump ha abierto las puertas del infierno”. ¿Logrará arrastrar esta vez a los palestinos, que quieren dar una vuelta de página de su era violenta, a una Tercera Intifada? Es dudoso, pero no imposible. Trump ha decidido no dejarse extorsionar. Las amenazas de violencia, o el hecho de que habrá muertos, dice, no debe dictarnos políticas de Estado. Véase la actitud de Trump en el caso norcoreano. ¿Un tipo audaz, dueño de una firmeza sin precedentes en la historia política mundial, o un demente?

Queda por saber qué actitud tendrán, en los hechos, los países sunitas moderados, alineados, en secreto a voces, con Israel y EEUU en contra de su verdadero enemigo, Irán. La decisión de ayer pondrá a prueba la fragilidad o fortaleza de esa alianza. Mi opinión es que la alianza sunita-israelí-norteamericana es mucho más fuerte que cualquier acto simbólico como lo puede ser el traslado de una embajada. Hay muchos intereses, dinero y enemistades atávicas (mucho más atávicas que el antisionismo) puestos en juego. Los egipcios, jordanos y sauditas atacarán verbalmente la decisión, pero no mucho más. El único que parece querer ir más lejos, quizás por no tener hoy por hoy problemas con Irán, es el presidente de Turquía, Recyyp Erdogán, que ha anunciado que esta medida llevaría a su país a romper relaciones con Israel. Veremos cómo sigue eso.

Trump dijo ayer que el repetido no reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por miedo a que eso aleje la paz se parece al método del loco, que repite una y otra vez la misma actitud esperando consecuencias diferentes. Ese no reconocimiento no ha acercado la paz ni siquiera en un centímetro. A 22 años de la ley del Congreso, y de dar intentar siempre lo mismo esperando resultados distintos, hoy probamos otra cosa.

3) LA DECISIÓN DE TRUMP ES HISTÓRICA

La discusión por la decisión de Trump no es de esencia sino de timing. Seguramente, el mandatario estadounidense está movido por intereses que tienen que ver más con su situación doméstica, ante el peligro de impeachment y destitución, y con distraer la atención de esos problemas, que con un sincero deseo de cumplir promesas electorales a sus votantes. De hecho, dicen sus críticos, es la única promesa electoral, de cientos que formuló en su campaña, que se siente en condiciones de cumplir. Con todo el resto le ha ido muy mal.

Mi opinión al respecto es que eso no le quita ni le saca valor a la decisión. Por un lado, nunca habrá «timings» correctos, porque todos estos asuntos son y serán siempre complejos. Segundo, prácticamente todas las decisiones políticas de peso en el mundo, han estado siempre teñidas de motivaciones espurias, más personales que de fondo. Parece que es así como avanza la historia. Siempre hay coyunturas, situaciones, atenuantes, enfrentamientos personales. Decisiones de Estado que un mandatario toma para esquivar a la justicia (véase Sharón en la Desconexión de Gaza), o para no tener que ir a elecciones, o para superar a un opositor en las internas, o todo tipo de pequeñeces y politiquerías por el estilo. Esta no es la excepción.

Por eso, más que buena o mala para la paz, más que si el timing es valedero o no, más que si es traerá violencia o no, el calificativo más seguro para la decisión de Trump de ayer, es: histórica, y correcta en esencia. Nadie puede predecir el resto.

Hoy, Conferencia de París, hoy

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Biniamín Netanyahu y Francois Hollande. El israelí le surigirió al francés, en su último encuentro, que anule el foro internacional de hoy y que, en cambio, dedique una sala donde se puedan sentar a solas él y su par palestino Mahmud Abbas para cerrar trato sin precondiciones.

Por Marcelo Kisilevski 

¿Cuál es la agenda de cada uno de los actores en este nuevo capítulo de la telenovela llamada «proceso de paz», en que los actores secundarios del culebrón intentan lograr algún tiempo de pantalla?

Cuando se realiza cualquier conferencia en pos de la paz, se supone que debemos alegrarnos. Quien esto escribe se alegró mucho con la Conferencia de Paz en Madrid en 1991, pues era la primera vez que israelíes y árabes se sentaban en una misma mesa y en público a hablar del futuro compartido en esta región. No salió nada de allí, salvo un precedente para lo que después sería Oslo. Luego, en 1993, con el apretón de manos entre Rabin y Arafat, muchos nos emocionamos de verdad. Hoy se reúnen nada menos que 72 países en París, bajo los auspicios del presidente Francois Hollande para intentar romper la brecha hacia la paz entre israelíes y palestinos… sin los unos ni los otros. El principal problema de esta conferencia es la experiencia que tenemos tanto protagonistas como testigos: después de tantos años de intentos fallidos, nadie cree -de antemano- una sola palabra de lo que pueda salir de allí.

En breve -porque ni siquiera vale la pena el río de tinta digital, hay otras cosas que hacer- este sería el esquema de las motivaciones de cada actor en este nuevo sketch de la política internacional.

Francia y demás participantes: volver al ruedo como los hacedores de la paz. Algunos de ellos haciendo gala del mismo pacifismo europeo poscolonial multiculturalista de siempre. En el mejor de los casos, buena gente con buenas intenciones. En lo concreto, emitirán una declaración meramente declarativa (valga más que nunca la redundancia) en la que llamarán a las partes a renovar su compromiso con la solución de dos Estados y a renegar de sus respectivos funcionarios de gobierno que se oponen a ella, como lo reveló el matutino Haaretz. También, advertirán a la entrante Administración Trump de no trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén. «Sería una decisión unilateral que puede escalar la violencia en el terreno», dijo a Reuters un alto diplomático francés. «Cinco días antes de asumir su mando como Presidente, no es nada despreciable que más de 70 países se reúnan para llamar a la solución de dos estados, cuando su Administración podría implementar medidas controvertidas que podrían provocar una escalada». ¿Llamar a dos estados y advertir a Trump contra el traslado de la embajada? ¿Para eso se reúnen hoy 72 países en París? Parece que sí.

EEUU: También John Kerry, secretario de Estado norteamericano, asistirá. Cinco días antes de terminar su carrera y la de Obama, la idea es reforzar el discurso del primero, hace unos días, en el que predicara su doctrina moral, principalmente contra el premier israelí Netanyahu, sobre las culpas del no avance del proceso de paz. También, intentar comprometer a la próxima administración con algún otro hecho consumado, tal como lo hiciera esa potencia con el no veto a la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad. Como dijimos en una entrega anterior, Obama y Kerry intentan diseñar su paso a la historia como hacedores de la paz, y poner un alto precio a sus futuras conferencias en universidades y foros internacionales, donde podrán enseñar cómo no lo lograron… claro está, por culpa de otros.

