1948, y los «hechos alternativos»

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Heridos judíos en la Guerra de Independencia, 1948. La agresión árabe, un desaparecido de la narrativa palestina. (Foto: OGP)

Por Shlomo Avineri*, Haaretz, 2.3.2017 

Así describe Uda Basharat la creación del Estado de Israel y la guerra de 1948 en su artículo «El sionismo no quiere un Estado«: «En 1948, el mundo se enroló en pos de la creación de un Estado judío junto a un Estado árabe. En el camino fue expulsada la mayoría del pueblo palestino y el territorio del ansiado Estado se estiró en otro 50%. Y el mundo, sin una decisión oficial, reconoció el territorio aumentado» («Haaretz», 20.2).

Lo leo, y no lo puedo creer. Supongo, entonces, que el estallido de la Segunda Guerra Mundial se puede describir así: «El 3 de septiembre de 1939, Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania, en el camino se unieron también la Unión Soviética y Estados Unidos a la guerra, y al final fue desmembrado el Reich alemán, 12 millones de alemanes fueron expulsados de su patria, Alemania perdió el 20% de su territorio, que fue anexado a la URSS y a Polonia, y el mundo, sin una decisión oficial, lo reconoció». Es probable que los neonazis alemanes describan así la Segunda Guerra Mundial.

También la guerra en el Lejano Oriente se puede describir de este modo: «El 8 de diciembre de 1941, el presidente Roosvelt declaró la guerra al Japón, y en 1945 se unió también la Unión Soviética a la guerra. En el camino, Japón mismo fue conquistado por los norteamericanos, perdió el control sobre Taiwán, Manchuria y Sajalín, y el mundo, sin una decisión oficial, lo reconoció». Seguramente habrá nacionalistas japoneses que describan así la guerra.

El hecho es, por supuesto, que el 1° de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia, y que el 7 de diciembre de 1941 Japón atacó en Pearl Harbor. Este es exactamente el asunto en todo lo tocante a la descripción de Basharat: no hay en su artículo una descripción del enérgico rechazo de los palestinos y de la Liga Árabe a la resolución de la ONU sobre la división del territorio y la creación de un Estado judío en parte de la Tierra de Israel; no han habido ataques armados contra el poblado judío y sus arterias de transporte por las milicias árabes palestinas, ayudadas por fuerzas de salvación árabes de Siria y otros países; no ha habido invasión de los ejércitos árabes de Egipto, Siria, Transjordania e Irak al día siguiente de la creación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948. En resumen, todos los actos árabes que condujeron a la Naqba palestina sencillamente no existieron.

No es una cuestión de narrativa. Se trata aquí de lo que todavía se puede definir como hechos. Resulta ser que no hacía falta esperar la llegada de Donald Trump y sus amigos para inventar el concepto de «hechos alternativos».

Esto se pone de manifiesto de un modo aun más extremo en los intentos palestinos de negar todo vínculo histórico judío con la Tierra de Israel y la existencia de un Templo sagrado sobre el Monte del Templo: en cierto momento de las conversaciones de paz, Yasser Arafat dijo a diplomáticos norteamericanos que nunca existió un Templo judío en Jerusalén. Los palestinos, que repiten esas cosas, quizás no se dan cuenta que no solo están haciendo caso omiso de la historia judía sino también de la tradición cristiana, que relaciona a Jesús, una y otra vez, con el Templo de Jerusalén: si no hubo un Templo judío en Jerusalén, ¿adónde, exactamente, llevaron los padres de Jesús a su hijo al nacer? ¿Y de dónde expulsó Jesús a los comerciantes y a los cambistas?

¿Quiere decir entonces que todos los argumentos palestinos son falsos y todas las afirmaciones sionistas son correctas? Claro que no. Pero con todo el respeto que le cabe a la sensibilidad árabe, existen también los hechos.

Basharat también se equivoca -y confunde a los demás- en su descripción de la aceptación de la Partición por parte del movimiento sionista y el poblado judío. Escribe que «hasta la creación del estado, hablar de la partición del territorio era una especie de herejía». Es sencillamente falso. Y tampoco esta repetición del «hecho alternativo» lo convierte en verdad histórica. Desde las recomendaciones de la Comisión Peel, que en 1937 elevó por primera vez al orden del día la idea de la partición, el tema se convirtió en la piedra de conflicto más amarga dentro del Movimiento Sionista. No solo los revisionistas se oponían furiosamente a toda idea de partición: en la década transcurrida entre 1937 y 1947, fue el principal foco de conflicto en el movimiento, que provocó la escición de Mapai en la Convención de Kfar Vitkin en 1942, y no les fue fácil a Weizmann y a Ben Gurión consolidar una mayoría dentro del Movimiento Sionista a favor de la Partición. Esta es la razón por la cual la Resolución del 29 de noviembre -que dejaba afuera de los límites del Estado judío a Jerusalén- fue aceptada al fin y al cabo con entusiasmo casi mesiánico en la Tierra de Israel  y en todo el mundo judío: habían hecho falta para ello muchos años de preparación del terreno.

Es difícil entender qué espera Basharat conseguir con una presentación tan distorsionada de lo que ocurrió en 1948: ¿de verdad cree que se puede convencer a los judíos israelíes de adoptar semejantes mensajes? Por el contrario, la sola repetición de estos hechos una y otra vez, no aporta en nada a la reconciliación entre ambos movimientos nacionales, y solo colabora con la derecha israelí en su argumento de que «no hay con quién hablar».

Una posición totalmente diferente del lado árabe es la que propone Salman Matzalja, en su artículo «Una misión para la izquierda» (Haaretz, 23.2). Matzalja llama a la izquierda judía israelí a luchar por el derecho de los palestinos a la autodeterminación frente a las posiciones de la derecha nacionalista-religiosa en Israel, y no hay mejor forma de formularlo que la que formuló en su artículo. Para fortalecer su argumento, Matzalja vuelve a recordar hechos que ambas partes vociferantes del diálogo israelo-palestino ya casi olvidaron. Recuerda que la izquierda árabe apoyó en 1947-1948 la Resolución de la Partición, y condenó el ataque de los países árabes al Estado de Israel, y cita varias expresiones del diputado Tawfik Tubi, a la sazón uno de los líderes del Partido Comunista Israelí (Maki).

En honor a la exactitud debemos subrayar que la posición de Maki en favor de la Partición y la creación de un Estado judío junto a un Estado árabe no provenía básicamente de una decisión de la «izquierda árabe», sino del hecho de que la URSS había apoyado la Resolución, y Maki -como todo otro partido comunista en el mundo, incluidos los de los países árabes- se alinearon con ella. Es difícil imaginar hoy que comunistas árabes fueron arrojados a la cárcel en países como Egipto y Siria por oponerse a la invasión árabe contra el Estado de Israel.

A favor de los líderes de Maki (tanto árabes como judíos) se debe atribuir su apoyo a la Partición, no a razones estratégicas sino a su modo de enfrentar la base misma del conflicto. Matzalja trae declaraciones de Tubi en un acto en París en los festejos del primer Día de la Independencia de Israel, y que se publicaron luego en el periódico del partido, «La voz del pueblo«. Conviene repetir sus dichos, para saber que alguna vez hubo aquí una voz árabe diferente. «Les agradezco desde el fondo de mi corazón esta oportunidad de festejar aquí (en París) esta noche, tal como lo hacen mis compatriotas en la patria, el primer aniversario de la creación del Estado de Israel», dijo Tubi, y agregó que se trata de la celebración «de la victoria del principio de autodeterminación del pueblo judío en Eretz Israel». Matzalja nos recuerda luego, también, un discurso que ofreció Tubi en la Knesset en diciembre de 1948, en el que advirtió del peligro de un nuevo ataque árabe contra Israel, y anunció que si ocurre tal ataque, él y sus camaradas lucharán «hombro con hombro con las masas del pueblo judío por la independencia y soberanía del Estado de Israel».

Sí, hubo una vez una izquierda árabe con valores universales, que defendía el derecho de los palestinos a la autodeterminación, pero que también aceptaba explícitamente el derecho a la autodeterminación del pueblo judío. En sus palabras brillaba la chispa de la promesa de posibilidad de reconciliación entre ambos movimientos nacionales: es difícil imaginar dichos parecidos de boca de diputados de la Lista Árabe Unificada hoy en día.

Parte de la tragedia común a nosotros y a los palestinos es que la izquierda israelí apoya el derecho de autodeterminación de ambos pueblos, pero lo que se denomina izquierda árabe palestina derrapó en parte, si no en su mayoría, al nacionalismo árabe. No guardo nostalgia por Maki, pero no se puede negar que aportó mucho a que los árabes israelíes pudieran ver a Israel como su país, aun en horas difíciles para su pueblo y sus familias. Si hoy existieran voces similares en el liderazgo del sector árabe de Israel, y si personalidades como Basharat adoptaran hoy en día posturas similares, habrían buenas posibilidades de una conciliación histórica entre ambos movimientos nacionales.

*Shlomo Avineri es politólogo e historiador de filosofía política, en especial de socialismo y sionismo, Profesor Emérito de Ciencia Política de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Premio Israel a la Ciencia Política, 1996.

(Traducción: Marcelo Kisilevski)

 

Hoy, Conferencia de París, hoy

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Biniamín Netanyahu y Francois Hollande. El israelí le surigirió al francés, en su último encuentro, que anule el foro internacional de hoy y que, en cambio, dedique una sala donde se puedan sentar a solas él y su par palestino Mahmud Abbas para cerrar trato sin precondiciones.

Por Marcelo Kisilevski 

¿Cuál es la agenda de cada uno de los actores en este nuevo capítulo de la telenovela llamada «proceso de paz», en que los actores secundarios del culebrón intentan lograr algún tiempo de pantalla?

