Hoy, Conferencia de París, hoy

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Biniamín Netanyahu y Francois Hollande. El israelí le surigirió al francés, en su último encuentro, que anule el foro internacional de hoy y que, en cambio, dedique una sala donde se puedan sentar a solas él y su par palestino Mahmud Abbas para cerrar trato sin precondiciones.

Por Marcelo Kisilevski 

¿Cuál es la agenda de cada uno de los actores en este nuevo capítulo de la telenovela llamada «proceso de paz», en que los actores secundarios del culebrón intentan lograr algún tiempo de pantalla?

Cuando se realiza cualquier conferencia en pos de la paz, se supone que debemos alegrarnos. Quien esto escribe se alegró mucho con la Conferencia de Paz en Madrid en 1991, pues era la primera vez que israelíes y árabes se sentaban en una misma mesa y en público a hablar del futuro compartido en esta región. No salió nada de allí, salvo un precedente para lo que después sería Oslo. Luego, en 1993, con el apretón de manos entre Rabin y Arafat, muchos nos emocionamos de verdad. Hoy se reúnen nada menos que 72 países en París, bajo los auspicios del presidente Francois Hollande para intentar romper la brecha hacia la paz entre israelíes y palestinos… sin los unos ni los otros. El principal problema de esta conferencia es la experiencia que tenemos tanto protagonistas como testigos: después de tantos años de intentos fallidos, nadie cree -de antemano- una sola palabra de lo que pueda salir de allí.

En breve -porque ni siquiera vale la pena el río de tinta digital, hay otras cosas que hacer- este sería el esquema de las motivaciones de cada actor en este nuevo sketch de la política internacional.

Francia y demás participantes: volver al ruedo como los hacedores de la paz. Algunos de ellos haciendo gala del mismo pacifismo europeo poscolonial multiculturalista de siempre. En el mejor de los casos, buena gente con buenas intenciones. En lo concreto, emitirán una declaración meramente declarativa (valga más que nunca la redundancia) en la que llamarán a las partes a renovar su compromiso con la solución de dos Estados y a renegar de sus respectivos funcionarios de gobierno que se oponen a ella, como lo reveló el matutino Haaretz. También, advertirán a la entrante Administración Trump de no trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén. «Sería una decisión unilateral que puede escalar la violencia en el terreno», dijo a Reuters un alto diplomático francés. «Cinco días antes de asumir su mando como Presidente, no es nada despreciable que más de 70 países se reúnan para llamar a la solución de dos estados, cuando su Administración podría implementar medidas controvertidas que podrían provocar una escalada». ¿Llamar a dos estados y advertir a Trump contra el traslado de la embajada? ¿Para eso se reúnen hoy 72 países en París? Parece que sí.

EEUU: También John Kerry, secretario de Estado norteamericano, asistirá. Cinco días antes de terminar su carrera y la de Obama, la idea es reforzar el discurso del primero, hace unos días, en el que predicara su doctrina moral, principalmente contra el premier israelí Netanyahu, sobre las culpas del no avance del proceso de paz. También, intentar comprometer a la próxima administración con algún otro hecho consumado, tal como lo hiciera esa potencia con el no veto a la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad. Como dijimos en una entrega anterior, Obama y Kerry intentan diseñar su paso a la historia como hacedores de la paz, y poner un alto precio a sus futuras conferencias en universidades y foros internacionales, donde podrán enseñar cómo no lo lograron… claro está, por culpa de otros.

Autoridad Palestina: no asiste, en parte por la negativa de Netanyahu a hacerlo, y en parte porque Israel no ha cumplido la precondición palestina de cesar la construcción en los territorios. Cuando, en tanto, Israel continúa construyendo -a paso lento, solo en asentamientos existentes, y solo en los bloques junto a la Línea Verde, pero construye- cabe preguntarse qué esperan los palestinos. Una de las respuestas de los analistas es que se trata de una excusa para no cerrar trato jamás por un Estado palestino que se extienda solo por Cisjordania y Gaza. Por default eso implicaría reconocer a Israel que, en términos del islamismo radical que infesta la sociedad palestina, es «una soberanía no musulmana sobre Dar El-Islam», la morada del islam, que es tierra sagrada. Desde esta perspectiva, Mahmud Abbas, presidente palestino, temería que la solución de dos estados, con todo lo que él pueda apoyarla verbalmente, no solo dictaría su propia muerte -tal como le ocurriera a Anwar El-Sadat- sino el estallido de una guerra civil palestina, lo contrario de lo que se quiere lograr, a saber, la paz. Lo que quedaría, pues, sería el status quo, mantener las cosas más o menos como están, manteniendo bajos los decibeles de la violencia, y con logros diplomáticos simbólicos en la arena internacional que menoscaben la legitimidad de Israel, pero no mucho más. Fuentes periodísticas en Israel indicaron que la intransigencia palestina podría reducirse con la nueva Administración en Washington, ante el temor de un Trump demasiado pro-israelí. Entonces se avendrían a negociar, sin precondiciones y a precios reducidos. Suena a wishful thinking, pero el tiempo dirá.

Israel: No acepta negociar con precondiciones, recuerda a quien quiera escuchar que Arafat no esperó a que este país dejara de construir para negociar con él durante todos los años de Oslo, por lo que la precondición palestina suena a excusa para no cerrar trato por la creación de un estado palestino que se extienda solamente por Cisjordania y Gaza. Recuerdan, como evidencia, que en 2009, ante las presiones de Obama luego del discurso de El Cairo, Israel congeló la construcción en los territorios por 10 meses, sin que la Autoridad Palestina insinuara siquiera una vuelta a la mesa de negociaciones. Por otro lado, el gobierno israelí entiende que, históricamente, los foros multilaterales -empezando por el mencionado Madrid 1991- jamás aportaron a la paz, y que solo negociaciones directas, basadas en el intento de satisfacer necesidades e intereses realistas de las partes, han servido para impulsar los procesos, y no «circos de la paz» que solo ayudan a que sus organizadores y asistentes salgan bien en las fotos.

Pero hablar de la paz siempre es positivo. Feliz día de la paz para todos.

