
Aldea árabe israelí en la Galilea.
Aldea árabe israelí en la Galilea.
Ilana Dayán, acusada de cooperar con una «campaña orquestada de demonización de la izquierda israelí». Atrás, Ezra Nawi, de la organización Ta’ayush.
Por Marcelo Kisilevski
Hace ya un par de semanas la discusión en Israel hierve en torno a la nota en el programa Uvdá («Hecho probado») de la periodista de investigación argentina-israelí Ilana Dayán. En su última edición, Dayán reveló que un activista de izquierda entregaba a la Autoridad Nacional Palestina a palestinos que vendían terrenos a judíos en los territorios de Cisjordania. Según la ley de la ANP, tal venta se pena con la muerte, y ya han sido muchos los ejecutados, previa tortura. De lo que resulta que un militante de derechos humanos que lucha por la causa de los palestinos, envía palestinos a la tortura y la muerte. Los miembros de la izquierda se despegaron de las actividades de este señor, llamado Ezrah Nawi, pero al mismo tiempo criticaron el programa Uvdá como parte de una «campaña de deslegitimación y demonización de la izquierda en Israel».
Parte de esa campaña incluye la nueva propuesta de «ley de transparencia», que determinaría que hay que «marcar» a organizaciones pacifistas que reciben fondos de entidades estatales extranjeras (a veces son estados, otras son entidades supraestatales como la Unión Europea), para hacer lo que el gobierno considera que es propaganda de deslegitimación de Israel. En este tema se han llegado a extremos desde todos lados, y es importante separar varias pajas de varios trigos.
No es serio en una democracia como la israelí intentar «marcar» a organizaciones de izquierda que reciben fondos de gobiernos extranjeros. Si el gobierno francés o el español, o la Unión Europea, financian a Shovrim Stiká (Rompemos el Silencio), la acción gubernamental, por la vía diplomática, debe estar dirigida hacia esos estados, no a ejercer una presión estilo «shaming» contra Rompemos el Silencio. Llegar a una situación donde mucha gente bien intencionada llama a prohibir la actividad en Israel de Amnistía Internacional, probablemente la organización de derechos humanos más veterana y seria del mundo, solo porque está financiada por donaciones no israelíes, es una situación no sana, provocada por fenómenos tampoco sanos.
Pero relativizar las acciones de Nawi, blanqueándolas por default al inscribir su denuncia en una «campaña», no hace honor al respetable y enorme sector de la sociedad israelí que defiende los derechos humanos y que busca sinceramente una mejora en la vida de los palestinos en los territorios, que lucha por la coexistencia y la paz bien entendidas.
Sigamos con el diagnóstico. Rompemos el Silencio es una organización de ex soldados y oficiales del ejército israelí que recorren instituciones, tanto en Israel como en el exterior, describiendo las cosas «inmorales» que les hicieron hacer en el ejército cuando servían en los territorios de Cisjordania. En un video de la organización se ve a niños de unos diez años cuya madre los había enviado a comprar pan, retenidos en una esquina de Hebrón. Los jóvenes de Rompemos el Silencio preguntan a los soldados qué hicieron estos niños para que los retengan. «Se olvidaron el documento de identidad en casa, estarán aquí hasta que los familiares vengan por ellos con los documentos», fue la respuesta. «Pero son niños, iban a comprar pan. ¿De qué manera amenazan la seguridad de Israel?», insisten los militantes pacifistas. «No tenemos la culpa, son nuestras órdenes», respondieron los soldados, ellos mismos jóvenes de veinte años que solo esperan el fin de semana para volver a casa, ayudar también a sus madres y salir con sus novias. Conclusión de los hacedores del video: «Esta es la ocupación: una situación imposible en la que nadie parece tener la culpa de nada».
Hasta aquí, un espectador inocente no ve el problema con Rompemos el Silencio. A mí personalmente no me parece mal que se llame la atención sobre hechos derivados de reglas del juego impuestas por una realidad que mezcla terrorismo, política nacional e internacional, y vida cotidiana de habitantes civiles de uno y otro lado. No debería haber una situación en la que niños fueran retenidos por militares. No debería haber niños siquiera en contacto con soldados. Los niños deberían estar en la escuela, en los parques, en sus casas. Los soldados deberían estar en sus cuarteles o en campos de batalla. Está bien señalar que estas situaciones son anormales. Incluso no tengo problema con que la conclusión sea llamar al fin de la «ocupación» y la creación –de una vez por todas- de un Estado palestino que viva al lado de Israel en paz y buenas relaciones. Por el bien de los palestinos, pero también por el bien de los israelíes, para que no se vean más en la posición de tener que retener gente, o entrar en casas de palestinos en busca de terroristas, o hacer esperar a los palestinos horas en los checkpoints.
Principio falaz
El problema es cuando el mero «fin de la ocupación, dos Estados para dos pueblos» no es la conclusión de las organizaciones de izquierda cuyo marcamiento intenta la ministra de Justicia Ayelet Shaked legislar, sino la destrucción de Israel. De nuevo, me parece problemático esto de «marcar» organizaciones financiadas desde el exterior (que las hay de izquierda y también de derecha), cuando Israel se esfuerza por enseñar al mundo que está mal «marcar» productos de los territorios o israelíes en general con fines de boicot. Aquí cabría esperar de una Ministra de Justicia israelí un poco más de coherencia.
Pero, ¿qué hacer cuando algunos líderes de estas organizaciones llegan a la siguiente conclusión, no menos problemática, antidemocrática y violadora de los derechos de los pueblos, en este caso el judío? «Dado que Israel comete estas atrocidades, que son las más graves que conozca la humanidad, Israel es un país ilegítimo que debe ser desmantelado». ¿De verdad?
En la era de las decapitaciones de ISIS, del genocidio en Siria, o, aquí más cerca, las ejecuciones de Hamás de colaboracionistas o las de la «moderada» ANP, que ejecuta a particulares palestinos que osan vender terrenos a judíos, la presencia del ejército israelí en Cisjordania no puede ser llamada seriamente «atrocidades más graves que haya cometido la humanidad», o llamar a Israel un «régimen nazi temporario», y esperar que eso suene a una progresista, pacífica y bondadosa expresión de deseos.