Cuando se realiza cualquier conferencia en pos de la paz, se supone que debemos alegrarnos. Quien esto escribe se alegró mucho con la Conferencia de Paz en Madrid en 1991, pues era la primera vez que israelíes y árabes se sentaban en una misma mesa y en público a hablar del futuro compartido en esta región. No salió nada de allí, salvo un precedente para lo que después sería Oslo. Luego, en 1993, con el apretón de manos entre Rabin y Arafat, muchos nos emocionamos de verdad. Hoy se reúnen nada menos que 72 países en París, bajo los auspicios del presidente Francois Hollande para intentar romper la brecha hacia la paz entre israelíes y palestinos… sin los unos ni los otros. El principal problema de esta conferencia es la experiencia que tenemos tanto protagonistas como testigos: después de tantos años de intentos fallidos, nadie cree -de antemano- una sola palabra de lo que pueda salir de allí.

En breve -porque ni siquiera vale la pena el río de tinta digital, hay otras cosas que hacer- este sería el esquema de las motivaciones de cada actor en este nuevo sketch de la política internacional.

Francia y demás participantes: volver al ruedo como los hacedores de la paz. Algunos de ellos haciendo gala del mismo pacifismo europeo poscolonial multiculturalista de siempre. En el mejor de los casos, buena gente con buenas intenciones. En lo concreto, emitirán una declaración meramente declarativa (valga más que nunca la redundancia) en la que llamarán a las partes a renovar su compromiso con la solución de dos Estados y a renegar de sus respectivos funcionarios de gobierno que se oponen a ella, como lo reveló el matutino Haaretz. También, advertirán a la entrante Administración Trump de no trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén. «Sería una decisión unilateral que puede escalar la violencia en el terreno», dijo a Reuters un alto diplomático francés. «Cinco días antes de asumir su mando como Presidente, no es nada despreciable que más de 70 países se reúnan para llamar a la solución de dos estados, cuando su Administración podría implementar medidas controvertidas que podrían provocar una escalada». ¿Llamar a dos estados y advertir a Trump contra el traslado de la embajada? ¿Para eso se reúnen hoy 72 países en París? Parece que sí.

EEUU: También John Kerry, secretario de Estado norteamericano, asistirá. Cinco días antes de terminar su carrera y la de Obama, la idea es reforzar el discurso del primero, hace unos días, en el que predicara su doctrina moral, principalmente contra el premier israelí Netanyahu, sobre las culpas del no avance del proceso de paz. También, intentar comprometer a la próxima administración con algún otro hecho consumado, tal como lo hiciera esa potencia con el no veto a la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad. Como dijimos en una entrega anterior, Obama y Kerry intentan diseñar su paso a la historia como hacedores de la paz, y poner un alto precio a sus futuras conferencias en universidades y foros internacionales, donde podrán enseñar cómo no lo lograron… claro está, por culpa de otros.

Autoridad Palestina: no asiste, en parte por la negativa de Netanyahu a hacerlo, y en parte porque Israel no ha cumplido la precondición palestina de cesar la construcción en los territorios. Cuando, en tanto, Israel continúa construyendo -a paso lento, solo en asentamientos existentes, y solo en los bloques junto a la Línea Verde, pero construye- cabe preguntarse qué esperan los palestinos. Una de las respuestas de los analistas es que se trata de una excusa para no cerrar trato jamás por un Estado palestino que se extienda solo por Cisjordania y Gaza. Por default eso implicaría reconocer a Israel que, en términos del islamismo radical que infesta la sociedad palestina, es «una soberanía no musulmana sobre Dar El-Islam», la morada del islam, que es tierra sagrada. Desde esta perspectiva, Mahmud Abbas, presidente palestino, temería que la solución de dos estados, con todo lo que él pueda apoyarla verbalmente, no solo dictaría su propia muerte -tal como le ocurriera a Anwar El-Sadat- sino el estallido de una guerra civil palestina, lo contrario de lo que se quiere lograr, a saber, la paz. Lo que quedaría, pues, sería el status quo, mantener las cosas más o menos como están, manteniendo bajos los decibeles de la violencia, y con logros diplomáticos simbólicos en la arena internacional que menoscaben la legitimidad de Israel, pero no mucho más. Fuentes periodísticas en Israel indicaron que la intransigencia palestina podría reducirse con la nueva Administración en Washington, ante el temor de un Trump demasiado pro-israelí. Entonces se avendrían a negociar, sin precondiciones y a precios reducidos. Suena a wishful thinking, pero el tiempo dirá.

Israel: No acepta negociar con precondiciones, recuerda a quien quiera escuchar que Arafat no esperó a que este país dejara de construir para negociar con él durante todos los años de Oslo, por lo que la precondición palestina suena a excusa para no cerrar trato por la creación de un estado palestino que se extienda solamente por Cisjordania y Gaza. Recuerdan, como evidencia, que en 2009, ante las presiones de Obama luego del discurso de El Cairo, Israel congeló la construcción en los territorios por 10 meses, sin que la Autoridad Palestina insinuara siquiera una vuelta a la mesa de negociaciones. Por otro lado, el gobierno israelí entiende que, históricamente, los foros multilaterales -empezando por el mencionado Madrid 1991- jamás aportaron a la paz, y que solo negociaciones directas, basadas en el intento de satisfacer necesidades e intereses realistas de las partes, han servido para impulsar los procesos, y no «circos de la paz» que solo ayudan a que sus organizadores y asistentes salgan bien en las fotos.

Pero hablar de la paz siempre es positivo. Feliz día de la paz para todos.

 

 

Obama y Kerry: el «legado»

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Por Marcelo Kisilevski

Dado que el no veto norteamericano en la resolución del Consejo de Seguridad y el discurso de John Kerry no son útiles a la paz, a este cronista le queda una sospecha irónica para intentar adivinar las verdaderas intenciones de la Administración saliente.

Hay dos planos en el discurso final del Secretario de Estado norteamericano John Kerry, ayer. Uno es el del contenido y otro es el del andamio político/tono/química/timing. En el plano del contenido, nada nuevo. Primero, los principios de la Administración Obama para el arreglo del conflicto entre Israel y los palestinos, que ya vienen de su intento de mediación de nueve meses: 1) Retirada israelí a los límites de 1967 con intercambio de territorios. 2) Dos estados para dos pueblos. 3) Solución justa para los refugiados palestinos. 4) Jerusalén, capital de los dos estados, sin dividirla nuevamente. 5) Necesidades de seguridad de Israel deben ser garantizadas, pero fin a la ocupación.

Segundo, en ese mismo plano del contenido. Kerry echó las culpas sobre Israel, «el gobierno más derechista que supo su historia» y dijo que la política de asentamientos «lleva a un solo estado, que no podrá ser judío y democrático a la vez». Pero Kerry no habló de la intransigencia palestina. Existe una responsabilidad de la parte débil en el conflicto, y Kerry solo habló de «incitación y violencia», a la que debe ponerse fin, pero no dijo quién es el responsable por esa incitación, que ocurre de modo brutal en la calle, en las instituciones y en las redes sociales del lado palestino. Tampoco mencionó que la Autoridad Palestina rechazó todas las propuestas de Israel en 2000, en 2008 y la última: la del propio Kerry en 2014, que planteaba lo mismo que dijo ayer. Y lo que es peor: los palestinos nunca ofrecieron ninguna propuesta en lugar de su rechazo. Rechazo y punto. A veces peor: rechazo y violencia. Así no me enseñaron a negociar. Lo cual hace sospechar de la agenda oculta de los palestinos: ¿de verdad buscan dos estados para dos pueblos?

Pero volviendo a Kerry, también agregó que EEUU no fue el que impulsó la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que declara ilegales los asentamientos judíos en Cisjordania.

El problema básico de esa resolución es que el Consejo de Seguridad de la ONU representa el lado jurídico de las relaciones entre los países del mundo, y no puede ser convertido en un foro político cualquiera, como sí lo puede ser la Asamblea General o el Consejo de Derechos Humanos. Las resoluciones del Consejo General son vinculantes. Si bien esta no ordena el desmantelamiento de las colonias ni ordena sanciones, abre ahora las puertas para eventuales acciones concretas contra Israel, por ejemplo demandas en la Corte Internacional de La Haya por supuestos crímenes contra la humanidad, que ahora estarán basadas en este precedente. EEUU era un dique contra este abaratamiento del Consejo General.

Porque lo cierto es que los asentamientos pueden ser injustos, incorrectos, hasta inmorales y no conducentes a la paz. Incluso estratégicamente estúpidos. En ese plano podemos estar de acuerdo. Lo único que no se puede decir de las colonias, en cambio, es que sean «ilegales».

Pues la ocupación, jurídicamente hablando, ocurrió en Sinaí. Allí existía soberanía previa egipcia. En ocasión de los acuerdos de Camp David, Israel devolvió el Sinaí a Egipto a cambio de reconocimiento y paz. También, mal que les pese a algunos israelíes, existe ocupación en el Golán, y cuando haya paz con Siria -a este paso no se sabe cuándo- se deberá devolver el Golán a Siria, o rentárselo por 99 años tipo Hong Kong.

Pero en Cisjordania y Gaza no había soberanía previa palestina ni de nadie. Existen solo dos territorios en el mundo sin soberanía alguna: la Antártida y Cisjordania-Gaza. Es la ley internacional. Jordania había anexado unilateralmente ese territorio luego de la guerra de 1948 (lo hizo formalmente en 1950, para más datos), una anexión no reconocida internacionalmente -como tampoco es reconocida la anexión israelí del Golán y de Jerusalén Oriental- y la «desanexó» en 1988 cuando la declaración virtual de independencia por Arafat desde Túnez. Por eso, se puede apoyar la entrega de los territorrios a los palestinos, pero no hay devolución. 

