Hora de responsabilidad para la izquierda sionista

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Por Marcelo Kisilevski, Modiin, Israel

Cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo a «lucha antiimperialista», debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

Yo estuve en la plaza cuando lo mataron a Rabin. Dos años antes me había emocionado hasta las lágrimas con los Acuerdos de Oslo, el uno y el dos. No creo, como muchos, que haya sido un error. En aquel momento se trataba de lo mejor que era dable hacer en pos de la paz. El problema fueron los incumplimientos que vinieron después. También, como lo explicara el ex canciller Shlomo Ben Ami, hubo un problema de percepción: para los palestinos, Oslo no puso fin de inmediato a la ocupación; para los israelíes, Oslo no puso fin de inmediato al terrorismo palestino.

Pero por entonces, el 4 de noviembre de 1995 fui a la Plaza Reyes de Israel y canté junto con Rabin, Peres y las decenas de miles de manifestantes Shir LaShalom, la Canción por la Paz, porque entendíamos se debía contrarrestar la agitación del sector derecho del mapa político en contra de los acuerdos. Para la derecha, la continuación del terrorismo probaba que Oslo era un error. Para la izquierda, para el gobierno, no se debía permitir que los extremistas marcaran a palestinos e israelíes políticas de Estado, y se debía seguir adelante. No necesariamente tiene razón una tesitura sobre la otra, porque nunca sabremos si la de Rabin, que hablaba de «las víctimas de la paz», hubiera prosperado, de continuar. Cuando se hace historia, el «si» condicional está prohibido. El asesinato de Rabin y el triunfo de Netanyahu en las elecciones medio año después, probaron una sola cosa: no que la derecha tenía razón, sino que fue mejor a la hora de convencer, pues la sociedad israelí no pudo digerir la ola de atentados suicidas que sobrevino al magnicidio en la primera mitad de 1996.

Sigo apoyando la solución de dos Estados, uno para el pueblo judío, y otro para el pueblo palestino. Eso me sigue colocando a la izquierda del mapa político israelí. Hoy en día me pregunto como muchos, si dicha solución sigue siendo posible hoy, a la luz de los desarrollos que se producen en la región a velocidad récord ante nuestros ojos. Quizás estamos transitando tiempo de descuento para esa posibilidad, y deberíamos apurarnos. La tesitura de la derecha en Israel es que ante la intransigencia palestina en aceptar tantas propuestas israelíes es prueba de que su agenda sigue siendo la destrucción de Israel, y entonces la mejor apuesta es el status quo, que las cosas decanten solas pues, creen, «el tiempo juega a nuestro favor». No les falta parte de razón.

Mi tesitura, como alguien que se ve a sí mismo como parte de la izquierda sionista, es que los dos Estados no necesariamente traerán inmediatamente la paz, sino que solucionarán otro problema igual de acuciante: cómo asegurar la continuidad de Israel como Estado judío y democrático, como expresión del derecho del pueblo judío a su propio Estado en la Tierra de Israel. Con mayoría judía. Es decir, mi visión de la solución de dos Estados es eminentemente judía y sionista.

Jóvenes palestinos: «Un solo Estado: Israel»

Desde ese punto de vista, sin embargo, tampoco me molestaría la solución propuesta por Bob Lang, miembro del Consejo Municipal de Efrat, la «capital» de Gush Etzion, en Cisjordania: convertir, con el acuerdo de la mayoría palestina, a todo «Eretz Israel», incluyendo Judea, Samaria y Gaza, en «Estado de Israel», lo que implica dos cosas: ciertamente anexar todo, pero también otorgar ciudadanía israelí plena a todos los palestinos, como la tienen ya los árabes israelíes, pues su status en el mundo, de gente sin ciudadanía alguna, tampoco es una situación normal. Ello, si se me asegurara que los números demográficos que maneja Lang son ciertos: que en tal situación, los judíos bajarían del 80% de hoy al 65%, y que los palestinos subirían solamente al 35%. Agrega Lang que la natalidad judía supera hoy la de los palestinos -agrego yo: debido a los números en el sector religioso; habrá que lidiar más tarde con el perfil judío del Estado- y que, por lo tanto, el «fantasma demográfico» con el que nos asustan en Israel es solo eso: un fantasma.

