León Kalantarov, de 7 años, fue encontrado muerto debajo de su cama en Benei Aísh, envuelto en una bolsa de plástico. Dos vecinos, hermanos mellizos con retraso leve y fama de pedófilos, fueron arrestados bajo sospecha de haber cometido el homicidio. Tan sólo unos meses antes, toda una familia, los Oshrenko, fueron masacrados en Rishon LeTzion por Demián Karelik, que había sido despedido por el padre de la familia. Varios niños fueron asesinados por sus propios padres durante 2008 y 2009. La más recordada, Roze, fue asesinada, su cuerpo metido en una maleta y arrojado al río Yarkón por su padre-abuelo, Roni Ron.
La violencia como imagen
En los últimos meses, los israelíes que todavía se sientan a ver noticieros a eso de las 20.00 horas, se encuentran ante una situación extraña: no hay noticias de atentados, tampoco de avances en el proceso de paz, ni de nuevas guerras. Aparentemente, son buenas noticias. Si antes las novedades sobre el conflicto ocupaban las primeras planas de los periódicos, por estos días hay que bucear en las páginas interiores para saber si Abu Mazen, presidente de la Autoridad Palestina, acepta volver a negociar con Israel, o si Hamás accede a los términos israelíes para liberar a Guilad Shalit.
Los noticieros y los diarios, en cambio, abren sus ediciones con dobles asesinatos de niños, o con otra mujer estrangulada por su marido, o con un joven a la salida de la discoteca que acuchilla a su amigo y viola a la madre de la víctima durante 30 horas. El debate social pasa hoy por si someter a los pedófilos o no a la castración química.
Si el delito hubiera aumentado en Israel como su exposición en los medios, estaríamos ante un crecimiento de varios cientos por ciento en la delincuencia israelí. Sin embargo, los números no son tan desalentadores. En algunos rubros es justamente lo contrario. Según datos de la Oficina Central de Estadística (ver cuadro), el número de asesinatos bajó en el último año en cerca de un 10%. El robo ha disminuido en un 5%, y los saqueos de viviendas se han reducido en casi un 10%. Incluso los delitos sexuales se han mantenido casi igual, con tendencia a la baja. En cambio, han aumentado las denuncias por tráfico de drogas, por delitos relacionados con la prostitución, asaltos y robos de comercios.
¿A qué se debe, entonces, el fenómeno de que todos los medios israelíes parezcan haberse reducido a sus secciones policiales?
«Se ha dado una acumulación de delitos resonantes debido a su alto perfil», propone Sergio Gendler, habitante de Modiín de origen argentino, agente de policía. «Por ejemplo el chico asesinado por los mellizos, o el intento de violación por parte del guardaespaldas del comandante en jefe del ejército, días antes de su boda. No cabe duda que son noticia. Al mismo tiempo, hay una realidad: no hay antentados, y los medios necesitan llenar sus primeras planas».
Shaul Tzegahún, de profesión mediador, y director de proyectos para adolescencia en riesgo en la zona de Kiriat Gat, coincide. «No ha habido necesariamente un aumento cuantitativo en el delito, sino en su crueldad. Si antes los jóvenes desenfundaban una navaja, sabían dónde cortar para no matar. Ahora, sencillamente, cortan para matar».
Gendler detalla que la sensación en la Policía israelí es que el aumento se ha dado en el consumo de drogas y alcohol por parte de los jóvenes, sensación confirmada por el tipo de delitos registrados en las estadísticas de la OCE. «En realidad es parte de un fenómeno mundial. Cada vez más, cuando arrestamos a un joven que ha atracado un comercio, tenemos que esperar ocho horas para que se les pase la borrachera o el efecto de las drogas; caso contrario, el interrogatorio no tiene validez evidencial en juicio. Pero no es inusual que una vez sobrios, los jóvenes sinceramente no recuerden qué fue lo que hicieron».
Tanto Gendler como Tzegahún adjudican el aumento de la criminalidad juvenil relacionada con el consumo de alcohol y drogas al orden de prioridades del gobierno y de la Policía. «Los homicidios se han reducido porque la Policía invirtió mucho en personal y en recursos para dar con los jefes de las llamadas «familias del crimen»; por eso, muchos de ellos hoy están en la cárcel», ejemplifica Gendler.
Shaul Tzegahún agrega el ejemplo de las muertes en accidentes de tránsito. En 1993 se produjo el récord de 713 muertes en un año; y en 2008 tuvimos 449, y en 2009 se han reducido a 348. «Hay campañas en los medios y en las escuelas, acompañadas por legislación y trabajo en el terreno, cursos especiales de vialidad a los soldados; todo eso, al final, se refleja en resultados», afirma.
Violencia y pobreza: un coctail controlable
No se ha hecho el mismo trabajo en el área del abuso de drogas y alcohol. Apenas, de vez en cuando surge alguna idea paliativa, como prohibir la venta de alcohol en determinados horarios, o prohibirla a kioscos no autorizados, o elevar la edad permisiva para beber. Pero ninguna de estas medidas apunta a las verdaderas razones de la violencia juvenil.
«La pobreza genera violencia, pero no es un proceso tan lineal», apunta Tzegahún. «No se trata necesariamente de violencia física, puede ser también verbal e incluso simbólica. Si un adolescente sale al paseo anual con su división en la escuela, luego que su padre ha sido despedido debido la crisis económica, y ve que no tiene cosas que otros compañeros tienen, él va a tratar de conseguirlas. No es sólo un tema material, es también una crisis de pertenencia, de identidad. Cuando beben, sienten que pertenecen; cuando roban, sienten que realizan un acto de reparación».
Pero Tzegahún no acusa al sistema, ni al aumento de la brecha socio-económica. «Si bien la pobreza genera violencia, no necesariamente genera delito. Además, el consumo de drogas y alcohol, y sus delitos derivados, atraviesan todas las clases sociales. En los lugares donde trabajo se está registrando precisamente una baja en la violencia, junto con un aumento del diálogo, gracias al trabajo en el terreno que hacemos en las ONGs».
Shaul señala la educación como principal herramienta para reducir la violencia en la sociedad. «No estoy hablando del sistema educativo, sino de la familia. La escuela, al fin y al cabo, juega un rol marginal en la inculcación de valores. Los padres son su principal espejo, y con ellos es el trabajo. Salgo a la calle a las cuatro de la mañana y veo chicos de catorce años con botellas en la mano. ¿Dónde está la familia? El problema es que los padres no han recibido jamás capacitación, nadie te enseña a ser padre, y les es difícil, hay presiones, dificultades. La solución pasa por crear marcos en la comunidad, donde padres puedan intercambiar unos con otros, enseñarse unos a otros a educar a los hijos. Los estamos creando, pero no cabe duda: hay mucho trabajo por delante».
Publicado por Revista Piedra Libre N° 40