Y por lo tanto, no hay ocupación. La hay, ciertamente, en el tipo de relación generada entre el ejército y los habitantes palestinos, pero no en el de la ley internacional. Debe terminarse, claro, pero en el plano de la política. Pues si nos quedamos en lo jurídico, los israelíes tienen tanto derecho a construir casas en los territorios como los palestinos, pues el status jurídico es el de territorios en disputa.  Ese es el plano jurídico, en el que debe moverse el Consejo de Seguridad de la ONU. El carácter de ocupados, para referirse a los territorios, es una calificación política con la que coincide la llamada «comunidad internacional».

El error de EEUU, por lo tanto, fue dejar que el Consejo de Seguridad abandonara sus funciones de resguardo de la ley internacional y dejarse arrastrar a lo que «la comunidad internacional considera».

¿Qué buscan estos muchachos?

Ahora bien. En el plano del contexto político: ¿ese es el legado de la Administración Obama en política internacional? A menos que haya otro discurso de una hora y once minutos de John Kerry para cada conflicto en el mundo en el que EEUU metió mano -en general mal- este debía ser el discurso de cierre que resume su gestión. ¿Cuántas horas debió hablar Kerry de Rusia, con sus invasiones a Georgia, a Crimea, a Siria? Quizás quiso centrar los «éxitos» de su gestión solo en el Medio Oriente. Aquí, el rey está más desnudo aun, pues lo que dijo durante tantos minutos no logra ocultar, al contrario, lo que no dijo: el fracaso estrepitoso de EEUU en todos y cada uno de los países donde ocurrieron las mal llamadas «Primaveras Árabes». Si se dedica una hora y once minutos al conflicto inmobiliario entre Israel y los palestinos, ¿no debería dedicarse varias horas más a Egipto, con el negligente proceso de caída de Mubarak, la debacle con el gobierno de la Hermandad Musulmana y el golpe de A-Sisi, miles de muertes mediante? Por no hablar de Siria, donde huelgan las palabras. El lector haga la cuenta de cuántas horas debería hablar Kerry de Siria.

La pregunta que queda, es qué busca la Administración Obama con su cambio radical de política hacia Israel, más que salir con una imagen de «buscadora de la paz». No se trata de «abrochar» a la entrante Administración Trump con hechos políticos consumados. Este novato de la política es tan novato, que nada puede atarle las manos. No se sabe si jugará a favor de Israel -o de su actual gobierno- o en contra. Trump es muchas cosas, pero previsible no es una de ellas. Tampoco se trató de «ablandar» a Netanyahu: era de prever el ataque de histeria que invariablemente habría de padecer Bibi, y del antagonismo y mayor endurecimiento que la actitud norteamericana provocaría en el gobierno israelí.

Por eso, dado que su acto de cierre es cualquier cosa menos útil a la paz, lo que queda a este cronista, es una sospecha sarcástica: ¿habrá sido un acto de marketing de Obama y Kerry de su nueva profesión como conferenciantes en universidades y foros internacionales, por suculentas decenas de miles de dólares la pieza, acerca de cómo se hace la paz en Medio Oriente?  Se abre el remate.

 

LEY DEL MOAZÍN, O: LA PAX RUIDOSA

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Aldea árabe israelí en la Galilea.

Por Marcelo Kisilevski
 
La propuesta de «ley del moazín», aprobada por el gabinete israelí y que busca bajar el volumen de las llamadas a los musulmanes a rezar por parte del moazín desde los parlantes de las mezquitas, fue trabada antes de ser elevada a su tratamiento por la Knesset.
 
La propuesta de ley desató una ola de protestas en el mundo musulmán, denunciándola como un ataque a la libertad de cultos en Israel. Los políticos y habitantes de algunos poblados judíos aledaños a poblados árabes explicaron que el ruido era demasiado fuerte y que perturbaba la calma de sus propios poblados, cuyos habitantes judíos tienen también libertad de culto. Cabría recordar que la libertad de culto conlleva también la libertad de no culto.
 
Cabría mencionar también el argumento que ya flota en el aire de los defensores de Israel: ¿a este país le quieren enseñar libertad de culto? ¿Los musulmanes? ¿De verdad? Intente usted, señora, señor, hacer sonar las campanas de su iglesia de pueblo chico en cualquier aldea árabe y salir cantando villancicos de Navidad por sus calles a viva voz, o construir una nueva iglesia en cualquier país del Medio Oriente que no sea Israel. 
 
Todo eso es cierto. No por nada los musulmanes israelíes y del exterior ya amenazaron con una Tercera Guerra Mundial religiosa si se aprobaba la ley. De protestar con pancartas en Plaza Rabin ni hablar. Incluso podría ser una manifestación molesta pero creativa, con todos los musulmanes con megáfonos llamando a la plegaria,  aturdiendo por unas horas a los habitantes de Tel Aviv. Los medios del mundo cubrirían gustosos el evento. Pero no, guerra y listo. Estos muchachos no se la van con chiquitas.
Pero lo más divertido de este caso es otra cosa. ¿Quién trabó finalmente la propuesta de ley? ¿Quién vino en ayuda de los musulmanes atribulados por una propuesta de ley que, admitamos de todos modos, tenía un tufillo autoritario?
 
Por un lado, el ministro del Interior, Arieh Deri, líder del partido ortodoxo sefardí Shas. Dijo, con razón, que no hace falta una nueva ley, porque ya hay regulaciones contra el ruido en la vía pública, todo lo que hay que hacer es aplicarlas, y esta nueva propuesta de ley no hará más que provocar sin necesidad.
 
Por otro lado, el ministro de Salud y diputado por el partido ultraortodoxo ashkenazí Yahadut Hatorá, Yaacov Litzman, preocupado porque la ley también haría callar los parlantes que, en los poblados y barrios religiosos judíos, anuncian la llegada del Shabat. Litzman presentó un amparo, y la propuesta estará encajonada hasta su resolución.
 
¿Será que la paz está por llegar entre musulmanes y judíos, bajo el lema: «Religiosos bullangueros del mundo, uníos»?

Derechos humanos vs. Propaganda antiisraelí vs. Propuestas de ley problemáticas: separar la paja del trigo

 

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Ilana Dayán, acusada de cooperar con una «campaña orquestada de demonización de la izquierda israelí». Atrás, Ezra Nawi, de la organización Ta’ayush.

Por Marcelo Kisilevski

Hace ya un par de semanas la discusión en Israel hierve en torno a la nota en el programa Uvdá («Hecho probado») de la periodista de investigación argentina-israelí Ilana Dayán. En su última edición, Dayán reveló que un activista de izquierda entregaba a la Autoridad Nacional Palestina a palestinos que vendían terrenos a judíos en los territorios de Cisjordania. Según la ley de la ANP, tal venta se pena con la muerte, y ya han sido muchos los ejecutados, previa tortura. De lo que resulta que un militante de derechos humanos que lucha por la causa de los palestinos, envía palestinos a la tortura y la muerte. Los miembros de la izquierda se despegaron de las actividades de este señor, llamado Ezrah Nawi, pero al mismo tiempo criticaron el programa Uvdá como parte de una «campaña de deslegitimación y demonización de la izquierda en Israel».

Parte de esa campaña incluye la nueva propuesta de «ley de transparencia», que determinaría que hay que «marcar» a organizaciones pacifistas que reciben fondos de entidades estatales extranjeras (a veces son estados, otras son entidades supraestatales como la Unión Europea), para hacer lo que el gobierno considera que es propaganda de deslegitimación de Israel. En este tema se han llegado a extremos desde todos lados, y es importante separar varias pajas de varios trigos.

No es serio en una democracia como la israelí intentar «marcar» a organizaciones de izquierda que reciben fondos de gobiernos extranjeros. Si el gobierno francés o el español, o la Unión Europea, financian a Shovrim Stiká (Rompemos el Silencio), la acción gubernamental, por la vía diplomática, debe estar dirigida hacia esos estados, no a ejercer una presión estilo «shaming» contra Rompemos el Silencio. Llegar a una situación donde mucha gente bien intencionada llama a prohibir la actividad en Israel de Amnistía Internacional, probablemente la organización de derechos humanos más veterana y seria del mundo, solo porque está financiada por donaciones no israelíes, es una situación no sana, provocada por fenómenos tampoco sanos.

Pero relativizar las acciones de Nawi, blanqueándolas por default al inscribir su denuncia en una «campaña», no hace honor al respetable y enorme sector de la sociedad israelí que defiende los derechos humanos y que busca sinceramente una mejora en la vida de los palestinos en los territorios, que lucha por la coexistencia y la paz bien entendidas.

Sigamos con el diagnóstico. Rompemos el Silencio es una organización de ex soldados y oficiales del ejército israelí que recorren instituciones, tanto en Israel como en el exterior, describiendo las cosas «inmorales» que les hicieron hacer en el ejército cuando servían en los territorios de Cisjordania. En un video de la organización se ve a niños de unos  diez años cuya madre los había enviado a comprar pan, retenidos en una esquina de Hebrón. Los jóvenes de Rompemos el Silencio preguntan a los soldados qué hicieron estos niños para que los retengan. «Se olvidaron el documento de identidad en casa, estarán aquí hasta que los familiares vengan por ellos con los documentos», fue la respuesta. «Pero son niños, iban a comprar pan. ¿De qué manera amenazan la seguridad de Israel?», insisten los militantes pacifistas. «No tenemos la culpa, son nuestras órdenes», respondieron los soldados, ellos mismos jóvenes de veinte años que solo esperan el fin de semana para volver a casa, ayudar también a sus madres y salir con sus novias. Conclusión de los hacedores del video: «Esta es la ocupación: una situación imposible en la que nadie parece tener la culpa de nada».