El problema de la izquierda es que algunas de sus organizaciones o sus líderes, en principio pacifistas y sinceros defensoras de la coexistencia, se están deslizando peligrosamente por el camino del llamado a la destrucción de Israel, lo cual implica una incitación a la violencia extrema, no a la paz.
Lizi Saguí, ex alta dirigente de B’Tselem, una organización que monitorea la construcción de viviendas en los territorios y los problemas de la Cerca Separadora o «Muro», entre otros, dijo sin avergonzarse que «Israel provoca las atrocidades más grandes de la humanidad. Israel demuestra su adhesión a los valores del nazismo». La echaron de B’Tselem, pero consiguió empleo en otra ONG, la Fundación de Defensa de Derechos Humanos». La directora ejecutiva de esta ONG, Alma Bibelsh, definió a Israel como «racista y asesino», y un «Estado Apartheid judío y temporario».
En estas declaraciones, recopiladas en Yediot Ajaronot por Ben Dror Iemini, Biblesh da un paso más allá cuando llama a la «lucha de israelíes, palestinos y la comunidad internacional contra el régimen israelí». Y la lucha no es por la autodeterminación de todos los pueblos involucrados en el conflicto, ni por un Israel más justo y democrático, sino «por el fin de la ocupación entre el Jordán y el Mediterráneo». O sea, Tel Aviv y Raanana son territorio ocupado igual que Ramallah. Iemini es irónico: «Y entonces nos irá genial bajo un gobierno palestino. Como la maravillosa armonía y hermandad entre los pueblos que reina en Siria».
El problema sigue. Los jóvenes de Rompemos el Silencio no se limitan a hacer videos de advertencia sobre soldados que retienen niños en su camino a la panadería (¡terrible atrocidad!). Otra periodista del mismo diario, Ifat Erlich, reveló que uno de sus más altos miembros, Alón Liel, recorre el mundo llamando al reconocimiento de Palestina como Estado. Liel sabe que esa búsqueda de la ANP por el mundo incluye el «derecho al retorno» de todos los refugiados palestinos, que es el fin de Israel como expresión del derecho a la autodeterminación del pueblo judío, y expresa el apoyo a la intransigencia palestina actual a seguir negociando sin precondiciones hacia dos estados para dos pueblos.
Rompiendo el Silencio recibe financiación de organizaciones como Trocaire, de Irlanda, que es una organización fuerte en el nuevo movimiento que viene sacudiendo la arena de la deslegitimación de Israel, el BDS (Boicot, Divestment, Sanctions), que llama al mundo a dejar de comerciar con Israel, a las universidades a dejar sin efecto acuerdos de intercambio académico con universidades israelíes, presiona a cantantes a no actuar en Israel, etc. El BDS, menos conocido en América Latina, ya ha plantado una primera bandera firme en Chile. El BDS ha dejado hace ya tiempo de denunciar la ocupación, para llamar a la destrucción de Israel como un todo.
Llamar a la destrucción de Israel es antisemitismo
La paja del trigo: está bien criticar el manejo del ejército israelí en los territorios, en insistir a llamar al fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino. Eso es una opinión política, legítima de ser expresada en una democracia. Llamar directa o indirectamente a la destrucción de Israel como Estado judío, democrático y legalmente constituido, es incitar a la violencia y al genocidio. Es menos legítimo, es menos moral.
Es además antisemitismo, y debo explicarlo, ya que no se me conoce como un paranoico que grita «antisemitismo» ante cualquier crítica contra Israel.
Pues, ¿cuál es el principio que se desprende del llamado a la desaparición de Israel debido a sus injusticias? Suponiendo que Israel fuera exclusivo culpable del fenómeno de los refugiados palestinos, que hubiera habido limpieza étnica y un montón de falsificaciones históricas por el estilo, y que la ocupación fuera tan atroz que los palestinos se arrastraran desangrándose por las calles (cosa que está lejos de ocurrir), el silogismo intelectualmente honesto debería ser: «Todo país que, a la hora de su nacimiento o a continuación, ha perpetrado iniquidades contra otro colectivo humano, es ilegítimo y debería desaparecer». El problema: prácticamente todos los estados modernos cumplen ese principio general. Piense cada lector en las razones por las cuales su propio país debería ser destruido de acuerdo con este principio. Sin embargo, del único país que se dice que, «dado que hizo tales y cuales cosas, debe desaparecer», es Israel. Cuando se inventa un principio y se sostiene seriamente que el único país que lo cumple es el Estado de los judíos –cuando a decir verdad es uno de los pocos que justamente no lo cumplen-, las preguntas acerca de las motivaciones antisemitas, por lo menos, deben ser formuladas.
Demos un solo ejemplo: en 1948, en tiempos de la creación de la India y Paquistán, catorce millones de personas pasaron entre un país y otro, expulsiones forzadas y genocidio mediante. La mitad de ellos, musulmanes, pasaron de la India a Paquistán; la otra, hindúes de Paquistán, tuvieron que trasladarse a la India. En el medio, dos millones de seres humanos fueron masacrados.
En la guerra de la Independencia israelí –según lo documenta el historiador Benny Morris en su libro 1948-, una guerra iniciada por el lado árabe con la agenda explícita de «evitar el nacimiento de Israel y expulsar a los judíos al mar», dejaron el futuro Israel –la mayoría huyendo por temor a la guerra, aunque en algunos lugares se registraron también expulsiones-, en cambio, unos 800.000 árabes (no se llamaban a sí mismos aún palestinos). 800 civiles fueron asesinados. Del lado israelí también hubo asesinados, 250 civiles, pues es parte de las lacras de toda guerra. Luego de la creación del Estado de Israel, la misma cifra aproximada de judíos fueron expulsados de todos los países árabes en represalia por la creación de Israel. Fueron refugiados por un día, a su llegada a Israel. Al día siguiente, Israel los ya los convertía en ciudadanos. Lo mismo ocurrió con los indios y paquistaníes, y nadie habla hoy de refugiados judíos, o de la India y Paquistán, cuyas cifras de muertos sí dan cuenta de un verdadero genocidio. Los países árabes, en cambio, no quisieron resolver el problema de los refugiados palestinos en sus territorios. En uno de ellos, Siria, se da hoy mismo un nuevo genocidio, y se han generado muchos millones de refugiados.
