Revolución femenina en la piel de Miss árabe israelí

POR MARCELO KISILEVSKI*

Un concurso de belleza, organizado por una revista, busca abrir el camino a las mujeres en el mundo árabe contemporáneo.

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Sexualidad, pero con moderación y buen gusto. Tapa de la revista árabe israelí Lilac.

TEL AVIV. ESPECIAL – 26/12/13 – 10:22

En Nazareth, al norte de Israel, tuvo lugar la semana pasada la elección de Miss Lilac, la reina de belleza del sector árabe israelí. Fue organizada por Lilac (se pronuncia Láilac), la primera revista femenina árabe israelí, y la primera en publicar en su portada, hace dos años, la foto de una top model, Huda Nakash, nada menos que en bikini.  Si en el mundo, los concursos de belleza son cuestionados como instrumento de «cosificación» de la mujer por excelencia, aquí es símbolo de la revolución femenina árabe israelí.

La organizadora del certamen es Yara Mashur, directora de Lilac, y gurú feminista del sector. “Nosotros nos abrimos al mundo a través de Internet”, dice Mashur. “Ahora tenemos una nueva generación que es exigente. Una generación que quiere democracia, que quiere triunfar en la vida. Si bien Huda Nakash tuvo que pedir permiso a sus padres para posar en bikini, y el 60% de los árabes la condenó, el restante 40% la consagró, y los demás se tuvieron que resignar. Esto es nuevo para nosotros”.

Pues la elección de la Miss Israel del sector árabe israelí no es cómo en todo el mundo. Tiene que mantener un delicado equilibrio entre lo religioso y lo laico, lo tradicional y lo moderno, lo árabe y lo israelí, lo conservador y lo sexy, lo feminista frente a lo machista, todas brechas que desgarran a ese sector de la sociedad israelí. A pesar de que ya ha habido participantes árabes en el concurso de belleza nacional e incluso ganadoras, como Rana Raslan en 1999, todavía les resulta necesario un certamen separado donde, por ejemplo, no tengan que desfilar en traje de baño.

Las ocho finalistas tuvieron que sobreponerse a las críticas de los que, en la familia ampliada o en la aldea, presionaron para anular su participación. “Mi familia me apoyó en esto”, dice Súmud Fáradj, una de ellas. “Pero hubo vecinos que le decían a mi mamá cómo me permitían usar esas minis tan cortas, y cosas así».

Yacub, hermano de la participante Nadín Abadu, es “casi” de la nueva generación: “No me molesta en absoluto (su participación). Es 2013, no se puede seguir viviendo en los años ‘50”. Sin embargo, ¿permitiría que Nadín se fotografíe en bikini en la portada de Lilac? “No, hay límites. Jamás le permitiría hacer algo así”.

Con todo, existe un discurso de cambio en este colectivo humano. Se ven a sí mismos como una sociedad más abierta y liberal, dispuestos a aceptar que las mujeres sigan una carrera, a veces a expensas de la crianza de hijos, cosa impensable hace apenas quince años. Las estadísticas lo confirman: desde 1990 se duplicó la cantidad de mujeres árabes que trabajan: de un 10% al 22%, todavía bajo pero en firme ascenso.

El problema, según explican los antropólogos, es cuando la modernización es arrítmica, es decir, no se da en todos los sectores, o siquiera en todas las generaciones de una misma familia, de modo homogéneo ni al mismo tiempo.

Un ejemplo de “integración homogénea” es otra jueza del certamen de belleza, Suhir Avud, coiffeur y dueña de una cadena de cafés. “Yo peinaba a las novias, y sus novios impacientes preguntaban: ‘¿Dónde se puede tomar café por aquí?’ Entonces surgió la idea de abrir cafés junto a las peluquerías, y fue todo un éxito”. Su hija, cuenta, tiene 22 años, y novio hace seis. Ellos salen sin que a Suhir se le mueva un pelo. Pero admite: “Esto mis padres no me lo hubieran permitido jamás. Esa es nuestra evolución”.

En los sectores de “integración arrítmica”, en cambio, la hija se occidentaliza y tiene novio, pero los padres (o sus abuelos, o sus tíos y primos) aún no han pasado por ese proceso. Debido a ello, dos mujeres al año promedio son aún asesinadas en el sector árabe israelí por sus propios parientes en lo que se da en llamar “asesinatos por el honor familiar”, muy típico en todas las sociedades árabes contemporáneas.

Por eso, según cuenta Yara Mashur, el día que publicó su portada con la Nakash en bikini, muchos le preguntaban si la modelo seguía aún con vida. “No sólo no la mataron, sino que se convirtió en top model, con contratos aquí en Israel y en el exterior”, les respondió.

La ganadora de la edición 2013 de Miss Lilac fue la joven Caterine Qinaáni. Una vez coronada expresó su deseo triunfal: “Quiero, con la ayuda de Allah, ser modelo, y cumplir el sueño de todas las mujeres árabes que también quieren serlo”. Un sueño simple que, sin embargo, sigue siendo un verdadero desafío para el establishment varonil.

*Publicado en Clarín, 26.12.13

Exclusión de mujeres… ahora en la ginecología

"Devolver a las mujeres a las publicidades callejeras". Mujeres se preparan para salir a manifestar.