La tesitura de Lang, que representa una opinión extendida en la derecha religiosa sionista en Israel y en los territorios, suena todavía de extrema derecha. Pero recibió hace poco otro apoyo estadístico del lado palestino por parte de la prestigiosa revista de análisis internacional Foreign Affaires. Se trata de una novedad en sí misma interesante. Según una encuesta realizada en Cisjordania entre palestinos de 18 a 28 años de edad, un 56% de los encuestados opina que la visión de un Estado palestino a partir de los Acuerdos de Oslo ha fracasado, y que ha llegado la hora de cambiar la bandera de la autodeterminación nacional por la de los derechos ciudadanos.

Los jóvenes palestinos parecen decirle a la generación de sus padres: «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado miserablemente en lograr el Estado, y mientras tanto, nosotros estamos en un limbo civil y de calidad de vida que ya es insoportable. Seamos todos ciudadanos árabes de Israel  que, por lo menos, es un estado ordenado, de primer mundo y sin corrupción, al contrario de lo que ocurre en la Autoridad Palestina». La revista, en su análisis, agrega que ello podría, paradójicamente, empujar a la derecha israelí hacia la solución de dos Estados, desde una óptica de derecha. Pero eso ya es opinión de Foreign Affaires, teñida a mi parecer de wishful thinking.

No obstante, yo mismo he escuchado a numerosos palestinos expresarse de esa manera, advirtiendo que no lo pueden expresar en público, so pena de ser vistos como traidores e incluso herejes, y su vida podría correr peligro: «La Autoridad Palestina está manejada por corruptos. ¿Por qué un árabe de Yaffo o Nazaret, o un beduino del Neguev, tiene ciudadanía israelí, que es la mejor ciudadanía posible en el Medio Oriente, y yo no? Lo mejor que nos ha ocurrido aquí fue la unificación de 1967, y todos los palestinos con los que hablo quisiéramos volver la rueda atrás, a antes de la primera Intifada, porque después nos fue cada vez peor. Si hay árabes en el éjercito, en la policía, en la guardia de frontera israelíes, ¿por qué yo no? Queremos la ciudadanía israelí y ser fieles ciudadanos del Estado, con todos los derechos y obligaciones, para dar una mejor vida a nuestras familias».

Creo que cualquier israelí o judío de izquierda sionista que quiere la paz entre los pueblos, el bienestar basado en la igualdad de derechos para todos y, al mismo tiempo, la autodeterminación del pueblo judío en su tierra milenaria, que sea un reaseguro contra el antisemitismo en el mundo, debería poder vivir con cualquiera de estas dos soluciones: dos Estados para dos pueblos, o un Estado de Israel en toda la Tierra de Israel, que garantice igualdad de derechos a todos los demás grupos en su seno, terminando con el conflicto, extendiendo el nivel de desarrollo israelí también a Cisjordania (y ojalá algún día también Gaza, pero eso ya se convirtió en otro problema), y acabando con la situación de no ciudadanía alguna de casi cuatro millones de palestinos. Hoy por hoy, esta segunda solución parece a simple vista menos posible que la primera. Pero quizás la primera se va alejando, y la segunda se va acercando. No lo sabemos.

Por qué no voté a Meretz

Dicho todo esto, debo decir que no he podido votar a Meretz en las últimas elecciones. Las tesis de Meretz, fundado en 1992, se quedaron allí, en una realidad post primera intifada. La tesis central sigue siendo, además de la solución de dos Estados, que la culpa del estancamiento en el proceso de paz reside solamente en el lado israelí. O, en el mejor de los casos, que «extremistas hay en los dos lados; de los extremistas del otro lado yo no me puedo ocupar, se tienen que ocupar los palestinos. Yo me tengo que ocupar de los míos».

No «compro» más esta tesis. Mi problema con ella es que, mientras tanto, otro siglo ha comenzado. Desde 9/11 a ISIS, pasando por Hamás e Irán, no se puede seguir sosteniendo que Israel, por ser el más fuerte, es el lado equivocado. Ni que «Tag Mejir», por más repulsivo que nos parezca, sea lo mismo que el Hamás. Ni que, por ser el más fuerte, tiene también más fuerza para empujar soluciones. La debilidad no otorga automáticamente la razón. Y la parte palestina, por ser la parte débil a la que el mundo le da la razón de modo automático, está muy cómoda en no asumir su responsabilidad en la continuación del conflicto ni proponer también soluciones practicables.