Autoridad Palestina: no asiste, en parte por la negativa de Netanyahu a hacerlo, y en parte porque Israel no ha cumplido la precondición palestina de cesar la construcción en los territorios. Cuando, en tanto, Israel continúa construyendo -a paso lento, solo en asentamientos existentes, y solo en los bloques junto a la Línea Verde, pero construye- cabe preguntarse qué esperan los palestinos. Una de las respuestas de los analistas es que se trata de una excusa para no cerrar trato jamás por un Estado palestino que se extienda solo por Cisjordania y Gaza. Por default eso implicaría reconocer a Israel que, en términos del islamismo radical que infesta la sociedad palestina, es «una soberanía no musulmana sobre Dar El-Islam», la morada del islam, que es tierra sagrada. Desde esta perspectiva, Mahmud Abbas, presidente palestino, temería que la solución de dos estados, con todo lo que él pueda apoyarla verbalmente, no solo dictaría su propia muerte -tal como le ocurriera a Anwar El-Sadat- sino el estallido de una guerra civil palestina, lo contrario de lo que se quiere lograr, a saber, la paz. Lo que quedaría, pues, sería el status quo, mantener las cosas más o menos como están, manteniendo bajos los decibeles de la violencia, y con logros diplomáticos simbólicos en la arena internacional que menoscaben la legitimidad de Israel, pero no mucho más. Fuentes periodísticas en Israel indicaron que la intransigencia palestina podría reducirse con la nueva Administración en Washington, ante el temor de un Trump demasiado pro-israelí. Entonces se avendrían a negociar, sin precondiciones y a precios reducidos. Suena a wishful thinking, pero el tiempo dirá.

Israel: No acepta negociar con precondiciones, recuerda a quien quiera escuchar que Arafat no esperó a que este país dejara de construir para negociar con él durante todos los años de Oslo, por lo que la precondición palestina suena a excusa para no cerrar trato por la creación de un estado palestino que se extienda solamente por Cisjordania y Gaza. Recuerdan, como evidencia, que en 2009, ante las presiones de Obama luego del discurso de El Cairo, Israel congeló la construcción en los territorios por 10 meses, sin que la Autoridad Palestina insinuara siquiera una vuelta a la mesa de negociaciones. Por otro lado, el gobierno israelí entiende que, históricamente, los foros multilaterales -empezando por el mencionado Madrid 1991- jamás aportaron a la paz, y que solo negociaciones directas, basadas en el intento de satisfacer necesidades e intereses realistas de las partes, han servido para impulsar los procesos, y no «circos de la paz» que solo ayudan a que sus organizadores y asistentes salgan bien en las fotos.

Pero hablar de la paz siempre es positivo. Feliz día de la paz para todos.

 

 

Caso Ghattas: así funcionan los titulares, Sr. Lapid

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Por Marcelo Kisilevski

Lapid puede tener una mejor idea de cómo tratar al diputado de la Knesset Basel Ghattas sospechado de colaborar con terroristas. Pero Netanyahu tiene mejor idea de cómo tratar a la opinión pública.

Esto no es una lección de política, sino de medios. Observe el lector cuántas palabras lleva a continuación hacer quedar bien a Lapid. A Netanyahu le lleva solo una: «izquierdista», para referirse a Lapid.

No es secreto que Yair Lapid, líder del partido Yesh Atid (Hay futuro), ha estado adoptando posturas de derecha que puedan competir en una futura elección por la primera magistratura del país contra el por ahora imbatible Biniamín Netanyahu. Éste, por su parte, ha encontrado una manera de bloquearlo ante la opinión pública.

Esta semana la policía ha anunciado que sospecha que el diputado Basel Ghattas, de la Lista Árabe Unificada, habría contrabandeado celulares a terroristas presos de alta seguridad en una cárcel israelí, junto con delicada información de seguridad. El operativo de seguimiento habría tenido lugar durante meses, y habría involucrado escuchas a llamadas de terroristas que nombraban a Ghattas como el responsable de llevarles el material. Siguieron al miembro de la Knesset en su visita a dos de ellos, y luego catearon a los dos visitados, hallando el material prohibido.

Inmediatamente empezó el buzz mediático, los diputados de la derecha comenzaron su danza de linchamiento político, y surgieron los llamados en el gabinete a activar la ley de destitución de la Knesset, aprobada hace poco para casos como el de la diputada árabe Janin Zuhabi. Según la ley, para lograr el tratamiento del caso bajo dicha ley harían falta 70 firmas de diputados, con la condición de que 10 de ellos sean de la oposición.

Lapid anunció que no estamparía su firma en el formulario (aunque negó que hubiera ordenado a sus diputados no firmar), y explicó que tenía otra idea mejor: que el Asesor Letrado de la Knesset gestionara el retiro de la inmunidad parlamentaria de Ghattas, posibilitando que este sea sometido a juicio sin más dilación.

Pero Netanyahu, rápido como el rayo, se quedó con la primera parte de la postura expresada por Lapid: que «se opone a la destitución». Dijo: «Me desepciona pero no me sorprende. Porque Lapid es un izquierdista que lidera un partido izquierdista; el electorado ya dará su postura». Porque Netanyahu entiende el juego, y sabe perfectamente que Ghattas es solamente una ficha en el tablero. La seguridad de Israel está también, pero después.

Lapid intentó desprenderse de la Llave Nelson: «¿De veras? -reza el comunicado del partido Yesh Atid- ¿Por qué no se dejan de molestar con ese truco gastado? Primero lo llamaron a Bennet (Hogar Judío) izquierdista, luego a (Avigdor) Liberman, a (Moshé) Buggy Yaalón, e incluso al Jefe de Estado Mayor Aizenkot izquierdistas. ¿Ahora también a Lapid izquierdista? Es un truco estúpido y patético».

Más temprano había explicado Lapid: «Si las sospechas contra Ghattas se confirman, hay que suspenderlo de la Knesset. Para acelerarlo he acudido al Asesor Letrado para que actúe de inmediato para retirar la inmunidad parlamentaria de Ghattas».

Para él, la iniciativa que se cocina en el gabinete es «estúpida». «He escuchado también que hay una iniciativa para activar la ley de destitución. Discúlpenme, pero es una iniciativa idiota. Así no se lucha contra alguien que colabora con el terrorismo. Llevará tres años de procedimientos judiciales y trabará cualquier otro proceso. Si Ghattas hizo lo que se sospecha que hizo, es un traidor miserable que debe estar en la cárcel, y no pasear por el mundo por los próximos tres años contando el cuento de que lo persiguen políticamente».

Explicación contundente si las hay. Tiene un pequeño problema: el titular que él ha creado para los medios con sus propias manos lo es más aún: Lapid no apoya la «destitución». «Izquierdista», remata Netanyahu. Jaque mate.