Pero nadie habla de los refugiados hindúes o paquistaníes, ni de desmantelar Paquistán y la India por ilegítimos. Nadie habla de destruir a los países árabes por haber expulsado a los judíos en pleno siglo 20, ni de desmantelar Siria como castigo por perpetrar el primer genocidio del siglo 21. Por no hablar de que nadie habla de desmantelar Alemania por la Shoá, o Turquía por el genocidio armenio. Pero sí se habla de desmantelar Israel, el único Estado judío. ¿No suena raro? ¿No es extraño que, con tanta guerra e injusticia en el mundo, se haya instalado con fuerza creciente y se haya legitimado la discusión sobre el derecho de Israel, y solo de Israel, a existir? Ya lo dijo Woody Allen: «Que uno sea paranoico, no significa que no lo estén persiguiendo».
Que haya algunos que van por el mundo pregonando que Israel, uno de los pocos países creados por votación internacional, es un estado ilegítimo, sean israelíes y judíos, no los convierte en menos antisemitas. La izquierda sionista israelí, una de las más lúcidas del mundo, debería hacer un serio ejercicio de separación entre paja y trigo, y despegarse clara y enérgicamente de las «malas hierbas» en su interior, en lugar de blanquearlas retrucando con que se trata de una «campaña de demonización de la izquierda». Porque si esa es la lógica, tendrán que dejar de denunciar a fenómenos de ultraderecha como «Tag Mejir» y el terrorismo judío, pues eso podría ser catalogado como campaña contra toda la derecha religiosa sionista.
No hay fórmulas mágicas para combatir la deslegitimación de Israel. A las campañas antiisraelíes, que tienen todos los rasgos del antisemitismo (ver nota anterior sobre el tema), habrá que responder con campañas de concientización, utilizando incluso lo mejor de las técnicas de comunicación, de diplomacia y de lobby frente a los gobiernos que creen que contribuyen a la paz cuando financian organizaciones que llaman al boicot y la destrucción de Israel. Legislar «transparencias» por imposición, en cambio, no es útil. Al contrario, puede traer más daño y más división.
Abdel Hay Azab, rector de la Universidad egipcia de Al Azhar, la institución más importante del mundo en el tema del Islam. Foto: Massimiliano Minocri
Abdel Hay El Azab, experto en islam radical en la universidad Al Azhar, pone los puntos sobre las íes en cuanto a la necesidad de diferenciar entre la religión musulmana, una religión de paz como todas, y el islam radical. Seguir tolerando a este último, una ideología nefasta surgida recién en el siglo 20, en nombre del multiculturalismo, es el gran error de Occidente, que está signando este nuevo siglo. Que El País de España lo publique, en un país donde no todos hilan fino, es una buena noticia.
Por Patricia R. Blanco, El País (España)
Abdel Hay el Azab es consciente de la responsabilidad que recae sobre él. Rector de la Universidad Al Azhar, la institución más prestigiosa del mundo en el estudio del islam suní —fue fundada en El Cairo en el año 975—, pronuncia con cuidado milimétrico cada una de sus palabras y llega a repetir una frase si cree que un verbo es más preciso que otro. Tal es su celo para evitar malentendidos que no aceptó a ningún intérprete en su participación el pasado jueves en las jornadas sobre Diálogo Intercultural e Interreligioso, organizadas por el Ministerio de Exteriores en Barcelona. Solo admite como traductor a su ayudante personal —exclusivamente en francés— si el interlocutor no habla árabe.
Pregunta. El Estado Islámico (EI) dice que sus actos responden al cumplimiento de los preceptos del Islam. ¿Usted que cree?
Respuesta. Es necesario que la sociedad, musulmana y occidental, sepa diferenciar entre religión y grupos terroristas. El islam promueve el respeto hacia el otro, el principio de no agresión y la coexistencia pacífica. Los terroristas solo promueven el terror. Por eso, los musulmanes, pero también Europa, tienen la responsabilidad de corregir la visión errónea que existe sobre el islam y que difunden algunos medios.
P. ¿A qué atribuye la expansión del EI?
R. El EI [El Azab alude siempre al Estado Islámico con su acrónimo en árabe, daesh, para evitar concederle carácter estatal] no es producto de la religión, sino que es una fabricación política. ¿Puede un grupo, por sí mismo, destruir un Estado? Está claro que no. El EI sobrevive porque tiene apoyo político.
P. ¿Quiénes lo apoyan?
P. ¿Cómo combatir al EI?
R. Contra el terrorismo, en la Universidad de Al Azhar proponemos el Corán, el islam verdadero, para difundir la paz.
P. En diciembre de 2013, el Gobierno egipcio designó oficialmente a los Hermanos Musulmanes como terroristas. ¿Usted los considera terroristas?
R. Creo que todo aquel que comete crímenes y actúa en contra de la ley es igual al EI. ¿Acaso los Hermanos Musulmanes han denunciado los crímenes cometidos por grupos terroristas? No, no lo han hecho. Son una organización que instiga a actuar en contra de la población.
P. Expulsó a miembros de los Hermanos Musulmanes de la universidad.
R. Expulsé para siempre a aquellos que habían cometido crímenes o habían incitado a la violencia, no por el hecho de ser de los Hermanos Musulmanes. Pero ahora hemos logrado que impere la ley y la independencia de la justicia. Se ha liberado Egipto de grupos extremistas y es mi responsabilidad contribuir a la estabilidad.
P. ¿Tras el golpe de Estado?
R. El 30 de junio de 2013 hubo una revolución heroica que trajo a Egipto seguridad, estabilidad y libertad. Se aprobó una Constitución y se celebraron elecciones.
Por Marcelo Kisilevski
La guerra contra el terrorismo islámico no se parece a las guerras tradicionales que el mundo ha conocido. Eso no significa que haya que tratar los atentados en París -o en Siria o en Gaza o en Montevideo- como delitos comunes a ser combatidos por Starsky y Hutch o por CSI. La mirada europea post-colonial, en la que uno mismo es culpable de la agresión del otro, es lo que está haciendo perder a Occidente la batalla.