Es cierto, creo que al gobierno de la derecha israelí también le es muy cómoda la intransigencia palestina. El sueño de la Gran Eretz Israel sigue vigente, y los repetidos rechazos de Mahmud Abbas de todas las propuestas israelíes les hacen el juego de una manera que la derecha solo podría soñar: si no existiera el rechazo palestino, la derecha israelí tendría que inventarlo.

Pero lo cierto es que ha habido repetidas propuestas israelíes desde Oslo, y que todas, absolutamente todas, fueron rechazadas de plano por la parte palestina, dando portazos, sin una actitud del tipo «sigamos negociando», y las preguntas sobre por qué, dirigidas a la parte palestina, deberían ser formuladas también por la izquierda sionista, no solo por la derecha. ¿Por qué han rechazado una y otra vez las propuestas de crear un Estado palestino junto a Israel, siquiera en fronteras provisorias? Pero no se pregunta. Como si cuestionarse y cuestionar a la parte palestina no fuera «políticamente correcto», como si fuera ofensivo. O lo peor: como si cuestionar a los palestinos nos quitara el carnet de progresistas.

Desde 9/11 no se puede ignorar, como lo hace la izquierda israelí, la amenaza del islam radical que, nos guste o no, es una de las bases del rechazo palestino total. A la luz de Al Qaeda e ISIS, seguir sosteniendo que se trata de «parte de su cultura», su «modo de resistencia a causa de la desesperación», y que se trata de «los extremistas del otro lado, no nuestra responsabilidad», es precisamente eso: una irresponsabilidad.

Hoy en día, este pensamiento hace la vista gorda a la alianza más contrahecha de la historia política mundial: entre la izquierda progresista en Occidente y el islam radical. Se la puede explicar como se quiera, pero es la alianza entre una ideología que se ve a sí misma como la más progresista del mundo, con otra ideología moderna, el islam radical, que desde el punto de vista marxista más básico, es la más reaccionaria de la historia después del nazismo. Como que es su heredera.

Entender el islam radical

No hablamos aquí de la mayoría de los 1.700 millones de musulmanes del mundo, que buscan practicar su religión en paz y en convivencia con el resto de las religiones y pueblos, sino del islam radical, un desarrollo moderno, nefasto, al que adscribe solo alrededor de un 20% de los musulmanes en el mundo. No son pocos, pero no son mayoría.

No es el lugar aquí para desarrollar la saga del desarrollo del islam radical como ideología moderna, explicada con lujo de detalles por el profesor Matthias Küntzel, docente de Ciencias Políticas en Hamburgo, Alemania. Baste decir que no se inaugura con Mahoma en el siglo 7, sino con la Hermandad Musulmana en 1928. Y abreva en dos fuentes: por un lado las suras coránicas medínicas, en las que Mahoma expresaba su enojo contra cristianos y judíos, decapitaba a estos últimos, etc., y las fuentes antisemitas europeas, particularmente los Protocolos de los Sabios de Sión y Mi lucha de Hitler. El islam tradicional no acusaba a los judíos de querer apoderarse del mundo. Para Mahoma los judíos eran despreciables, pero no una amenaza. La prueba es que los pudo matar sin problemas en el relato coránico. Solo el islam radical adopta la acusación antisemita de la dominación mundial. Lo hace Hassan Al Bannah, fundador de la Hermandad, y lo profundiza el nefasto criminal de guerra nazi Hadj Amín El Husseini. En efecto, el tristemente célebre Mufti de Jerusalén, no solo deportó miles de judíos a Auschwitz al servicio de Hitler (y no como su ideólogo, como erróneamente afirmó Netanyahu), sino que propagó la judeofobia islamofascista moderna al Medio Oriente a través de la emisora de onda corta nazi, Zeesen. Según esta tesitura, novedosa en la historia del islam, los judíos –y por extensión su hogar nacional como expresión profanadora y herética- son un peligro demoníaco que hay que erradicar. No como en el islam de Mahoma, sino como en el viejo antisemitismo europeo, tanto el cristiano como nazi.

Hoy, la reacción palestina, iraní, islamista, contra Israel reviste un carácter casi exclusivamente islamista radical, no antiimperialista. La izquierda europea, norteamericana y latinoamericana debería dejar de traducirla a términos materialistas marxistas, por más cómodos que le sean. Cuando los islamistas dicen «jihad», no quieren decir «lucha antiimperialista». Cuando llaman a los cristianos «cruzados», no quieren decir «occidentales dominadores y burgueses capitalistas», sino precisamente eso: cristianos. Traducir el discurso islamista radical a términos de izquierda ligados a «centro y periferia» es en sí mismo arrogante y etnocentrista. Por lo tanto, también imperialista.

