Hoy, Conferencia de París, hoy

bibihollande

Biniamín Netanyahu y Francois Hollande. El israelí le surigirió al francés, en su último encuentro, que anule el foro internacional de hoy y que, en cambio, dedique una sala donde se puedan sentar a solas él y su par palestino Mahmud Abbas para cerrar trato sin precondiciones.

Por Marcelo Kisilevski 

¿Cuál es la agenda de cada uno de los actores en este nuevo capítulo de la telenovela llamada «proceso de paz», en que los actores secundarios del culebrón intentan lograr algún tiempo de pantalla?

Cuando se realiza cualquier conferencia en pos de la paz, se supone que debemos alegrarnos. Quien esto escribe se alegró mucho con la Conferencia de Paz en Madrid en 1991, pues era la primera vez que israelíes y árabes se sentaban en una misma mesa y en público a hablar del futuro compartido en esta región. No salió nada de allí, salvo un precedente para lo que después sería Oslo. Luego, en 1993, con el apretón de manos entre Rabin y Arafat, muchos nos emocionamos de verdad. Hoy se reúnen nada menos que 72 países en París, bajo los auspicios del presidente Francois Hollande para intentar romper la brecha hacia la paz entre israelíes y palestinos… sin los unos ni los otros. El principal problema de esta conferencia es la experiencia que tenemos tanto protagonistas como testigos: después de tantos años de intentos fallidos, nadie cree -de antemano- una sola palabra de lo que pueda salir de allí.

En breve -porque ni siquiera vale la pena el río de tinta digital, hay otras cosas que hacer- este sería el esquema de las motivaciones de cada actor en este nuevo sketch de la política internacional.

Francia y demás participantes: volver al ruedo como los hacedores de la paz. Algunos de ellos haciendo gala del mismo pacifismo europeo poscolonial multiculturalista de siempre. En el mejor de los casos, buena gente con buenas intenciones. En lo concreto, emitirán una declaración meramente declarativa (valga más que nunca la redundancia) en la que llamarán a las partes a renovar su compromiso con la solución de dos Estados y a renegar de sus respectivos funcionarios de gobierno que se oponen a ella, como lo reveló el matutino Haaretz. También, advertirán a la entrante Administración Trump de no trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén. «Sería una decisión unilateral que puede escalar la violencia en el terreno», dijo a Reuters un alto diplomático francés. «Cinco días antes de asumir su mando como Presidente, no es nada despreciable que más de 70 países se reúnan para llamar a la solución de dos estados, cuando su Administración podría implementar medidas controvertidas que podrían provocar una escalada». ¿Llamar a dos estados y advertir a Trump contra el traslado de la embajada? ¿Para eso se reúnen hoy 72 países en París? Parece que sí.

EEUU: También John Kerry, secretario de Estado norteamericano, asistirá. Cinco días antes de terminar su carrera y la de Obama, la idea es reforzar el discurso del primero, hace unos días, en el que predicara su doctrina moral, principalmente contra el premier israelí Netanyahu, sobre las culpas del no avance del proceso de paz. También, intentar comprometer a la próxima administración con algún otro hecho consumado, tal como lo hiciera esa potencia con el no veto a la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad. Como dijimos en una entrega anterior, Obama y Kerry intentan diseñar su paso a la historia como hacedores de la paz, y poner un alto precio a sus futuras conferencias en universidades y foros internacionales, donde podrán enseñar cómo no lo lograron… claro está, por culpa de otros.

Autoridad Palestina: no asiste, en parte por la negativa de Netanyahu a hacerlo, y en parte porque Israel no ha cumplido la precondición palestina de cesar la construcción en los territorios. Cuando, en tanto, Israel continúa construyendo -a paso lento, solo en asentamientos existentes, y solo en los bloques junto a la Línea Verde, pero construye- cabe preguntarse qué esperan los palestinos. Una de las respuestas de los analistas es que se trata de una excusa para no cerrar trato jamás por un Estado palestino que se extienda solo por Cisjordania y Gaza. Por default eso implicaría reconocer a Israel que, en términos del islamismo radical que infesta la sociedad palestina, es «una soberanía no musulmana sobre Dar El-Islam», la morada del islam, que es tierra sagrada. Desde esta perspectiva, Mahmud Abbas, presidente palestino, temería que la solución de dos estados, con todo lo que él pueda apoyarla verbalmente, no solo dictaría su propia muerte -tal como le ocurriera a Anwar El-Sadat- sino el estallido de una guerra civil palestina, lo contrario de lo que se quiere lograr, a saber, la paz. Lo que quedaría, pues, sería el status quo, mantener las cosas más o menos como están, manteniendo bajos los decibeles de la violencia, y con logros diplomáticos simbólicos en la arena internacional que menoscaben la legitimidad de Israel, pero no mucho más. Fuentes periodísticas en Israel indicaron que la intransigencia palestina podría reducirse con la nueva Administración en Washington, ante el temor de un Trump demasiado pro-israelí. Entonces se avendrían a negociar, sin precondiciones y a precios reducidos. Suena a wishful thinking, pero el tiempo dirá.

Israel: No acepta negociar con precondiciones, recuerda a quien quiera escuchar que Arafat no esperó a que este país dejara de construir para negociar con él durante todos los años de Oslo, por lo que la precondición palestina suena a excusa para no cerrar trato por la creación de un estado palestino que se extienda solamente por Cisjordania y Gaza. Recuerdan, como evidencia, que en 2009, ante las presiones de Obama luego del discurso de El Cairo, Israel congeló la construcción en los territorios por 10 meses, sin que la Autoridad Palestina insinuara siquiera una vuelta a la mesa de negociaciones. Por otro lado, el gobierno israelí entiende que, históricamente, los foros multilaterales -empezando por el mencionado Madrid 1991- jamás aportaron a la paz, y que solo negociaciones directas, basadas en el intento de satisfacer necesidades e intereses realistas de las partes, han servido para impulsar los procesos, y no «circos de la paz» que solo ayudan a que sus organizadores y asistentes salgan bien en las fotos.

Pero hablar de la paz siempre es positivo. Feliz día de la paz para todos.

 

 

Obama y Kerry: el «legado»

obamakerry

Por Marcelo Kisilevski

Dado que el no veto norteamericano en la resolución del Consejo de Seguridad y el discurso de John Kerry no son útiles a la paz, a este cronista le queda una sospecha irónica para intentar adivinar las verdaderas intenciones de la Administración saliente.

Hay dos planos en el discurso final del Secretario de Estado norteamericano John Kerry, ayer. Uno es el del contenido y otro es el del andamio político/tono/química/timing. En el plano del contenido, nada nuevo. Primero, los principios de la Administración Obama para el arreglo del conflicto entre Israel y los palestinos, que ya vienen de su intento de mediación de nueve meses: 1) Retirada israelí a los límites de 1967 con intercambio de territorios. 2) Dos estados para dos pueblos. 3) Solución justa para los refugiados palestinos. 4) Jerusalén, capital de los dos estados, sin dividirla nuevamente. 5) Necesidades de seguridad de Israel deben ser garantizadas, pero fin a la ocupación.

Segundo, en ese mismo plano del contenido. Kerry echó las culpas sobre Israel, «el gobierno más derechista que supo su historia» y dijo que la política de asentamientos «lleva a un solo estado, que no podrá ser judío y democrático a la vez». Pero Kerry no habló de la intransigencia palestina. Existe una responsabilidad de la parte débil en el conflicto, y Kerry solo habló de «incitación y violencia», a la que debe ponerse fin, pero no dijo quién es el responsable por esa incitación, que ocurre de modo brutal en la calle, en las instituciones y en las redes sociales del lado palestino. Tampoco mencionó que la Autoridad Palestina rechazó todas las propuestas de Israel en 2000, en 2008 y la última: la del propio Kerry en 2014, que planteaba lo mismo que dijo ayer. Y lo que es peor: los palestinos nunca ofrecieron ninguna propuesta en lugar de su rechazo. Rechazo y punto. A veces peor: rechazo y violencia. Así no me enseñaron a negociar. Lo cual hace sospechar de la agenda oculta de los palestinos: ¿de verdad buscan dos estados para dos pueblos?

Pero volviendo a Kerry, también agregó que EEUU no fue el que impulsó la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que declara ilegales los asentamientos judíos en Cisjordania.

El problema básico de esa resolución es que el Consejo de Seguridad de la ONU representa el lado jurídico de las relaciones entre los países del mundo, y no puede ser convertido en un foro político cualquiera, como sí lo puede ser la Asamblea General o el Consejo de Derechos Humanos. Las resoluciones del Consejo General son vinculantes. Si bien esta no ordena el desmantelamiento de las colonias ni ordena sanciones, abre ahora las puertas para eventuales acciones concretas contra Israel, por ejemplo demandas en la Corte Internacional de La Haya por supuestos crímenes contra la humanidad, que ahora estarán basadas en este precedente. EEUU era un dique contra este abaratamiento del Consejo General.