En su canción Padre, interpretada en español y en catalán (Pare), Joan Manuel Serrat nos hablaba ya en 1973 de la lucha contra la contaminación ambiental, y denunciaba el maltrato humano a nuestro planeta. Su último verso era un llamado desgarrador y claro a la vez: Pare, deixeu de plorar, que ens han declarat la guerra.
El hecho de que sea una guerra no tradicional, con el ejército regular de un país enfrentando en un campo abierto al de otro, no significa que no se trate de una lucha para la que hay que estar preparados, y dar la batalla. Las guerras tradicionales así descriptas ya no existen, y sobreviven solamente en dos lugares: en la Convención de Ginebra y en el cine. La conciencia y la lucha por salvar al planeta, recién ahora han llegado a una masa crítica, cuarenta años después de la canción inolvidable de Serrat. Eso no significa que se haya ganado. Con el islam radical, la perspectiva pareciera ser mucho peor.
En esto pensaba cuando escuchaba a una panelista del programa radial Weekend en la BBC de Londres, que advertía contra la definición de «guerra contra el terrorismo» en un panel sobre los eventos de esta semana en París: «No nos fue muy bien en la vuelta anterior con esta definición», decía segura. «No es una guerra. Son crímenes, debemos combatirlos con la policía y el sistema judicial».
Es posible que no nos haya ido bien en la vuelta anterior, si la panelista se refiere a la respuesta norteamericana al 9/11: las guerras en Afganistán e Irak. Tal vez por haber sido guerras contra el terrorismo que EEUU y Occidente intentaron traducir a guerras tradicionales. Cuando en realidad, la guerra contra el terrorismo es y debiera ser otra cosa. Pero eso no significa que se deba combatir a Al Qaeda y a ISIS como si fueran otras expresiones de Dexter, el asesino serial de la tele.
Es decir, no significa que Occidente no esté en guerra contra el terrorismo islámico radical, por una sencilla razón: el islam radical es el que ha declarado la guerra a Occidente. La naturaleza de una lucha o una guerra, la define el agresor. Y usted, señora panelista de la BBC, puede no creer en guerras santas, pero cuando el islam radical le declara una, eso es exactamente lo que tiene encima. Puede no escuchar la declaración, si no quiere, pero el resultado es el que ya está a la vista.
No es por un mundo mejor
¿Y qué es exactamente lo que está a la vista? Ben Dror Yemini lo resume bien este fin de semana en Yediot Ajaronot. «El atentado no fue una protesta contra la discriminación o por los derechos de los musulmanes», escribe. «No fue contra la desocupación o la alienación. Los jihadistas no luchan por un mundo mejor. Luchan contra todo el que es distinto de ellos. Luchan para erigir una entidad islámica oscurantista».
Yemini explica que después de los atentados en EEUU en 2001 hubo más atentados: en Madrid, en Londres. Desde entonces, el islam radical se ha hecho más fuerte. En 2013, 18.000 personas fueron asesinadas en atentados terroristas islámicos, un 60% más que en 2012. En 2014 pasaron los 30.000. En paralelo con los atentados en París, hubo esta semana otros en Yemen, Nigeria, Siria e Irak. En Montevideo, agregamos nosotros, la embajada de Israel tuvo que ser evacuada.
La mayoría de las víctimas son otros musulmanes, pero el terrorismo jihadista ya anida fuerte en los países occidentales. Los perpetradores de principios del milenio no eran los más discriminados y pauperizados de la tierra. Al contrario, eran jóvenes existosos que crecieron en especial en Occidente, con su cerebro lavado de una ideología que destila sólo odio. Ahora ocurre lo mismo, con una diferencia: entonces eran unos pocos, hoy son cientos de miles.
Yemini trae un dato inquietante. Los jihadistas, dice, no son la mayoría de los musulmanes, por supuesto. Pero no hace falta que sean mayoría. «El problema es que el apoyo a la instauración de la Sharía en los países del mundo libre, aun por la fuerza, es mucho más alta. Ya no se trata de unos pocos porcentuales. Hay diferencias importantes entre un sondeo y otro, pero el promedio señala porcentajes de dos dígitos. Más entre los jóvenes que entre los adultos. Eso significa que millones de musulmanes en el mundo libre, en especial jóvenes, apoyan el objetivo supremo de la Jihad: la creación de un Califato Islámico.
El Síndrome de Estocolmo
«La reacción del mundo libre es la debilidad. La capitulación. La industria de las justificaciones. Los musulmanes carecen de toda responsabilidad de lo que les sucede ni de sus ideas, no en los países musulmanes ni en las comunidades musulmanas de París, Londres o Estocolmo. Pues son pobre gente. Viven bajo la opresión y la discriminación. Esto no es corrección política. Es el Síndrome de Estocolmo: justificar al agresor. Ramas enteras de las ciencias sociales en las universidades del mundo libre se hicieron adictos a la escuela post-colonial que, dicho en resumen, señala con el dedo acusador a Occidente, a EEUU, al sionismo. Miles salieron a las calles en el último verano para apoyar a Hamás, una organización jihadista cuyos líderes declaran abiertamente que su meta final no es el fin de la ocupación sionista (en Cisjordania y Gaza solamente, MK) sino la conquista islamista de todo el mundo libre. A esta corriente pertenecen miles de académicos y periodistas. Creen en sus propias vanalidades…
«Cuando musulmanes decentes -y los hay por millones- intentaron decir que los extremistas representan un peligro, fueron acallados. Cuando el líder más importante del islam sunita, el jeque Yusuf Qardawi, fue invitado a una visita oficial en Londres, fueron los musulmanes los que advirtieron al alcalde, Ken Livingston, que se trata de un hombre peligroso que instiga a la radicalización. No sirvió de nada. Qardawi fue recibido con alfombra roja. Francia, dicho sea de paso, no le autorizó la entrada».