Pues cuando el islam radical se impone como gobierno, su agenda no es resolver las injusticias de clase, sino imponer la sharía, la ley islámica radical, que se opone a la democracia, a los derechos humanos, a la igualdad de los sexos, al ateísmo, a la homosexualidad, a la aceptación del otro… y también a los izquierdistas. En fin, el islam radical está contra todo aquello a lo que las izquierdas de hoy aspiran. De seguro, la sharía no es el fin de la dominación del hombre por el hombre. Más bien al contrario. Flaco favor le hacen las izquierdas del mundo a la causa palestina cuando apoyan al Hamás.

Y cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo, debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

He ahí, pues, el gran pecado de la izquierda sionista: seguir la corriente de las izquierdas occidentales de justificar o hacer la vista gorda al islam radical en nombre de la lucha contra la ocupación. Sobre todo porque el islam radical no desea el fin de la ocupación, sino el fin de Israel como Estado del pueblo judío. Un Estado judío (no solo democrático) solía ser la aspiración también de la izquierda sionista. Si ya no lo es, que dé el aviso. Pero entonces ya no será izquierda sionista. Yo no he cambiado mi ideología; solo habré cambiado mi voto (a Majané Tzioní, por si preguntan).

Cuando planteo esto a izquierdistas israelíes, además del viejo argumento de «los extremistas propios y ajenos», suelo recibir respuestas como: «No es cierto, nosotros lo advertimos». Yo no he escuchado esas advertencias en Meretz ni en Paz Ahora. Si las ha habido, no han sido suficientemente enfáticas. Quiero decir: salir a manifestar contra el islam radical, su terrorismo y su violación sistemática a los derechos humanos, en las calles de Israel y del mundo, con banderas de izquierda sionista enarboladas con firmeza. En cambio, la izquierda israelí ha vuelto a Plaza Rabin, hace pocos días, en ocasión de la actual ola de terrorismo con cuchillos y atropellamientos, pero bajo el lema de que la ocupación israelí y algún ministro trasnochado que ha subido al Monte del Templo son los únicos culpables. Como si el Mufti –sí, de nuevo el Mufti- no hubiera inventado la leyenda de «Al Aqsa está en peligro» ya en los años ’30. Como si no hubiera incitación de corte islamista en el lado palestino, sin relación con lo que realmente hace Israel. Ya no puedo ir a manifestaciones que terminan blanqueando, una vez más, al islam radical.

La función histórica de la izquierda sionista

Dada su cercanía y su diálogo con las izquierdas occidentales, la función histórica de la izquierda sionista judía e israelí debería ser una función social aclaratoria esencial para la paz bien entendida entre los pueblos. Debería presentarse en todo foro internacional posible, en todo canal de comunicación, virtual o analógico, en toda manifestación callejera en las grandes capitales, en toda universidad, con un mensaje claro: «Hermanos correligionarios de las izquierdas occidentales: no todo luchador contra Israel y Estados Unidos debería ser potable para nosotros, la gente de izquierdas. El abrazo famoso entre Chávez y Ahmadinejad como paradigma es non sancto y aberrante. Si Marx se despertara de su tumba y viera ese abrazo, que se sigue dando en medios de comunicación, en universidades y en círculos intelectuales en Europa y en las Américas, se moriría de nuevo. No se puede apoyar el antiimperialismo y los derechos humanos, y al mismo tiempo blanquear al islam radical, que es genocida y opresor. Es como apoyar a Stalin y a Hitler al mismo tiempo, solo porque ambos se oponían a Occidente. En el siglo 20 hemos sido un faro contra el nazismo. En el siglo 21 debemos serlo contra el islam radical. Despertemos y actuemos.»

Las razones de los progresistas sionistas para no pronunciarse claro y fuerte en este sentido estarán con ellos. Quizás sea un problema de pertenencia, de hogar: el temor de verse convertidos ellos también, igual que todo el proyecto israelí, en parias intelectuales, y ser escupidos de los marcos progres occidentales, tan cálidos y cómodos.

