El judaísmo israelí y el «Paradigma Koala»

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Por Marcelo Kisilevski, Modiín, Israel*

Las especies en Oceanía son únicas, porque se desarrollaron luego de la separación de ese archipiélago del resto del continente asiático. Algo parecido le ocurrió al judaísmo: la creación de Israel con su singularidad diferenciada del resto del mundo judío,  generó una serie de prácticas judaicas, corrientes, discursos y dinámicas específicas, que sólo fueron posibles a partir del movimiento tectónico que significó la creación del Estado judío.

Se trata de fenómenos que sólo se podían haber dado en una comunidad judía convertida en mayoría, en una comunidad vuelta Estado, donde entra a tallar la política, el perfil de un país, el dinero público y, a veces, incluso la vida y la muerte, entre muchos otros factores.

Como koalas y ornitorrincos, surgieron en Israel corrientes y grupos específicos: el movimiento religioso sefardí Shas, por ejemplo, formado por judíos llegados de países como Marruecos, pero vestidos como en Lituania del siglo 18, es quizás el fenómeno más moderno de la historia judía, y que sólo hubiera sido posible en Israel. Cuando se analiza la sociedad israelí, nadie habla de «ortodoxos, conservadores y reformistas», como en la Diáspora: el sector judío aquí se divide en jaredim (ortodoxos no sionistas, reconocibles por su vestimenta negra), religiosos nacionales (con su característica kipá tejida), tradicionalistas y laicos.

Los conservadores y reformistas tienen ciertamente su desarrollo y presencia en Israel. Pero no han llegado a una masa crítica como para que tallen socio-políticamente. Su llegada al sionismo es tardía, luego de haber nacido al compás de la Emancipación y el Iluminismo europeos, como expresiones de la flamante separación entre religión y Estado en Europa y Estados Unidos: abrazaremos la ciudadanía que nos ofrece la Revolución Francesa, pero mantendremos nuestro judaísmo, al que a partir de ahora entenderemos como nuestra religión. Seremos franceses (o alemanes, o estadounidenses, o argentinos) de fe mosaica. Al punto tal, que rezaremos en nuestros dos idiomas: el religioso y el nacional. Por ende, su ADN original fue no-sionista por definición.

Los ortodoxos, que poblaron Israel antes que esas corrientes modernas, lo hicieron por motivos de tradición y de comodidad, no de sionismo. Sin embargo, llegaron primero y fueron más, fundando un establishment religioso en Israel con el que el nuevo Estado hebreo tuvo que negociar, llegándose al famoso «acuerdo de statu-quo en materia de religión y estado». Los conservadores y reformistas, que entre tanto han fundado por fin movimientos juveniles sionistas en su seno, tendrán por lo tanto que trabajar mucho, incluyendo el enviar importantes olas de inmigración de entre sus filas, si quieren quebrar algún día el monopolio ortodoxo en Israel.

Los laicos, en cambio, sí somos un componente sociológico importante: cerca del 25% de la población judía. Pero si en la Diáspora son los no observantes, los laicos en Israel somos aquellos que practicamos «poco». En mi caso, por ejemplo, me inscribo con mi familia dentro del laicismo israelí, pero los viernes decimos generalmente el kidush antes de cenar, e incluso a veces se encienden las velas. En Iom Kipur no viajamos, como prácticamente todos los israelíes. En Jánuka hay receso escolar, y nos juntamos varias de las noches con parientes o amigos, los chicos encienden las velas, comen sufganiot y juegan con trompos. En Pesaj se lee la Hagadá y, en general, no nos perdemos ninguna cena familiar por festividades. Todos los niños en Israel, laicos o religiosos, tienen infancias pletóricas de fogatas de Lag Baomer. No solemos asistir a la sinagoga, excepto para ceremonias de Bar Mitzvá, propias y ajenas. Sin embargo, nadie en la Argentina nos llamaría «laicos».  El laico israelí es un oso distinto: es un koala.

La separación de la isla judeo-israelí del continente judío mundial ha creado también un discurso específico, y para que siga habiendo comunicación entre Israel y la Diáspora, tendrán que aprender  la resignificación de las palabras que ha tenido lugar aquí. Así como les explico sin cansancio (y a veces sin esperanza de éxito) a mis amigos israelíes que para nosotros hablar hebreo, escuchar música israelí en la radio todos los días y, en general, vivir en Israel, ya es practicar el judaísmo, los judíos diaspóricos deberán entender que para el israelí, hablar de «iahadut», judaísmo, es hablar de religión. Y cuando se habla de religión, se habla de ortodoxia.