Hasta aquí, un espectador inocente no ve el problema con Rompemos el Silencio. A mí personalmente no me parece mal que se llame la atención sobre hechos derivados de reglas del juego impuestas por una realidad que mezcla terrorismo, política nacional e internacional, y vida cotidiana de habitantes civiles de uno y otro lado. No debería haber una situación en la que niños fueran retenidos por militares. No debería haber niños siquiera en contacto con soldados. Los niños deberían estar en la escuela, en los parques, en sus casas. Los soldados deberían estar en sus cuarteles o en campos de batalla. Está bien señalar que estas situaciones son anormales. Incluso no tengo problema con que la conclusión sea llamar al fin de la «ocupación» y la creación –de una vez por todas- de un Estado palestino que viva al lado de Israel en paz y buenas relaciones. Por el bien de los palestinos, pero también por el bien de los israelíes, para que no se vean más en la posición de tener que retener gente, o entrar en casas de palestinos en busca de terroristas, o hacer esperar a los palestinos horas en los checkpoints.

Principio falaz

El problema es cuando el mero «fin de la ocupación, dos Estados para dos pueblos» no es la conclusión de las organizaciones de izquierda cuyo marcamiento intenta la ministra de Justicia Ayelet Shaked legislar, sino la destrucción de Israel.  De nuevo, me parece problemático esto de «marcar» organizaciones financiadas desde el exterior (que las hay de izquierda y también de derecha), cuando Israel se esfuerza por enseñar al mundo que está mal «marcar» productos de los territorios o israelíes en general con fines de boicot. Aquí cabría esperar de una Ministra de Justicia israelí un poco más de coherencia.

Pero, ¿qué hacer cuando algunos líderes de estas organizaciones llegan a la siguiente conclusión, no menos problemática, antidemocrática y violadora de los derechos de los pueblos, en este caso el judío? «Dado que Israel comete estas atrocidades, que son las más graves que conozca la humanidad, Israel es un país ilegítimo que debe ser desmantelado». ¿De verdad?

En la era de las decapitaciones de ISIS, del genocidio en Siria, o, aquí más cerca, las ejecuciones de Hamás de colaboracionistas o las de la «moderada» ANP, que ejecuta a particulares palestinos que osan vender terrenos a judíos, la presencia del ejército israelí en Cisjordania no puede ser llamada seriamente «atrocidades más graves que haya cometido la humanidad», o llamar a Israel un «régimen nazi temporario», y esperar que eso suene a una progresista, pacífica y bondadosa expresión de deseos.

El problema de la izquierda es que algunas de sus organizaciones o sus líderes, en principio pacifistas y sinceros defensoras de la coexistencia, se están deslizando peligrosamente por el camino del llamado a la destrucción de Israel, lo cual implica una incitación a la violencia extrema, no a la paz.

Lizi Saguí, ex alta dirigente de B’Tselem, una organización que monitorea la construcción de viviendas en los territorios y los problemas de la Cerca Separadora o «Muro», entre otros, dijo sin avergonzarse que «Israel provoca las atrocidades más grandes de la humanidad. Israel demuestra su adhesión a los valores del nazismo». La echaron de B’Tselem, pero consiguió empleo en otra ONG, la Fundación de Defensa de Derechos Humanos». La directora ejecutiva de esta ONG, Alma Bibelsh, definió a Israel como «racista y asesino», y un «Estado Apartheid judío y temporario».

En estas declaraciones, recopiladas en Yediot Ajaronot por Ben Dror Iemini, Biblesh da un paso más allá cuando llama a la «lucha de israelíes, palestinos y la comunidad internacional contra el régimen israelí». Y la lucha no es por la autodeterminación de todos los pueblos involucrados en el conflicto, ni por un Israel más justo y democrático, sino «por el fin de la ocupación entre el Jordán y el Mediterráneo».  O sea, Tel Aviv y Raanana son territorio ocupado igual que Ramallah. Iemini es irónico: «Y entonces nos irá genial bajo un gobierno palestino. Como la maravillosa armonía y hermandad entre los pueblos que reina en Siria».

El problema sigue. Los jóvenes de Rompemos el Silencio no se limitan a hacer videos de advertencia sobre soldados que retienen niños en su camino a la panadería (¡terrible atrocidad!). Otra periodista del mismo diario, Ifat Erlich, reveló que uno de sus más altos miembros, Alón Liel, recorre el mundo llamando al reconocimiento de Palestina como Estado. Liel sabe que esa búsqueda de la ANP por el mundo incluye el «derecho al retorno» de todos los refugiados palestinos, que es el fin de Israel como expresión del derecho a la autodeterminación del pueblo judío, y expresa el apoyo a la intransigencia palestina actual a seguir negociando sin precondiciones hacia dos estados para dos pueblos.

Rompiendo el Silencio recibe financiación de organizaciones como Trocaire, de Irlanda, que es una organización fuerte en el nuevo movimiento que viene sacudiendo la arena de la deslegitimación de Israel, el BDS (Boicot, Divestment, Sanctions), que llama al mundo a dejar de comerciar con Israel, a las universidades a dejar sin efecto acuerdos de intercambio académico con universidades israelíes, presiona a cantantes a no actuar en Israel, etc.  El BDS, menos conocido en América Latina, ya ha plantado una primera bandera firme en Chile. El BDS ha dejado hace ya tiempo de denunciar la ocupación, para llamar a la destrucción de Israel como un todo.

Llamar a la destrucción de Israel es antisemitismo

La paja del trigo: está bien criticar el manejo del ejército israelí en los territorios, en insistir a llamar al fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino. Eso es una opinión política, legítima de ser expresada en una democracia. Llamar directa o indirectamente a la destrucción de Israel como Estado judío, democrático y legalmente constituido, es incitar a la violencia y al genocidio. Es menos legítimo, es menos moral.

Es además antisemitismo, y debo explicarlo, ya que no se me conoce como un paranoico que grita «antisemitismo» ante cualquier crítica contra Israel.

Pues, ¿cuál es el principio que se desprende del llamado a la desaparición de Israel debido a sus injusticias? Suponiendo que Israel fuera exclusivo culpable del fenómeno de los refugiados palestinos, que hubiera habido limpieza étnica y un montón de falsificaciones históricas por el estilo, y que la ocupación fuera tan atroz que los palestinos se arrastraran desangrándose por las calles (cosa que está lejos de ocurrir), el silogismo intelectualmente honesto debería ser: «Todo país que, a la hora de su nacimiento o a continuación, ha perpetrado iniquidades contra otro colectivo humano, es ilegítimo y debería desaparecer». El problema:  prácticamente todos los estados modernos cumplen ese principio general. Piense cada lector en las razones por las cuales su propio país debería ser destruido de acuerdo con este principio. Sin embargo, del único país que se dice que, «dado que hizo tales y cuales cosas, debe desaparecer», es Israel. Cuando se inventa un principio y se sostiene seriamente que el único país que lo cumple es el Estado de los judíos –cuando a decir verdad es uno de los pocos que justamente no lo cumplen-, las preguntas acerca de las motivaciones antisemitas, por lo menos, deben ser formuladas.

Demos un solo ejemplo: en 1948, en tiempos de la creación de la India y Paquistán, catorce millones de personas pasaron entre un país y otro, expulsiones forzadas y genocidio mediante. La mitad de ellos, musulmanes, pasaron de la India a Paquistán; la otra, hindúes de Paquistán, tuvieron que trasladarse a la India. En el medio, dos millones de seres humanos fueron masacrados.

En la guerra de la Independencia israelí –según lo documenta el historiador Benny Morris en su libro 1948-, una guerra iniciada por el lado árabe con la agenda explícita de «evitar el nacimiento de Israel y expulsar a los judíos al mar», dejaron el futuro Israel –la mayoría huyendo por temor a la guerra, aunque en algunos lugares se registraron también expulsiones-, en cambio, unos 800.000 árabes (no se llamaban a sí mismos aún palestinos). 800 civiles fueron asesinados. Del lado israelí también hubo asesinados, 250 civiles, pues es parte de las lacras de toda guerra. Luego de la creación del Estado de Israel, la misma cifra aproximada de judíos fueron expulsados de todos los países árabes en represalia por la creación de Israel. Fueron refugiados por un día, a su llegada a Israel. Al día siguiente, Israel los ya los convertía en ciudadanos. Lo mismo ocurrió con los indios y paquistaníes, y nadie habla hoy de refugiados judíos, o de la India y Paquistán, cuyas cifras de muertos sí dan cuenta de un verdadero genocidio. Los países árabes, en cambio, no quisieron resolver el problema de los refugiados palestinos en sus territorios. En uno de ellos, Siria, se da hoy mismo un nuevo genocidio, y se han generado muchos millones de refugiados.

Pero nadie habla de los refugiados hindúes o paquistaníes, ni de desmantelar Paquistán y la India por ilegítimos. Nadie habla de destruir a los países árabes por haber expulsado a los judíos en pleno siglo 20, ni de desmantelar Siria como castigo por perpetrar el primer genocidio del siglo 21. Por no hablar de que nadie habla de desmantelar Alemania por la Shoá, o Turquía por el genocidio armenio. Pero sí se habla de desmantelar Israel, el único Estado judío. ¿No suena raro? ¿No es extraño que, con tanta guerra e injusticia en el mundo, se haya instalado con fuerza creciente y se haya legitimado la discusión sobre el derecho de Israel, y solo de Israel, a existir? Ya lo dijo Woody Allen: «Que uno sea paranoico, no significa que no lo estén persiguiendo».

Que haya algunos que van por el mundo pregonando que Israel, uno de los pocos países creados por votación internacional, es un estado ilegítimo, sean israelíes y judíos, no los convierte en menos antisemitas.  La izquierda sionista israelí, una de las más lúcidas del mundo, debería hacer un serio ejercicio de separación entre paja y trigo, y despegarse clara y enérgicamente de las «malas hierbas» en su interior, en lugar de blanquearlas retrucando con que se trata de una «campaña de demonización de la izquierda». Porque si esa es la lógica, tendrán que dejar de denunciar a fenómenos de ultraderecha como «Tag Mejir» y el terrorismo judío, pues eso podría ser catalogado como campaña contra toda la derecha religiosa sionista.