Solo que no es un buen tiempo para aferrarse a zonas de confort. La izquierda progresista judía, sionista e israelí, de la que todavía formo parte, podría tener una función positiva esencial para la paz: ciertamente la de seguir llamando a la solución de dos Estados para dos pueblos que vivan en paz uno junto al otro. Pero, también, la de advertir de modo militante, fuerte y atronador, contra el peligro del islam radical.

¿Qué preocupa a Israel del acuerdo EEUU-Irán?

Nueva era en la geopolítica mundial: ¿hacia dónde? Secretario de Estado John Kerry y Ministro de Exteriores iraní Muhamad Zarif sellan el acuerdo.

Nueva era en la geopolítica mundial: ¿hacia dónde? Secretario de Estado John Kerry y Ministro de Exteriores iraní Muhamad Yavad Zarif sellan el acuerdo.

Por Marcelo Kisilevski

El acuerdo firmado entre EEUU e Irán en torno al plan de desarrollo nuclear bélico de los ayatollahs no debería disparar reacciones automáticas a favor ni en contra, ni siquiera en Israel.

Los méritos del acuerdo pueden ser pocos, pero significativos, aunque probablemente se inscriben en un plano de largo plazo, un poco abstracto para aquellos que viven en casas dentro del rango de tiro de los misiles Shihab persas, capaces potencialmente de portar ojivas nucleares.

Pero después de treinta y cinco años de enemistad total entre el “Gran Satán” e Irán se ha abierto un canal de diálogo entre este país y el Occidente al que tanto dice odiar. No es poca cosa para un país de corte islámico chiíta, que se ve como portaestandarte de una minoría milenariamente perseguida, largamente colocada entre la espada y la pared. A partir del acuerdo, Irán se puede sentir menos acorralado, más escuchado, menos necesitado de afilar las zarpas.

Irán, además, tiene ahora lo que perder si no cumple su acuerdo. Especialmente en lo que refiere a su economía: 150 mil millones de dólares fluirán directamente a sus alicaídas arcas, y servirán, no solo para seguir bancando sus guerras extranjeras sino para que la angustiada calle iraní pueda dejar de consumir únicamente productos chinos. En el plano interno, fueron las sanciones y sus efectos en el consenso a favor de la Revolución Islámica lo que trajeron a Irán a la mesa de negociaciones.

En un plano geopolítico, Occidente le acaba de decir a Irán que tiene voz e importancia en los procesos mesorientales y mundiales. Eso también es un activo para un país que busca tanto la hegemonía en Medio Oriente como la relevancia y la atención mundiales. Si lo analizáramos psicológicamente como a una persona, llamémosla Imán Alí Jamenei, verdadero mandatario de Irán, deberíamos decir también, el afecto mundial. El perseguido líder no querrá perder tampoco eso.

¿Conteniendo la nueva Guerra Fría?

En el mismo plano, en un contexto en el que se predibuja una nueva proto guerra fría, el acuerdo le coloca paños fríos, al menos por el momento. En efecto, en los últimos años parece perfilarse un nuevo dibujamiento bipolar de las relaciones internacionales. De un lado EEUU y Europa, Israel, todos los países árabes sunitas. Del otro, Rusia, Irán, la Siria todavía bajo la elite alawita, China oteando desde la lejanía económica, algunos países latinoamericanos.

Este dibujamiento tendría dos atenuantes. Por un lado, a Rusia no le dan todavía los números para volver por sus fueros como super potencia, luego de la debacle económica de la Guerra Fría, de la que todavía no se ha recuperado. No puede aún, pero quiere. Sus intervenciones en Georgia y Ucrania, sus amenazas a quienes osen coquetear con el bloque europeo, su exitosa intervención contra un ataque norteamericano en Siria que era inminente, son solo algunos de los pasos dados en esa dirección.

Como segundo atenuante, no se trataría de bloques impermeables, no hay aquí -siempre hasta nuevo aviso- una “cortina de hierro”. Rusia ha firmado últimamente acuerdos para la venta de armas a países árabes, supuestamente en el bando norteamericano. Y EEUU “se habla” con Irán.

Si no queremos volver a una realidad que en varios think tanks de Occidente comienza a ser vista como la “Segunda Guerra Fría”, el acuerdo EEUU-Irán pareciera neutralizar las hostilidades en ciernes. Esto a su vez tiene su reparo: una de las razones para el acuerdo es poder despejar energías para la hostilidad que ambos países comparten contra lo que ya parece ser un tercer polo, indomable tanto para Occidente como para el bloque “pro ruso”: ISIS y sus símiles.