 

 

Caso Ghattas: así funcionan los titulares, Sr. Lapid

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Por Marcelo Kisilevski

Lapid puede tener una mejor idea de cómo tratar al diputado de la Knesset Basel Ghattas sospechado de colaborar con terroristas. Pero Netanyahu tiene mejor idea de cómo tratar a la opinión pública.

Esto no es una lección de política, sino de medios. Observe el lector cuántas palabras lleva a continuación hacer quedar bien a Lapid. A Netanyahu le lleva solo una: «izquierdista», para referirse a Lapid.

No es secreto que Yair Lapid, líder del partido Yesh Atid (Hay futuro), ha estado adoptando posturas de derecha que puedan competir en una futura elección por la primera magistratura del país contra el por ahora imbatible Biniamín Netanyahu. Éste, por su parte, ha encontrado una manera de bloquearlo ante la opinión pública.

Esta semana la policía ha anunciado que sospecha que el diputado Basel Ghattas, de la Lista Árabe Unificada, habría contrabandeado celulares a terroristas presos de alta seguridad en una cárcel israelí, junto con delicada información de seguridad. El operativo de seguimiento habría tenido lugar durante meses, y habría involucrado escuchas a llamadas de terroristas que nombraban a Ghattas como el responsable de llevarles el material. Siguieron al miembro de la Knesset en su visita a dos de ellos, y luego catearon a los dos visitados, hallando el material prohibido.

Inmediatamente empezó el buzz mediático, los diputados de la derecha comenzaron su danza de linchamiento político, y surgieron los llamados en el gabinete a activar la ley de destitución de la Knesset, aprobada hace poco para casos como el de la diputada árabe Janin Zuhabi. Según la ley, para lograr el tratamiento del caso bajo dicha ley harían falta 70 firmas de diputados, con la condición de que 10 de ellos sean de la oposición.

Lapid anunció que no estamparía su firma en el formulario (aunque negó que hubiera ordenado a sus diputados no firmar), y explicó que tenía otra idea mejor: que el Asesor Letrado de la Knesset gestionara el retiro de la inmunidad parlamentaria de Ghattas, posibilitando que este sea sometido a juicio sin más dilación.

Pero Netanyahu, rápido como el rayo, se quedó con la primera parte de la postura expresada por Lapid: que «se opone a la destitución». Dijo: «Me desepciona pero no me sorprende. Porque Lapid es un izquierdista que lidera un partido izquierdista; el electorado ya dará su postura». Porque Netanyahu entiende el juego, y sabe perfectamente que Ghattas es solamente una ficha en el tablero. La seguridad de Israel está también, pero después.

Lapid intentó desprenderse de la Llave Nelson: «¿De veras? -reza el comunicado del partido Yesh Atid- ¿Por qué no se dejan de molestar con ese truco gastado? Primero lo llamaron a Bennet (Hogar Judío) izquierdista, luego a (Avigdor) Liberman, a (Moshé) Buggy Yaalón, e incluso al Jefe de Estado Mayor Aizenkot izquierdistas. ¿Ahora también a Lapid izquierdista? Es un truco estúpido y patético».

Más temprano había explicado Lapid: «Si las sospechas contra Ghattas se confirman, hay que suspenderlo de la Knesset. Para acelerarlo he acudido al Asesor Letrado para que actúe de inmediato para retirar la inmunidad parlamentaria de Ghattas».

Para él, la iniciativa que se cocina en el gabinete es «estúpida». «He escuchado también que hay una iniciativa para activar la ley de destitución. Discúlpenme, pero es una iniciativa idiota. Así no se lucha contra alguien que colabora con el terrorismo. Llevará tres años de procedimientos judiciales y trabará cualquier otro proceso. Si Ghattas hizo lo que se sospecha que hizo, es un traidor miserable que debe estar en la cárcel, y no pasear por el mundo por los próximos tres años contando el cuento de que lo persiguen políticamente».

Explicación contundente si las hay. Tiene un pequeño problema: el titular que él ha creado para los medios con sus propias manos lo es más aún: Lapid no apoya la «destitución». «Izquierdista», remata Netanyahu. Jaque mate.

 

Bibi, el grande. Y su esposa. Y su hijo

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Por Marcelo Kisilevski

La estatua dorada en tamaño natural de Biniamín Netanyahu, del artista Itay  Zalaít, se elevaba cuatro metros y medio (sumando su pedestal) en medio de la Plaza Rabin en Tel Aviv, esta semana. Dice que lo hizo como una instalación artística para generar el debate sobre la libertad de expresión. Los más cínicos dicen que fue para obtener de una vez sus quince minutos de fama. Fue sin permiso municipal, en medio de la noche, y la gente que pasaba se desayunaba a la mañana con la extraña visión. Algunos se rieron, otros se enfurecieron, todos hicieron selfies, y después de unas horas, un ciudadano iracundo la volteó y entre varios la destrozaron. Más que una muestra artística con debate, se pareció al volteo de las estatuas de Lenin al fin de la Guerra Fría, la de Saddam Hussein luego de la Guerra del Golfo II, o la de Khadafi en Libia como resultado de las tristemente célebres Primaveras Árabes.

Las estatuas para el debate no son un invento del artista israelí. Hace unos días nomás, después de la elección de Trump en EEUU, una banda de artistas de grafitti colocaron estatuas de un Trump desnudo en diversos lugares del país.

El tema es que a Bibi esto todavía no se le había ocurrido, y la pregunta es: ¿habrá disfrutado con la visión de su figura dorada al viento, en pleno centro de Tel Aviv? ¿O habrá pensado nuevamente en qué dirán de esto quienes lo acusan de tener alguna responsabilidad en el asesinato de Rabin?

De un modo u otro, lo seguro es que nuestro Bibi sí piensa en su grandeza. No por nada ha batido en estos días el récord, ostentado hasta ese momento por David Ben Gurión, de ser el Primer Ministro que más días seguidos ocupó el cargo máximo del país.