Con amigos como estos…
El problema, como señala el columnista de Yediot, es que los únicos que están reaccionando en Europa contra el peligro islamista radical son partidos de ultra derecha. Véase el caso de Marine Le Pen en Francia, que obtuvo el 32% de los votos en agosto, o el Partido de la Libertad en Holanda, que empató al partido de gobierno, o las manifestaciones de Pegida («Patriotas contra la islamización de Occidente») en Alemania, donde no queda claro si luchan contra la islamización o si sus manifestaciones son de racismo puro contra los musulmanes.
«La respuesta a la debilidad conciliadora del mundo libre no es la extrema derecha», sentencia Yemini. «El problema es que el mundo libre no ha hallado el punto de equilibrio correcto entre una lucha mucho más firme contra los jihadistas y sus seguidores, y un desbarrancamiento hacia el racismo contra todos los musulmanes».
Por ahora, dice Yemini, «la batalla está perdida». «Así como luego de una década y media desde los atentados terribles, la jihad se convirtió en algo mucho más fuerte y la radicalización creció, es de suponer que tampoco el atentado en París conllevará cambio alguno. Pero a no desesperar. Hace falta, en cambio, una mirada dolida de la realidad. Sólo cuando ello ocurra, será posible hablar de alguna posibilidad de cambio».
El prestigioso periodista israelí, Tzvi Yejezkeli, del Canal 10 de la televisión de este país, ha realizado una miniserie de 4 capítulos sobre la pentración del islam fundamentalista en Europa. Yejezkeli proviene de una familia de judíos irakíes, es especialista en el mundo árabe y, en la actualidad, es analista para varios medios de comunicación.
La miniserie contribuye a comenzar a comprender un fenómeno que parece haberse colado en Europa por su puerta trasera y mejor intencionada. La minimización del fenómeno por parte de los sectores más progresistas con una fácil acusación de racismo o xenofobia tiene un doble peligro: por un lado se trata de un peligro real, que ya ha comenzado a cobrar vidas inocentes. Por otro, deja la lucha contra el extremismo islámico en manos de las corrientes más acendradas de la ultraderecha europea, que ven en esta penetración una excelente oportunidad de levantar cabeza.
A continuación los primeros dos capítulos, subtitulados al español por Gabriel Ben Tasgal.
Allah Islam, Capítulo 1
Allah Islam, Capítulo 2
Por Marcelo Kisilevski, desde Modiín, Israel*
El último fin de semana en Israel perteneció a la «Flotilla aérea» de los militantes pro-palestinos. Su «media event» fue un éxito resonante, y en eso ayudó la histeria del gobierno de Israel por «esta vez, hacer las cosas bien». El gobierno de Biniamín Netanyahu se reunió, se tomaron decisiones importantísimas, la policía se desplegó en el Aeropuerto Ben Gurión de a miles, 300 activistas fueron frenados en Francfurt y otros aeropuertos, cientos más fueron trasladados al aterrizar con carteles de «Bienvenidos a Palestina» para ser interrogados. Y todo, ante las miradas de los canales de televisión del mundo. Ya. Los activistas podían ahorrar el dinero del pasaje. Misión cumplida.
Ocurrió tal como en el cuento de Jelem: nevó, y los habitantes pensaron en cómo evitar que el blanco manto se arruinara con las pisadas de los vecinos. Se les ocurrió que uno de ellos pasara por un megáfono por las calles anunciando la decisión de no salir de las casas. Se dieron cuenta del sinsentido: el anunciante mismo estaría pisando la nieve. Entonces tuvieron la idea genial: para que no pise la nieve el heraldo sería portado sobre una plataforma cargada… por cuatro compañeros.
El equipo de Netanyahu, desde Rumania, donde logró el no apoyo de ese país al estado palestino unilateral, de votarse en la ONU en septiembre, trataba de tranquilizar a los críticos: «Si no hacemos nada nos critican; si hacemos, dicen que somos histéricos», se quejaba uno de sus colaboradores.
Una prueba más exitosa rumbo a septiembre parece ser, por ahora, la de la «Flotilla 2», y no importa el grado de incumbencia que tiene Israel en ello. ¿Navegará o no navegará? Desde diversos países se intenta poner paños fríos, una vez que comprendieron que el bloqueo militar a Gaza es internacionalmente legal, y que el intento de quebrarlo es lo ilegal. En Grecia detuvieron a una de las embarcaciones a media hora de haber zarpado sin autorización del puerto. En Turquía intentan disuadir también a los organizadores, a medida que Ankara busca el camino de regreso a las buenas relaciones con Israel. En Irlanda anunciaron que los desperfectos no fueron producidos por el Mossad, sino… por desperfectos. La Flotilla, así, pierde altura. Muchos activistas, agotados, anunciaron que «navegaremos pronto», y regresaron a sus casas.
El examen final, sin embargo, sigue siendo la elevación a la ONU, en septiembre, del pedido de la Autoridad Palestina de ser reconocida como Estado en las fronteras de 1967 en el seno de la Asamblea General. No porque vaya a triunfar. Los palestinos ya saben que legalmente no tienen muchas posibilidades. Incluso el gobierno de unidad nacional ficticio entre Fatah y Hamás no es más que un intento de cumplir uno de los requisitos de la organización de naciones para ser considerada estado, el de un «gobierno único y efectivo». Voces dentro de la ANP, como la del propio primer ministro Salam Fayad, intentan construir una escalera para bajarse de ese alto árbol al que se han trepado: el intento, dice Fayad, echará por tierra toda la buena voluntad creada entre las partes, incluida la cooperación económica y militar entre Israel y la AP. Sin la cooperación en esos dos rubros, todas las mejoras que se registran en Cisjordania, y que la población percibe, serán borradas de un plumazo si Israel les da el portazo. Para la ANP y para los palestinos en Judea y Samaria, será volver a los desérticos, autoritarios y corruptos tiempos de Arafat, advierte, no con esas palabras, Salam Fayad.
Pero Fayad, que habla también de parte del presidente Mahmud Abbas, representa a la tecnocracia cuerda del lado palestino. En cambio, el petardista Saeb Erekat, portavoz del equipo negociador, ya anunció que «nada detendrá a los palestinos en su camino a la ONU».