Porque lo cierto es que los asentamientos pueden ser injustos, incorrectos, hasta inmorales y no conducentes a la paz. Incluso estratégicamente estúpidos. En ese plano podemos estar de acuerdo. Lo único que no se puede decir de las colonias, en cambio, es que sean «ilegales».

Pues la ocupación, jurídicamente hablando, ocurrió en Sinaí. Allí existía soberanía previa egipcia. En ocasión de los acuerdos de Camp David, Israel devolvió el Sinaí a Egipto a cambio de reconocimiento y paz. También, mal que les pese a algunos israelíes, existe ocupación en el Golán, y cuando haya paz con Siria -a este paso no se sabe cuándo- se deberá devolver el Golán a Siria, o rentárselo por 99 años tipo Hong Kong.

Pero en Cisjordania y Gaza no había soberanía previa palestina ni de nadie. Existen solo dos territorios en el mundo sin soberanía alguna: la Antártida y Cisjordania-Gaza. Es la ley internacional. Jordania había anexado unilateralmente ese territorio luego de la guerra de 1948 (lo hizo formalmente en 1950, para más datos), una anexión no reconocida internacionalmente -como tampoco es reconocida la anexión israelí del Golán y de Jerusalén Oriental- y la «desanexó» en 1988 cuando la declaración virtual de independencia por Arafat desde Túnez. Por eso, se puede apoyar la entrega de los territorrios a los palestinos, pero no hay devolución. 

Y por lo tanto, no hay ocupación. La hay, ciertamente, en el tipo de relación generada entre el ejército y los habitantes palestinos, pero no en el de la ley internacional. Debe terminarse, claro, pero en el plano de la política. Pues si nos quedamos en lo jurídico, los israelíes tienen tanto derecho a construir casas en los territorios como los palestinos, pues el status jurídico es el de territorios en disputa.  Ese es el plano jurídico, en el que debe moverse el Consejo de Seguridad de la ONU. El carácter de ocupados, para referirse a los territorios, es una calificación política con la que coincide la llamada «comunidad internacional».

El error de EEUU, por lo tanto, fue dejar que el Consejo de Seguridad abandonara sus funciones de resguardo de la ley internacional y dejarse arrastrar a lo que «la comunidad internacional considera».

¿Qué buscan estos muchachos?

Ahora bien. En el plano del contexto político: ¿ese es el legado de la Administración Obama en política internacional? A menos que haya otro discurso de una hora y once minutos de John Kerry para cada conflicto en el mundo en el que EEUU metió mano -en general mal- este debía ser el discurso de cierre que resume su gestión. ¿Cuántas horas debió hablar Kerry de Rusia, con sus invasiones a Georgia, a Crimea, a Siria? Quizás quiso centrar los «éxitos» de su gestión solo en el Medio Oriente. Aquí, el rey está más desnudo aun, pues lo que dijo durante tantos minutos no logra ocultar, al contrario, lo que no dijo: el fracaso estrepitoso de EEUU en todos y cada uno de los países donde ocurrieron las mal llamadas «Primaveras Árabes». Si se dedica una hora y once minutos al conflicto inmobiliario entre Israel y los palestinos, ¿no debería dedicarse varias horas más a Egipto, con el negligente proceso de caída de Mubarak, la debacle con el gobierno de la Hermandad Musulmana y el golpe de A-Sisi, miles de muertes mediante? Por no hablar de Siria, donde huelgan las palabras. El lector haga la cuenta de cuántas horas debería hablar Kerry de Siria.

La pregunta que queda, es qué busca la Administración Obama con su cambio radical de política hacia Israel, más que salir con una imagen de «buscadora de la paz». No se trata de «abrochar» a la entrante Administración Trump con hechos políticos consumados. Este novato de la política es tan novato, que nada puede atarle las manos. No se sabe si jugará a favor de Israel -o de su actual gobierno- o en contra. Trump es muchas cosas, pero previsible no es una de ellas. Tampoco se trató de «ablandar» a Netanyahu: era de prever el ataque de histeria que invariablemente habría de padecer Bibi, y del antagonismo y mayor endurecimiento que la actitud norteamericana provocaría en el gobierno israelí.

Por eso, dado que su acto de cierre es cualquier cosa menos útil a la paz, lo que queda a este cronista, es una sospecha sarcástica: ¿habrá sido un acto de marketing de Obama y Kerry de su nueva profesión como conferenciantes en universidades y foros internacionales, por suculentas decenas de miles de dólares la pieza, acerca de cómo se hace la paz en Medio Oriente?  Se abre el remate.

 

Caso Ghattas: así funcionan los titulares, Sr. Lapid

lapidbibi

Por Marcelo Kisilevski

Lapid puede tener una mejor idea de cómo tratar al diputado de la Knesset Basel Ghattas sospechado de colaborar con terroristas. Pero Netanyahu tiene mejor idea de cómo tratar a la opinión pública.

Esto no es una lección de política, sino de medios. Observe el lector cuántas palabras lleva a continuación hacer quedar bien a Lapid. A Netanyahu le lleva solo una: «izquierdista», para referirse a Lapid.

No es secreto que Yair Lapid, líder del partido Yesh Atid (Hay futuro), ha estado adoptando posturas de derecha que puedan competir en una futura elección por la primera magistratura del país contra el por ahora imbatible Biniamín Netanyahu. Éste, por su parte, ha encontrado una manera de bloquearlo ante la opinión pública.

Esta semana la policía ha anunciado que sospecha que el diputado Basel Ghattas, de la Lista Árabe Unificada, habría contrabandeado celulares a terroristas presos de alta seguridad en una cárcel israelí, junto con delicada información de seguridad. El operativo de seguimiento habría tenido lugar durante meses, y habría involucrado escuchas a llamadas de terroristas que nombraban a Ghattas como el responsable de llevarles el material. Siguieron al miembro de la Knesset en su visita a dos de ellos, y luego catearon a los dos visitados, hallando el material prohibido.

Inmediatamente empezó el buzz mediático, los diputados de la derecha comenzaron su danza de linchamiento político, y surgieron los llamados en el gabinete a activar la ley de destitución de la Knesset, aprobada hace poco para casos como el de la diputada árabe Janin Zuhabi. Según la ley, para lograr el tratamiento del caso bajo dicha ley harían falta 70 firmas de diputados, con la condición de que 10 de ellos sean de la oposición.

Lapid anunció que no estamparía su firma en el formulario (aunque negó que hubiera ordenado a sus diputados no firmar), y explicó que tenía otra idea mejor: que el Asesor Letrado de la Knesset gestionara el retiro de la inmunidad parlamentaria de Ghattas, posibilitando que este sea sometido a juicio sin más dilación.

Pero Netanyahu, rápido como el rayo, se quedó con la primera parte de la postura expresada por Lapid: que «se opone a la destitución». Dijo: «Me desepciona pero no me sorprende. Porque Lapid es un izquierdista que lidera un partido izquierdista; el electorado ya dará su postura». Porque Netanyahu entiende el juego, y sabe perfectamente que Ghattas es solamente una ficha en el tablero. La seguridad de Israel está también, pero después.

Lapid intentó desprenderse de la Llave Nelson: «¿De veras? -reza el comunicado del partido Yesh Atid- ¿Por qué no se dejan de molestar con ese truco gastado? Primero lo llamaron a Bennet (Hogar Judío) izquierdista, luego a (Avigdor) Liberman, a (Moshé) Buggy Yaalón, e incluso al Jefe de Estado Mayor Aizenkot izquierdistas. ¿Ahora también a Lapid izquierdista? Es un truco estúpido y patético».

Más temprano había explicado Lapid: «Si las sospechas contra Ghattas se confirman, hay que suspenderlo de la Knesset. Para acelerarlo he acudido al Asesor Letrado para que actúe de inmediato para retirar la inmunidad parlamentaria de Ghattas».

Para él, la iniciativa que se cocina en el gabinete es «estúpida». «He escuchado también que hay una iniciativa para activar la ley de destitución. Discúlpenme, pero es una iniciativa idiota. Así no se lucha contra alguien que colabora con el terrorismo. Llevará tres años de procedimientos judiciales y trabará cualquier otro proceso. Si Ghattas hizo lo que se sospecha que hizo, es un traidor miserable que debe estar en la cárcel, y no pasear por el mundo por los próximos tres años contando el cuento de que lo persiguen políticamente».

Explicación contundente si las hay. Tiene un pequeño problema: el titular que él ha creado para los medios con sus propias manos lo es más aún: Lapid no apoya la «destitución». «Izquierdista», remata Netanyahu. Jaque mate.