También lo piensa su esposa. Según reporta la revista The Marker, Sarah Netanyahu dijo, también esta semana, que hablaba de su hijo, Yair Netanyahu, como próximo Primer Ministro luego de su padre. Citando a una fuente de la Oficina del Primer Ministro, la revista cuenta acerca de la influencia creciente del retoño, de apenas 25 años de edad, en las posiciones de su padre. Como ejemplo, cuando lo del soldado Elor Azaría, juzgado en estos días por disparar a un palestino moribundo en el suelo en Hebrón, luego de que éste intentara acuchillar a un soldado, Netanyahu emitió una condena a la conducta del soldado luego de que otros encumbrados, como el mismo Jefe de Estado Mayor Yoav Galant, hicieran lo propio. Pasó el fin de semana, Netanyahu lo disfrutó en familia, y el domingo por la mañana Bibi habló de otra manera, respaldando al soldado. Dicen los que saben, que ya es lugar común en la Oficina del Primer Ministro ser testigos de estos cambios de postura política por parte de su jefe, luego de pasar por casa para el Shabat.

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Biniamín Netanyahu visita el Kotel luego de su triunfo en las últimas elecciones. A su lado, su hijo Yair.

En el despacho mayor del país, llaman a Yair «el hijo de Sarah». Es que ella sabe también enervar a todo el entorno del premier, y muchos analistas en Israel están preocupados cada vez más por su posible influencia en decisiones políticas importantes.

Sarah fue interrogada por la Policía de Israel durante doce horas esta semana por supuestos actos de corrupción, pequeños pero muchos, del tipo de invitar a comer a sus amigos y pagar de la caja pública. En la Oficina del Premier ya están acostumbrados a sus frecuentes ataques de ira, y ahora también la imita el pequeño Yair, capaz de estallar si algún asesor contradice la postura de su padre en tal o cual cuestión.

Después del fiasco de Itzjak Herzog al frente de la oposición, queda claro que tenemos Bibi para rato. Mejor dicho, Bibi y familia. Esto no implica que su gobierno sea malo. Muchos, incluso en la oposición, dicen que al contrario.

Pero queda la pregunta de si, en temas como el conflicto con los palestinos, las cosas serían diferentes con otro premier, y ya otro Yair, en este caso Lapid, del partido Iesh Atid (Hay Futuro) está igualando a Netanyahu en las encuestas, y podría ganar si las elecciones tuvieran lugar hoy.

Pero hasta que ello ocurra, la pregunta que queda flotando, a la sombra de los Netanyahu, es por la salud de la democracia israelí.

 

 

 

 

¿Qué preocupa a Israel del acuerdo EEUU-Irán?

Nueva era en la geopolítica mundial: ¿hacia dónde? Secretario de Estado John Kerry y Ministro de Exteriores iraní Muhamad Zarif sellan el acuerdo.

Nueva era en la geopolítica mundial: ¿hacia dónde? Secretario de Estado John Kerry y Ministro de Exteriores iraní Muhamad Yavad Zarif sellan el acuerdo.

Por Marcelo Kisilevski

El acuerdo firmado entre EEUU e Irán en torno al plan de desarrollo nuclear bélico de los ayatollahs no debería disparar reacciones automáticas a favor ni en contra, ni siquiera en Israel.

Los méritos del acuerdo pueden ser pocos, pero significativos, aunque probablemente se inscriben en un plano de largo plazo, un poco abstracto para aquellos que viven en casas dentro del rango de tiro de los misiles Shihab persas, capaces potencialmente de portar ojivas nucleares.

Pero después de treinta y cinco años de enemistad total entre el “Gran Satán” e Irán se ha abierto un canal de diálogo entre este país y el Occidente al que tanto dice odiar. No es poca cosa para un país de corte islámico chiíta, que se ve como portaestandarte de una minoría milenariamente perseguida, largamente colocada entre la espada y la pared. A partir del acuerdo, Irán se puede sentir menos acorralado, más escuchado, menos necesitado de afilar las zarpas.

Irán, además, tiene ahora lo que perder si no cumple su acuerdo. Especialmente en lo que refiere a su economía: 150 mil millones de dólares fluirán directamente a sus alicaídas arcas, y servirán, no solo para seguir bancando sus guerras extranjeras sino para que la angustiada calle iraní pueda dejar de consumir únicamente productos chinos. En el plano interno, fueron las sanciones y sus efectos en el consenso a favor de la Revolución Islámica lo que trajeron a Irán a la mesa de negociaciones.

En un plano geopolítico, Occidente le acaba de decir a Irán que tiene voz e importancia en los procesos mesorientales y mundiales. Eso también es un activo para un país que busca tanto la hegemonía en Medio Oriente como la relevancia y la atención mundiales. Si lo analizáramos psicológicamente como a una persona, llamémosla Imán Alí Jamenei, verdadero mandatario de Irán, deberíamos decir también, el afecto mundial. El perseguido líder no querrá perder tampoco eso.

¿Conteniendo la nueva Guerra Fría?

En el mismo plano, en un contexto en el que se predibuja una nueva proto guerra fría, el acuerdo le coloca paños fríos, al menos por el momento. En efecto, en los últimos años parece perfilarse un nuevo dibujamiento bipolar de las relaciones internacionales. De un lado EEUU y Europa, Israel, todos los países árabes sunitas. Del otro, Rusia, Irán, la Siria todavía bajo la elite alawita, China oteando desde la lejanía económica, algunos países latinoamericanos.

Este dibujamiento tendría dos atenuantes. Por un lado, a Rusia no le dan todavía los números para volver por sus fueros como super potencia, luego de la debacle económica de la Guerra Fría, de la que todavía no se ha recuperado. No puede aún, pero quiere. Sus intervenciones en Georgia y Ucrania, sus amenazas a quienes osen coquetear con el bloque europeo, su exitosa intervención contra un ataque norteamericano en Siria que era inminente, son solo algunos de los pasos dados en esa dirección.

Como segundo atenuante, no se trataría de bloques impermeables, no hay aquí -siempre hasta nuevo aviso- una “cortina de hierro”. Rusia ha firmado últimamente acuerdos para la venta de armas a países árabes, supuestamente en el bando norteamericano. Y EEUU “se habla” con Irán.

Si no queremos volver a una realidad que en varios think tanks de Occidente comienza a ser vista como la “Segunda Guerra Fría”, el acuerdo EEUU-Irán pareciera neutralizar las hostilidades en ciernes. Esto a su vez tiene su reparo: una de las razones para el acuerdo es poder despejar energías para la hostilidad que ambos países comparten contra lo que ya parece ser un tercer polo, indomable tanto para Occidente como para el bloque “pro ruso”: ISIS y sus símiles.