EEUU detesta a ISIS por islamistas radicales desprendidos de Al Qaeda, que infrigiera a los norteamericanos el peor atentado terrorista de su historia. Irán los odia por sunitas. De modo surrealista, allí, en los desiertos de Siria e Irak, ambos pueden formar un frente común.

Además, tanto para EEUU como para Rusia, el nuevo paradigma que instala ISIS es el de pequeños ejércitos que desmembran o ponen en jaque a países establecidos y reconocidos que son parte de la ONU, y es un desafío al que tendrán que dar respuesta. ISIS controla un territorio con diez millones de personas a las que gobierna efectivamente: servicios, impuestos, leyes y comercio internacional, en especial de petróleo en el mercado negro. El Califato, si bien sus fronteras no están fijadas definitivamente, es una realidad, y tanto el bloque norteamericano como el ruso tendrán que rascarse mucho la cabeza para decidir qué política seguir frente a ella. Si la realidad dicta que Siria e Irak ya no existen como los conocíamos, ¿deberá el mundo reconocer al nuevo país? ¿O deberán salir a una guerra total, regidos por el principio de defender a países miembros de la ONU de su desaparición, como lo hizo EEUU frente a la desaparición de Kuwait en 1991?

En este contexto, el acuerdo entre EEUU e Irán busca neutralizar al menos uno de los frentes, reduciendo los decibeles de la inestabilidad mundial, aunque más no sea en el estado de ánimo de la Casa Blanca.

Los reparos de Israel

Si todo esto es así, ¿qué coloca a todo Israel al borde de un ataque de nervios?

Lo primero que llamó la atención en el plano interno israelí fue que, en lugar de condenar la arrogancia de su primer ministro y su negativa a alinearse con el acuerdo, puesto que es una realidad e Israel debiera confiar un poco más en su principal aliado y reparar la confianza casi destruida entre él y Obama, tanto la oposición encabezada por el centro-izquierdista Itzjak Herzog, como los principales medios de comunicación, que tradicionalmente exhiben posiciones de izquierda, esta vez corrieron a Netanyahu “por derecha”.

Herzog incluso se ofreció para iniciar una gira por EEUU para clarificar sobre los peligros de este acuerdo ya firmado, mientras puertas adentro condena el “colosal fracaso” de Netanyahu a la hora de evitarlo.

Yair Lapid, líder del partido Iesh Atid, que actuara como ministro de Economía en el gobierno anterior, embistió contra el juego solitario de Netanyahu: “Nunca dejó que el gabinete en pleno tratara el tema, quiso llevarse todo el crédito. Ahora que fracasó rotundamente, que se lleve toda la responsabilidad”, ataca furibundo en todos los medios posibles.

Los principales analistas de prensa también condenaron la gestión del premier, que no hizo más que crear antagonismos allí donde el sonriente mandatario iraní, Hassan Rohani, ganaba empatía. Pero sobre todo, cargaron las tintas contra el acuerdo en sí.

Pues bien. La preocupación israelí a raíz de este acuerdo se inscribe en dos planos: la capacidad nuclear iraní en sí, y su renovado apoyo al terrorismo internacional.

En el primer plano, el acuerdo convierte a Irán en un “país umbral”, con capacidad para dar un salto a potencia nuclear, con un año de anticipación como máximo, en el momento que decida, ya sea porque quiera violar el acuerdo, ya porque crea que éste no es más relevante, porque considere que Occidente lo ha violado antes, o porque sencillamente caduque al cabo de los años estipulados.

Además, durante los quince años que dure el acuerdo, Irán se convertirá en la niña mimada de los mercados internacionales y será difícil, por no decir imposible, restituir el régimen de sanciones que, de por sí, amenazaba con colapsar. Ya ahora se están firmando preacuerdos entre Irán y numerosos países necesitados del crudo iraní y de su gran mercado, y será muy difícil echarse atrás del acuerdo, por ejemplo en caso de que el mismo no sea aprobado por el Congreso en Washington.