No hay fórmulas mágicas para combatir la deslegitimación de Israel. A las campañas antiisraelíes, que tienen todos los rasgos del antisemitismo (ver nota anterior sobre el tema), habrá que responder con campañas de concientización, utilizando incluso lo mejor de las técnicas de comunicación, de diplomacia y de lobby frente a los gobiernos que creen que contribuyen a la paz cuando financian organizaciones que llaman al boicot y la destrucción de Israel. Legislar «transparencias» por imposición, en cambio, no es útil. Al contrario, puede traer más daño y más división.

Las 6 capas de la ira palestina

Cuchillo Facebook

Por Marcelo Kisilevski
La ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario. 

El Shin Bet pisó por fin el acelerador esta semana en su persecución del terrorismo judío. Si algo faltaba en toda esta saga de terrorismo palestino avalado por el establishment de Abu Mazen, tanto por acción como por omisión, y de terrorismo judío condenado por gobierno y sociedad israelíes, era el arresto de los responsables del atentado terrorista de este verano. En efecto, autorización mediante, los medios pudieron publicar la noticia del arresto de tres sospechosos del asesinato de la familia palestina Dawabshe, incluido el bebé Ali, de un año y medio, incinerados vivos en su casa en Duma el último 31 de julio.

Pertenecen a Tag Mejir (Etiqueta de Precio), un movimiento bastante oscuro cuyo grado de organicidad está en discusión, compuesto por jóvenes judíos de ultraderecha religiosa, tercera generación de la empresa de asentamientos en los territorios. Para el que todavía suponía que sus actos se limitaban a pintadas, o como mucho al incendio de alguna iglesia vacía, el asesinato también entra en su lista de compras con etiquetas.  Los israelíes en su monumental mayoría esperamos que se haga justicia, que los responsables pasen el resto de sus días en la cárcel, y que estos hechos no vuelvan a ocurrir jamás. Por supuesto, no en nuestro nombre.

Pero la ira palestina no empezó allí. Tampoco en el asesinato, el año pasado, del adolescente Mujamad Abu Khder, perpetrado por un hombre de 30 años y dos adolescentes, en venganza por el asesinato de los tres jóvenes israelíes, Naftali, Eial y Guil-Ad, en la víspera del operativo Margen Protector. Tampoco se origina en la leyenda de «la mezquita de Al Aqsa está en peligro».

Según el periodista Najum Barnea, de Yediot Ajaronot, la ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario.

La primera capa es la leyenda fraudulenta de: «La mezquita de Al Aqsa está en peligro». Cada tantos años echa a andar una acusación explosiva como falsa acerca de que los judíos o Israel intentan minar los cimientos de la mezquita, y el mito, como suele ocurrir con los mitos  populares,  produce resultados. El primero en lanzarlo y recoger los frutos de la manipulación fue el nefasto Hadj Amín El Husseini, el famoso Mufti de Jerusalem, ya en los años ’30 del siglo pasado. Y sigue con nosotros, de modo que no cabe esperar que desaparezca pronto. Pero el mito fue el detonante. Ya pasó hace tiempo, y dejó tras él una estela de acuchillamientos diarios cuyo fin no se ve a la vista. Porque la ira palestina tiene otras capas.

La segunda capa es, dice Barnea, la conciencia de que la situación en el terreno no va a cambiar. Se refiere al congelamiento en el proceso de paz, la falta de desarrollo en la Autoridad Palestina y la continuada presencia militar israelí en los territorios . Ni la paz está a la vista, ni la mejora en sus condiciones de vida.

La tercera, el anuncio de Mahmud Abbas (Abu Mazen) de que ha decidido retirarse. Ello ha desatado una guerra de sucesión, que obliga a sus candidatos a extremar sus posturas, sus declaraciones y su incitación a la violencia martirológica.

La cuarta capa de la ira palestina es la decepción y frustración por el desempeño de la Autoridad Palestina. «Ustedes no manifiestan logro alguno», dice la calle. «Corrupción, en cambio, sí manifiestan».

Palestinos globalizados y palestinos islamizados

La quinta capa es el surgimiento de una nueva generación de palestinos, cientos de miles de jóvenes con formación pero desocupados, o que trabajan en empleos de ocasión, movidos por la ira. No temen al «Capitán Roni» del Shin Bet, no respetan a Abu Mazen, hacen pito catalán al liderazgo, a las organizaciones y al liderazgo tradicional, se rebelan contra la autoridad familiar, y están persuadidos de que ha llegado su hora.

Agreguemos a lo expuesto por Barnea: la revista Foreign Affairs ha publicado una encuesta realizada en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que avala la cuarta y quinta capa de de la ira palestina. Según el sondeo, el 58% de jóvenes palestinos entre 18 y 28 años de edad, que son los hijos de la generación de Oslo, han abandonado la visión de un Estado palestino y abrazan hoy en día la de los derechos civiles. «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado en traernos un Estado. Déjenlo, no tiene caso. Busquemos ahora la ciudadanía, en un país normal donde podamos trabajar en lo que nos hemos formado, donde tengamos paz, libertad de movimiento, crecimiento económico individual, calidad de vida, incluyendo viajes al exterior, tecnología, buena educación para nuestros hijos», dicen.

Y esa ciudadanía en un país normal y desarrollado no puede ser otra que la israelí, porque la del Estado palestino es solo garantía de corrupción, pobreza, violencia intestina y con Israel. Personalmente he escuchado a numerosos palestinos que dicen: «Un árabe de Nazareth o un beduino del Néguev tiene ciudadanía, trabaja y cobra altos salarios, y hasta va al ejército. ¿Por qué yo no puedo? Un Estado palestino es inviable. Todos acá añoramos los tiempos anteriores a 1987 (la primera Intifada), ahora muchos se dan cuenta lo bien que estábamos y quieren volver la rueda atrás. El que gobierne tiene que ser Israel, porque si esta Autoridad Palestina es corrupta e inepta así como está, imagínate lo que será un Estado en el que tengan más poder y dinero: será una catástrofe para el pueblo». Lo dicen en voz baja, en cuartos cerrados, en encuentros interculturales sin cámaras. Muchas veces no asisten a los encuentros, por miedo a ser vistos como traidores por hablar con judíos.

Que se entienda bien: no se trata de la vieja «guerra de los vientres» planteada por Arafat en su momento, según la cual no hacía falta combatir con las armas sino con la demografía en la que Israel desaparecerá por número de partos. Aquí se trata, en cambio, del abandono de la causa nacional por la de la normalización, el consumismo y la globalización: ser de una vez por todas ciudadanos normales en el mundo de Facebook y iPhone. Pero para el Estado de Israel, que depende de su mayoría judía para seguir llamándose «judío y democrático», el resultado es el mismo.

Por eso concluye la revista Foreign Affaires: la visión palestina de un solo Estado que se llame Israel, donde todos sean ciudadanos que disfruten de las bondades del primer mundo, podría empujar a la derecha israelí, precisamente, a abrazar la solución de la izquierda y pisar el acelerador hacia un Estado palestino en las fronteras de 1967 con intercambio de terrirtorios, y que ellos, los palestinos, se cocinen en su salsa. Es la solución de dos Estados, pero por derecha.

En mi opinión se trata de wishful thinking (pensamiento político iluso) del Foreign Affaires. Entre otras cosas, porque el desarrollo se completaría con otro, que es la otra cara de la misma moneda: el crecimiento del islam radical en esa misma calle palestina, al compás de lo que ocurre en todo el Medio Oriente. Pero eso no quita interés al proceso complejo que se percibe en los territorios, descrito aquí desde varios ángulos.

Volviendo a Najum Barnea, la sexta capa de la ira palestina es el roce cotidiano con los colonos judíos. El odio, enfatiza el veterano cronista, es recíproco. Unos tiran piedras, otros queman árboles.

La oficialidad israelí se consuela con el número relativamente pequeño de participantes en las manifestaciones y con el hecho de que, mientras la gente no salga a las plazas y el Tanzim (brazo armado del Fatah) no desenfunde sus armas, no hay Intifada. Pero para Barnea se trata de una visión anacrónica. La plaza del pueblo se ha trasladado hace tiempo a Internet. La gran mayoría de la población apoya los atentados y sacraliza a sus perpetradores, los shahíd, mártires de la jihad, la guerra santa. Una caricatura publicada en un diario palestino describe muy bien a su nuevo mesías: un cuchillo ensangrentado descansa sobre una mesa. Su funda es el símbolo de Facebook.

Termina Najum Barnea: la Autoridad Palestina define la ola de atentados como Hábe, erupción. El Hamás lo llama Intifada, rebelión. La diferencia no es casual: la ANP ha elegido un término que le quita responsabilidad, como una catástrofe natural. Quiere que el goteo de violencia continúe, pero que no escale hasta írsele de las manos. El Hamás, en cambio, llora de gozo.

 

 

 

 

Hora de responsabilidad para la izquierda sionista

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Por Marcelo Kisilevski, Modiin, Israel

Cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo a «lucha antiimperialista», debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

Yo estuve en la plaza cuando lo mataron a Rabin. Dos años antes me había emocionado hasta las lágrimas con los Acuerdos de Oslo, el uno y el dos. No creo, como muchos, que haya sido un error. En aquel momento se trataba de lo mejor que era dable hacer en pos de la paz. El problema fueron los incumplimientos que vinieron después. También, como lo explicara el ex canciller Shlomo Ben Ami, hubo un problema de percepción: para los palestinos, Oslo no puso fin de inmediato a la ocupación; para los israelíes, Oslo no puso fin de inmediato al terrorismo palestino.