EEUU detesta a ISIS por islamistas radicales desprendidos de Al Qaeda, que infrigiera a los norteamericanos el peor atentado terrorista de su historia. Irán los odia por sunitas. De modo surrealista, allí, en los desiertos de Siria e Irak, ambos pueden formar un frente común.

Además, tanto para EEUU como para Rusia, el nuevo paradigma que instala ISIS es el de pequeños ejércitos que desmembran o ponen en jaque a países establecidos y reconocidos que son parte de la ONU, y es un desafío al que tendrán que dar respuesta. ISIS controla un territorio con diez millones de personas a las que gobierna efectivamente: servicios, impuestos, leyes y comercio internacional, en especial de petróleo en el mercado negro. El Califato, si bien sus fronteras no están fijadas definitivamente, es una realidad, y tanto el bloque norteamericano como el ruso tendrán que rascarse mucho la cabeza para decidir qué política seguir frente a ella. Si la realidad dicta que Siria e Irak ya no existen como los conocíamos, ¿deberá el mundo reconocer al nuevo país? ¿O deberán salir a una guerra total, regidos por el principio de defender a países miembros de la ONU de su desaparición, como lo hizo EEUU frente a la desaparición de Kuwait en 1991?

En este contexto, el acuerdo entre EEUU e Irán busca neutralizar al menos uno de los frentes, reduciendo los decibeles de la inestabilidad mundial, aunque más no sea en el estado de ánimo de la Casa Blanca.

Los reparos de Israel

Si todo esto es así, ¿qué coloca a todo Israel al borde de un ataque de nervios?

Lo primero que llamó la atención en el plano interno israelí fue que, en lugar de condenar la arrogancia de su primer ministro y su negativa a alinearse con el acuerdo, puesto que es una realidad e Israel debiera confiar un poco más en su principal aliado y reparar la confianza casi destruida entre él y Obama, tanto la oposición encabezada por el centro-izquierdista Itzjak Herzog, como los principales medios de comunicación, que tradicionalmente exhiben posiciones de izquierda, esta vez corrieron a Netanyahu “por derecha”.

Herzog incluso se ofreció para iniciar una gira por EEUU para clarificar sobre los peligros de este acuerdo ya firmado, mientras puertas adentro condena el “colosal fracaso” de Netanyahu a la hora de evitarlo.

Yair Lapid, líder del partido Iesh Atid, que actuara como ministro de Economía en el gobierno anterior, embistió contra el juego solitario de Netanyahu: “Nunca dejó que el gabinete en pleno tratara el tema, quiso llevarse todo el crédito. Ahora que fracasó rotundamente, que se lleve toda la responsabilidad”, ataca furibundo en todos los medios posibles.

Los principales analistas de prensa también condenaron la gestión del premier, que no hizo más que crear antagonismos allí donde el sonriente mandatario iraní, Hassan Rohani, ganaba empatía. Pero sobre todo, cargaron las tintas contra el acuerdo en sí.

Pues bien. La preocupación israelí a raíz de este acuerdo se inscribe en dos planos: la capacidad nuclear iraní en sí, y su renovado apoyo al terrorismo internacional.

En el primer plano, el acuerdo convierte a Irán en un “país umbral”, con capacidad para dar un salto a potencia nuclear, con un año de anticipación como máximo, en el momento que decida, ya sea porque quiera violar el acuerdo, ya porque crea que éste no es más relevante, porque considere que Occidente lo ha violado antes, o porque sencillamente caduque al cabo de los años estipulados.

Además, durante los quince años que dure el acuerdo, Irán se convertirá en la niña mimada de los mercados internacionales y será difícil, por no decir imposible, restituir el régimen de sanciones que, de por sí, amenazaba con colapsar. Ya ahora se están firmando preacuerdos entre Irán y numerosos países necesitados del crudo iraní y de su gran mercado, y será muy difícil echarse atrás del acuerdo, por ejemplo en caso de que el mismo no sea aprobado por el Congreso en Washington.

A Israel le preocupa también el hecho de que, más allá de la inspección prevista en el marco del acuerdo, nada se dice de la vigilancia a posibles desarrollos secretos que pueda realizar el régimen iraní. Es decir, ¿qué pasa si Irán viola el acuerdo? Ya en el pasado, incluso el mismo presidente Hassan Rohani se había jactado de cómo “enroscó la víbora” a Occidente en diversas instancias negociadoras. Ante ello, el Mossad israelí, encabezado por su entonces director, Meir Dagán, había sabido tejer alianzas con la CIA, el MI-6 inglés y el BND alemán para investigar y sabotear el programa nuclear iraní a diversos niveles, para cuanto menos ganar tiempo. La sensación en la comunidad de inteligencia es que, con el acuerdo, Israel ha sido dejado solo en ese campo, como también en el de un eventual ataque militar llegado el caso.

Los «agujeros» del acuerdo:

Según lo resume el periodista Ron Ben Ishai en Ynet:

1) Irán no cesa: Irán podrá continuar desarrollando centrífugas avanzadas, con lo cual el lapso de enriquecimiento de uranio se reduce signficativamente.

2) La inspección en instalaciones desconocidas debiera ser «en todo momento y en todo lugar». En los hechos, las potencias y la Agencia de Energía Atómica deberán avisar a Irán de sus visitas y entregar a Irán pruebas de sus sospechas, es decir: información de inteligencia.

3) Desgaste: el aparato de arbitraje ante cada denuncia de violación es demasiado complejo, y puede llevar meses o años.

4) La central de Fordo continuará funcionando, con sus centrífugas girando en falso hasta que se decida en contrario. Está entre montañas, muy difícil de bombardear.

5) Misiles: Irán podrá seguir desarrollando misiles navegables con un alcance de miles de kilómetros.

6) Después del acuerdo: no queda claro qué impedirá a Irán reiniciar a toda velocidad su carrera hacia la bomba al cabo de los 15 años como máximo que dure el acuerdo.