A Israel le preocupa también el hecho de que, más allá de la inspección prevista en el marco del acuerdo, nada se dice de la vigilancia a posibles desarrollos secretos que pueda realizar el régimen iraní. Es decir, ¿qué pasa si Irán viola el acuerdo? Ya en el pasado, incluso el mismo presidente Hassan Rohani se había jactado de cómo “enroscó la víbora” a Occidente en diversas instancias negociadoras. Ante ello, el Mossad israelí, encabezado por su entonces director, Meir Dagán, había sabido tejer alianzas con la CIA, el MI-6 inglés y el BND alemán para investigar y sabotear el programa nuclear iraní a diversos niveles, para cuanto menos ganar tiempo. La sensación en la comunidad de inteligencia es que, con el acuerdo, Israel ha sido dejado solo en ese campo, como también en el de un eventual ataque militar llegado el caso.

Los «agujeros» del acuerdo:

Según lo resume el periodista Ron Ben Ishai en Ynet:

1) Irán no cesa: Irán podrá continuar desarrollando centrífugas avanzadas, con lo cual el lapso de enriquecimiento de uranio se reduce signficativamente.

2) La inspección en instalaciones desconocidas debiera ser «en todo momento y en todo lugar». En los hechos, las potencias y la Agencia de Energía Atómica deberán avisar a Irán de sus visitas y entregar a Irán pruebas de sus sospechas, es decir: información de inteligencia.

3) Desgaste: el aparato de arbitraje ante cada denuncia de violación es demasiado complejo, y puede llevar meses o años.

4) La central de Fordo continuará funcionando, con sus centrífugas girando en falso hasta que se decida en contrario. Está entre montañas, muy difícil de bombardear.

5) Misiles: Irán podrá seguir desarrollando misiles navegables con un alcance de miles de kilómetros.

6) Después del acuerdo: no queda claro qué impedirá a Irán reiniciar a toda velocidad su carrera hacia la bomba al cabo de los 15 años como máximo que dure el acuerdo.

Irán redoblará su principal exportación: el terrorismo

El segundo plano preocupa todavía más a Israel. El acuerdo comienza por el descongelamiento automático de 150 mil millones de dólares de fondos iraníes que habían sido congelados en bancos del exterior. Ahora, Irán recibirá una inyección colosal de fondos, parte de los cuales serán canalizados hacia la financiación del terrorismo.

Irán ya ha declarado que el acuerdo se refiere solamente al área nuclear, y que, por lo tanto, todo el resto de su política exterior permanece intacto. Y ello incluye la financiación de los grupos terroristas que atenazan a Israel, Hezbollah desde el Líbano y Hamás en Gaza. Ya durante el régimen de sanciones Irán se las había apañado para armar con decenas de miles de cohetes, pertrechos bélicos y entrenamiento profesional a lo que llaman la “resistencia” contra Israel. El Estado hebreo se ha visto en serias dificultades para detener, con todo y bloqueo en Gaza, con todo e incursiones en la frontera sirio-libanesa o en el desierto sudanés, el contrabando de misiles iraníes. Ahora, dicen en Israel, con un Irán vuelto a enriquecer, será una misión imposible.

Irán ya ha puesto sus garras sobre cuatro países del Medio Oriente: Irak, Siria, Líbano y, últimamente, Yemen. No solo Israel manifiesta su nerviosismo frente al acuerdo sino, especialmente aunque sin hacer olas, los países árabes, comenzando por Arabia Saudita, que está interviniendo en Yemen contra las fuerzas chiítas apadrinadas por Irán, y Egipto, que recela de la influencia iraní en Gaza y, por extensión, en la Península del Sinaí.

Lo que viene

El gobierno israelí ve las gestiones de esclarecimiento contra el acuerdo iraní como un intento de “reducir daños”. Entre otros puntos, intentará que la opción militar contra Irán por parte de todo Occidente siga sobre la mesa, como forma de acicate a ese país para que no se le ocurra incumplir el acuerdo.

Estados Unidos por su parte, intenta desesperadamente tranquilizar a Israel, y ya esta semana ha comenzado un verdadero desfile de altos funcionarios de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la Secretaría de Defensa por Jerusalén. Entre bambalinas se negocia un paquete “consuelo” de ayuda militar, venta de aviones que antes habían sido negados, y la estrella del momento: bombas perfora-bunkers capaces de cavar más de 60 metros antes de estallar. Es decir, EEUU sabe que Israel tiene más de una hipótesis de ataque a Irán.

Pero por el momento, Netanyahu se niega rotundamente a negociar por el paquete de ayuda compensatoria, e incluso prohíbe a su Ministerio de Defensa y a su ejército presentar su “lista de compras” al Pentágono. Dar siquiera una apariencia de negociación podría significar una disposición israelí a resignarse al acuerdo.