 

Lo que le hace Hamás a Gaza

TunelesPalestinos

Parte de la ciudad subterránea de Hamás, que se extiende también hacia suelo israelí. Los habitantes gazatíes, cuya emergencia habitacional crece, pueden esperar.

¿Qué hace la Autoridad Palestina con el dinero de los países donantes? ¿Qué hace Hamás para proteger a su población en Gaza? ¿Qué hacen ambos para evitar el próximo estallido social en Gaza y el subsecuente enfrentamiento cíclico con Israel?

Como todos los años, también en 2016 se prepara Tzahal para otra vuelta de violencia en Gaza el próximo verano (del hemisferio norte). Así comienza el análisis de Alex Fischman en Yediot Ajaronot del 22.2.16. Nadie sabe el momento exacto o cuál será el disparador, pero todos tienen claro que el ritual casi anual es una realidad obvia. Y no es solo una forma de pensar israelí.

Los habitantes de Gaza que salen de la Franja y se encuentran con israelíes dejan la impresión de que el fatalismo gobierna también al otro lado. Desde su punto de vista, el enfrentamiento militar es casi seguro. También ellos creen que será mucho más violento, que Israel está harto de los jueguitos del Hamás y que hará todo lo posible por aniquilarlo, mientras que Hamás, por su parte, sorprenderá a Israel con poder de juego y ataques a la población civil israelí para intentar romper el status quo y el bloqueo. Y cuando ambas poblaciones están convencidas de que eso es lo que ocurrirá, sus dirigencias no son quiénes para decepcionarlas, asegura Fischman.

Pero parece ser, continúa, que en esta vuelta que se está cocinando, los liderazgos podrían ser sorprendidos, pues no controlan los acontecimientos. Es probable que este nuevo enfrentamiento no estalle por un error, o provocación, o por un movimiento militar planificado en base a una lógica de estado. Hay más probabilidades que la intensidad del enfrentamiento y su timing sean fijados por la población de Gaza, que le estallará a Hamás en la cara, en una explosión social que salpicará también a Israel, a Cisjordania y a Egipto.

Gaza se ha convertido en el laboratorio humano en el que se mide cada día el punto de quiebre de la población. En Israel señalan la crisis de infraestructuras en la Franja: electricidad, agua, cloacado. Es apenas la escenografía: la población en Gaza emite gritos de derrumbe personal. La cantidad de suicidios no tiene precedente. El número de asesinatos dentro de la familia va en aumento (hay, por ejemplo, un fenómeno de mujeres que acuchillan a sus maridos desempleados). Uno de cada tres habitantes de Gaza consume medicamentos psiquiátricos. Aumenta el abuso de drogas y el delito, en especial la prostitución, así como un fenómeno que rebela, el de adolescentes que se casan con mayores que las puedan mantener, como segunda o tercera esposa. Por otro lado, no hay dinero, los jóvenes se casan menos, y la edad de matrimonio promedio aumenta.

La Autoridad Palestina, encargada de transferir el dinero de las donaciones, no transfiere fondos para la salud y la educación de modo regular. No hay en Gaza un servicio psiquiátrico digbno. Hay un aumento del nacimiento de bebés con deformaciones, adjudicado al aumento de los matrimonios entre parientes cercanos. Debido a la crisis mundial de los refugiados, la UNWRA (la Agencia de la ONU para los refugiados palestinos) recibe menos dinero, de modo que menos familias logran flotar sobre el agua. Y por sobre todo, sobrevuela el miedo aterrador de un ataque israelí. Los gazatíes no tienen escape: no tienen adónde huir, no pueden influir en los acontecimientos. Están enojados con Hamás, que se han cavado una ciudad subterránea donde ocultarse, mientras que ellos, los habitantes, no tienen refugios.

Jóvenes que fueron capturados cuando intentaban cruzar la cerca hacia Israel, relataron que lo hacían porque no tenían lo que comer en casa. Parte de ellos huían por violencia familiar. El 50% de los jóvenes en Gaza declararon en encuestas diversas que querían emigrar de la Franja para siempre. Los soldados de Tzahal son testigos del fenómeno: universitarios que lograron obtener un permiso de paso por el paso de Erez, salen de la Franja y besan el suelo. En su vivencia, han salido de la prisión. El ethos del Retorno ha sido quebrado: déjenlos huir, no volver.

Hasta mediados de 2015 las familias que se podían dar el lujo se fueron por los túneles hacia Egipto y Libia, y buscaban un barco hacia Europa. Cientos de palestinos se ahogaron en ese viaje. Los egipcios lograron sobreponerse a la mayoría de los túneles, y esa vía se cerró. Ahora crece el número de personas que falsifican certificados de enfermedad para salir a tratamientos en Cisjordania y no volver más.

Varias personas en Gaza ya se prendieron fuego a lo bonzo en son de protesta. En Túnez, un evento similar desató la llamada «Primavera árabe». También Gaza arderá. Es cierto, una población religiosa, tradicional, tiende más a resignarse a su destino, pero también aquí el vaso de veneno se va llenando. Y cuando esta carga humana estalle, no habrá ningún aviso previo. Las esquirlas aterrizarán sobre todos nosotros.

 

 

 

 

 

Derechos humanos vs. Propaganda antiisraelí vs. Propuestas de ley problemáticas: separar la paja del trigo

 

IlanaDayanEzraNawi

Ilana Dayán, acusada de cooperar con una «campaña orquestada de demonización de la izquierda israelí». Atrás, Ezra Nawi, de la organización Ta’ayush.

Por Marcelo Kisilevski

Hace ya un par de semanas la discusión en Israel hierve en torno a la nota en el programa Uvdá («Hecho probado») de la periodista de investigación argentina-israelí Ilana Dayán. En su última edición, Dayán reveló que un activista de izquierda entregaba a la Autoridad Nacional Palestina a palestinos que vendían terrenos a judíos en los territorios de Cisjordania. Según la ley de la ANP, tal venta se pena con la muerte, y ya han sido muchos los ejecutados, previa tortura. De lo que resulta que un militante de derechos humanos que lucha por la causa de los palestinos, envía palestinos a la tortura y la muerte. Los miembros de la izquierda se despegaron de las actividades de este señor, llamado Ezrah Nawi, pero al mismo tiempo criticaron el programa Uvdá como parte de una «campaña de deslegitimación y demonización de la izquierda en Israel».

Parte de esa campaña incluye la nueva propuesta de «ley de transparencia», que determinaría que hay que «marcar» a organizaciones pacifistas que reciben fondos de entidades estatales extranjeras (a veces son estados, otras son entidades supraestatales como la Unión Europea), para hacer lo que el gobierno considera que es propaganda de deslegitimación de Israel. En este tema se han llegado a extremos desde todos lados, y es importante separar varias pajas de varios trigos.

No es serio en una democracia como la israelí intentar «marcar» a organizaciones de izquierda que reciben fondos de gobiernos extranjeros. Si el gobierno francés o el español, o la Unión Europea, financian a Shovrim Stiká (Rompemos el Silencio), la acción gubernamental, por la vía diplomática, debe estar dirigida hacia esos estados, no a ejercer una presión estilo «shaming» contra Rompemos el Silencio. Llegar a una situación donde mucha gente bien intencionada llama a prohibir la actividad en Israel de Amnistía Internacional, probablemente la organización de derechos humanos más veterana y seria del mundo, solo porque está financiada por donaciones no israelíes, es una situación no sana, provocada por fenómenos tampoco sanos.

Pero relativizar las acciones de Nawi, blanqueándolas por default al inscribir su denuncia en una «campaña», no hace honor al respetable y enorme sector de la sociedad israelí que defiende los derechos humanos y que busca sinceramente una mejora en la vida de los palestinos en los territorios, que lucha por la coexistencia y la paz bien entendidas.

Sigamos con el diagnóstico. Rompemos el Silencio es una organización de ex soldados y oficiales del ejército israelí que recorren instituciones, tanto en Israel como en el exterior, describiendo las cosas «inmorales» que les hicieron hacer en el ejército cuando servían en los territorios de Cisjordania. En un video de la organización se ve a niños de unos  diez años cuya madre los había enviado a comprar pan, retenidos en una esquina de Hebrón. Los jóvenes de Rompemos el Silencio preguntan a los soldados qué hicieron estos niños para que los retengan. «Se olvidaron el documento de identidad en casa, estarán aquí hasta que los familiares vengan por ellos con los documentos», fue la respuesta. «Pero son niños, iban a comprar pan. ¿De qué manera amenazan la seguridad de Israel?», insisten los militantes pacifistas. «No tenemos la culpa, son nuestras órdenes», respondieron los soldados, ellos mismos jóvenes de veinte años que solo esperan el fin de semana para volver a casa, ayudar también a sus madres y salir con sus novias. Conclusión de los hacedores del video: «Esta es la ocupación: una situación imposible en la que nadie parece tener la culpa de nada».