Irán redoblará su principal exportación: el terrorismo

El segundo plano preocupa todavía más a Israel. El acuerdo comienza por el descongelamiento automático de 150 mil millones de dólares de fondos iraníes que habían sido congelados en bancos del exterior. Ahora, Irán recibirá una inyección colosal de fondos, parte de los cuales serán canalizados hacia la financiación del terrorismo.

Irán ya ha declarado que el acuerdo se refiere solamente al área nuclear, y que, por lo tanto, todo el resto de su política exterior permanece intacto. Y ello incluye la financiación de los grupos terroristas que atenazan a Israel, Hezbollah desde el Líbano y Hamás en Gaza. Ya durante el régimen de sanciones Irán se las había apañado para armar con decenas de miles de cohetes, pertrechos bélicos y entrenamiento profesional a lo que llaman la “resistencia” contra Israel. El Estado hebreo se ha visto en serias dificultades para detener, con todo y bloqueo en Gaza, con todo e incursiones en la frontera sirio-libanesa o en el desierto sudanés, el contrabando de misiles iraníes. Ahora, dicen en Israel, con un Irán vuelto a enriquecer, será una misión imposible.

Irán ya ha puesto sus garras sobre cuatro países del Medio Oriente: Irak, Siria, Líbano y, últimamente, Yemen. No solo Israel manifiesta su nerviosismo frente al acuerdo sino, especialmente aunque sin hacer olas, los países árabes, comenzando por Arabia Saudita, que está interviniendo en Yemen contra las fuerzas chiítas apadrinadas por Irán, y Egipto, que recela de la influencia iraní en Gaza y, por extensión, en la Península del Sinaí.

Lo que viene

El gobierno israelí ve las gestiones de esclarecimiento contra el acuerdo iraní como un intento de “reducir daños”. Entre otros puntos, intentará que la opción militar contra Irán por parte de todo Occidente siga sobre la mesa, como forma de acicate a ese país para que no se le ocurra incumplir el acuerdo.

Estados Unidos por su parte, intenta desesperadamente tranquilizar a Israel, y ya esta semana ha comenzado un verdadero desfile de altos funcionarios de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la Secretaría de Defensa por Jerusalén. Entre bambalinas se negocia un paquete “consuelo” de ayuda militar, venta de aviones que antes habían sido negados, y la estrella del momento: bombas perfora-bunkers capaces de cavar más de 60 metros antes de estallar. Es decir, EEUU sabe que Israel tiene más de una hipótesis de ataque a Irán.

Pero por el momento, Netanyahu se niega rotundamente a negociar por el paquete de ayuda compensatoria, e incluso prohíbe a su Ministerio de Defensa y a su ejército presentar su “lista de compras” al Pentágono. Dar siquiera una apariencia de negociación podría significar una disposición israelí a resignarse al acuerdo.

En el marco de dos meses, el Congreso podría votar contra el acuerdo, lo cual estaría seguido por el veto de Obama, que sería más difícil, por no decir imposible de anular en el Capitolio. Durante estos dos meses, los esfuerzos israelíes por influir en la política norteamericana estarán a full. También Herzog y Lapid estarán allí.

Cuando el periodista de Yediot Ajaronot Najum Barnea le preguntó a un ministro israelí involucrado en la lucha contra el acuerdo, qué ocurrirá si los esfuerzos tienen éxito y el mismo es anulado, el funcionario hizo una pausa, como quien piensa en ello por primera vez.

“No está claro”, dijo el ministro, “quizás el parlamento iraní decida rechazar el acuerdo y correr hacia la bomba. Podría ocurrir que los iraníes decidan, como represalia, violar el acuerdo, pero solo en sus márgenes. El mundo levantará las sanciones, EEUU continuará con ellas. Será un enorme lío”.

Este lío, ¿será bueno para Israel?, insistió Barnea. El ministro no supo responder. “Una lástima”, concluyó el analista. “porque esta pregunta cumplirá un rol central en la lucha por la aprobación del acuerdo”.

Los congresistas norteamericanos querrán saber qué ocurrirá, qué hará Irán, qué hará la Administración y qué harán Israel, Rusia, China, Europa, cómo influirá el rechazo del acuerdo en la guerra en Siria, y si ello no arrastrará a EEUU a otra guerra en el Medio Oriente.

¿Y si la lucha termina en derrota para Netanyahu? ¿El generoso paquete que ahora Obama está dispuesto a ofrecer a Israel en ayuda militar, que le garantiza la superioridad militar en la región, no se reducirá? ¿Israel no arriesga demasiado en una guerra prácticamente perdida contra un presidente en ejercicio?

Fuentes norteamericanas creen ver que Netanyahu mira más allá de la gestión de Obama, que termina dentro de un año y medio, pues está convencido de que el próximo presidente será republicano y mucho más simpatizante con Israel. “Entonces, Bibi será recibido en la Casa Blanca como un héroe y todos sus pedidos serán satisfechos”.

Mientras tanto, el juego en torno al acuerdo EEUU-Irán consistirá en muchos entrevistados israelíes en los medios norteamericanos, un juego de “palo y zanahoria” de Obama a Bibi y, en la política israelí, el intento de la oposición de capitalizar el fracaso de Netanyahu en frustrar el acuerdo. Herzog ya ha desmentido enérgicamente los rumores de que ingresaría en la coalición bajo un gobierno de unidad nacional, y ha llamado a “reemplazar a este gobierno”.

Israel y el acuerdo Occidente-Irán

Los protagonistas del acuerdo en Lausana. ¿Se podrá frenar a Irán?

Los protagonistas del acuerdo en Lausana. ¿Se podrá frenar a Irán?

Por Marcelo Kisilevski

En Israel, las noticias sobre el acuerdo de este jueves en Lausana entre las potencias Occidentales e Irán fueron recibidas con escepticismo, cuando no con disgusto explícito.

Los tres diarios más importantes estuvieron divididos este viernes en su edición especial de Pesaj. Maariv se mostró a favor. Israel Hayom -alineado con todas las posiciones de Biniamín Netanyahu- se mostró claramente en contra: «El acuerdo con Irán: error histórico», editorializó en su titular. Y Yediot Ajaronot, en general opositor férreo, dividió su portada entre ambas posiciones: «Acuerdo nuclear. Obama: ‘Buen acuerdo’; Israel: ‘Error histórico'».