Pero por entonces, el 4 de noviembre de 1995 fui a la Plaza Reyes de Israel y canté junto con Rabin, Peres y las decenas de miles de manifestantes Shir LaShalom, la Canción por la Paz, porque entendíamos se debía contrarrestar la agitación del sector derecho del mapa político en contra de los acuerdos. Para la derecha, la continuación del terrorismo probaba que Oslo era un error. Para la izquierda, para el gobierno, no se debía permitir que los extremistas marcaran a palestinos e israelíes políticas de Estado, y se debía seguir adelante. No necesariamente tiene razón una tesitura sobre la otra, porque nunca sabremos si la de Rabin, que hablaba de «las víctimas de la paz», hubiera prosperado, de continuar. Cuando se hace historia, el «si» condicional está prohibido. El asesinato de Rabin y el triunfo de Netanyahu en las elecciones medio año después, probaron una sola cosa: no que la derecha tenía razón, sino que fue mejor a la hora de convencer, pues la sociedad israelí no pudo digerir la ola de atentados suicidas que sobrevino al magnicidio en la primera mitad de 1996.

Sigo apoyando la solución de dos Estados, uno para el pueblo judío, y otro para el pueblo palestino. Eso me sigue colocando a la izquierda del mapa político israelí. Hoy en día me pregunto como muchos, si dicha solución sigue siendo posible hoy, a la luz de los desarrollos que se producen en la región a velocidad récord ante nuestros ojos. Quizás estamos transitando tiempo de descuento para esa posibilidad, y deberíamos apurarnos. La tesitura de la derecha en Israel es que ante la intransigencia palestina en aceptar tantas propuestas israelíes es prueba de que su agenda sigue siendo la destrucción de Israel, y entonces la mejor apuesta es el status quo, que las cosas decanten solas pues, creen, «el tiempo juega a nuestro favor». No les falta parte de razón.

Mi tesitura, como alguien que se ve a sí mismo como parte de la izquierda sionista, es que los dos Estados no necesariamente traerán inmediatamente la paz, sino que solucionarán otro problema igual de acuciante: cómo asegurar la continuidad de Israel como Estado judío y democrático, como expresión del derecho del pueblo judío a su propio Estado en la Tierra de Israel. Con mayoría judía. Es decir, mi visión de la solución de dos Estados es eminentemente judía y sionista.

Jóvenes palestinos: «Un solo Estado: Israel»

Desde ese punto de vista, sin embargo, tampoco me molestaría la solución propuesta por Bob Lang, miembro del Consejo Municipal de Efrat, la «capital» de Gush Etzion, en Cisjordania: convertir, con el acuerdo de la mayoría palestina, a todo «Eretz Israel», incluyendo Judea, Samaria y Gaza, en «Estado de Israel», lo que implica dos cosas: ciertamente anexar todo, pero también otorgar ciudadanía israelí plena a todos los palestinos, como la tienen ya los árabes israelíes, pues su status en el mundo, de gente sin ciudadanía alguna, tampoco es una situación normal. Ello, si se me asegurara que los números demográficos que maneja Lang son ciertos: que en tal situación, los judíos bajarían del 80% de hoy al 65%, y que los palestinos subirían solamente al 35%. Agrega Lang que la natalidad judía supera hoy la de los palestinos -agrego yo: debido a los números en el sector religioso; habrá que lidiar más tarde con el perfil judío del Estado- y que, por lo tanto, el «fantasma demográfico» con el que nos asustan en Israel es solo eso: un fantasma.

La tesitura de Lang, que representa una opinión extendida en la derecha religiosa sionista en Israel y en los territorios, suena todavía de extrema derecha. Pero recibió hace poco otro apoyo estadístico del lado palestino por parte de la prestigiosa revista de análisis internacional Foreign Affaires. Se trata de una novedad en sí misma interesante. Según una encuesta realizada en Cisjordania entre palestinos de 18 a 28 años de edad, un 56% de los encuestados opina que la visión de un Estado palestino a partir de los Acuerdos de Oslo ha fracasado, y que ha llegado la hora de cambiar la bandera de la autodeterminación nacional por la de los derechos ciudadanos.

Los jóvenes palestinos parecen decirle a la generación de sus padres: «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado miserablemente en lograr el Estado, y mientras tanto, nosotros estamos en un limbo civil y de calidad de vida que ya es insoportable. Seamos todos ciudadanos árabes de Israel  que, por lo menos, es un estado ordenado, de primer mundo y sin corrupción, al contrario de lo que ocurre en la Autoridad Palestina». La revista, en su análisis, agrega que ello podría, paradójicamente, empujar a la derecha israelí hacia la solución de dos Estados, desde una óptica de derecha. Pero eso ya es opinión de Foreign Affaires, teñida a mi parecer de wishful thinking.

No obstante, yo mismo he escuchado a numerosos palestinos expresarse de esa manera, advirtiendo que no lo pueden expresar en público, so pena de ser vistos como traidores e incluso herejes, y su vida podría correr peligro: «La Autoridad Palestina está manejada por corruptos. ¿Por qué un árabe de Yaffo o Nazaret, o un beduino del Neguev, tiene ciudadanía israelí, que es la mejor ciudadanía posible en el Medio Oriente, y yo no? Lo mejor que nos ha ocurrido aquí fue la unificación de 1967, y todos los palestinos con los que hablo quisiéramos volver la rueda atrás, a antes de la primera Intifada, porque después nos fue cada vez peor. Si hay árabes en el éjercito, en la policía, en la guardia de frontera israelíes, ¿por qué yo no? Queremos la ciudadanía israelí y ser fieles ciudadanos del Estado, con todos los derechos y obligaciones, para dar una mejor vida a nuestras familias».

Creo que cualquier israelí o judío de izquierda sionista que quiere la paz entre los pueblos, el bienestar basado en la igualdad de derechos para todos y, al mismo tiempo, la autodeterminación del pueblo judío en su tierra milenaria, que sea un reaseguro contra el antisemitismo en el mundo, debería poder vivir con cualquiera de estas dos soluciones: dos Estados para dos pueblos, o un Estado de Israel en toda la Tierra de Israel, que garantice igualdad de derechos a todos los demás grupos en su seno, terminando con el conflicto, extendiendo el nivel de desarrollo israelí también a Cisjordania (y ojalá algún día también Gaza, pero eso ya se convirtió en otro problema), y acabando con la situación de no ciudadanía alguna de casi cuatro millones de palestinos. Hoy por hoy, esta segunda solución parece a simple vista menos posible que la primera. Pero quizás la primera se va alejando, y la segunda se va acercando. No lo sabemos.

Por qué no voté a Meretz

Dicho todo esto, debo decir que no he podido votar a Meretz en las últimas elecciones. Las tesis de Meretz, fundado en 1992, se quedaron allí, en una realidad post primera intifada. La tesis central sigue siendo, además de la solución de dos Estados, que la culpa del estancamiento en el proceso de paz reside solamente en el lado israelí. O, en el mejor de los casos, que «extremistas hay en los dos lados; de los extremistas del otro lado yo no me puedo ocupar, se tienen que ocupar los palestinos. Yo me tengo que ocupar de los míos».

No «compro» más esta tesis. Mi problema con ella es que, mientras tanto, otro siglo ha comenzado. Desde 9/11 a ISIS, pasando por Hamás e Irán, no se puede seguir sosteniendo que Israel, por ser el más fuerte, es el lado equivocado. Ni que «Tag Mejir», por más repulsivo que nos parezca, sea lo mismo que el Hamás. Ni que, por ser el más fuerte, tiene también más fuerza para empujar soluciones. La debilidad no otorga automáticamente la razón. Y la parte palestina, por ser la parte débil a la que el mundo le da la razón de modo automático, está muy cómoda en no asumir su responsabilidad en la continuación del conflicto ni proponer también soluciones practicables.

Es cierto, creo que al gobierno de la derecha israelí también le es muy cómoda la intransigencia palestina. El sueño de la Gran Eretz Israel sigue vigente, y los repetidos rechazos de Mahmud Abbas de todas las propuestas israelíes les hacen el juego de una manera que la derecha solo podría soñar: si no existiera el rechazo palestino, la derecha israelí tendría que inventarlo.

Pero lo cierto es que ha habido repetidas propuestas israelíes desde Oslo, y que todas, absolutamente todas, fueron rechazadas de plano por la parte palestina, dando portazos, sin una actitud del tipo «sigamos negociando», y las preguntas sobre por qué, dirigidas a la parte palestina, deberían ser formuladas también por la izquierda sionista, no solo por la derecha. ¿Por qué han rechazado una y otra vez las propuestas de crear un Estado palestino junto a Israel, siquiera en fronteras provisorias? Pero no se pregunta. Como si cuestionarse y cuestionar a la parte palestina no fuera «políticamente correcto», como si fuera ofensivo. O lo peor: como si cuestionar a los palestinos nos quitara el carnet de progresistas.

Desde 9/11 no se puede ignorar, como lo hace la izquierda israelí, la amenaza del islam radical que, nos guste o no, es una de las bases del rechazo palestino total. A la luz de Al Qaeda e ISIS, seguir sosteniendo que se trata de «parte de su cultura», su «modo de resistencia a causa de la desesperación», y que se trata de «los extremistas del otro lado, no nuestra responsabilidad», es precisamente eso: una irresponsabilidad.

Hoy en día, este pensamiento hace la vista gorda a la alianza más contrahecha de la historia política mundial: entre la izquierda progresista en Occidente y el islam radical. Se la puede explicar como se quiera, pero es la alianza entre una ideología que se ve a sí misma como la más progresista del mundo, con otra ideología moderna, el islam radical, que desde el punto de vista marxista más básico, es la más reaccionaria de la historia después del nazismo. Como que es su heredera.