 

Bibi, el grande. Y su esposa. Y su hijo

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Por Marcelo Kisilevski

La estatua dorada en tamaño natural de Biniamín Netanyahu, del artista Itay  Zalaít, se elevaba cuatro metros y medio (sumando su pedestal) en medio de la Plaza Rabin en Tel Aviv, esta semana. Dice que lo hizo como una instalación artística para generar el debate sobre la libertad de expresión. Los más cínicos dicen que fue para obtener de una vez sus quince minutos de fama. Fue sin permiso municipal, en medio de la noche, y la gente que pasaba se desayunaba a la mañana con la extraña visión. Algunos se rieron, otros se enfurecieron, todos hicieron selfies, y después de unas horas, un ciudadano iracundo la volteó y entre varios la destrozaron. Más que una muestra artística con debate, se pareció al volteo de las estatuas de Lenin al fin de la Guerra Fría, la de Saddam Hussein luego de la Guerra del Golfo II, o la de Khadafi en Libia como resultado de las tristemente célebres Primaveras Árabes.

Las estatuas para el debate no son un invento del artista israelí. Hace unos días nomás, después de la elección de Trump en EEUU, una banda de artistas de grafitti colocaron estatuas de un Trump desnudo en diversos lugares del país.

El tema es que a Bibi esto todavía no se le había ocurrido, y la pregunta es: ¿habrá disfrutado con la visión de su figura dorada al viento, en pleno centro de Tel Aviv? ¿O habrá pensado nuevamente en qué dirán de esto quienes lo acusan de tener alguna responsabilidad en el asesinato de Rabin?

De un modo u otro, lo seguro es que nuestro Bibi sí piensa en su grandeza. No por nada ha batido en estos días el récord, ostentado hasta ese momento por David Ben Gurión, de ser el Primer Ministro que más días seguidos ocupó el cargo máximo del país.

También lo piensa su esposa. Según reporta la revista The Marker, Sarah Netanyahu dijo, también esta semana, que hablaba de su hijo, Yair Netanyahu, como próximo Primer Ministro luego de su padre. Citando a una fuente de la Oficina del Primer Ministro, la revista cuenta acerca de la influencia creciente del retoño, de apenas 25 años de edad, en las posiciones de su padre. Como ejemplo, cuando lo del soldado Elor Azaría, juzgado en estos días por disparar a un palestino moribundo en el suelo en Hebrón, luego de que éste intentara acuchillar a un soldado, Netanyahu emitió una condena a la conducta del soldado luego de que otros encumbrados, como el mismo Jefe de Estado Mayor Yoav Galant, hicieran lo propio. Pasó el fin de semana, Netanyahu lo disfrutó en familia, y el domingo por la mañana Bibi habló de otra manera, respaldando al soldado. Dicen los que saben, que ya es lugar común en la Oficina del Primer Ministro ser testigos de estos cambios de postura política por parte de su jefe, luego de pasar por casa para el Shabat.

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Biniamín Netanyahu visita el Kotel luego de su triunfo en las últimas elecciones. A su lado, su hijo Yair.

En el despacho mayor del país, llaman a Yair «el hijo de Sarah». Es que ella sabe también enervar a todo el entorno del premier, y muchos analistas en Israel están preocupados cada vez más por su posible influencia en decisiones políticas importantes.

Sarah fue interrogada por la Policía de Israel durante doce horas esta semana por supuestos actos de corrupción, pequeños pero muchos, del tipo de invitar a comer a sus amigos y pagar de la caja pública. En la Oficina del Premier ya están acostumbrados a sus frecuentes ataques de ira, y ahora también la imita el pequeño Yair, capaz de estallar si algún asesor contradice la postura de su padre en tal o cual cuestión.

Después del fiasco de Itzjak Herzog al frente de la oposición, queda claro que tenemos Bibi para rato. Mejor dicho, Bibi y familia. Esto no implica que su gobierno sea malo. Muchos, incluso en la oposición, dicen que al contrario.

Pero queda la pregunta de si, en temas como el conflicto con los palestinos, las cosas serían diferentes con otro premier, y ya otro Yair, en este caso Lapid, del partido Iesh Atid (Hay Futuro) está igualando a Netanyahu en las encuestas, y podría ganar si las elecciones tuvieran lugar hoy.

Pero hasta que ello ocurra, la pregunta que queda flotando, a la sombra de los Netanyahu, es por la salud de la democracia israelí.

 

 

 

 

RABINO REUVÉN BIRMAJER Z»L, ARGENTINO ISRAELÍ, ASESINADO EN JERUSALEM: LA OLA TERRORISTA PALESTINA NO CESA

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Las 28 víctimas de la actual ola de terrorismo palestino. Rabino Reuvén Birmajer Z»L, fila inferior, segundo desde la derecha.

Por Marcelo Kisilevski
No hay una «ola de violencia» en Israel y la ANP. Es terrorismo palestino, y la respuesta israelí correspondiente. Los conflictos deben ser juzgados por quién es el agresor, no por quién es el débil. Es como si llamáramos «ola de violencia» a los últimos atentados de ISIS en Francia y los operativos para dar con los terroristas y matarlos. Nadie habló allí de «ola de violencia». La debilidad no otorga automáticamente la razón, y el malestar socio-económico-político no engendra automáticamente terrorismo. La pobreza no engendra automáticamente terrorismo, como lo dijo el Papa. Pregúntenles a los haitianos, a los zimbabweanos, o a los congoleños, o a los pobres de cada país latinoamericano. La no independencia política tampoco. Pregunten a tibetanos o a catalanes, entre tantos otros. Si así no fuera, el planeta entero se dividiría en terroristas y sus víctimas. Occidente debería cuestionar la responsabilidad del débil en este conflicto, que aunque no la vean, también está.
No es que no haya problemas ni conflicto. Pero, ¿qué les pasó a las manifestaciones con carteles y cánticos con rimas ingeniosas? Matar y llamar a eso «manifestación de un pueblo», es no solo contrapruducente para ese pueblo, sino intelectualmente torcido. Algo no está bien con ese pueblo, algo no está bien con quienes lo apoyan desde Occidente, por acción u omisión.
A las 13.10 de ayer, hora israelí, dos terroristas palestinos perpetraron (no «protagonizaron») un ataque con cuchillos en pleno Shaar Yaffo, en el centro de Jerusalén. Mataron al rabino Reuvén Birmajer z»l, hermano del escritor argentino Marcelo Birmajer. Vivía en Kiriat Yearim, cerca de la capital israelí, 45 de edad, 7 hijos. Soldadas de la Guardia de Frontera abatieron a los dos terroristas, pero con los disparos mataron por error a Ofer Ben Ari, 46 años. Birmajer era docente en la ieshivá (casa de estudios rabínicos) Esh Hatorá en el barrio judío de la Ciudad Vieja, cerca del Kotel. Enseñaba a los hispano parlantes allí. Su director dijo que «Reuvén era un tzadik (justo), recto, inocente y lleno de fe. Todos sus alumnos lo amaban». El atentado lo perpetraron dos terroristas con nombre y apellido: Annan Hamed (19) e Isa Assaf (20), del campo de refugiados Kalandia.