Genial. Los organizadores de la Convención sobre «Innovaciones en la ginecología  y la Halajá (ley religiosa judía)» han anunciado que las mujeres no podrán participar. Las ginecólogas y las investigadoras en el área que debían exponer, deberán enviar hombres a hacerlo por ellas. Para las mujeres se anuncia una convención en fecha separada. Deberían agradecer.

Las preguntas son muchas. ¿Cuál es el miedo de los ginecólogos religiosos? ¿Estar sentados cerca de mujeres en la platea de la Convención? ¿O en realidad no hay ginecólogos religiosos y los temerosos son los organizadores, que temen por las tentaciones que sufrirán los participantes masculinos durante el evento? ¿Quién fue el imbécil que se olvidó que la ginecología es la medicina femenina?

La imbecilidad, ya lo vemos, no es exclusiva de ningún pueblo ni sector social. Una columnista en la prensa israelí (Tzefi Saar, Haaretz) propone sumarse y aportar más propuestas para enriquecer el espíritu de la época:

– Prohibir la entrada a los jardines de infantes a personas entre 2 y 6 años de edad.

– Emitir órdenes judiciales de alejamiento a abogados de los tribunales.

– Prohibir la postulación de políticos de mente estrecha, nacionalistas y racistas en la lista del Likud a la Knesset.

– Se prohibirá el estudio de la Torá a estudiantes de ieshivot.

– Los jazanim no podrán entrar en las sinagogas.

Y así sucesivamente. Podemos seguir nosotros: los actores serán excluidos de los teatros, los periodistas de las redacciones, los revoltosos estudiantes tendrán prohibido ir a clases.

Y la vuelta puede seguir: los ladrones no podrán ir a la cárcel, los enfermos no podrán entrar en los hospitales, los asesinos no podrán ingresar en la sala de ejecución (en USA y otros lugares), los drogadictos tendrán prohibida la entrada a instituciones de rehabilitación, los negros no podrán entrar en lugares de blancos, los habitantes de viviendas no podrán ingresar en ellas. O sea, ¿para qué limitarse?

Podemos también ponernos serios y analizar. ¿A qué se debe esta fiebre de la condenable práctica religiosa de «exclusión de mujeres»? En efecto, en los últimos dos años se acumularon los ámbitos de exclusión.

A la tradicional «Ezrat Nashim», la costumbre más antigua de separar a las mujeres de los hombres en las sinagogas ortodoxas, se le sumaron ahora: separación en algunos autobuses de pasajeros, prohibición rabínica a los soldados religiosos -contra órdenes de sus comandantes- de presenciar actos militares donde cantan chicas, separación de las veredas: de un lado caminan los hombres, enfrente las mujeres. En algunos hogares ultraortodoxos se ha comenzado a ver mesas separadas para las comidas: mamá y las chicas por aquí, papá y los muchachos por allá.

Los incidentes se multiplican. Una inmigrante rusa se niega a pasar a la parte trasera del autobús generando el escándalo. A una nena de 8 años que va al colegio, un jaredí (ultraortodoxo) le escupe en la cara por caminar en la vereda equivocada en Beit Shemesh, una ciudad con predominancia religiosa, pero no ultra. Empresas privadas se autocensuran, absteniéndose de colocar imágenes femeninas en las publicidades en la vía pública, para que los jaredim no las arranquen. Manifestaciones, debate público.

Las teorías que he recolectado en este ambiente enrarecido son dos. Una es buena noticia: las mujeres están protagonizando una revolución silenciosa contra su condición. En los últimos años han surgido ONGs de mujeres religiosas, que se quejan por el hecho de que no sólo deben criar a numerosos hijos, sino que son las que mantienen económicamente el hogar, mientras los hombres tienen exención para estudiar en las ieshivot, so pena de ser convocados a las filas del ejército, y para cuidar «el alma del pueblo judío».

Son ellas las que se están formando, se profesionalizan, son las que estudian matemática y computación, se modernizan, y empiezan a abrir los ojos. Por fin, han comenzado a sentir que «algo huele mal en Meah Shearim», y que a las mujeres «les vieron la cara».

La fiebre excluidora, entonces, sería una reacción masculina contra la revolución femenina. ¿Se pronuncian? ¿Se expresan? ¿Salen a la calle? ¿Cantan?? El mensaje de Hadarat Nashim es: aquí todavía mandamos nosotros.

La otra teoría, que no es contradictoria, preanuncia batallas por venir. Dice que los cambios en la sociedad ultraortodoxa (jaredit) no provienen sólo de un despertar de la conciencia femenina, sino que los hombres también están saliendo de la égida de los rabinos, en múltiples marcos de trabajo para jaredim, ejército para jaredim, educación superior para jaredim, mujeres que se profesionalizan y se expresan, etc.

Por eso, los «askanim», activistas colaboradores de los rabinos y de los partidos políticos jaredim, se están quedando «sin trabajo» una especie de «mano de obra desocupada a la jaredí», y han hallado solución a su inactividad: la militancia de imponer en la calle ultraortodoxa prácticas absolutamente novedosas -y perniciosas- en la tradición judía.

En efecto, no existe una verdadera tradición de exclusión de mujeres en el judaísmo tradicional, fuera de las sinagogas. Es más: no hay ni siquiera hoy un solo «psak halajá» (fallo halájico) que lo ordene o la avale. Alguien lo está inventando, contradiciendo todo espíritu judaico. Y debe ser detenido.