Entender el islam radical

No hablamos aquí de la mayoría de los 1.700 millones de musulmanes del mundo, que buscan practicar su religión en paz y en convivencia con el resto de las religiones y pueblos, sino del islam radical, un desarrollo moderno, nefasto, al que adscribe solo alrededor de un 20% de los musulmanes en el mundo. No son pocos, pero no son mayoría.

No es el lugar aquí para desarrollar la saga del desarrollo del islam radical como ideología moderna, explicada con lujo de detalles por el profesor Matthias Küntzel, docente de Ciencias Políticas en Hamburgo, Alemania. Baste decir que no se inaugura con Mahoma en el siglo 7, sino con la Hermandad Musulmana en 1928. Y abreva en dos fuentes: por un lado las suras coránicas medínicas, en las que Mahoma expresaba su enojo contra cristianos y judíos, decapitaba a estos últimos, etc., y las fuentes antisemitas europeas, particularmente los Protocolos de los Sabios de Sión y Mi lucha de Hitler. El islam tradicional no acusaba a los judíos de querer apoderarse del mundo. Para Mahoma los judíos eran despreciables, pero no una amenaza. La prueba es que los pudo matar sin problemas en el relato coránico. Solo el islam radical adopta la acusación antisemita de la dominación mundial. Lo hace Hassan Al Bannah, fundador de la Hermandad, y lo profundiza el nefasto criminal de guerra nazi Hadj Amín El Husseini. En efecto, el tristemente célebre Mufti de Jerusalén, no solo deportó miles de judíos a Auschwitz al servicio de Hitler (y no como su ideólogo, como erróneamente afirmó Netanyahu), sino que propagó la judeofobia islamofascista moderna al Medio Oriente a través de la emisora de onda corta nazi, Zeesen. Según esta tesitura, novedosa en la historia del islam, los judíos –y por extensión su hogar nacional como expresión profanadora y herética- son un peligro demoníaco que hay que erradicar. No como en el islam de Mahoma, sino como en el viejo antisemitismo europeo, tanto el cristiano como nazi.

Hoy, la reacción palestina, iraní, islamista, contra Israel reviste un carácter casi exclusivamente islamista radical, no antiimperialista. La izquierda europea, norteamericana y latinoamericana debería dejar de traducirla a términos materialistas marxistas, por más cómodos que le sean. Cuando los islamistas dicen «jihad», no quieren decir «lucha antiimperialista». Cuando llaman a los cristianos «cruzados», no quieren decir «occidentales dominadores y burgueses capitalistas», sino precisamente eso: cristianos. Traducir el discurso islamista radical a términos de izquierda ligados a «centro y periferia» es en sí mismo arrogante y etnocentrista. Por lo tanto, también imperialista.

Pues cuando el islam radical se impone como gobierno, su agenda no es resolver las injusticias de clase, sino imponer la sharía, la ley islámica radical, que se opone a la democracia, a los derechos humanos, a la igualdad de los sexos, al ateísmo, a la homosexualidad, a la aceptación del otro… y también a los izquierdistas. En fin, el islam radical está contra todo aquello a lo que las izquierdas de hoy aspiran. De seguro, la sharía no es el fin de la dominación del hombre por el hombre. Más bien al contrario. Flaco favor le hacen las izquierdas del mundo a la causa palestina cuando apoyan al Hamás.

Y cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo, debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

He ahí, pues, el gran pecado de la izquierda sionista: seguir la corriente de las izquierdas occidentales de justificar o hacer la vista gorda al islam radical en nombre de la lucha contra la ocupación. Sobre todo porque el islam radical no desea el fin de la ocupación, sino el fin de Israel como Estado del pueblo judío. Un Estado judío (no solo democrático) solía ser la aspiración también de la izquierda sionista. Si ya no lo es, que dé el aviso. Pero entonces ya no será izquierda sionista. Yo no he cambiado mi ideología; solo habré cambiado mi voto (a Majané Tzioní, por si preguntan).

Cuando planteo esto a izquierdistas israelíes, además del viejo argumento de «los extremistas propios y ajenos», suelo recibir respuestas como: «No es cierto, nosotros lo advertimos». Yo no he escuchado esas advertencias en Meretz ni en Paz Ahora. Si las ha habido, no han sido suficientemente enfáticas. Quiero decir: salir a manifestar contra el islam radical, su terrorismo y su violación sistemática a los derechos humanos, en las calles de Israel y del mundo, con banderas de izquierda sionista enarboladas con firmeza. En cambio, la izquierda israelí ha vuelto a Plaza Rabin, hace pocos días, en ocasión de la actual ola de terrorismo con cuchillos y atropellamientos, pero bajo el lema de que la ocupación israelí y algún ministro trasnochado que ha subido al Monte del Templo son los únicos culpables. Como si el Mufti –sí, de nuevo el Mufti- no hubiera inventado la leyenda de «Al Aqsa está en peligro» ya en los años ’30. Como si no hubiera incitación de corte islamista en el lado palestino, sin relación con lo que realmente hace Israel. Ya no puedo ir a manifestaciones que terminan blanqueando, una vez más, al islam radical.

La función histórica de la izquierda sionista

Dada su cercanía y su diálogo con las izquierdas occidentales, la función histórica de la izquierda sionista judía e israelí debería ser una función social aclaratoria esencial para la paz bien entendida entre los pueblos. Debería presentarse en todo foro internacional posible, en todo canal de comunicación, virtual o analógico, en toda manifestación callejera en las grandes capitales, en toda universidad, con un mensaje claro: «Hermanos correligionarios de las izquierdas occidentales: no todo luchador contra Israel y Estados Unidos debería ser potable para nosotros, la gente de izquierdas. El abrazo famoso entre Chávez y Ahmadinejad como paradigma es non sancto y aberrante. Si Marx se despertara de su tumba y viera ese abrazo, que se sigue dando en medios de comunicación, en universidades y en círculos intelectuales en Europa y en las Américas, se moriría de nuevo. No se puede apoyar el antiimperialismo y los derechos humanos, y al mismo tiempo blanquear al islam radical, que es genocida y opresor. Es como apoyar a Stalin y a Hitler al mismo tiempo, solo porque ambos se oponían a Occidente. En el siglo 20 hemos sido un faro contra el nazismo. En el siglo 21 debemos serlo contra el islam radical. Despertemos y actuemos.»

Las razones de los progresistas sionistas para no pronunciarse claro y fuerte en este sentido estarán con ellos. Quizás sea un problema de pertenencia, de hogar: el temor de verse convertidos ellos también, igual que todo el proyecto israelí, en parias intelectuales, y ser escupidos de los marcos progres occidentales, tan cálidos y cómodos.

Solo que no es un buen tiempo para aferrarse a zonas de confort. La izquierda progresista judía, sionista e israelí, de la que todavía formo parte, podría tener una función positiva esencial para la paz: ciertamente la de seguir llamando a la solución de dos Estados para dos pueblos que vivan en paz uno junto al otro. Pero, también, la de advertir de modo militante, fuerte y atronador, contra el peligro del islam radical.

Ali Saad Dawabsha z»l. No al terrorismo judío

AliSaadDawabsha

Por Marcelo Kisilevski

Así como desde este lugar nos esforzamos por denunciar el terrorismo islámico como el gran obstáculo para la paz y el gran desafío que enfrenta el mundo en este siglo, hoy tenemos que denunciar el terrorismo judío.

Es cierto que los casos se cuentan con las manos y, que cuando ocurre, el gobierno y las fuerzas armadas israelíes atrapan a los culpables y la sociedad israelí los repudia con toda la fuerza posible, a diferencia de lo que ocurre con sociedades o gobiernos vecinos. El presidente palestino Mahmud Abbas otorga subsidios a familias de terroristas y bautiza calles en su nombre como si fueran grandes héroes. Eso no podría ocurrir del lado israelí.

Pero todo eso no me importa hoy. No puedo aceptar el terrorismo judío. Tampoco puedo aceptar que se intente desviar el punto de lo «judío» como si no fuera políticamente correcto, porque entonces no podríamos decir tampoco «terrorismo islámico».

Entendámonos: los terroristas incendiaron la casa del bebé Ali Saad Dawabsha, de la aldea Duma, desde «lo judío», y desde su forma deforme y pervertida de entender su religión y su identidad de pueblo. Mataron a un bebé palestino e intentaron liquidar a toda su familia, que lucha ahora por su vida, por el solo hecho de ser palestinos. ¿Cuál fue el crimen de Ali?

Como judíos y como israelíes estamos contra el terrorismo judío, que existe. Hace un año fue el adolescente Muhamad Abu Jdir, quemado vivo en los bosques de Jerusalem. Hoy es Ali Saad Dawabsha. Puede que no refleje una realidad masiva, pero hoy, para la familia Dawabsha, es terrorismo total. Para nosotros también.

Es terrorismo fundamentalista judío, y pretende arrogarse la representación de lo judío. Pues no: no me representa. No nos representa. Y no va a desaparecer solo. Si la repetición cíclica de actos terroristas ocurren en el supuesto nombre de Israel, Israel tiene un problema y lo debe enfrentar.

Mientras esperamos que la policía y el ejército atrapen a los terroristas (por suerte y por lo menos, en general es lo que ocurre), y el premier Netanyahu condena y promete hacer justicia como corresponde, hagamos votos por que este execrable crimen nacionalista no dispare una nueva escalada de violencia en una situacion contenida a duras penas.

Me quedo con las lúcidas palabras del presidente del Estado, Reuvén Rivlin, a los medios de comunicación árabes y palestinos: «Nos hemos levantado esta mañana a un día triste. El asesinato de Ali Dawabsha, un bebé que dormía en su cuna, y la herida grave a su familia, su hermano, su papá y su mamá, que lucha por su vida, hirieron el corazón de todos nosotros. Más que vergüenza, siento dolor. Dolor por el asesinato de un pequeño bebé. Dolor porque miembros de mi pueblo eligieron el camino del terrorismo y perdieron forma humana. Su camino no es mi camino. Su camino no es nuestro camino. Su camino no es el camino del Estado de Israel y no es el camino del pueblo judío.