Las 6 capas de la ira palestina

Cuchillo Facebook

Por Marcelo Kisilevski
La ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario. 

El Shin Bet pisó por fin el acelerador esta semana en su persecución del terrorismo judío. Si algo faltaba en toda esta saga de terrorismo palestino avalado por el establishment de Abu Mazen, tanto por acción como por omisión, y de terrorismo judío condenado por gobierno y sociedad israelíes, era el arresto de los responsables del atentado terrorista de este verano. En efecto, autorización mediante, los medios pudieron publicar la noticia del arresto de tres sospechosos del asesinato de la familia palestina Dawabshe, incluido el bebé Ali, de un año y medio, incinerados vivos en su casa en Duma el último 31 de julio.

Pertenecen a Tag Mejir (Etiqueta de Precio), un movimiento bastante oscuro cuyo grado de organicidad está en discusión, compuesto por jóvenes judíos de ultraderecha religiosa, tercera generación de la empresa de asentamientos en los territorios. Para el que todavía suponía que sus actos se limitaban a pintadas, o como mucho al incendio de alguna iglesia vacía, el asesinato también entra en su lista de compras con etiquetas.  Los israelíes en su monumental mayoría esperamos que se haga justicia, que los responsables pasen el resto de sus días en la cárcel, y que estos hechos no vuelvan a ocurrir jamás. Por supuesto, no en nuestro nombre.

Pero la ira palestina no empezó allí. Tampoco en el asesinato, el año pasado, del adolescente Mujamad Abu Khder, perpetrado por un hombre de 30 años y dos adolescentes, en venganza por el asesinato de los tres jóvenes israelíes, Naftali, Eial y Guil-Ad, en la víspera del operativo Margen Protector. Tampoco se origina en la leyenda de «la mezquita de Al Aqsa está en peligro».

Según el periodista Najum Barnea, de Yediot Ajaronot, la ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario.

La primera capa es la leyenda fraudulenta de: «La mezquita de Al Aqsa está en peligro». Cada tantos años echa a andar una acusación explosiva como falsa acerca de que los judíos o Israel intentan minar los cimientos de la mezquita, y el mito, como suele ocurrir con los mitos  populares,  produce resultados. El primero en lanzarlo y recoger los frutos de la manipulación fue el nefasto Hadj Amín El Husseini, el famoso Mufti de Jerusalem, ya en los años ’30 del siglo pasado. Y sigue con nosotros, de modo que no cabe esperar que desaparezca pronto. Pero el mito fue el detonante. Ya pasó hace tiempo, y dejó tras él una estela de acuchillamientos diarios cuyo fin no se ve a la vista. Porque la ira palestina tiene otras capas.

La segunda capa es, dice Barnea, la conciencia de que la situación en el terreno no va a cambiar. Se refiere al congelamiento en el proceso de paz, la falta de desarrollo en la Autoridad Palestina y la continuada presencia militar israelí en los territorios . Ni la paz está a la vista, ni la mejora en sus condiciones de vida.

La tercera, el anuncio de Mahmud Abbas (Abu Mazen) de que ha decidido retirarse. Ello ha desatado una guerra de sucesión, que obliga a sus candidatos a extremar sus posturas, sus declaraciones y su incitación a la violencia martirológica.

La cuarta capa de la ira palestina es la decepción y frustración por el desempeño de la Autoridad Palestina. «Ustedes no manifiestan logro alguno», dice la calle. «Corrupción, en cambio, sí manifiestan».

Palestinos globalizados y palestinos islamizados

La quinta capa es el surgimiento de una nueva generación de palestinos, cientos de miles de jóvenes con formación pero desocupados, o que trabajan en empleos de ocasión, movidos por la ira. No temen al «Capitán Roni» del Shin Bet, no respetan a Abu Mazen, hacen pito catalán al liderazgo, a las organizaciones y al liderazgo tradicional, se rebelan contra la autoridad familiar, y están persuadidos de que ha llegado su hora.

Agreguemos a lo expuesto por Barnea: la revista Foreign Affairs ha publicado una encuesta realizada en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que avala la cuarta y quinta capa de de la ira palestina. Según el sondeo, el 58% de jóvenes palestinos entre 18 y 28 años de edad, que son los hijos de la generación de Oslo, han abandonado la visión de un Estado palestino y abrazan hoy en día la de los derechos civiles. «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado en traernos un Estado. Déjenlo, no tiene caso. Busquemos ahora la ciudadanía, en un país normal donde podamos trabajar en lo que nos hemos formado, donde tengamos paz, libertad de movimiento, crecimiento económico individual, calidad de vida, incluyendo viajes al exterior, tecnología, buena educación para nuestros hijos», dicen.

Y esa ciudadanía en un país normal y desarrollado no puede ser otra que la israelí, porque la del Estado palestino es solo garantía de corrupción, pobreza, violencia intestina y con Israel. Personalmente he escuchado a numerosos palestinos que dicen: «Un árabe de Nazareth o un beduino del Néguev tiene ciudadanía, trabaja y cobra altos salarios, y hasta va al ejército. ¿Por qué yo no puedo? Un Estado palestino es inviable. Todos acá añoramos los tiempos anteriores a 1987 (la primera Intifada), ahora muchos se dan cuenta lo bien que estábamos y quieren volver la rueda atrás. El que gobierne tiene que ser Israel, porque si esta Autoridad Palestina es corrupta e inepta así como está, imagínate lo que será un Estado en el que tengan más poder y dinero: será una catástrofe para el pueblo». Lo dicen en voz baja, en cuartos cerrados, en encuentros interculturales sin cámaras. Muchas veces no asisten a los encuentros, por miedo a ser vistos como traidores por hablar con judíos.

Que se entienda bien: no se trata de la vieja «guerra de los vientres» planteada por Arafat en su momento, según la cual no hacía falta combatir con las armas sino con la demografía en la que Israel desaparecerá por número de partos. Aquí se trata, en cambio, del abandono de la causa nacional por la de la normalización, el consumismo y la globalización: ser de una vez por todas ciudadanos normales en el mundo de Facebook y iPhone. Pero para el Estado de Israel, que depende de su mayoría judía para seguir llamándose «judío y democrático», el resultado es el mismo.

Por eso concluye la revista Foreign Affaires: la visión palestina de un solo Estado que se llame Israel, donde todos sean ciudadanos que disfruten de las bondades del primer mundo, podría empujar a la derecha israelí, precisamente, a abrazar la solución de la izquierda y pisar el acelerador hacia un Estado palestino en las fronteras de 1967 con intercambio de terrirtorios, y que ellos, los palestinos, se cocinen en su salsa. Es la solución de dos Estados, pero por derecha.