Esta fue, quizás, la victoria más grande de la corriente rabínica ortodoxa israelí sobre el sionismo: luego de que éste proclamara en sus inicios que el judaísmo era una nación y una cultura, en la que la religión era un elemento más, los religiosos ortodoxos han logrado que aun los israelíes más laicos de hoy en día identifiquen «judaísmo» como sinónimo de «religión judía». Cuando se les pregunta a muchos de ellos si no creen que Israel estaría mejor sin un sector jaredí tan fuerte, contestarán: «No, porque está bien que haya gente que aun practique el ‘judaísmo’. Si no, ¿quién lo hará?» Respuestas del tipo: «Lo haremos nosotros, como de hecho ya lo hacemos:  viviendo en Israel, hablando hebreo, bailando rikudim, cantando las canciones de Arik Einstein, yendo al ejército, jugando al burako en las playas de Tel Aviv, dando a los que menos tienen, y estudiando la filosofía y la historia del pueblo judío», los dejan perplejos.

Atrás quedaron los guías turísticos sionistas socialistas, que salían por los caminos de Israel con sus sandalias y su Tanaj en mano, a mostrar a sus janijim de Hashomer Hatzair, movimiento ateo si los hay, pero sionista hasta los huesos, los lugares por los que pasaron los personajes fundadores de la nación en tiempos bíblicos. Fuera de algunos sobrevivientes laicos, los únicos que siguen con esta práctica de unir tierra e historia a través de la Biblia son los inscriptos en la órbita de Benei Akiva, es decir, los sionistas religiosos. Cuando éstos se jactan de ser «los últimos jalutzim (pioneros)», tienen un punto.

En las escuelas públicas judías laicas, la enseñanza de Tanaj, Toshba (Torá SheBeAlPé, Ley Oral) y materias afines, suele estar en manos de un docente religioso, y ello por dos motivos: uno, porque se ha impuesto la cultura de «la Biblia para los religiosos»; dos, sencillamente porque ya no quedan suficientes  docentes laicos para cubrir esos puestos en toda la red.

Estos y muchos otros «koalas» han surgido en Israel. Los jóvenes que se definen como «israelíes» antes que como «judíos»; el combativo movimiento Neshot Hakotel (las Mujeres del Kotel), que luchan, a veces físicamente, por rezar allí con su talit, su tefilín y su kipá igual que los hombres; los movimientos de judaísmo alternativo, a través de los cuales israelíes «laicos con contenido» intentan comenzar a dar batalla; la segregación de la mujer en el sector jaredí; paralelamente, la silenciosa rebelión femenina en ese mismo sector; los rabinos milagreros; los movimientos religiosos de extrema derecha, y muchísimas «nuevas especies» más.

Sobre algunos de estos apasionantes fenómenos de la fauna israelí intentaremos poner nuestra lupa en futuras entregas.

*Publicado para Limud Buenos Aires en http://www.itongadol.com.ar

Rabino contra la religión en Tzahal

SoldadoReza

Érase un grupo de soldados que regresaron a su base después del franco de Pesaj, sin afeitarse, lo cual está prohibido en el ejército. Sólo que estos soldados, además, eran amigos, y miembros del movimiento Masortí, o sea, de la corriente religiosa conservadora.

Según la tradición, estamos en los días de la Cuenta del Omer, que dura 49 días, o sea, las siete semanas entre Pesaj y Shavuot. Durante todos esos días, la grey practicante mantiene algunas normas de duelo por la destrucción de nuestro Templo, entre otras desgracias históricas, y una de ellas es el no afeitarse. Y la corriente conservadora, igual que la ortodoxa, es «halájica» en estos asuntos, es decir, sus miembros se ciñen en comunidad a las reglas rituales.

Pero en Tzahal, el ejército israelí, hay rabinos militares encargados de decidir quién es religioso y quién no. De otro modo, toda la soldadezca podría aprovechar la volada y decidir por motu propio, de repente, no afeitarse, lo cual significaría una falta masiva a la disciplina militar, rayana en el motín, Dios nos libre.