Hasta aquí, un espectador inocente no ve el problema con Rompemos el Silencio. A mí personalmente no me parece mal que se llame la atención sobre hechos derivados de reglas del juego impuestas por una realidad que mezcla terrorismo, política nacional e internacional, y vida cotidiana de habitantes civiles de uno y otro lado. No debería haber una situación en la que niños fueran retenidos por militares. No debería haber niños siquiera en contacto con soldados. Los niños deberían estar en la escuela, en los parques, en sus casas. Los soldados deberían estar en sus cuarteles o en campos de batalla. Está bien señalar que estas situaciones son anormales. Incluso no tengo problema con que la conclusión sea llamar al fin de la «ocupación» y la creación –de una vez por todas- de un Estado palestino que viva al lado de Israel en paz y buenas relaciones. Por el bien de los palestinos, pero también por el bien de los israelíes, para que no se vean más en la posición de tener que retener gente, o entrar en casas de palestinos en busca de terroristas, o hacer esperar a los palestinos horas en los checkpoints.

Principio falaz

El problema es cuando el mero «fin de la ocupación, dos Estados para dos pueblos» no es la conclusión de las organizaciones de izquierda cuyo marcamiento intenta la ministra de Justicia Ayelet Shaked legislar, sino la destrucción de Israel.  De nuevo, me parece problemático esto de «marcar» organizaciones financiadas desde el exterior (que las hay de izquierda y también de derecha), cuando Israel se esfuerza por enseñar al mundo que está mal «marcar» productos de los territorios o israelíes en general con fines de boicot. Aquí cabría esperar de una Ministra de Justicia israelí un poco más de coherencia.

Pero, ¿qué hacer cuando algunos líderes de estas organizaciones llegan a la siguiente conclusión, no menos problemática, antidemocrática y violadora de los derechos de los pueblos, en este caso el judío? «Dado que Israel comete estas atrocidades, que son las más graves que conozca la humanidad, Israel es un país ilegítimo que debe ser desmantelado». ¿De verdad?

En la era de las decapitaciones de ISIS, del genocidio en Siria, o, aquí más cerca, las ejecuciones de Hamás de colaboracionistas o las de la «moderada» ANP, que ejecuta a particulares palestinos que osan vender terrenos a judíos, la presencia del ejército israelí en Cisjordania no puede ser llamada seriamente «atrocidades más graves que haya cometido la humanidad», o llamar a Israel un «régimen nazi temporario», y esperar que eso suene a una progresista, pacífica y bondadosa expresión de deseos.

El problema de la izquierda es que algunas de sus organizaciones o sus líderes, en principio pacifistas y sinceros defensoras de la coexistencia, se están deslizando peligrosamente por el camino del llamado a la destrucción de Israel, lo cual implica una incitación a la violencia extrema, no a la paz.

Lizi Saguí, ex alta dirigente de B’Tselem, una organización que monitorea la construcción de viviendas en los territorios y los problemas de la Cerca Separadora o «Muro», entre otros, dijo sin avergonzarse que «Israel provoca las atrocidades más grandes de la humanidad. Israel demuestra su adhesión a los valores del nazismo». La echaron de B’Tselem, pero consiguió empleo en otra ONG, la Fundación de Defensa de Derechos Humanos». La directora ejecutiva de esta ONG, Alma Bibelsh, definió a Israel como «racista y asesino», y un «Estado Apartheid judío y temporario».

En estas declaraciones, recopiladas en Yediot Ajaronot por Ben Dror Iemini, Biblesh da un paso más allá cuando llama a la «lucha de israelíes, palestinos y la comunidad internacional contra el régimen israelí». Y la lucha no es por la autodeterminación de todos los pueblos involucrados en el conflicto, ni por un Israel más justo y democrático, sino «por el fin de la ocupación entre el Jordán y el Mediterráneo».  O sea, Tel Aviv y Raanana son territorio ocupado igual que Ramallah. Iemini es irónico: «Y entonces nos irá genial bajo un gobierno palestino. Como la maravillosa armonía y hermandad entre los pueblos que reina en Siria».

El problema sigue. Los jóvenes de Rompemos el Silencio no se limitan a hacer videos de advertencia sobre soldados que retienen niños en su camino a la panadería (¡terrible atrocidad!). Otra periodista del mismo diario, Ifat Erlich, reveló que uno de sus más altos miembros, Alón Liel, recorre el mundo llamando al reconocimiento de Palestina como Estado. Liel sabe que esa búsqueda de la ANP por el mundo incluye el «derecho al retorno» de todos los refugiados palestinos, que es el fin de Israel como expresión del derecho a la autodeterminación del pueblo judío, y expresa el apoyo a la intransigencia palestina actual a seguir negociando sin precondiciones hacia dos estados para dos pueblos.

Rompiendo el Silencio recibe financiación de organizaciones como Trocaire, de Irlanda, que es una organización fuerte en el nuevo movimiento que viene sacudiendo la arena de la deslegitimación de Israel, el BDS (Boicot, Divestment, Sanctions), que llama al mundo a dejar de comerciar con Israel, a las universidades a dejar sin efecto acuerdos de intercambio académico con universidades israelíes, presiona a cantantes a no actuar en Israel, etc.  El BDS, menos conocido en América Latina, ya ha plantado una primera bandera firme en Chile. El BDS ha dejado hace ya tiempo de denunciar la ocupación, para llamar a la destrucción de Israel como un todo.

Llamar a la destrucción de Israel es antisemitismo

La paja del trigo: está bien criticar el manejo del ejército israelí en los territorios, en insistir a llamar al fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino. Eso es una opinión política, legítima de ser expresada en una democracia. Llamar directa o indirectamente a la destrucción de Israel como Estado judío, democrático y legalmente constituido, es incitar a la violencia y al genocidio. Es menos legítimo, es menos moral.

Es además antisemitismo, y debo explicarlo, ya que no se me conoce como un paranoico que grita «antisemitismo» ante cualquier crítica contra Israel.

Pues, ¿cuál es el principio que se desprende del llamado a la desaparición de Israel debido a sus injusticias? Suponiendo que Israel fuera exclusivo culpable del fenómeno de los refugiados palestinos, que hubiera habido limpieza étnica y un montón de falsificaciones históricas por el estilo, y que la ocupación fuera tan atroz que los palestinos se arrastraran desangrándose por las calles (cosa que está lejos de ocurrir), el silogismo intelectualmente honesto debería ser: «Todo país que, a la hora de su nacimiento o a continuación, ha perpetrado iniquidades contra otro colectivo humano, es ilegítimo y debería desaparecer». El problema:  prácticamente todos los estados modernos cumplen ese principio general. Piense cada lector en las razones por las cuales su propio país debería ser destruido de acuerdo con este principio. Sin embargo, del único país que se dice que, «dado que hizo tales y cuales cosas, debe desaparecer», es Israel. Cuando se inventa un principio y se sostiene seriamente que el único país que lo cumple es el Estado de los judíos –cuando a decir verdad es uno de los pocos que justamente no lo cumplen-, las preguntas acerca de las motivaciones antisemitas, por lo menos, deben ser formuladas.

Demos un solo ejemplo: en 1948, en tiempos de la creación de la India y Paquistán, catorce millones de personas pasaron entre un país y otro, expulsiones forzadas y genocidio mediante. La mitad de ellos, musulmanes, pasaron de la India a Paquistán; la otra, hindúes de Paquistán, tuvieron que trasladarse a la India. En el medio, dos millones de seres humanos fueron masacrados.

En la guerra de la Independencia israelí –según lo documenta el historiador Benny Morris en su libro 1948-, una guerra iniciada por el lado árabe con la agenda explícita de «evitar el nacimiento de Israel y expulsar a los judíos al mar», dejaron el futuro Israel –la mayoría huyendo por temor a la guerra, aunque en algunos lugares se registraron también expulsiones-, en cambio, unos 800.000 árabes (no se llamaban a sí mismos aún palestinos). 800 civiles fueron asesinados. Del lado israelí también hubo asesinados, 250 civiles, pues es parte de las lacras de toda guerra. Luego de la creación del Estado de Israel, la misma cifra aproximada de judíos fueron expulsados de todos los países árabes en represalia por la creación de Israel. Fueron refugiados por un día, a su llegada a Israel. Al día siguiente, Israel los ya los convertía en ciudadanos. Lo mismo ocurrió con los indios y paquistaníes, y nadie habla hoy de refugiados judíos, o de la India y Paquistán, cuyas cifras de muertos sí dan cuenta de un verdadero genocidio. Los países árabes, en cambio, no quisieron resolver el problema de los refugiados palestinos en sus territorios. En uno de ellos, Siria, se da hoy mismo un nuevo genocidio, y se han generado muchos millones de refugiados.