En mi opinión se trata de wishful thinking (pensamiento político iluso) del Foreign Affaires. Entre otras cosas, porque el desarrollo se completaría con otro, que es la otra cara de la misma moneda: el crecimiento del islam radical en esa misma calle palestina, al compás de lo que ocurre en todo el Medio Oriente. Pero eso no quita interés al proceso complejo que se percibe en los territorios, descrito aquí desde varios ángulos.

Volviendo a Najum Barnea, la sexta capa de la ira palestina es el roce cotidiano con los colonos judíos. El odio, enfatiza el veterano cronista, es recíproco. Unos tiran piedras, otros queman árboles.

La oficialidad israelí se consuela con el número relativamente pequeño de participantes en las manifestaciones y con el hecho de que, mientras la gente no salga a las plazas y el Tanzim (brazo armado del Fatah) no desenfunde sus armas, no hay Intifada. Pero para Barnea se trata de una visión anacrónica. La plaza del pueblo se ha trasladado hace tiempo a Internet. La gran mayoría de la población apoya los atentados y sacraliza a sus perpetradores, los shahíd, mártires de la jihad, la guerra santa. Una caricatura publicada en un diario palestino describe muy bien a su nuevo mesías: un cuchillo ensangrentado descansa sobre una mesa. Su funda es el símbolo de Facebook.

Termina Najum Barnea: la Autoridad Palestina define la ola de atentados como Hábe, erupción. El Hamás lo llama Intifada, rebelión. La diferencia no es casual: la ANP ha elegido un término que le quita responsabilidad, como una catástrofe natural. Quiere que el goteo de violencia continúe, pero que no escale hasta írsele de las manos. El Hamás, en cambio, llora de gozo.

 

 

 

 

Netanyahu: ahora queda claro

BibiGana Por Marcelo Kisilevski

El tiempo  de negociaciones coalicionarias, es bueno para algunas reflexiones tardías sobre el cimbronazo que acaba de atravesar la sociedad israelí a partir de los resultados electorales del 17 de marzo.

¿Por qué hacían falta nuevas elecciones que dieran por resultado lo que ya teníamos, a saber, Biniamín Netanyahu como Primer Ministro? La respuesta breve es que Netanyahu jugó una apuesta audaz por un gobierno que le fuera más favorable, y la ganó. Nada más sencillo.

Vamos ahora a la respuesta más extensa. Estos comicios son ciertamente una apuesta del propio Netanyahu por lograr un gobierno en el que el Likud tuviera más diputados y, por ende, menos dependencia de pequeños partidos a su derecha y a su izquierda. Recordemos que en la Knesset anterior, la 19°, el Likud se presentó en un frente con Israel Beiteinu de Avigdor Liberman, con quien reunió apenas 31 diputados, sólo 20 de los cuales pertenecían neto al Likud. En estos comicios, en cambio, el Likud ganó 30 postulándose solo, y Liberman, en cambio, sólo logró 5. Por el lado matemático, la apuesta ya le salió bien.

Esto implica que Bibi apostaba a una coalición más gobernable. Ciertamente, para formar una coalición estable necesita más del doble de los escaños conseguidos, y por lo tanto debe dejarse caer nuevamente en las manos de los partidos más pequeños. También es cierto que esos partidos pequeños esta vez incluirán solamente partidos de derecha y religiosos.

Pero esto le otorga a Bibi tres ventajas por lo menos: primero, se trata de una coalición más homogénea, con una política más clara y sincerada; segundo, sus adversarios dentro del gabinete –Liberman y Naftali Bennet, de Habait Hayehudí- tienen menos diputados que en el anterior gobierno y, por lo tanto, menos poder para detractarlo desde adentro. Eso fue lo que hicieron precisamente durante el período anterior, especialmente durante el último operativo en Gaza, cuando los dos nombrados cuestionaron abiertamente la estrategia de un gabinete del que formaban parte.

Tercera ventaja de un gabinete homogénea y claramente de derecha desde el punto de vista de Netanyahu: precisamente él es, también, claramente de derecha. Esto dotará a Netanyahu de una fuerza de apalancamiento en cualquier negociación con los palestinos y con la Casa Blanca y la Unión Europea. Podrá decirles: «Si fuera por mí encantado –con congelar la construcción en los asentamientos, con crear un Estado palestino y demás reclamos- pero vean qué coalición tengo. Si yo firmo ese eventual acuerdo, mi gobierno caerá y no lo podremos cumplir».

La desventaja va de la mano con la no necesidad de contar con una «hoja de parra» izquierdista, tal como lo hizo en sus gobiernos anteriores, de los que personalidades como Shimón Peres, Ehud Barak, formaron parte y que le permitieron mostrar otra cara: «No soy tan terrible». Si el frente Hamajané Hatzioní (Laboristas de Herzog y Hatnuá de Tzipi Livni) no quiere ser hoja de parra, si quiere dejar que Netanyahu pague moneda por moneda todo el precio de su éxito en el frente internacional, más le valdrá mantener su postura de no asociarse con él en un gobierno de unidad nacional.

Existe, sin embargo, un «pero» a esta configuración que se perfila: Netanyahu ciertamente se ha revelado en esta vuelta electoral, probablemente, como el político más hábil de la historia de Israel. Pero eso incluye el ser un líder «presionable».  El famoso discurso de Bar Ilán, pronunciado el 14 de junio de 2009, en el que Netanyahu declarara por primera vez su apoyo a la fórmula de «dos Estados para dos pueblos», no se logró por un reblandecimiento de las posturas del premier, sino por las presiones de un Obama nuevo en el poder, que había pronunciado su propio discurso en El Cairo apoyando la fórmula de dos Estados el 4 de junio del mismo año, apenas diez días antes que Netanyahu, discurso que le valiera al norteamericano el Nobel de la Paz.

Con un gabinete más homogéneo, más claro y más gobernable, Netanyahu tendrá más poder para ser intransigente pero, también, para ceder a las presiones de las circunstancias mundiales, por ejemplo si con ello se logra una postura de Occidente menos blanda con Irán. A sus compañeros de mesa podrá decirles lo que en el gobierno saliente no podía: «Era esto (congelamiento en los territorios, nuevas negociaciones y concesiones) o nada, si quieren retirarse de la coalición pueden hacerlo, pero recuerden que ni ustedes ni nosotros en el Likud tenemos coalición alternativa». En ese sentido, la nueva fortaleza de Netanyahu puede ser también su debilidad.

Es posible que se trate de wishful thinking, pensamiento político ilusorio. Posiblemente, como temen en la oposición, estemos ingresando en otra etapa oscura de Israel, pletórica de aislamiento internacional, exacerbación del enfrentamiento con los palestinos, no avance en el tema iraní, entre otros males.

Es posible. Pero en este caso el wishful thinking tiene base histórica. Sólo gobiernos claramente de derecha se han retirado del Sinaí (1979) y de Gaza 2005). Y un gobierno claramente de derecha, el del propio Biniamín Netanyahu, fue el que firmó en 1997 nada menos que el Acuerdo de Hebrón, por el cual la mayor parte de la ciudad de Abraham pasaba a manos palestinas. Presionado, claro está.