Y el comandante de los muchachos conservadores, temeroso de semejante insolencia o, más bien, cuidadoso de su propio trasero, envió a sus subordinados ante el rabino, para que fallara en su caso: ¿tienen derecho a llamarse religiosos y a no afeitarse en los días de la Cuenta del Omer?

Hete aquí que el rabino falló en contra de la religiosidad de los chicos, quienes debieron afeitarse en contra de sus creencias religiosas judaicas. «Ustedes no son religiosos», determinó, «y por lo tanto no podrán cumplir con las reglas del Omer, y deberán afeitarse». Lean otra vez, por si todavía no se quedaron con la boca abierta.

Los conservadores no son «religiosos», «datiím», según la terminología israelí. Subrayo: cuando aquí la gente dice «datí», según la terminología israelí -que no según la judía- la referencia es al ortodoxo, pues las demás corrientes, hasta que no hagan aliá en masa y corten y pinchen políticamente, no existen. Es una cuestión de posicionamiento, marketing puro. Así como la Coca Cola es sinónimo de toda bebida de cola siendo en realidad una marca, «datí», religioso, es aquí sinónimo de ortodoxo. Sorry.

Nuestra historia no ha terminado, y los padres iban a protestar. Probablemente ganen, si es que no lo han logrado ya a la altura de estas líneas. Pero el hecho en sí marca de modo patente hasta las lágrimas, de risa y también de bronca, uno de los absurdos magistrales de la sociedad israelí: un rabino, y encima ortodoxo, de esos que de común nos insisten hasta el hartazgo, hasta que casi nos dan ganas de tirarlos desde el último piso de Azrieli, sin importar si somos conservadores o ateos, con que nos pongamos tefilin, comamos casher y no viajemos en Shabat, Guevalt!, prohibió -repito: prohibió- a otros judíos, que no importa si son conservadores o ateos, cumplir reglas de la halajá ortodoxa.

Más clarito, y sin tanta subordinada: rabino prohíbe a judíos practicar el judaísmo. ¿Ahora se entendió?

Es sólo un botón de muestra de lo que ya se ha convertido en lugar común: que Israel es el único país occidental en el que no existe la libertad de culto para los judíos. Vergüenza debería darnos.

Escenas israelíes: la laptop junto a la janukiá

La Biblia junto al ordenador. Las personas fotografiadas no guardan relación alguna con la presente nota.

La Biblia junto al ordenador. Las personas fotografiadas no guardan relación alguna con la presente nota.

Hoy es viernes, hace frío y recién acabo de descifrar mi aire acondicionado, para que en lugar de enfriar, caliente. Antes de eso me congelé. Ahora mi casa está llena de compañeritas de mi hija, porque no hay clases por Jánuca, y yo estoy en casa, entonces aprovecho para juntar créditos con los otros padres, para usarlos (a los créditos; bah, también a los padres) en horas de necesidad.

Jánuca. En la Argentina no me daba cuenta que existía, porque es en diciembre, y allá las clases ya se terminaron. Pero acá puede ser una fiesta bien molesta, valga la rima. No hay clases toda la semana, hay muchos festivales y mucha presión de los chicos por gastar plata. Hay eventos y cenas del trabajo de la mujer de uno, en las que hay que poner cara de «qué contentos que estamos de que nos hayan invitado». Todo esto viene como fascículo extra de los trompos, las perinolas, las janukiot  con las 8 velitas + una, y las «sofganiot», bolas de fraile llenas de aceite y azúcar, que pueden ser la parte agradable.

Ayer viajamos al norte, a lo de mi suegra. No sé si ya les conté, pero me casé con una familia de judíos marroquíes. Sí, claro, con una de las hijas de mis suegros marroquíes, pero también con ellos, y con las hermanas de ella, y sus maridos y los hijos de todos ellos. Con el tiempo aprendí a entender de qué hablan y a comer picante. También me gusta su religiosidad relativa. Casher sí, pero también teléfono, televisión.

Después de mucho tiempo, la verdad, ayer vinieron todos, salvo mi cuñado varón, que se fue a Estados Unidos, cansado de pagar los pesados impuestos de acá. Mis cuñadas estaban en pleno, y sus maridos y sus hijos, salvo mi cuñada soltera, interpretadora de sueños.