Pero nadie habla de los refugiados hindúes o paquistaníes, ni de desmantelar Paquistán y la India por ilegítimos. Nadie habla de destruir a los países árabes por haber expulsado a los judíos en pleno siglo 20, ni de desmantelar Siria como castigo por perpetrar el primer genocidio del siglo 21. Por no hablar de que nadie habla de desmantelar Alemania por la Shoá, o Turquía por el genocidio armenio. Pero sí se habla de desmantelar Israel, el único Estado judío. ¿No suena raro? ¿No es extraño que, con tanta guerra e injusticia en el mundo, se haya instalado con fuerza creciente y se haya legitimado la discusión sobre el derecho de Israel, y solo de Israel, a existir? Ya lo dijo Woody Allen: «Que uno sea paranoico, no significa que no lo estén persiguiendo».

Que haya algunos que van por el mundo pregonando que Israel, uno de los pocos países creados por votación internacional, es un estado ilegítimo, sean israelíes y judíos, no los convierte en menos antisemitas.  La izquierda sionista israelí, una de las más lúcidas del mundo, debería hacer un serio ejercicio de separación entre paja y trigo, y despegarse clara y enérgicamente de las «malas hierbas» en su interior, en lugar de blanquearlas retrucando con que se trata de una «campaña de demonización de la izquierda». Porque si esa es la lógica, tendrán que dejar de denunciar a fenómenos de ultraderecha como «Tag Mejir» y el terrorismo judío, pues eso podría ser catalogado como campaña contra toda la derecha religiosa sionista.

No hay fórmulas mágicas para combatir la deslegitimación de Israel. A las campañas antiisraelíes, que tienen todos los rasgos del antisemitismo (ver nota anterior sobre el tema), habrá que responder con campañas de concientización, utilizando incluso lo mejor de las técnicas de comunicación, de diplomacia y de lobby frente a los gobiernos que creen que contribuyen a la paz cuando financian organizaciones que llaman al boicot y la destrucción de Israel. Legislar «transparencias» por imposición, en cambio, no es útil. Al contrario, puede traer más daño y más división.

RABINO REUVÉN BIRMAJER Z»L, ARGENTINO ISRAELÍ, ASESINADO EN JERUSALEM: LA OLA TERRORISTA PALESTINA NO CESA

MuertosCuchillos

Las 28 víctimas de la actual ola de terrorismo palestino. Rabino Reuvén Birmajer Z»L, fila inferior, segundo desde la derecha.

Por Marcelo Kisilevski
No hay una «ola de violencia» en Israel y la ANP. Es terrorismo palestino, y la respuesta israelí correspondiente. Los conflictos deben ser juzgados por quién es el agresor, no por quién es el débil. Es como si llamáramos «ola de violencia» a los últimos atentados de ISIS en Francia y los operativos para dar con los terroristas y matarlos. Nadie habló allí de «ola de violencia». La debilidad no otorga automáticamente la razón, y el malestar socio-económico-político no engendra automáticamente terrorismo. La pobreza no engendra automáticamente terrorismo, como lo dijo el Papa. Pregúntenles a los haitianos, a los zimbabweanos, o a los congoleños, o a los pobres de cada país latinoamericano. La no independencia política tampoco. Pregunten a tibetanos o a catalanes, entre tantos otros. Si así no fuera, el planeta entero se dividiría en terroristas y sus víctimas. Occidente debería cuestionar la responsabilidad del débil en este conflicto, que aunque no la vean, también está.
No es que no haya problemas ni conflicto. Pero, ¿qué les pasó a las manifestaciones con carteles y cánticos con rimas ingeniosas? Matar y llamar a eso «manifestación de un pueblo», es no solo contrapruducente para ese pueblo, sino intelectualmente torcido. Algo no está bien con ese pueblo, algo no está bien con quienes lo apoyan desde Occidente, por acción u omisión.
A las 13.10 de ayer, hora israelí, dos terroristas palestinos perpetraron (no «protagonizaron») un ataque con cuchillos en pleno Shaar Yaffo, en el centro de Jerusalén. Mataron al rabino Reuvén Birmajer z»l, hermano del escritor argentino Marcelo Birmajer. Vivía en Kiriat Yearim, cerca de la capital israelí, 45 de edad, 7 hijos. Soldadas de la Guardia de Frontera abatieron a los dos terroristas, pero con los disparos mataron por error a Ofer Ben Ari, 46 años. Birmajer era docente en la ieshivá (casa de estudios rabínicos) Esh Hatorá en el barrio judío de la Ciudad Vieja, cerca del Kotel. Enseñaba a los hispano parlantes allí. Su director dijo que «Reuvén era un tzadik (justo), recto, inocente y lleno de fe. Todos sus alumnos lo amaban». El atentado lo perpetraron dos terroristas con nombre y apellido: Annan Hamed (19) e Isa Assaf (20), del campo de refugiados Kalandia.

ISIS financiado por Hamás

IsisHamas

Por Marcelo Kisilevski

Si había alguna duda de que el Hamás era ISIS e ISIS es Hamás, la nota de ayer de Alex Fischman en Yediot nos cuenta algunas novedades al respecto, no exentas de paradojas.

Efectivamente, quienes diferencian uno de otro basados en la cantidad de muertos que provocan, se basan en inconscientes criterios ligados a lo politically correct, al multiculturalismo, y a la defensa de la causa palestina. Pero flaco favor le hacen al pueblo palestino al defender al Hamás en su nombre. Lo cierto es que, si se diferencian, es en el enemigo que tienen enfrente. ISIS mató y mata decenas de miles porque puede. Hamás lo intenta también, con decenas de miles de cohetes de diverso alcance lanzados contra objetivos también civiles, por no hablar del resto de sus formas de atentados terroristas, coyunturalmente en baja. Sencillamente fracasa, pero quiere. Su fracaso, el hecho de que «no mata tanto», no debería retratarlo como el underdog a los ojos del mundo, mucho menos del progresista. Lo repetiremos hasta el cansancio: la debilidad en un conflicto no otorga automáticamente la razón.

Según detalla Fischman, el brazo armado del Hamás en la Franja de Gaza transfirió en el último año decenas de miles de dólares por mes a la filial de ISIS en el Sinaí egipcio, como parte de la cooperación militar y estratégica que se va estrechando entre ambas organizaciones terroristas.

Fischman explica que el brazo armado de Hamás maneja un aparato financiero separado del resto de la organización en la Franja. El trato con ISIS es: Hamás paga a miembros de ISIS en Egipto para hacer guardia y resguardar los depósitos y arsenales de armas y pertrechos contrabandeado vía Sinai hacia dentro de Gaza. Se trata de grandes cantidades de explosivos para la fabricación de cohetes  y la construcción de instalaciones militares de Hamás.

A cambio, Hamás paga salarios de miembros de ISIS y, también, le proporciona equipamiento militar y entrenamiento. Gracias a ello, ISIS-Sinai se convirtió, de una banda de terroristas salafistas montañeses sin demasiada capacidad, en un mini ejército uniformado y entrenado, con armamento sofisticado, como misiles antitanques y otros. ISIS es hoy, gracias a Hamás, la pesadilla más grande del presidente egipcio A-Sisi, que por ahora solo se atreve a bombardearlos desde el aire. Hamás también proporciona infraestructura logística a ISIS, por ejemplo, facilitando el traslado de heridos a Gaza para su tratamiento médico.

En las fuerzas armadas israelíes, que siguen de cerca este desarrollo, señalaron una paradoja clara detrás de esta cooperación macabra: el principal apoyo financiero para el brazo armado del Hamás en Gaza proviene de Irán, que combate ferozmente a ISIS en Siria y en Irak. No pocos soldados iraníes murieron en estos combates. Pero justamente en el frente de Gaza-Sinai, los iraníes son los que financian –por medio de Hamás- la actividad de ISIS.

Fischman agrega que otra parte nada pequeña de los fondos del brazo armado hamásico provienen de los impuestos que paga el palestino de la calle en Gaza. Agrego yo: mucha ayuda internacional llega a las calles de Gaza por parte de organizaciones bien intencionadas de derechos humanos, quienes, más allá de leyes de vigilancia a las ONGs que se proponen a cada rato desde la derecha israelí, deberían preguntarse seriamente qué se está haciendo con su dinero.

Las 6 capas de la ira palestina

Cuchillo Facebook

Por Marcelo Kisilevski
La ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario. 

El Shin Bet pisó por fin el acelerador esta semana en su persecución del terrorismo judío. Si algo faltaba en toda esta saga de terrorismo palestino avalado por el establishment de Abu Mazen, tanto por acción como por omisión, y de terrorismo judío condenado por gobierno y sociedad israelíes, era el arresto de los responsables del atentado terrorista de este verano. En efecto, autorización mediante, los medios pudieron publicar la noticia del arresto de tres sospechosos del asesinato de la familia palestina Dawabshe, incluido el bebé Ali, de un año y medio, incinerados vivos en su casa en Duma el último 31 de julio.