El gobierno anterior no pudo adjudicarse grandes logros, ni perpetrar grandes desastres. A no ser que veamos el operativo en Gaza como un desastre colosal. En realidad no logró nada, no acabó con la amenaza de Hamás pero tampoco puso en mayor peligro al Estado del que ya estaba. No mejoró la economía, la brecha social se agrandó y el salario se erosionó, pero los parámetros macro se mantuvieron bien, y ni la inflación ni la desocupación se dispararon. El gobierno anterior fue, en gran medida, el gobierno de la nada.

La ventaja, si hay alguna, de un gobierno tan claro, es que podrá emprender políticas y llevarlas a término, recoger los frutos de sus logros de modo claro, o ser castigado en las próximas urnas –para variar– también de modo claro.

Resultados y escenarios de boca de urna en Israel

Desde la izquierda arriba, en dirección horaria: Itzjak Herzog, Naftali Bennet, Yair Lapid, Moshé Kajlón. En el centro, el premier Biniamín Netanyahu, esta noche, el que se siente más cómodo con los resultados electorales.

Desde la izquierda arriba, en dirección horaria: Itzjak Herzog, Naftali Bennet, Yair Lapid, Moshé Kajlón. En el centro, el premier Biniamín Netanyahu, esta noche, el que se siente más cómodo con los resultados electorales.

Por Marcelo Kisilevski

Según los resultados publicados por los canales de televisión israelíes, los resultados de boca de urna de los comicios para la Knesset N° 20 en Israel atribuyen al premier Biniamín Netanyahu una posibilidad cómoda de formar un gobierno de derecha más homogéneo que el anterior. Sin embargo, esto no echa por tierra de modo total la posibilidad de formar un gobierno estrecho de centro-izquierda por parte de Itjzak Herzog, líder de Hamajané Hatzioní. Los analistas tampoco descartan la posibilidad de un gobierno de unidad nacional entre Likud y Hamajané Hatzioní.

He aquí los resultados según el Canal 2 de televisión:

Likud                                                     28

Majané Tzioní                                    27

Lista Árabe Unificada                      13

Yesh Atid (Lapid)                              12

Kulanu (Kajlón)                                 9

Habait Hayehudí                               8

Shas                                                       7

Yahadut Hatorá                                 6

Meretz                                                 5

Israel Beiteinu (Liberman)            5

 

Yajad (Eli Ishai)                                  0 (No alcanzó el umbral mínimo de 3,25%, 4 diputados)

 

Alé Yarok                                             0 (No alcanzó el umbral mínimo de 3,25%, 4 diputados)

 

Si estos son los resultados finales mañana miércoles a la mañana, Biniamín Netanyahu puede formar dos gobiernos: uno de derecha junto con los partidos religiosos, y otro de unidad nacional con Hamajané Hatzioní. Éste, en cambio, no puede formar gobierno de unidad nacional, y la formación de un gobierno de centro-izquierda, si bien es posible, estará sujeto a negociaciones arduas con asociaciones que pueden resultar endebles.

 

Escenarios:

1. Gobierno de derecha, Primer Ministro Biniamín Netanyahu:

 

Likud                                                     28

 

Kulanu (Kajlón)                                 9

 

Habait Hayehudí                               8

 

Shas                                                       7

 

Yahadut Hatorá                                 6

 

Israel Beiteinu (Liberman)            5

Total diputados:                               64

 

2. Gobierno de unidad nacional, Primer Ministro Biniamín Netanyahu o rotación con Itzjak Herzog:

 

Likud                                                     28

 

Majané Tzioní                                    27

 

Kulanu (Kajlón)                                 9

 

Shas                                                       7

 

Yahadut Hatorá                                 6

Total diputados:                               77

 

3. Gobierno de centro izquierda, Primer Ministro Itzjak Herzog:

 

Majané Tzioní                                    27

 

Yesh Atid (Lapid)                              12

 

Kulanu (Kajlón)                                 9

 

Shas                                                       7

 

Meretz                                                 5

 

Yahadut Hatorá                                 6

Total diputados:                               66

 

 

Si bien la Lista Árabe Unificada apoyaría desde afuera a la coalición de centro-izquierda, Herzog necesita a Yahadut Hatorá, ultraortodoxos ashkenazim, para reclamar el derecho, siquiera, a intentar formar coalición. La dificultad está dada por la casi imposibilidad de que este partido religioso comparta el gabinete con Yesh Atid de Yair Lapid, responsable de la ley de reclutamiento de los estudiantes de ieshivá (casa de estudios religiosos).

 

La ventaja obtenida por el premier Netanyahu, después de sufrir una desventaja de cuatro mandatos en la última encuesta de intención de voto frente a Herzog (que lo aventajaba por 26 contra 22 diputados), se debió a la habilidad del primero en efectuar un bombardeo táctico de entrevistas en los medios y un contacto sin precedente con la calle israelí, donde llamó a los votantes tradicionales del Likud, dispersos por otros partidos mayormente nuevos (como Yajad) a «volver a casa». El Likud pudo así «chupar» a último momento diputados, de partidos nuevos como Yajad, que quedó fuera del parlamento, y también de Habait Hayehudí.

 

A pesar de la decepción de los laboristas, la recuperación del Likud no fue a expensas de la alianza entre Herzog y Livni, sino de otros partidos de derecha. Hamajané Hatzioní mantuvo su nivel e incluso lo superó en un mandato, siempre los sondeos de boca de urna. Los resultados finales, mañana miércoles a la mañana.

Todo tranquilo en el norte, por ahora

Uno de los vehículos destruidos por misiles antitanques rusos de tipo Kornet, disparados ayer por Hezbollah contra el convoy militar israelí.

Uno de los vehículos destruidos por misiles antitanques rusos de tipo Kornet, disparados ayer por Hezbollah contra el convoy militar israelí.

Por Marcelo Kisilevski

El ataque de Hezbollah ayer en la frontera israelo-libanesa en el Golán, en el que murieron dos soldados israelíes y siete más resultaron levemente heridos, fue la venganza de esa organización chiíta pro iraní por el ataque israelí -según informes de la prensa extranjera- la semana pasada en suelo sirio, en el que murieron seis integrantes de Hezbollah y un general iraní. La venganza, le hizo saber Hezbollah a Israel a través de la ONU, estaba cumplida, y no hay por parte de la milicia intenciones de escalar aun más la violencia.

Israel, por su parte, elevó los tonos declarativos, pero tanto hacia adentro como hacia afuera quedaba claro ya ayer que Israel adoptaba la política de «contención»: contener (o sea aguantar) el ataque enemigo y autocontener la respuesta. El complejo de esquí en el Hermón abrió sus puertas esta mañana nuevamente, y en las escuelas en las aldeas del sur del Líbano también se vuelven a dictar clases con normalidad. Todo esto -en el Medio Oriente siempre hay que decirlo- es por ahora y hasta nuevo aviso.