El presidente norteamericano Barack Obama emprendió una campaña personal para persuadir a todo el mundo, tanto en el exterior como en su frente interno, de que se trata del mejor acuerdo posible. Entre otros métodos de tranquilización, en EEUU se difundieron noticias según las cuales sus fuerzas armadas se siguen entrenando, y las bombas perfora-bunquers se siguen desarrollando.

El premier israelí Netanyahu, en tanto, se presentó ante las cámaras para denostar el entendimiento alcanzado: «Todos los ministros en mi gabinete y yo somos unánimes en nuestro repudio a este mal acuerdo», sentenció.

El analista de asuntos árabes del Canal 2, Ehud Yaari, estuvo de acuerdo con él cuando citó palabras de Bill Clinton luego del acuerdo con Corea del Norte para neutralizar su plan nuclear, que terminaría, como es público, con la posesión de la bomba por ese país: «Las palabras de Obama de hoy suenan exactamente igual que las de Clinton de entonces», comparó Yaari.

En su análisis, el periodista rebeló nada menos que cinco desacuerdos entre la versión occidental del acuerdo y la iraní. Para los voceros iraníes, los occidentales sencillamente «mienten».

Los cinco desacuerdos acerca del acuerdo son:

1) Fin de las sanciones a Irán. Según Occidente, se acordó que las sanciones serían retiradas gradualmente. Para Irán, en el lapso de un día a partir del acuerdo definitivo a firmarse hasta el 30 de junio próximo.

2) Lapso de la suspensión del enriquecimiento de uranio. Occidente: será por 15 años. Irán: por 10.

3) Desarrollo de centrífugas de nueva generación en Fordó. Occidente: se interrumpirá totalmente. Irán: continuará.

4) Revisaciones sopresa por los inspectores internacionales en instalaciones iraníes. Occidente: Irán consintió. Irán: de ninguna manera.

5) Destino del uranio ya enriquecido, el «uranio de las siete bombas». Occidente: la mayoría será trasladada a otro país, probablemente Rusia. Irán: permanecerá en Irán.

En este estado de cosas, es difícil vislumbrar un camino fácil hacia el acuerdo definitivo, y en Israel hay muchos convencidos de que todo lo que hace Irán -acordar, disentir en lo acordado, acceder a otro alargue, etc.- es parte de sus maniobras para ganar tiempo y seguir en tanto con el desarrollo su poderío nuclear. A la luz del caso norcoreano, y de los datos que se acumulan sobre las fintas iraníes, es posible comprender el nerviosismo israelí.

 

La hora de la paz

A la derecha de Netanyahu, Liberman y Bennet. A la izquierda, Livni y Lapid. Los desafios de la hora.

A la derecha de Netanyahu, Liberman y Bennet. A la izquierda, Livni y Lapid. Los desafios de la hora.

Por Marcelo Kisilevski

El Operativo Margen Protector ha terminado. Ha sido más bien una guerra. Fue iniciada por Hamás, que no dudó en llevar una vez más a su gente a la destrucción y la muerte. La debilidad o la cantidad de muertos de una parte, no le otorga necesariamente la razón. Pero la razón de Israel se puede terminar de construir ahora, dando los pasos necesarios, y en diálogo con los interlocutores correctos. La única pregunta es si el actual gobierno está en condiciones de lograrlo.

El gobierno israelí sale maltrecho del Operativo Margen Protector. El mayor damnificado es Biniamín Netanyahu, el primer ministro, al que no le ha quedado prácticamente ningún margen, ni de protección ante sus adversarios internos, ni de maniobra ante los palestinos y el mundo, para seguir gobernando hasta 2017. El resultado es la parálisis, y la vuelta a la posición anterior al operativo.

El problema es que en el camino han muerto más de 2.000 palestinos y 70 soldados, que millones de israelíes fueron convertidos en refugiados en su propio país, que el prestigio de Israel en el mundo no es precisamente rutilante, y que el antisemitismo en el mundo, que estaba latente, ha salido –ya sin la máscara de «antisionista»- de su madriguera. Todo esto podría ser un precio trágico, terrible, de un proceso de paz a comenzar ya. Podría ser la vía hacia la concreción de una agenda a la que Netanyahu ya dio su acuerdo, la de dos estados para dos pueblos.

Pero si en cambio gana la parálisis, las vidas, junto con la salud mental de los israelíes habitantes del sur, por no hablar del ánimo de los palestinos de Gaza hacia un futuro compartido, se habrán perdido en vano. A lo único que se podrá aspirar será un escenario de mínima, por el que Hamás no sea el que hegemonice la política de Gaza, en el que gobierne la Autoridad Palestina, con el gobierno de unidad Fatah-Hamás reconocido de facto con Israel, y se dé, no una paz, sino una pacificación de facto basada en la mutua disuasión.

Por el momento, sin embargo, ni siquiera eso parece estar en la agenda del gobierno que se conforma con una especie de «status quo mejorado»: gobierno de Hamás en Gaza, pero débil y ahogado; gobierno de Al-Fatah en Cisjordania, pero también débil, y que coopere con Israel. Se trata de una receta literalmente explosiva, que nos llevará hacia la próxima vuelta de violencia en el sur. En esta situación, sólo podemos esperar que lleve más de dos años llegar a ella.

¿Qué hacer?

En su último discurso, Netanyahu habló de que «se abre un horizonte político, no necesariamente malo para Israel». No podemos saber por el momento si se trató de un guiño para liberarse de la presión por izquierda –EEUU, los países árabes moderados, Lapid y Livni- o una intención real. Por las dudas, su anuncio de la nacionalización de 400 hectáreas en Gush Etzion, donde fueron asesinados los tres adolescentes antes del operativo, sería un guiño compensatorio para su ala derecha.

Lo que muchos alrededor del premier dicen que hay que hacer no es nada sencillo, pero el intento sería un comienzo tan valioso como el logro. Los portavoces son variados y a veces insólitos. En la oposición, por ejemplo, el líder laborista Itzjak (Buyi) Herzog dijo: «Si yo hubiera estado al mando, habría dado ese duro golpe a Hamás, que en todo momento hemos apoyado, y luego iría corriendo a golpear la puerta de Mahmud Abbas (presidente de la Autoridad Palestina) para dialogar con él».