Pertenecen a Tag Mejir (Etiqueta de Precio), un movimiento bastante oscuro cuyo grado de organicidad está en discusión, compuesto por jóvenes judíos de ultraderecha religiosa, tercera generación de la empresa de asentamientos en los territorios. Para el que todavía suponía que sus actos se limitaban a pintadas, o como mucho al incendio de alguna iglesia vacía, el asesinato también entra en su lista de compras con etiquetas.  Los israelíes en su monumental mayoría esperamos que se haga justicia, que los responsables pasen el resto de sus días en la cárcel, y que estos hechos no vuelvan a ocurrir jamás. Por supuesto, no en nuestro nombre.

Pero la ira palestina no empezó allí. Tampoco en el asesinato, el año pasado, del adolescente Mujamad Abu Khder, perpetrado por un hombre de 30 años y dos adolescentes, en venganza por el asesinato de los tres jóvenes israelíes, Naftali, Eial y Guil-Ad, en la víspera del operativo Margen Protector. Tampoco se origina en la leyenda de «la mezquita de Al Aqsa está en peligro».

Según el periodista Najum Barnea, de Yediot Ajaronot, la ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario.

La primera capa es la leyenda fraudulenta de: «La mezquita de Al Aqsa está en peligro». Cada tantos años echa a andar una acusación explosiva como falsa acerca de que los judíos o Israel intentan minar los cimientos de la mezquita, y el mito, como suele ocurrir con los mitos  populares,  produce resultados. El primero en lanzarlo y recoger los frutos de la manipulación fue el nefasto Hadj Amín El Husseini, el famoso Mufti de Jerusalem, ya en los años ’30 del siglo pasado. Y sigue con nosotros, de modo que no cabe esperar que desaparezca pronto. Pero el mito fue el detonante. Ya pasó hace tiempo, y dejó tras él una estela de acuchillamientos diarios cuyo fin no se ve a la vista. Porque la ira palestina tiene otras capas.

La segunda capa es, dice Barnea, la conciencia de que la situación en el terreno no va a cambiar. Se refiere al congelamiento en el proceso de paz, la falta de desarrollo en la Autoridad Palestina y la continuada presencia militar israelí en los territorios . Ni la paz está a la vista, ni la mejora en sus condiciones de vida.

La tercera, el anuncio de Mahmud Abbas (Abu Mazen) de que ha decidido retirarse. Ello ha desatado una guerra de sucesión, que obliga a sus candidatos a extremar sus posturas, sus declaraciones y su incitación a la violencia martirológica.

La cuarta capa de la ira palestina es la decepción y frustración por el desempeño de la Autoridad Palestina. «Ustedes no manifiestan logro alguno», dice la calle. «Corrupción, en cambio, sí manifiestan».

Palestinos globalizados y palestinos islamizados

La quinta capa es el surgimiento de una nueva generación de palestinos, cientos de miles de jóvenes con formación pero desocupados, o que trabajan en empleos de ocasión, movidos por la ira. No temen al «Capitán Roni» del Shin Bet, no respetan a Abu Mazen, hacen pito catalán al liderazgo, a las organizaciones y al liderazgo tradicional, se rebelan contra la autoridad familiar, y están persuadidos de que ha llegado su hora.

Agreguemos a lo expuesto por Barnea: la revista Foreign Affairs ha publicado una encuesta realizada en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que avala la cuarta y quinta capa de de la ira palestina. Según el sondeo, el 58% de jóvenes palestinos entre 18 y 28 años de edad, que son los hijos de la generación de Oslo, han abandonado la visión de un Estado palestino y abrazan hoy en día la de los derechos civiles. «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado en traernos un Estado. Déjenlo, no tiene caso. Busquemos ahora la ciudadanía, en un país normal donde podamos trabajar en lo que nos hemos formado, donde tengamos paz, libertad de movimiento, crecimiento económico individual, calidad de vida, incluyendo viajes al exterior, tecnología, buena educación para nuestros hijos», dicen.

Y esa ciudadanía en un país normal y desarrollado no puede ser otra que la israelí, porque la del Estado palestino es solo garantía de corrupción, pobreza, violencia intestina y con Israel. Personalmente he escuchado a numerosos palestinos que dicen: «Un árabe de Nazareth o un beduino del Néguev tiene ciudadanía, trabaja y cobra altos salarios, y hasta va al ejército. ¿Por qué yo no puedo? Un Estado palestino es inviable. Todos acá añoramos los tiempos anteriores a 1987 (la primera Intifada), ahora muchos se dan cuenta lo bien que estábamos y quieren volver la rueda atrás. El que gobierne tiene que ser Israel, porque si esta Autoridad Palestina es corrupta e inepta así como está, imagínate lo que será un Estado en el que tengan más poder y dinero: será una catástrofe para el pueblo». Lo dicen en voz baja, en cuartos cerrados, en encuentros interculturales sin cámaras. Muchas veces no asisten a los encuentros, por miedo a ser vistos como traidores por hablar con judíos.

Que se entienda bien: no se trata de la vieja «guerra de los vientres» planteada por Arafat en su momento, según la cual no hacía falta combatir con las armas sino con la demografía en la que Israel desaparecerá por número de partos. Aquí se trata, en cambio, del abandono de la causa nacional por la de la normalización, el consumismo y la globalización: ser de una vez por todas ciudadanos normales en el mundo de Facebook y iPhone. Pero para el Estado de Israel, que depende de su mayoría judía para seguir llamándose «judío y democrático», el resultado es el mismo.

Por eso concluye la revista Foreign Affaires: la visión palestina de un solo Estado que se llame Israel, donde todos sean ciudadanos que disfruten de las bondades del primer mundo, podría empujar a la derecha israelí, precisamente, a abrazar la solución de la izquierda y pisar el acelerador hacia un Estado palestino en las fronteras de 1967 con intercambio de terrirtorios, y que ellos, los palestinos, se cocinen en su salsa. Es la solución de dos Estados, pero por derecha.

En mi opinión se trata de wishful thinking (pensamiento político iluso) del Foreign Affaires. Entre otras cosas, porque el desarrollo se completaría con otro, que es la otra cara de la misma moneda: el crecimiento del islam radical en esa misma calle palestina, al compás de lo que ocurre en todo el Medio Oriente. Pero eso no quita interés al proceso complejo que se percibe en los territorios, descrito aquí desde varios ángulos.

Volviendo a Najum Barnea, la sexta capa de la ira palestina es el roce cotidiano con los colonos judíos. El odio, enfatiza el veterano cronista, es recíproco. Unos tiran piedras, otros queman árboles.

La oficialidad israelí se consuela con el número relativamente pequeño de participantes en las manifestaciones y con el hecho de que, mientras la gente no salga a las plazas y el Tanzim (brazo armado del Fatah) no desenfunde sus armas, no hay Intifada. Pero para Barnea se trata de una visión anacrónica. La plaza del pueblo se ha trasladado hace tiempo a Internet. La gran mayoría de la población apoya los atentados y sacraliza a sus perpetradores, los shahíd, mártires de la jihad, la guerra santa. Una caricatura publicada en un diario palestino describe muy bien a su nuevo mesías: un cuchillo ensangrentado descansa sobre una mesa. Su funda es el símbolo de Facebook.

Termina Najum Barnea: la Autoridad Palestina define la ola de atentados como Hábe, erupción. El Hamás lo llama Intifada, rebelión. La diferencia no es casual: la ANP ha elegido un término que le quita responsabilidad, como una catástrofe natural. Quiere que el goteo de violencia continúe, pero que no escale hasta írsele de las manos. El Hamás, en cambio, llora de gozo.

 

 

 

 

Hora de responsabilidad para la izquierda sionista

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Por Marcelo Kisilevski, Modiin, Israel

Cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo a «lucha antiimperialista», debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

Yo estuve en la plaza cuando lo mataron a Rabin. Dos años antes me había emocionado hasta las lágrimas con los Acuerdos de Oslo, el uno y el dos. No creo, como muchos, que haya sido un error. En aquel momento se trataba de lo mejor que era dable hacer en pos de la paz. El problema fueron los incumplimientos que vinieron después. También, como lo explicara el ex canciller Shlomo Ben Ami, hubo un problema de percepción: para los palestinos, Oslo no puso fin de inmediato a la ocupación; para los israelíes, Oslo no puso fin de inmediato al terrorismo palestino.