Para el análisis, valgan algunos conceptos. Por ejemplo, el que trae hoy Alex Fischman en Yediot Ajaronot. Dice que desde las Primaveras Árabes, Israel había adoptado la política del silencio de radio y de la estricta no intervención. Esa política se rompió la semana pasada con el ataque que todos los medios atribuyen a Israel, y la pregunta del analista es por la necesidad de dichos ataques. Señala que la hipótesis de trabajo israelí en el caso sirio, libanés e incluso iraquí, es que todas las fuerzas de esa guerra civil están «demasiado ocupadas» entre sí como para abrir un nuevo frente con Israel, y que aun si así no fuera, la disuasión israelí, generada en la Segunda Guerra del Líbano en 2006, todavía sigue vigente.

El problema, dice Fishman, es que la disuasión no es una ciencia exacta. Y que funciona, siempre y cuando uno no obligue a la otra parte a reaccionar, aun a pesar de la disuasión existente. Con lo cual, uno termina destruyendo la disuasión con sus propias manos. Al parecer, el ataque de la semana pasada, en que murió parte de la cúpula estratégica de Hezbollah, tuvo ese efecto: Hezbollah no quiere la escalada, pero tuvo que reaccionar. La prueba de que no quiere continuar, ni arrastrar a Israel a la contienda, es que respondió a un golpe estratégico, con uno táctico.

Najum Barnea, en el mismo diario, agrega más pensamiento a la filosofía de la disuasión mutua: que no ocurra como en los choques cíclicos en Gaza, dice, donde cada parte golpea a la otra pensando que la propia disuasión no es suficiente, hasta que el campo de batalla hierve, sin que ninguna parte lo desee de verdad. Si el actual incidente termina ahí, entonces estaremos quizás ante una lección aprendida. La tendencia por el momento parece ser esa.

Ron Ben Ishai, en el sitio Ynet, parece discutir con ellos. Por un lado lo dicho es cierto: cuando Hezbollah derrama suficiente sangre nuestra, les parece una reacción suficiente, entonces paran. El problema es que, si Israel no reacciona fuerte, se podría estar abriendo la puerta para acciones violentas de esa clase en el futuro. Por las dudas, Israel comienza esta mañana a blindar la frontera con el Líbano. Pero ese es el dilema que tendrán que enfrentar ahora el premier Netanyahu, su ministro de Defensa y su comandante en jefe militar. ¿Reaccionar o dejarlo así?

Sobre todo, de nuevo Fishman, porque Hezbollah puede quedar conforme con su venganza. Pero nada dice eso de la venganza de Irán, y para ello habrá que estar con la mirada atenta hacia el exterior, hacia posibles blancos israelíes, norteamericanos y judíos.

Y por eso queda la pregunta de la necesidad del ataque atribuido a Israel contra el convoy Hezbollah-Irán, que parece cambiar, como dijimos, las reglas del juego al meter su nariz en las guerras civiles allende sus fronteras. Para Ben Ishai, se trató de una acción necesaria, que vino a frustrar un plan iraní para atacar por sorpresa a Israel, que no espera en este tiempo la reapertura del frente libanés, y convertir la vida de los habitantes del norte israelí en un infierno.

Fischman responde a ello que, aún si esto fuera así, se debió haber tomado recaudos contra el mentado plan de un modo más paciente que con un ataque tan espectacular, a ojos de todos, y que termina obligando a los atacados a reaccionar, aun contra su actual agenda.

Pero si Ben Ishai tiene razón, entonces su actual agenda sí es abrir el frente con Israel. Si ese es el caso, Israel hará muy bien en no responder el ataque de ayer, pero también en preparar mejor las trincheras para lo que pueda venir.

La hora de la paz

A la derecha de Netanyahu, Liberman y Bennet. A la izquierda, Livni y Lapid. Los desafios de la hora.

A la derecha de Netanyahu, Liberman y Bennet. A la izquierda, Livni y Lapid. Los desafios de la hora.

Por Marcelo Kisilevski

El Operativo Margen Protector ha terminado. Ha sido más bien una guerra. Fue iniciada por Hamás, que no dudó en llevar una vez más a su gente a la destrucción y la muerte. La debilidad o la cantidad de muertos de una parte, no le otorga necesariamente la razón. Pero la razón de Israel se puede terminar de construir ahora, dando los pasos necesarios, y en diálogo con los interlocutores correctos. La única pregunta es si el actual gobierno está en condiciones de lograrlo.

El gobierno israelí sale maltrecho del Operativo Margen Protector. El mayor damnificado es Biniamín Netanyahu, el primer ministro, al que no le ha quedado prácticamente ningún margen, ni de protección ante sus adversarios internos, ni de maniobra ante los palestinos y el mundo, para seguir gobernando hasta 2017. El resultado es la parálisis, y la vuelta a la posición anterior al operativo.

El problema es que en el camino han muerto más de 2.000 palestinos y 70 soldados, que millones de israelíes fueron convertidos en refugiados en su propio país, que el prestigio de Israel en el mundo no es precisamente rutilante, y que el antisemitismo en el mundo, que estaba latente, ha salido –ya sin la máscara de «antisionista»- de su madriguera. Todo esto podría ser un precio trágico, terrible, de un proceso de paz a comenzar ya. Podría ser la vía hacia la concreción de una agenda a la que Netanyahu ya dio su acuerdo, la de dos estados para dos pueblos.

Pero si en cambio gana la parálisis, las vidas, junto con la salud mental de los israelíes habitantes del sur, por no hablar del ánimo de los palestinos de Gaza hacia un futuro compartido, se habrán perdido en vano. A lo único que se podrá aspirar será un escenario de mínima, por el que Hamás no sea el que hegemonice la política de Gaza, en el que gobierne la Autoridad Palestina, con el gobierno de unidad Fatah-Hamás reconocido de facto con Israel, y se dé, no una paz, sino una pacificación de facto basada en la mutua disuasión.

Por el momento, sin embargo, ni siquiera eso parece estar en la agenda del gobierno que se conforma con una especie de «status quo mejorado»: gobierno de Hamás en Gaza, pero débil y ahogado; gobierno de Al-Fatah en Cisjordania, pero también débil, y que coopere con Israel. Se trata de una receta literalmente explosiva, que nos llevará hacia la próxima vuelta de violencia en el sur. En esta situación, sólo podemos esperar que lleve más de dos años llegar a ella.

¿Qué hacer?