«Lamentablemente, hasta ahora,  creo que hemos enfrentado el fenómeno del terrorismo judío con debilidad. No hemos internalizado todavía que estamos ante un grupo ideológico, decidido y peligroso, que se ha puesto como objetivo destruir los delicados puentes que construimos con tanto trabajo. Creo que, en la medida que entendamos que enfrentamos un peligro esencial para el Estado de Israel, seremos más firmes para enfrentarlo y arrancarlo de raíz».

“El Estado Islámico sobrevive porque tiene apoyo político”

AbdelHayAzab

Abdel Hay Azab, rector de la Universidad egipcia de Al Azhar, la institución más importante del mundo en el tema del Islam. Foto: Massimiliano Minocri

Abdel Hay El Azab, experto en islam radical en la universidad Al Azhar, pone los puntos sobre las íes en cuanto a la necesidad de diferenciar entre la religión musulmana, una religión de paz como todas, y el islam radical. Seguir tolerando a este último, una ideología nefasta surgida recién en el siglo 20, en nombre del multiculturalismo, es el gran error de Occidente, que está signando este nuevo siglo. Que El País de España lo publique, en un país donde no todos hilan fino, es una buena noticia.

Por Patricia R. Blanco, El País (España)

Abdel Hay el Azab es consciente de la responsabilidad que recae sobre él. Rector de la Universidad Al Azhar, la institución más prestigiosa del mundo en el estudio del islam suní —fue fundada en El Cairo en el año 975—, pronuncia con cuidado milimétrico cada una de sus palabras y llega a repetir una frase si cree que un verbo es más preciso que otro. Tal es su celo para evitar malentendidos que no aceptó a ningún intérprete en su participación el pasado jueves en las jornadas sobre Diálogo Intercultural e Interreligioso, organizadas por el Ministerio de Exteriores en Barcelona. Solo admite como traductor a su ayudante personal —exclusivamente en francés— si el interlocutor no habla árabe.

Pregunta. El Estado Islámico (EI) dice que sus actos responden al cumplimiento de los preceptos del Islam. ¿Usted que cree?

Respuesta. Es necesario que la sociedad, musulmana y occidental, sepa diferenciar entre religión y grupos terroristas. El islam promueve el respeto hacia el otro, el principio de no agresión y la coexistencia pacífica. Los terroristas solo promueven el terror. Por eso, los musulmanes, pero también Europa, tienen la responsabilidad de corregir la visión errónea que existe sobre el islam y que difunden algunos medios.

P. ¿A qué atribuye la expansión del EI?

R. El EI [El Azab alude siempre al Estado Islámico con su acrónimo en árabe, daesh, para evitar concederle carácter estatal] no es producto de la religión, sino que es una fabricación política. ¿Puede un grupo, por sí mismo, destruir un Estado? Está claro que no. El EI sobrevive porque tiene apoyo político.

P. ¿Quiénes lo apoyan?

R. Verdaderamente tenemos que preguntarnos quiénes están sosteniendo al EI y de dónde sale el dinero para su financiación. Y yo les digo a las escuelas y a los países que están apoyando a estos terroristas que son injustos con su pueblo, que están promoviendo el terrorismo y que los injustos tendrán su sitio en el infierno.

P. ¿Cómo combatir al EI?

R. Contra el terrorismo, en la Universidad de Al Azhar proponemos el Corán, el islam verdadero, para difundir la paz.

P. En diciembre de 2013, el Gobierno egipcio designó oficialmente a los Hermanos Musulmanes como terroristas. ¿Usted los considera terroristas?

R. Creo que todo aquel que comete crímenes y actúa en contra de la ley es igual al EI. ¿Acaso los Hermanos Musulmanes han denunciado los crímenes cometidos por grupos terroristas? No, no lo han hecho. Son una organización que instiga a actuar en contra de la población.

P. Expulsó a miembros de los Hermanos Musulmanes de la universidad.

R. Expulsé para siempre a aquellos que habían cometido crímenes o habían incitado a la violencia, no por el hecho de ser de los Hermanos Musulmanes. Pero ahora hemos logrado que impere la ley y la independencia de la justicia. Se ha liberado Egipto de grupos extremistas y es mi responsabilidad contribuir a la estabilidad.

P. ¿Tras el golpe de Estado?

R. El 30 de junio de 2013 hubo una revolución heroica que trajo a Egipto seguridad, estabilidad y libertad. Se aprobó una Constitución y se celebraron elecciones.

Dos noticias que dividen

Por Marcelo Kisilevski

Las corrientes palomas contra el antisemitismo palestino. El gobierno israelí contra ultraortodoxos antirreformistas… que son parte del mismo gobierno. 

Alguien me dijo en un diálogo de pasillo: «Todo el mundo se está volviendo hacia los extremos». Tal vez el problema sea que no solo se está volviendo hacia los extremos, sino que no tiene problemas en expresarlo. La vergüenza es lo que está desapareciendo, y se agarra de los pelos con el concepto de «politically correct».

En Chile se encuentra la comunidad palestina más grande del mundo fuera del Medio Oriente, con 350.000 miembros. Hace pocos días, el embajador de la Autoridad Palestina en ese país,  Imad Nabil Djada, emprendió un ataque de neto corte antisemita cuando dijo que «en 1896 se reunió un grupo de intelectuales y asesores financieros para crear el Movimiento Sionista, con un justificativo: crear una patria para el pueblo judío. La verdad es que este objetivo tenía por fin proteger los planes de los judíos de dominar la vida de todo el mundo».

Se trata de una cita directa de los Protocolos de los Sabios de Sión, el panfleto apócrifo del siglo 19, que constituyó entonces la vía por la cual el antisemitismo pudo reencarnar cuando Occidente abandonó los mitos judeófobos medievales a raíz del Iluminismo, que los volvía obsoletos. De la judeofobia política a la darwiniana que trajeron los nazis hubo unos pocos pasos.

La organización estadounidense «Americanos por Paz Ahora», que apoyan a Paz Ahora en Israel, llamaron al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, a despedir a su embajador en Chile. «Expresiones de esa clase estimulan el odio y confieren legitimación a las mentiras antisemitas», dijeron en un comunicado.

Cuando una organización paloma como Paz Ahora tiene que salir al cruce de expresiones proferidas por el bando con el cual buscan el acercamiento, ese bando debe decidir para qué lado empujan sus velas. O bien llamarse a la reflexión -«el embajador no nos representa»- o bien sincerarse: «Sí, en realidad eso pensamos». Puede que no hagan ni lo uno ni lo otro. Será un signo de los tiempos.

Por estas playas israelíes las cosas no están mejores. El Ministro de Cultos, David Azulai dijo este fin de semana en una entrevista: «No quiero ser la primera persona en la historia del pueblo judío en reconocer a los reformistas. Los reformistas son una catástrofe para el pueblo judío».

El propio primer ministro Biniamín Netanyahu debió emitir una «reprimenda» contra el ministro de Cultos: «He dialogado con el ministro Azulai y le he recordado que Israel es el hogar de todo el pueblo judío».

Azulai intentó reducir daños: «Quiero referirme a mis palabras que fueron sacadas de contexto por factores de interés para provocar una fractura en el pueblo. Por supuesto que todos los judíos, aunque pequen, son judíos. Vemos con gran dolor el daño de la reforma en el judaísmo, que trajo el mayor peligro para el pueblo judío, que es la asimilación».

Las declaraciones de Azulai -que, recordemos, no es un rabino de barrio sino el Ministro de Cultos-, así como su «aclaración», provocaron la ira del Movimiento Reformista. El rabino de esa corriente, Guilad Kariv, dijo que «el hecho de que el ministro no retiró sus palabras es clara muestra de que el primer ministro no puede contentarse con condenar sus dichos. Esperamos que el premier ponga claro que no tolerará expresiones que deterioran las relaciones entre Israel y el judaísmo del resto del mundo».

El domingo último, 5.7.15, el gabinete votó a favor de anular la reforma a la conversión al judaísmo, que confería la potestad de la conversión también a las autoridades rabínicas municipales, ya no solo al Rabinato Central. Ello abría las puertas a conversiones no ortodoxas. Una de las condiciones para la reentrada de partidos ortodoxos a la coalición era esta anulación, a la cual Netanyahu tuvo que acceder para arañar los 61 escaños con que cuenta su gobierno en la Knesset.

 

Este es un gobierno de derecha, coaligado con la ultraortodoxia. Es lo que podía hacer Netanyahu si quería formar coalición. Ya hemos dicho que es un gobierno vulnerable, que navegará como una cáscara de nuez en un océano tormentoso, en las manos no solamente de los partidos menores en su coalición, sino de cada uno de sus diputados en la Knesset. Cada ministro y cada diputado tiene al premier tomado de sus partes pudendas, puede expresar lo que se le antoje y elevar las propuestas que se le ocurran.

Tengo malas noticias para el Movimiento Reformista: si quieren que algo cambie, en lugar de exigir al premier, en declaraciones sacarinadas, que «no tolere» los atropellos ultraortodoxos, deberán venir a Israel y dar batalla política. Mientras tanto, Israel se continuará manejando en el aspecto religioso -conversión, matrimonio, entierro- por la vía ultraortodoxa, y los ministros se seguirán expresando como los dueños de casa que son. Porque aquí no hay otros. Solo si los no ortodoxos atinan alguna vez a organizarse, esas serán buenas noticias.

Porque el mundo, si lo dejan, va hacia los extremos. Es un signo de los tiempos.