Pero por entonces, el 4 de noviembre de 1995 fui a la Plaza Reyes de Israel y canté junto con Rabin, Peres y las decenas de miles de manifestantes Shir LaShalom, la Canción por la Paz, porque entendíamos se debía contrarrestar la agitación del sector derecho del mapa político en contra de los acuerdos. Para la derecha, la continuación del terrorismo probaba que Oslo era un error. Para la izquierda, para el gobierno, no se debía permitir que los extremistas marcaran a palestinos e israelíes políticas de Estado, y se debía seguir adelante. No necesariamente tiene razón una tesitura sobre la otra, porque nunca sabremos si la de Rabin, que hablaba de «las víctimas de la paz», hubiera prosperado, de continuar. Cuando se hace historia, el «si» condicional está prohibido. El asesinato de Rabin y el triunfo de Netanyahu en las elecciones medio año después, probaron una sola cosa: no que la derecha tenía razón, sino que fue mejor a la hora de convencer, pues la sociedad israelí no pudo digerir la ola de atentados suicidas que sobrevino al magnicidio en la primera mitad de 1996.

Sigo apoyando la solución de dos Estados, uno para el pueblo judío, y otro para el pueblo palestino. Eso me sigue colocando a la izquierda del mapa político israelí. Hoy en día me pregunto como muchos, si dicha solución sigue siendo posible hoy, a la luz de los desarrollos que se producen en la región a velocidad récord ante nuestros ojos. Quizás estamos transitando tiempo de descuento para esa posibilidad, y deberíamos apurarnos. La tesitura de la derecha en Israel es que ante la intransigencia palestina en aceptar tantas propuestas israelíes es prueba de que su agenda sigue siendo la destrucción de Israel, y entonces la mejor apuesta es el status quo, que las cosas decanten solas pues, creen, «el tiempo juega a nuestro favor». No les falta parte de razón.

Mi tesitura, como alguien que se ve a sí mismo como parte de la izquierda sionista, es que los dos Estados no necesariamente traerán inmediatamente la paz, sino que solucionarán otro problema igual de acuciante: cómo asegurar la continuidad de Israel como Estado judío y democrático, como expresión del derecho del pueblo judío a su propio Estado en la Tierra de Israel. Con mayoría judía. Es decir, mi visión de la solución de dos Estados es eminentemente judía y sionista.

Jóvenes palestinos: «Un solo Estado: Israel»

Desde ese punto de vista, sin embargo, tampoco me molestaría la solución propuesta por Bob Lang, miembro del Consejo Municipal de Efrat, la «capital» de Gush Etzion, en Cisjordania: convertir, con el acuerdo de la mayoría palestina, a todo «Eretz Israel», incluyendo Judea, Samaria y Gaza, en «Estado de Israel», lo que implica dos cosas: ciertamente anexar todo, pero también otorgar ciudadanía israelí plena a todos los palestinos, como la tienen ya los árabes israelíes, pues su status en el mundo, de gente sin ciudadanía alguna, tampoco es una situación normal. Ello, si se me asegurara que los números demográficos que maneja Lang son ciertos: que en tal situación, los judíos bajarían del 80% de hoy al 65%, y que los palestinos subirían solamente al 35%. Agrega Lang que la natalidad judía supera hoy la de los palestinos -agrego yo: debido a los números en el sector religioso; habrá que lidiar más tarde con el perfil judío del Estado- y que, por lo tanto, el «fantasma demográfico» con el que nos asustan en Israel es solo eso: un fantasma.

La tesitura de Lang, que representa una opinión extendida en la derecha religiosa sionista en Israel y en los territorios, suena todavía de extrema derecha. Pero recibió hace poco otro apoyo estadístico del lado palestino por parte de la prestigiosa revista de análisis internacional Foreign Affaires. Se trata de una novedad en sí misma interesante. Según una encuesta realizada en Cisjordania entre palestinos de 18 a 28 años de edad, un 56% de los encuestados opina que la visión de un Estado palestino a partir de los Acuerdos de Oslo ha fracasado, y que ha llegado la hora de cambiar la bandera de la autodeterminación nacional por la de los derechos ciudadanos.

Los jóvenes palestinos parecen decirle a la generación de sus padres: «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado miserablemente en lograr el Estado, y mientras tanto, nosotros estamos en un limbo civil y de calidad de vida que ya es insoportable. Seamos todos ciudadanos árabes de Israel  que, por lo menos, es un estado ordenado, de primer mundo y sin corrupción, al contrario de lo que ocurre en la Autoridad Palestina». La revista, en su análisis, agrega que ello podría, paradójicamente, empujar a la derecha israelí hacia la solución de dos Estados, desde una óptica de derecha. Pero eso ya es opinión de Foreign Affaires, teñida a mi parecer de wishful thinking.

No obstante, yo mismo he escuchado a numerosos palestinos expresarse de esa manera, advirtiendo que no lo pueden expresar en público, so pena de ser vistos como traidores e incluso herejes, y su vida podría correr peligro: «La Autoridad Palestina está manejada por corruptos. ¿Por qué un árabe de Yaffo o Nazaret, o un beduino del Neguev, tiene ciudadanía israelí, que es la mejor ciudadanía posible en el Medio Oriente, y yo no? Lo mejor que nos ha ocurrido aquí fue la unificación de 1967, y todos los palestinos con los que hablo quisiéramos volver la rueda atrás, a antes de la primera Intifada, porque después nos fue cada vez peor. Si hay árabes en el éjercito, en la policía, en la guardia de frontera israelíes, ¿por qué yo no? Queremos la ciudadanía israelí y ser fieles ciudadanos del Estado, con todos los derechos y obligaciones, para dar una mejor vida a nuestras familias».

Creo que cualquier israelí o judío de izquierda sionista que quiere la paz entre los pueblos, el bienestar basado en la igualdad de derechos para todos y, al mismo tiempo, la autodeterminación del pueblo judío en su tierra milenaria, que sea un reaseguro contra el antisemitismo en el mundo, debería poder vivir con cualquiera de estas dos soluciones: dos Estados para dos pueblos, o un Estado de Israel en toda la Tierra de Israel, que garantice igualdad de derechos a todos los demás grupos en su seno, terminando con el conflicto, extendiendo el nivel de desarrollo israelí también a Cisjordania (y ojalá algún día también Gaza, pero eso ya se convirtió en otro problema), y acabando con la situación de no ciudadanía alguna de casi cuatro millones de palestinos. Hoy por hoy, esta segunda solución parece a simple vista menos posible que la primera. Pero quizás la primera se va alejando, y la segunda se va acercando. No lo sabemos.

Por qué no voté a Meretz

Dicho todo esto, debo decir que no he podido votar a Meretz en las últimas elecciones. Las tesis de Meretz, fundado en 1992, se quedaron allí, en una realidad post primera intifada. La tesis central sigue siendo, además de la solución de dos Estados, que la culpa del estancamiento en el proceso de paz reside solamente en el lado israelí. O, en el mejor de los casos, que «extremistas hay en los dos lados; de los extremistas del otro lado yo no me puedo ocupar, se tienen que ocupar los palestinos. Yo me tengo que ocupar de los míos».

No «compro» más esta tesis. Mi problema con ella es que, mientras tanto, otro siglo ha comenzado. Desde 9/11 a ISIS, pasando por Hamás e Irán, no se puede seguir sosteniendo que Israel, por ser el más fuerte, es el lado equivocado. Ni que «Tag Mejir», por más repulsivo que nos parezca, sea lo mismo que el Hamás. Ni que, por ser el más fuerte, tiene también más fuerza para empujar soluciones. La debilidad no otorga automáticamente la razón. Y la parte palestina, por ser la parte débil a la que el mundo le da la razón de modo automático, está muy cómoda en no asumir su responsabilidad en la continuación del conflicto ni proponer también soluciones practicables.

Es cierto, creo que al gobierno de la derecha israelí también le es muy cómoda la intransigencia palestina. El sueño de la Gran Eretz Israel sigue vigente, y los repetidos rechazos de Mahmud Abbas de todas las propuestas israelíes les hacen el juego de una manera que la derecha solo podría soñar: si no existiera el rechazo palestino, la derecha israelí tendría que inventarlo.

Pero lo cierto es que ha habido repetidas propuestas israelíes desde Oslo, y que todas, absolutamente todas, fueron rechazadas de plano por la parte palestina, dando portazos, sin una actitud del tipo «sigamos negociando», y las preguntas sobre por qué, dirigidas a la parte palestina, deberían ser formuladas también por la izquierda sionista, no solo por la derecha. ¿Por qué han rechazado una y otra vez las propuestas de crear un Estado palestino junto a Israel, siquiera en fronteras provisorias? Pero no se pregunta. Como si cuestionarse y cuestionar a la parte palestina no fuera «políticamente correcto», como si fuera ofensivo. O lo peor: como si cuestionar a los palestinos nos quitara el carnet de progresistas.

Desde 9/11 no se puede ignorar, como lo hace la izquierda israelí, la amenaza del islam radical que, nos guste o no, es una de las bases del rechazo palestino total. A la luz de Al Qaeda e ISIS, seguir sosteniendo que se trata de «parte de su cultura», su «modo de resistencia a causa de la desesperación», y que se trata de «los extremistas del otro lado, no nuestra responsabilidad», es precisamente eso: una irresponsabilidad.