Entonces habrá crisis. Los palestinos declararán su independencia, una mayoría de los estados miembro aprobarán. En el terreno no ocurrirá absolutamente nada, salvo un posible divorcio entre Israel y la ANP de Abbas, más la frustración de las corrientes palestinas y de la calle politizada. Podría sobrevenir la violencia, quizás una tercera Intifada, con muertos de ambos lados. Las cámaras de televisión del mundo no pararán de filmar, con la consiguiente presión política sobre Israel para mayores concesiones.
Entonces, sobrevendrá un nuevo proceso negociador y, quizás, la creación del estado palestino de modo acordado, que es lo que se les pide ya hoy a los líderes. Ello ocurrirá este gobierno israelí o en el próximo, o en el siguiente.
La pregunta de rigor, entonces, será si hacía falta esta nueva crisis, estos nuevos muertos. El gobierno israelí actual es coherente en su política. Ante el desafío de septiembre, tiene dos opciones: «agachar» y propender a negociaciones, lo cual implicaría aceptar la precondición de congelar los asentamientos en los territorios; o bien, dejar correr, reclutar la mayor cantidad de votos en contra, y apostar a un autofiasco palestino en la ONU, la cual, por tecnicismos, podría rechazar la solicitud de la ANP, que quedaría puesta en ridículo internacional.
Aparentemente, Netanyahu apuesta a esto último, y tiene chances de ganar. El problema es el precio estratégico. Israel, a diestra y siniestra, ya ha aceptado la vía de «dos estados para dos pueblos». No sólo por presión, sino porque la opción a largo plazo es un solo estado, ya sea binacional o de mayoría árabe. La tercera alternativa, el status quo actual, no es sostenible por muchos años más. Una vez adoptada la etrategia de dos estados, el gobierno debería tomar los recaudos para implementar esta política, que ya está en el consenso nacional.
La negativa, debido a la necesidad de defender el ego a nivel interno y externo, el no «agachar» del macho, implicará un camino de colisión hacia un solo estado, lo que llevará al fin de la empresa sionista. Ello estará precedido por boicots internacionales, en un proceso de deslegitimación que inundará también las costas de Estados Unidos de América.
Las sonrisas seguras e irónicas de Netanyahu están muy bien. Pero no son suficientes para hacer política de estado. E Israel, de cara a septiembre, no está seguro en sus manos.
* Publicado en «Ruaj», Buenos Aires, 12.7.2011
Por Carlo Strenger – Haaretz, 22.9.10
Deberíamos estar contentos. Luego de más de medio año de rodeos, el Ministerio de Diplomacia Pública (Hasbará) y Asuntos de la Diáspora ha lanzado la versión en inglés de su sitio Masbirim (Esclarecedores), que apunta a proveer a aquellos que quieren responder a los detractores y enemigos de Israel con material para defender a este país. ¡Qué idea maravillosa! Finalmente contamos con las municiones que nos permitirán, de una vez y para siempre, contrarrestar a todos los críticos de Israel.
Veamos pues el contenido del website. El mismo parte de la suposición de que la gente ignorante en el mundo piensa que Israel es un país atrasado, donde la gente se traslada montada en camellos, y explica orgullosamente que Israel es pletórico en automóviles, que los israelíes no cocinan en primitivas parrillas, ni que comen sólo falafel.
La sección que pretende derribar mitos sobre Israel ofrece abundante «información». Se nos dice que la Línea Verde ha sido inflada más allá de toda proporción, y que los asentamientos no son de ninguna manera un obstáculo para la paz. El problema real es que los árabes no aceptan en absoluto a Israel. El problema, parece insinuar el sitio web, es que Tel Aviv no es menos que Elon Moreh (asentamiento en Cisjordania, N. de T.), pues los árabes sencillamente no aceptan la existencia de Israel. Más aun, así se nos dice, Israel no tuvo nada que ver con el origen del problema de los refugiados palestinos.
Todo el proyecto Masbirim está basado en la falsa premisa de que defender todo lo que hace Israel es una manera efectiva de representar los intereses y asuntos de este país. El Ministro Edelstein podría saber ya que esto no funciona, nada más revisando la excelente información recogida por el proyecto Israel Branding del Ministerio de Relaciones Exteriores. Uno de los hallazgos más importantes es que en el mismo momento en que los voceros israelíes asumen una posición esencialista, según la cual Israel tiene razón en todo y jamás comete errores, pierden a su audiencia automáticamente.
Los siguientes son algunos consejos para la gente que quiere generar empatía hacia Israel, que no costarán al contribuyente israelí un centavo, debido a que se basan en datos sólidos por los que ya han pagado. El proyecto Branding Israel ha mostrado que la élite juvenil global es el público más importante al que debemos dirigirnos.
No piensen que están todos mal informados, ni piensen que son estúpidos. No tienen ninguna de las malas persepciones que el Ministerio de Hasbará les imputa. Tienen una sola preocupación primordial: piensan que la ocupación de los territorios palestinos y la construcción de asentamientos en los territorios es indefendible; que el acoso a los palestinos en la Margen Occidental y el bloqueo en Gaza es inmoral; y que Israel utiliza a menudo fuerza desproporcionada, como lo hizo en el operativo Plomo Fundido. No están para nada preocupados por si utilizamos más camellos que automóviles.
Mi sugerencia es: no traten de venderles patrañas. Nunca se rebajen al nivel de los peores detractores de Israel. Nunca mientan, y nunca distorcionen los hechos. Nunca utilicen frases propagandísticas huecas; perderán su credibilidad en el preciso momento en que lo hagan.
En lugar de ello, traten de de hacer a Israel humanamente inteligible. Señalen que la mayoría de los israelíes desean una solución de dos estados, pero que una serie de eventos, desde la segunda Intifada, al bombardeo del sur de Israel luego de la retirada de Israel de la Franja de Gaza, ha decepcionado profundamente a los israelíes; que éstos tienen temores bastante justificados de que una retirada de la Margen Occidental podría conducir al bombardeo de la zona central de Israel; y que son bastante reacios a correr riesgos por la paz después de estos traumas.