En el marco de dos meses, el Congreso podría votar contra el acuerdo, lo cual estaría seguido por el veto de Obama, que sería más difícil, por no decir imposible de anular en el Capitolio. Durante estos dos meses, los esfuerzos israelíes por influir en la política norteamericana estarán a full. También Herzog y Lapid estarán allí.

Cuando el periodista de Yediot Ajaronot Najum Barnea le preguntó a un ministro israelí involucrado en la lucha contra el acuerdo, qué ocurrirá si los esfuerzos tienen éxito y el mismo es anulado, el funcionario hizo una pausa, como quien piensa en ello por primera vez.

“No está claro”, dijo el ministro, “quizás el parlamento iraní decida rechazar el acuerdo y correr hacia la bomba. Podría ocurrir que los iraníes decidan, como represalia, violar el acuerdo, pero solo en sus márgenes. El mundo levantará las sanciones, EEUU continuará con ellas. Será un enorme lío”.

Este lío, ¿será bueno para Israel?, insistió Barnea. El ministro no supo responder. “Una lástima”, concluyó el analista. “porque esta pregunta cumplirá un rol central en la lucha por la aprobación del acuerdo”.

Los congresistas norteamericanos querrán saber qué ocurrirá, qué hará Irán, qué hará la Administración y qué harán Israel, Rusia, China, Europa, cómo influirá el rechazo del acuerdo en la guerra en Siria, y si ello no arrastrará a EEUU a otra guerra en el Medio Oriente.

¿Y si la lucha termina en derrota para Netanyahu? ¿El generoso paquete que ahora Obama está dispuesto a ofrecer a Israel en ayuda militar, que le garantiza la superioridad militar en la región, no se reducirá? ¿Israel no arriesga demasiado en una guerra prácticamente perdida contra un presidente en ejercicio?

Fuentes norteamericanas creen ver que Netanyahu mira más allá de la gestión de Obama, que termina dentro de un año y medio, pues está convencido de que el próximo presidente será republicano y mucho más simpatizante con Israel. “Entonces, Bibi será recibido en la Casa Blanca como un héroe y todos sus pedidos serán satisfechos”.

Mientras tanto, el juego en torno al acuerdo EEUU-Irán consistirá en muchos entrevistados israelíes en los medios norteamericanos, un juego de “palo y zanahoria” de Obama a Bibi y, en la política israelí, el intento de la oposición de capitalizar el fracaso de Netanyahu en frustrar el acuerdo. Herzog ya ha desmentido enérgicamente los rumores de que ingresaría en la coalición bajo un gobierno de unidad nacional, y ha llamado a “reemplazar a este gobierno”.

La sucursal sudaca de Hezbollah

Marcha de Hezbollah. Por ahora, esto no se verá en Méjico.

El diario Israel Hayom informa hoy, citando a un diario kuwaití, que las autoridades mejicanas han arrestado a diez ciudadanos de origen libanés chiítas, acusados de formar una célula de Hezbollah en Méjico, que sería la primera de una serie, destinadas a actuar en ese país y en otros de América Latina. Su intención: atentados contra blancos judíos, israelíes y norteamericanos en el continente.

Según el diario «A-Sieisa», que citó a su vez a altos jerarcas de Hezbollah, la organización fundamentalista pro-iraní reclutó por lo menos a diez ciudadanos mejicanos y de otros países latinoamericanos, inmigrantes de Líbano, para que activen células terroristas en EE.UU. y países de Sudamérica, en especial en aquellos en los que se encuentra una concentración crítica de inmigrantes de origen musulmán chiíta.

El arresto fue posible gracias al seguimiento de la policía meijcana de Djamil Nasser, habitante de Tijuana, en el límite con Estados Unidos. Según las sospechas, gracias a información suministrada por las autoridades paraguayas, Nasser se habría encontrado con miembros de Hezbollah y de la Guardia Revolucionaria iraní, y trabajaba en la formación de la sucursal latina de Hezbollah.

Luego de lograr el reclutamiento de varios activistas islámicos-chiítas en Paraguay, Nasser recibió órdenes de sus contactos iraníes y de Hezbollah de formar una infraestructura parecida en Méjico. Al parecer, Nasser solía viajar periódicamente al Líbano, donde recibía equipamiento e instrucciones de sus jefes de Hezbollah.