Ahí estaba mi suegra friendo sus «sfinge», bolas de fraile a la marroquí, con forma de rosqueta, tratando de meter un bocadillo en la charla, sobre cómo le fue en Yanquilandia en lo de su hijo varón y su familia. La tapaban los gritos de sus hijas. En realidad no gritaban, sólo hablaban así. De ropa, de comida y del Gran Hermano.

En un cuarto aldedaño los primitos, incluidos mis hijos, metiendo un bardo fenomenal que por suerte no terminó en la ruptura irremediable de la computadora que mi suegra todavía no aprendió a usar.

Y en el living, nosotros los concuñados, hablando de trabajo, de dinero, de la crisis y de la guerra que podría estallar en el sur. Mi cuñado fotógrafo hacía gala de todos los viajes que se ahorraba mandando las fotos del casamiento por mail a sus clientes antes de imprimir el álbum. Ahora tiene internet celular, fanfarroneó, «les edito las fotos y se las mando incluso esperando el semáforo».

Mi otro cuñado, además de contador y ahora abogado, es adicto a las noticias. Además es el tradicionalista de la tribu. Cuando llegó la hora de prender la vela del día (¿la quinta?), me preguntó a mí si me acordaba de las brajot. Me acordaba, le dije, pero prefería no arriesgarme, sin aclarar a qué.

Entonces le secuestró la laptop a nuestro otro concuñado, el fotógrafo, que apenas había puesto el último efectito a las fotos de la jupá de la familia Busquila, y buscó por Internet las benditas bendiciones.

En resumen, muchos chicos, mucho ruido, mucha fritura, una janukiá, como hace miles de años, pero con una laptop al lado, con judíos israelíes mizrajim modernos leyendo las brajot de la pantalla de Internet. La foto se las debo.

Yom Kipur en Israel

Dia de balance sobre ruedas. Yom Kipur en Israel.

Día de balance sobre ruedas. Yom Kipur en Israel.

 

Yom Kipur (Día del Perdón) es una de esas extrañas ocasiones en que los israelíes se unen. Bueno, ya sabemos que los israelíes no son muy unidos, salvo cuando pasa algo malo, digamos, una guerra. O cuando meten a una nena adentro de una valija, o cuando hay un atentado terrorista o cuando está Kojav Nolad (el Operación Triunfo de acá) o Gran Hermano en la tele (y sobre este último, no se pierdan el post alusivo, muy pronto).

Yom Kipur, digo, es una de esas extrañas ocasiones en que los israelíes se unen. Eso sí, para muchos, también es por la guerra. Por la Guerra de Yom Kipur, la de 1973. Hace unos años, en una encuesta entre los estudiantes secundarios en la que se les preguntaba qué era para ellos Yom Kipur, la mayoría hablaba de aquella guerra, y no del día más espiritual del judaísmo.

Pero hay algo en lo que los israelíes se unen: en no viajar. Todo el país se apura, se apuraba ayer al mediodía, a llegar a aquellos lugares en donde habrían de pasar el feriado. Los más devotos en sus casas, los demás, en algún tzimer o en casa de amigos. Dicen las estadísticas que la mayoría de los israelíes ayuna, no importa si se declaran religiosos, tradicionalistas o laicos. Los demás, llenaron ayer los supermercados, y asaltaron las librerías de video y los «videomat», y se llevaron todo. Porque en Yom Kipur no hay televisión.

Pero cuando el Día del Perdón empieza, las calles se vacían, y los chicos pueden andar en bicicleta o en rollerblades por la calle, y los adultos caminan -o corren- ídem. O sea: salvo que la calle de asfalto es más lisa, no hay nada que impida seguir caminando por la vereda, pero uno lo hace de prepo por la calzada. Es una sensación de libertad, como un carnaval, en el que una vez por año reventamos al sistema.

Y si alguien, que no sea una ambulancia, se atreve a viajar en coche, lo miran mal. Muchos no viajan por temor al qué dirán: un nuevo sistema ha reemplazado -por tan sólo un día- al anterior, y no es menos estricto y total que el del resto del año.

Es lindo Yom Kipur. A mí me gusta. Mis hijos andan en bici por la calle, sin temor a los coches, y yo leo, pienso y duermo. No rezo, pero hago mis cuentas, mis balances. Y es un día de la familia. Si el pueblo de Israel es un poco mejor luego de este día de recogimiento nacional, bueno, esa ya es cuestión aparte.