En la propia coalición, Tzipi Livni, la ministra de Justicia y líder del partido Hatnuá, puso en evidencia por televisión el absurdo en el que está atenazado su jefe: «Se opone a dialogar con un gobierno de unidad nacional palestino, que apoya los pactos firmados previamente con Israel, pero negocia con Hamás en El Cairo. Con Hamás no se negocia, sino con la Autoridad Palestina, de la mano de Egipto, Jordania, Arabia Saudita. Con un paraguas político y financiero internacional reconstruir Gaza y llegar a la solución de dos estados. Es la única manera en que podremos garantizar la paz, junto con la continuidad de Israel como estado judío y democrático».

La nota insólita la dio el ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Liberman. Haciendo caso omiso de las amenazas de Netanyahu y de su ministro de Defensa, Moshé Yaalón, que le dijeron a él y a Naftali Bennet: «Hablen menos», Liberman expuso su teoría, también por televisión: Hamás debe ser eliminado, y tengo una manera muy «sencilla» de hacerlo, dijo. Y el elemento sorpresivo: «debemos sentarnos a hablar con la Liga Árabe sobre el Plan Saudita de paz».

Arabia Saudita había propuesto en 2000 un plan según el cual todos los países de la Liga Árabe normalizarían sus relaciones con Israel, a cambio de una retirada israelí total de los territorios de 1967; la creación de un estado palestino con Jerusalén oriental como su capital; y una «solución justa» para el tema de los refugiados. El plan en sí no es tan fácil de aceptar así como está, pero podría ser una base para comenzar a negociar. En años más recientes, incluso, la Liga Árabe flexibilizó el punto sobre la «retirada total» y aceptó el principio de intercambio de territorios.

El Plan Saudita fue refrendado luego por la Liga Árabe (sí, la misma de los nefastos «Tres no de Khartoum») en 2002 en Beirut. Tan solo el primer punto del plan es revolucionario en el Medio Oriente: la potencial disposición de todos los países árabes, los más acérrimos enemigos de Israel, a poner fin a décadas de estado de guerra y a aceptar al estado judío en el concierto de la región. Es, ni más ni menos, el fin declarado del conflicto árabe-israelí.

Sin embargo, en toda la década y media transcurrida desde entonces ningún gobierno israelí, ni de izquierda, ni de centro, ni de derecha, ha levantado ese guante, por ser un «plan inaceptable». Cada tanto, por suerte, los árabes insisten. Esta semana, el rey Abdallah de Arabia Saudita dijo: «Los países árabes debemos reconocer a Israel».

Hete aquí que es nada menos que Avigdor Liberman la primera voz oficial que se anima a abrir una puerta al Plan Saudita de paz con Israel. Era hora.

Las cadenas de Netanyahu

En resumen, el «nuevo horizonte político, no necesariamente malo para Israel» está compuesto por una coyuntura quizás irrepetible, que coloca de un mismo lado a Israel con las fuerzas moderadas del Medio Oriente, junto con el mundo occidental, frente a amenazas como Irán nuclear y Hezbollah del lado chiíta, el Estado Islámico (ISIS) en Irak, Jabat el Nusra en Siria, Boko Haram en Nigeria… y también el Hamás palestino, todos ellos del lado sunita, y sus países mecenas: Qatar y Turquía. Más arriba, Estados Unidos de un lado, Rusia del otro.

No se trata de nuevos bloques compactos y duros como en la Guerra Fría. A Rusia no le dan los números para volver por sus fueros, pero no cabe duda que existe la voluntad política de volver por sus fueros imperiales, aunque la amenace el desmembramiento interno. Estados Unidos también llega a esta constelación bastante debilitado, y se alegra de poder ceder ante Rusia en casos como el casi ataque a Siria por el uso de armas químicas. Además, no son bloques herméticos: EEUU se habla con Irán sobre cómo enfrentar al fenómeno ISIS.

En ese sentido, la oportunidad para Israel consistiría en terminar de hacer la paz con la Autoridad Palestina moderada del sobreviviente Mahmud Abbas (que cumple en estos días 80, y para el que no hay sucesor potable a la vista) y abrir las compuertas de la paz con todos los países de la Liga Árabe, para poder enfrentar todos juntos los próximos desafíos.

La pregunta es si el gobierno de Netanyahu, como están las cosas, estará a la altura de la oportunidad. Los problemas que tiene el premier, más allá de la estrecha visión ligada a si es posible voltear o no a Hamás o si es mejor dejarlo en el poder, o si hablar o no con Mahmud Abbas, tienen que ver con la supervivencia de su coalición y, más estrechamente aún, con su propio futuro político.

Con un Hamás golpeado y disuadido, convertido en la pata débil de una coalición palestina de unidad, sería posible acercarse a Mahmud Abbas y cerrar trato. Por lo menos, más posible que antes de Margen Protector. Pero si lo hace, Netanyahu perderá a los partidos a su derecha: Habait Hayehudí de Naftali Bennet, a Avigdor Liberman y, lo que es más grave, será linchado políticamente por el propio Likud, que ya lo espera en el próximo congreso del Comité Central, presidido nada menos que por el ex vice ministro de Defensa, Dany Danón, que le prepara una verdadera vendetta por despedirlo en medio de la guerra. Si, en cambio, el premier continúa con el status quo, lo podría abandonar su ala izquierda: Tzipi Livni y Yair Lapid.

Mientras tanto, la acción de gobierno de Bibi se reduce a «control de daños»: cómo hacer callar a sus ministros, frente a los que ha perdido toda autoridad, cómo responder a la comisión investigadora de la ONU sobre supuestos crímenes de guerra en Gaza, cómo recuperar votantes del Likud, muchos de los cuales lo han dejado a favor de Bennet en las encuestas de intención de voto, y cómo recuperar lugar en la interna de su propio partido: según una fuente del Likud, para esta semana y la que viene organizó dos convenciones partidarias, varios brindis por Rosh Hashaná, un congreso de mujeres del Likud, otro congreso de fundadores del partido, y actos varios con punteros zonales que todavía lo apoyan. Extraño modo de invertir el tiempo luego de una guerra.