En su último discurso, Netanyahu habló de que «se abre un horizonte político, no necesariamente malo para Israel». No podemos saber por el momento si se trató de un guiño para liberarse de la presión por izquierda –EEUU, los países árabes moderados, Lapid y Livni- o una intención real. Por las dudas, su anuncio de la nacionalización de 400 hectáreas en Gush Etzion, donde fueron asesinados los tres adolescentes antes del operativo, sería un guiño compensatorio para su ala derecha.

Lo que muchos alrededor del premier dicen que hay que hacer no es nada sencillo, pero el intento sería un comienzo tan valioso como el logro. Los portavoces son variados y a veces insólitos. En la oposición, por ejemplo, el líder laborista Itzjak (Buyi) Herzog dijo: «Si yo hubiera estado al mando, habría dado ese duro golpe a Hamás, que en todo momento hemos apoyado, y luego iría corriendo a golpear la puerta de Mahmud Abbas (presidente de la Autoridad Palestina) para dialogar con él».

En la propia coalición, Tzipi Livni, la ministra de Justicia y líder del partido Hatnuá, puso en evidencia por televisión el absurdo en el que está atenazado su jefe: «Se opone a dialogar con un gobierno de unidad nacional palestino, que apoya los pactos firmados previamente con Israel, pero negocia con Hamás en El Cairo. Con Hamás no se negocia, sino con la Autoridad Palestina, de la mano de Egipto, Jordania, Arabia Saudita. Con un paraguas político y financiero internacional reconstruir Gaza y llegar a la solución de dos estados. Es la única manera en que podremos garantizar la paz, junto con la continuidad de Israel como estado judío y democrático».

La nota insólita la dio el ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Liberman. Haciendo caso omiso de las amenazas de Netanyahu y de su ministro de Defensa, Moshé Yaalón, que le dijeron a él y a Naftali Bennet: «Hablen menos», Liberman expuso su teoría, también por televisión: Hamás debe ser eliminado, y tengo una manera muy «sencilla» de hacerlo, dijo. Y el elemento sorpresivo: «debemos sentarnos a hablar con la Liga Árabe sobre el Plan Saudita de paz».

Arabia Saudita había propuesto en 2000 un plan según el cual todos los países de la Liga Árabe normalizarían sus relaciones con Israel, a cambio de una retirada israelí total de los territorios de 1967; la creación de un estado palestino con Jerusalén oriental como su capital; y una «solución justa» para el tema de los refugiados. El plan en sí no es tan fácil de aceptar así como está, pero podría ser una base para comenzar a negociar. En años más recientes, incluso, la Liga Árabe flexibilizó el punto sobre la «retirada total» y aceptó el principio de intercambio de territorios.

El Plan Saudita fue refrendado luego por la Liga Árabe (sí, la misma de los nefastos «Tres no de Khartoum») en 2002 en Beirut. Tan solo el primer punto del plan es revolucionario en el Medio Oriente: la potencial disposición de todos los países árabes, los más acérrimos enemigos de Israel, a poner fin a décadas de estado de guerra y a aceptar al estado judío en el concierto de la región. Es, ni más ni menos, el fin declarado del conflicto árabe-israelí.

Sin embargo, en toda la década y media transcurrida desde entonces ningún gobierno israelí, ni de izquierda, ni de centro, ni de derecha, ha levantado ese guante, por ser un «plan inaceptable». Cada tanto, por suerte, los árabes insisten. Esta semana, el rey Abdallah de Arabia Saudita dijo: «Los países árabes debemos reconocer a Israel».

Hete aquí que es nada menos que Avigdor Liberman la primera voz oficial que se anima a abrir una puerta al Plan Saudita de paz con Israel. Era hora.

Las cadenas de Netanyahu

En resumen, el «nuevo horizonte político, no necesariamente malo para Israel» está compuesto por una coyuntura quizás irrepetible, que coloca de un mismo lado a Israel con las fuerzas moderadas del Medio Oriente, junto con el mundo occidental, frente a amenazas como Irán nuclear y Hezbollah del lado chiíta, el Estado Islámico (ISIS) en Irak, Jabat el Nusra en Siria, Boko Haram en Nigeria… y también el Hamás palestino, todos ellos del lado sunita, y sus países mecenas: Qatar y Turquía. Más arriba, Estados Unidos de un lado, Rusia del otro.

No se trata de nuevos bloques compactos y duros como en la Guerra Fría. A Rusia no le dan los números para volver por sus fueros, pero no cabe duda que existe la voluntad política de volver por sus fueros imperiales, aunque la amenace el desmembramiento interno. Estados Unidos también llega a esta constelación bastante debilitado, y se alegra de poder ceder ante Rusia en casos como el casi ataque a Siria por el uso de armas químicas. Además, no son bloques herméticos: EEUU se habla con Irán sobre cómo enfrentar al fenómeno ISIS.

En ese sentido, la oportunidad para Israel consistiría en terminar de hacer la paz con la Autoridad Palestina moderada del sobreviviente Mahmud Abbas (que cumple en estos días 80, y para el que no hay sucesor potable a la vista) y abrir las compuertas de la paz con todos los países de la Liga Árabe, para poder enfrentar todos juntos los próximos desafíos.

La pregunta es si el gobierno de Netanyahu, como están las cosas, estará a la altura de la oportunidad. Los problemas que tiene el premier, más allá de la estrecha visión ligada a si es posible voltear o no a Hamás o si es mejor dejarlo en el poder, o si hablar o no con Mahmud Abbas, tienen que ver con la supervivencia de su coalición y, más estrechamente aún, con su propio futuro político.

Con un Hamás golpeado y disuadido, convertido en la pata débil de una coalición palestina de unidad, sería posible acercarse a Mahmud Abbas y cerrar trato. Por lo menos, más posible que antes de Margen Protector. Pero si lo hace, Netanyahu perderá a los partidos a su derecha: Habait Hayehudí de Naftali Bennet, a Avigdor Liberman y, lo que es más grave, será linchado políticamente por el propio Likud, que ya lo espera en el próximo congreso del Comité Central, presidido nada menos que por el ex vice ministro de Defensa, Dany Danón, que le prepara una verdadera vendetta por despedirlo en medio de la guerra. Si, en cambio, el premier continúa con el status quo, lo podría abandonar su ala izquierda: Tzipi Livni y Yair Lapid.

Mientras tanto, la acción de gobierno de Bibi se reduce a «control de daños»: cómo hacer callar a sus ministros, frente a los que ha perdido toda autoridad, cómo responder a la comisión investigadora de la ONU sobre supuestos crímenes de guerra en Gaza, cómo recuperar votantes del Likud, muchos de los cuales lo han dejado a favor de Bennet en las encuestas de intención de voto, y cómo recuperar lugar en la interna de su propio partido: según una fuente del Likud, para esta semana y la que viene organizó dos convenciones partidarias, varios brindis por Rosh Hashaná, un congreso de mujeres del Likud, otro congreso de fundadores del partido, y actos varios con punteros zonales que todavía lo apoyan. Extraño modo de invertir el tiempo luego de una guerra.