Hablen acerca de los temores y los errores de Israel; de la parálisis de su sistema político; del hecho de que los israelíes tienen problemas para elegir a un primer ministro que no exude un duro machismo, debido a que temen los muchos peligros reales que los rodean. Díganles que los israelíes a menudo no pueden desentenderse por más tiempo de los muy reales peligros de Hezbollah y Hamás por un lado, y del Fatah y otros árabes moderados por el otro, porque vivir en Israel puede ser bien traumático.
Se encontrarán con que la gente estará dispuesta a escucharles. Yo vivo esta experiencia una y otra vez. A menudo escribo en The Guardian, un diario que no es precisamente pro-israelí. La mayoría de los comentarios son considerados (aun cuando siempre van a haber algunos groseros). No siempre aceptan mis argumentos, pero en general aprecian los intentos de proveer un análisis equilibrado y no ideológico.
Mi experiencia con otros medios europeos es similar: los periodistas me dicen que están absolutamente hartos de los voceros oficiales israelíes; sienten que éstos los llenan de propaganda vacía, y no creen una palabra de lo que escuchan. Pero se interesan inmediatamente cuando les explican qué difícil es la situación de Israel en términos humanos. Estarán dispuestos a escuchar explicaciones acerca de las cosas inaceptables que Israel hace, si comparten su experiencia aquí, en lugar de hablar con slogans propagandísticos, más típicos de regímenes totalitarios.
Díganles que están preocupados por el aumento del odio hacia Israel; díganles que son críticos de muchas de las políticas de Israel, pero que sienten que muchos detractores siemplemente no advierten que la sombra de la muerte pende sobre Israel todo el tiempo, y que muchos de los temores de Israel son, desafortunadamente, bastante reales.
Si quieren que la gente entienda a Israel, lean a Amos Oz y David Grossman. Ellos son mucho mejores embajadores de Israel. Y por último: si se sienten dolidos por los errores de Israel, no tengan miedo de compartirlo. La mayor parte de sus interlocutores prefieren la imperfección humana a una engreída arrogancia.
Traducción: Marcelo Kisilevski
En la Franja de Gaza han inaugurado su nuevo shoppin-center, mall, centro comercial, como lo quieran llamar. Es muy lindo, tiene varios pisos, mucha luz, negocios, aire acondicionado. Se llama Gaza Mall, abrió el último sábado, y es el primero en su tipo en la Franja. De verdad, felicidades.
Tiene dos pisos de 900 m2 cada uno, y entre sus locales están las principales marcas internacionales, como en todo shopping que se precie en cualquier parte del mundo. Los palestinos vinieron en masa a ver, muchos por curiosidad, más que por comprar. Pero el director del consejo del mall palestino, Salah Adín Abu Abdu, dijo al sitio israelí Ynet que los asistentes sólo aumentan día a día.
Es una buena noticia que los palestinos en la fundamentalizada Franja de Gaza bajo el férreo gobierno islámico jihadista del Hamás puedan gozar de la cultura de consumo a la occidental, sin que se les produzca una disonancia cognitiva irresoluble. Se podrían trazar más ironías y piecitas de despreciable humor negro, como la esperanza de que en los negocios del mall no se anuncien «ofertas explosivas».
Pero no lo vamos a hacer. Es mejor desearles felices compras a los sufridos gazeños, y formularnos preguntas, acerca de la manipulación del «bloqueo». El mismo ya se ha levantado en su casi totalidad, incluyendo la introducción de materiales de construcción, para la reconstrucción de la Franja, a pesar de que parte de ellos puedan ser canalizados para la construcción de más túneles de contrabando y mafia hamásica. Lo único que continúa bloqueado es el ingreso de armas, el paso de personas y el comercio exterior. Es una situación totalmente diferente, ligada sólo a consideraciones de seguridad, por más que Hamás se empeñe hasta la histeria en seguir gritando desgañitado por el levantamiento del «bloqueo».
Ynos queda también hacer votos por la cura de la insania fundamentalista de sus gobernantes, y por que empiecen a rescatar a sus pobladores -que los votaron- del abismo en los que los han sumido. Si es a través de poder comprar en Zara y comer en McDonalds, no estaremos tan mal después de todo.
Vengo de la biblioteca de Modiín. Me traje «Notica de un secuestro», de García Márquez, emocionado de encontrarlo en castellano. Volví a casa y me acordé del aniversario del secuestro de Guilad Shalit, cuatro años exactos. Las conclusiones místicas o subconcientes de la coincidencia se las dejo a los lectores, según sean de la especie «new-age», o de la especie «psi». O bien de la especie «no creo en nada / el mundo fue y será una porquería», para los cuales será simplemente eso: una coincidencia, incluso estúpida e indigna de mención.
Lo intersante, en cambio, es analizar dónde nos encuentra el cuarto aniversario en la que un muchacho israelí de buena familia transcurre sus años 20 en un oscuro pozo pudriéndose como una rata por el tedio y la incertidumbre. El primer minstro Biniamín Netanyahu acaba de declarar el fin del bloqueo civil (lo llaman por aquí «reducción del bloqueo») a la Franja de Gaza. Podrán pasar absolutamente todas las mercancías de consumo doméstico, comercial, médico e industrial, incluidos los materiales de construcción, a pesar de que buena parte de los mismos serán utilizados para la construcción de más túneles de contrabando en la frontera con Egipto. Pero recordemos: la reconstrucción de las casas de la gente en la Franja después de Plomo Fundido apenas si ha empezado. El resto -armas y productos de combate derivados- seguirá bajo estricta prohibición y vigilancia, por primera vez, con colaboración militar extranjera.
Muchos israelíes se preguntan: ¿seremos tan idiotas? Después de tres años en los que el gobierno nos viene diciendo que el bloqueo es una «necesidad prioritaria para la seguridad israelí», hoy nos hacen la «hasbará» del levantamiento explicándonos que precisamente el no-bloqueo de Gaza es de prioritario interés israelí. ¿Por qué? Por las presiones internacionales a raíz del episodio de la «Flotilla» que colocó a Israel en una débil posición en el plano geopolítico frente a Estados Unidos y Europa. Lo terrible es la pasividad con que la opinión pública aceptó que el castigo colectivo es absolutamente necesario para la seguridad y para liberar a Guilad, y la misma pasividad con la que acepta una explicación exactamente inversa.