Hoy en día, este pensamiento hace la vista gorda a la alianza más contrahecha de la historia política mundial: entre la izquierda progresista en Occidente y el islam radical. Se la puede explicar como se quiera, pero es la alianza entre una ideología que se ve a sí misma como la más progresista del mundo, con otra ideología moderna, el islam radical, que desde el punto de vista marxista más básico, es la más reaccionaria de la historia después del nazismo. Como que es su heredera.

Entender el islam radical

No hablamos aquí de la mayoría de los 1.700 millones de musulmanes del mundo, que buscan practicar su religión en paz y en convivencia con el resto de las religiones y pueblos, sino del islam radical, un desarrollo moderno, nefasto, al que adscribe solo alrededor de un 20% de los musulmanes en el mundo. No son pocos, pero no son mayoría.

No es el lugar aquí para desarrollar la saga del desarrollo del islam radical como ideología moderna, explicada con lujo de detalles por el profesor Matthias Küntzel, docente de Ciencias Políticas en Hamburgo, Alemania. Baste decir que no se inaugura con Mahoma en el siglo 7, sino con la Hermandad Musulmana en 1928. Y abreva en dos fuentes: por un lado las suras coránicas medínicas, en las que Mahoma expresaba su enojo contra cristianos y judíos, decapitaba a estos últimos, etc., y las fuentes antisemitas europeas, particularmente los Protocolos de los Sabios de Sión y Mi lucha de Hitler. El islam tradicional no acusaba a los judíos de querer apoderarse del mundo. Para Mahoma los judíos eran despreciables, pero no una amenaza. La prueba es que los pudo matar sin problemas en el relato coránico. Solo el islam radical adopta la acusación antisemita de la dominación mundial. Lo hace Hassan Al Bannah, fundador de la Hermandad, y lo profundiza el nefasto criminal de guerra nazi Hadj Amín El Husseini. En efecto, el tristemente célebre Mufti de Jerusalén, no solo deportó miles de judíos a Auschwitz al servicio de Hitler (y no como su ideólogo, como erróneamente afirmó Netanyahu), sino que propagó la judeofobia islamofascista moderna al Medio Oriente a través de la emisora de onda corta nazi, Zeesen. Según esta tesitura, novedosa en la historia del islam, los judíos –y por extensión su hogar nacional como expresión profanadora y herética- son un peligro demoníaco que hay que erradicar. No como en el islam de Mahoma, sino como en el viejo antisemitismo europeo, tanto el cristiano como nazi.

Hoy, la reacción palestina, iraní, islamista, contra Israel reviste un carácter casi exclusivamente islamista radical, no antiimperialista. La izquierda europea, norteamericana y latinoamericana debería dejar de traducirla a términos materialistas marxistas, por más cómodos que le sean. Cuando los islamistas dicen «jihad», no quieren decir «lucha antiimperialista». Cuando llaman a los cristianos «cruzados», no quieren decir «occidentales dominadores y burgueses capitalistas», sino precisamente eso: cristianos. Traducir el discurso islamista radical a términos de izquierda ligados a «centro y periferia» es en sí mismo arrogante y etnocentrista. Por lo tanto, también imperialista.

Pues cuando el islam radical se impone como gobierno, su agenda no es resolver las injusticias de clase, sino imponer la sharía, la ley islámica radical, que se opone a la democracia, a los derechos humanos, a la igualdad de los sexos, al ateísmo, a la homosexualidad, a la aceptación del otro… y también a los izquierdistas. En fin, el islam radical está contra todo aquello a lo que las izquierdas de hoy aspiran. De seguro, la sharía no es el fin de la dominación del hombre por el hombre. Más bien al contrario. Flaco favor le hacen las izquierdas del mundo a la causa palestina cuando apoyan al Hamás.

Y cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo, debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

He ahí, pues, el gran pecado de la izquierda sionista: seguir la corriente de las izquierdas occidentales de justificar o hacer la vista gorda al islam radical en nombre de la lucha contra la ocupación. Sobre todo porque el islam radical no desea el fin de la ocupación, sino el fin de Israel como Estado del pueblo judío. Un Estado judío (no solo democrático) solía ser la aspiración también de la izquierda sionista. Si ya no lo es, que dé el aviso. Pero entonces ya no será izquierda sionista. Yo no he cambiado mi ideología; solo habré cambiado mi voto (a Majané Tzioní, por si preguntan).

Cuando planteo esto a izquierdistas israelíes, además del viejo argumento de «los extremistas propios y ajenos», suelo recibir respuestas como: «No es cierto, nosotros lo advertimos». Yo no he escuchado esas advertencias en Meretz ni en Paz Ahora. Si las ha habido, no han sido suficientemente enfáticas. Quiero decir: salir a manifestar contra el islam radical, su terrorismo y su violación sistemática a los derechos humanos, en las calles de Israel y del mundo, con banderas de izquierda sionista enarboladas con firmeza. En cambio, la izquierda israelí ha vuelto a Plaza Rabin, hace pocos días, en ocasión de la actual ola de terrorismo con cuchillos y atropellamientos, pero bajo el lema de que la ocupación israelí y algún ministro trasnochado que ha subido al Monte del Templo son los únicos culpables. Como si el Mufti –sí, de nuevo el Mufti- no hubiera inventado la leyenda de «Al Aqsa está en peligro» ya en los años ’30. Como si no hubiera incitación de corte islamista en el lado palestino, sin relación con lo que realmente hace Israel. Ya no puedo ir a manifestaciones que terminan blanqueando, una vez más, al islam radical.

La función histórica de la izquierda sionista

Dada su cercanía y su diálogo con las izquierdas occidentales, la función histórica de la izquierda sionista judía e israelí debería ser una función social aclaratoria esencial para la paz bien entendida entre los pueblos. Debería presentarse en todo foro internacional posible, en todo canal de comunicación, virtual o analógico, en toda manifestación callejera en las grandes capitales, en toda universidad, con un mensaje claro: «Hermanos correligionarios de las izquierdas occidentales: no todo luchador contra Israel y Estados Unidos debería ser potable para nosotros, la gente de izquierdas. El abrazo famoso entre Chávez y Ahmadinejad como paradigma es non sancto y aberrante. Si Marx se despertara de su tumba y viera ese abrazo, que se sigue dando en medios de comunicación, en universidades y en círculos intelectuales en Europa y en las Américas, se moriría de nuevo. No se puede apoyar el antiimperialismo y los derechos humanos, y al mismo tiempo blanquear al islam radical, que es genocida y opresor. Es como apoyar a Stalin y a Hitler al mismo tiempo, solo porque ambos se oponían a Occidente. En el siglo 20 hemos sido un faro contra el nazismo. En el siglo 21 debemos serlo contra el islam radical. Despertemos y actuemos.»

Las razones de los progresistas sionistas para no pronunciarse claro y fuerte en este sentido estarán con ellos. Quizás sea un problema de pertenencia, de hogar: el temor de verse convertidos ellos también, igual que todo el proyecto israelí, en parias intelectuales, y ser escupidos de los marcos progres occidentales, tan cálidos y cómodos.

Solo que no es un buen tiempo para aferrarse a zonas de confort. La izquierda progresista judía, sionista e israelí, de la que todavía formo parte, podría tener una función positiva esencial para la paz: ciertamente la de seguir llamando a la solución de dos Estados para dos pueblos que vivan en paz uno junto al otro. Pero, también, la de advertir de modo militante, fuerte y atronador, contra el peligro del islam radical.

El aggiornamiento palestino: ya tienen su Wikileaks

FacturaAbbas

Factura por US$ 50.000 a nombre de Yasser Abbas.

Los palestinos cuentan con su propia versión de Wikileaks. Una página de facebook palestina publicó documentos comprometedores de la corrupción de varios funcionarios de la Autoridad Palestina. Según estos documentos, varios altos funcionarios palestinos solicitaron sobornos para cubrir gastos propios o de sus allegados. Entre los implicados en esta filtración embarazosa se encuentra nada menos que Yasser Abbas, hijo del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Yasser habría adquirido apartamentos en un lujoso complejo edilicio en Ramallah. Este Wikileaks palestino incluso publicó un recibo por 50.000 dólares a su nombre. Otro funcionario obtuvo dinero público palestino para solventar los estudios universitarios de su hija en Jordania. La revelación de corrupción despierta la ira de los palestinos de la calle, sobre trasfondo de la crisis económica que afecta a la Autoridad Palestina. Otro alto funcionario palestino confirmó a la agencia Associated Press que se trata de documentos verdaderos. La página de Facebook lleva por nombre: «Mahmud Abbas no me representa».