De por sí el bloqueo era una mala noticia. Se trataba de un castigo colectivo, contrario a lo que Israel sostiene a todo lo largo del conflicto con los palestinos: que el país no tiene ningún problema con el pueblo palestino, pero sí con su liderazgo. La intención del bloqueo era ahogar al Hamás y también a su opinión pública, con la idea, «obvia» desde la mentalidad de los tomadores de decisiones en Israel, que dicha opinión pública palestina volcaría su ira sobre el Hamás y eventualmente lo obligaría a libera a Guilad Shalit e incluso a caer del poder.
Se trata de un caso de miopía crónica. El Hamás es un régimen autoritario, que gobierna a un pueblo tampoco muy ejercitado en las prácticas de la democracia más allá de un temeroso «descontento de la calle». En esas condicones de poder férreo y censura informativa, el Hamás no tiene problema en canalizar la ira popular hacia el enemigo externo, Israel. Es un error estratégico sobre el que Israel vuelve a caer una y otra vez. En lugar de ello, el actual levantamiento parcial del bloqueo acomoda los tantos de un modo más «normal», al quedar claro que se trata de medidas de seguridad y no de castigar a la gente en base a cálculos torcidos.
Queda de este episodio una conclusión triste: el gobierno actual de Israel no tiene iniciativa, y actúa en base a presiones, en especial extranjeras, dejando una gravísima impresión: la de que Israel pareciera entender sólo por la violencia, que es precisamente de lo que este país acusa sus enemigos. Ante semejante inoperancia, parálisis política y visón torcida de la realidad, queda una nota macabramente optimista: dos flotillas más como la «Flotilla de la paz» y veremos concretarse la política ya anunciada por Netanyahu, de dos estados para dos pueblos.
Lo anterior no es descabellado. El presidente de la Autoridad Palestina, Abu Mazen, presentó hace 10 días a Obama una iniciativa de paz que se ajusta -una vez más- a puntos ya prácticamente consensuados: creación de un estado palestino; el mismo estará desmilitarizado (punto novedoso desde el lado palestino); intercambio de territorios, permitiendo la anexión israelí de los grandes bloques de asentamientos judíos en los territorios. La propuesta, que incluye obviamente otros puntos, como la calidad de Jerusalem oriental como capital, el reconocimiento israelí del problema de los refugiados, no es todo lo que Israel necesita, por ejemplo el reconocimiento palestino de Israel como estado judío. Pero podría ser un buen punto de partida para reanudar la negociación, y no una línea roja.
Pero no. El gobierno de Biniamín Netanyahu ha rechazado la propuesta, sin mayores explicaciones. La explicación es la negativa a ceder en Jerusalem, y, en el plano del análisis político, que el gobierno de Bibi caería. Y por eso, Bibi, que insistamos, ya ha aceptado la creación de un estado palestino, necesita que lo ayuden con presiones externas. Para poder decirles a sus ministros, cómodamente sentados bien a su derecha, sólo preocupados por el próximo fin del congelamiento de la construcción en los territorios, lo mismo que les dijo al levantar el bloqueo: «No nos queda alternativa». No sólo son noticias de un secuestro, sino, también, una crónica de muchas muertes anunciadas.
Peter Beinart es un joven periodista estadounidense judío que ha publicado un extenso artículo en el último número de The New York Review of Books en el que acusa a la clase dirgiente judía de su país de haber traicionado las ideas liberales y de alejar a la juventud, provocando, paradójicamente, la asimilación.
Beinart sostiene que esa clase dirigente, que comprende sobre todo el AIPAC, el lobby más influyente, y otras organizaciones judías, ha sacrificado los valores liberales para defender a Israel haga lo que haga, y advierte que esta actitud conduce a la pérdida de apoyo a la causa judía por parte de los jóvenes judíos de Estados Unidos que se sienten alienados al ver que sus representantes pisotean los valores liberales.
Beinart explica que, en su condición de liberal, ha de ser crítico con quienes no comparten las ideas liberales, y esto mismo debe aplicarse a Israel, es decir que cuando Israel se aparta del ideario liberal también se le debe criticar, algo que nunca hace la clase dirigente judía de Estados Unidos.
Beinart incluye en el ideario liberal a la libertad de expresión, los derechos humanos, el debate abierto, el escepticismo sobre la fuerza militar y la búsqueda de la paz.
Ojalá los jóvenes judíos, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo, pudieran hacer la distinción: una cosa es la conducta de Israel, y otra bien diferente su esencia como expresión del derecho de autodeterminación judío, y pudieran defender no sólo ese logro sino todo lo bueno que ha hecho Israel desde entonces.
Por otro lado, la cuestión que eleva Beinart es una cuestión que debiera preocupar a las dirigencias judías: los jóvenes no hacen la mentada distinción, esa es la realidad. Y se están alejando. No quieren quedar «pegados» con conductas de Israel que consideran cuestionables.
No por nada crece en el mundo la protesta judía contra las políticas del gobierno israelí de turno. Es un síntoma, y catalogar a todos de «traidores» porque no nos gustan sus ideas o sus métodos, es hacer la del avestruz. Y seguir insistiendo como en los años ’60 que «los trapitos sucios los lavamos en casa» es no entender que el mundo ha cambiado y que, entre otros cambios, las paredes de esa «casa» se han vuelto transparentes.
En ese sentido, considero saludable la protesta judía desde fuera de Israel, en tanto y en cuanto se hace desde la identificación con aquel viejo ideal. Que protesten significa que todavía les interesa. También significa la posibilidad de mostrar un pueblo judío que discute, que se pelea, que se apasiona y que usa el cerebro, sin alinearse incondicionalmente con ningún liderazgo, porque el pueblo judío es un pueblo eminentemente no autoritario. Eso es también parte de nuestro nuevo mundo: no sólo hay que serlo, también hay que parecerlo.
En definitiva, a los jóvenes: quédense y protesten, que vuestra protesta, no vuestra indiferencia, es lo que nos hace falta. A los dirigentes: si de verdad les interesa la continuidad judía, tan sólo abran los corazones y los espacios, y escuchen.