Más muertos, nuevos horizontes

Por Marcelo Kisilevski

Todavía no queda claro cómo se sale de Gaza. El primer ministro ofreció el pasado miércoles una conferencia de prensa donde, además de denostar a sus ministros por hablar en contra de su política, dijo también cosas como: «Ante cada ataque palestino, tendrán un golpe 70 veces más fuerte», y «se abre un nuevo horizonte político en la región que no necesariamente es malo para Israel».

Lo primero se refleja en la acción del ejército, que ha pasado a una nueva fase de la guerra contra Hamás, la liquidación selectiva de líderes de Hamás y el derribamiento de edificios enteros donde tiene lugar la actividad terrorista.

Lo segundo queda menos claro pero se ven sus señales: la propuesta egipcia, el mayor involucramiento de Arabia Saudita, el lobby que hace Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, en Qatar frente a Khaled Mashal, el líder del brazo político de Hamás, gestiones de resultado incierto.

La propuesta egipcia sobre la mesa hoy incluye un alto el fuego inmediato y el regreso a la mesa de negociaciones dentro de un mes. Según sostiene la delegación palestina, ya durante ese mes se abrirían los pasos fronterizos para personas y mercancías, y comenzaría de inmediato la reconstrucción de Gaza.

Dentro de un mes se hablaría del puerto y el aeropuerto y la liberación de presos palestinos. Según los palestinos, su delegación en El Cairo ya dio su consentimiento al esquema, pero Israel todavía no. No es del todo exacto. Dentro de la delegación existe una interna feroz. El representante de la Jihad Islámica dio su consentimiento, pero no así los de Hamás. En un comunicado esta organizaicón dijo: «Está por verse, cuando haya algo nuevo avisaremos». Israel está esperando a Hamás.

Es que Hamás parece haber logrado una ecuación que le es cómoda: 1) Ha logrado matar al primer niño israelí, Danielito Treguerman, de 4 años y medio, por una bomba de mortero en su casa en el kibutz, y ha logrado convertir a decenas de miles de israelíes en refugiados dentro de su país: ahora se sienten más empatados. 2) La abundante cobertura en los medios israelíes, que muestran a tantas familias alejadas de sus hogares, acumulando ira contra el gobierno que no ha resuelto el tema de los disparos y que no presta ayuda económica para su deambular por casas de parientes y gente solidaria en otros kibutzim y poblados, y con la inminente apertura del ciclo lectivo la semana que viene, quizás no brinda una imagen de triunfo contundente al Hamás, pero se acerca bastante a una sensación de pervereso placer, y además, podría hacer caer al actual gobierno israelí en un mediano plazo. 3) Hamás sabe que Israel no quiere reconquistar la Franja, así que aprieta las clavijas del «cautiverio» israelí en la trampa gazatí. La trampa consiste en no poder parar la contienda, pero al mismo tiempo no poder terminarla de modo contundente, pues ello implicaría una guerra de meses, miles de muertos palestinos, y cientos de soldados israelíes caídos.

En el ejército lo saben: «Por supuesto que Israel puede voltear a Hamás, pero tiene su precio». Sobre todo cuando, en el plano político, se perfila un esquema de pacificación (no necesariamente de paz) donde Hamás obtendría logros como los que figuran en la propuesta egipcia, pero Israel podría obtener una mayor intervención regional por parte de sus nuevos y coyunturales aliados, los ya nombrados saudíes, egipcios, jordanos, Autoridad Palestina, una alianza que posibilitaría un corrimiento de Hamás, que quedaría como parte del gobierno de unidad de la AP, ahora sí reconocido por Israel, a un plano menor.

Al punto tal esto asoma como posibilidad real, que el mismísimo ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Liberman, llamó a su gobierno a desempolvar la Propuesta Árabe de Paz de 2002 y sentarse a negociar la paz con toda la Liga Árabe sobre esa base. Soplan nuevos vientos, a no dudarlo, y el fin de esta contienda abre ciertamente nuevas oportunidades.

Puede tratarse de wishful thinking, pero está claro que existe una dinámica más compleja, sobre todo a la vista de ISIS, que viene marchando desde el noreste, que lo que veíamos antes del operativo. No es el sueño de Netanyahu, que durante el operativo anterior, Pilar Defensivo, aseguraba con arrogancia que a él no le ocurriría lo mismo, pues «nosotros derribaremos a Hamás». Pero en el Medio Oriente también existe la política como el arte de lo posible, y ahí estará Israel, ganando una guerra y haciendo concesiones al derrotado, esperando que los réditos vengan esta vez por otros costados más amplios.

El resultado es que nada le impide a Hamás esperar una semana más, hasta que empiecen las clases en Israel, para que el país entre en caos social y político, y algunos muertos y heridos israleíes más con bombas de mortero. Todavía le quedan a Hamás miles de estas bombas a las que Israel, que ha logrado dar solución a los cohetes de mediano y largo alcance y a los túneles, recién ha comenzado a desarrollar una tecnología que dé respuesta a estas bombas pequeñas, primitivas, pero no menos asesinas. Según dijeron los medios, pasarán todavía un par de años hasta dar con esta tecnología.

Siendo así, y no previéndose un mutis por el foro de Hamás al cabo de la contienda y de las negociaciones, sólo cabe esperar que prospere la nueva alianza moderada en el Medio Oriente, de la que Israel es parte, y que, junto con la gravedad de la destrucción en Gaza y la duración de la guerra, hagan que Hamás no sea ya el único jugador en Gaza, y que la pacificación, esta vez, dure más de dos años. Es lo más opitimistas que podemos ser por el momento.

Algunas notas optimistas sobre las últimas elecciones

Los dos ganadores, discurseando en simultáneo. Lapid, a la derecha, Netanyahu a la izquierda.

Los dos ganadores, discurseando en simultáneo. Lapid, a la derecha, Netanyahu a la izquierda.

Los israelíes están más optimistas. Quieren un estado judío y democrático en paz con sus vecinos, y la ola derechizante que se venía los terminó de hacer sentir incómodos, no sólo frente al mundo sino también ante sí mismos. No significa que automáticamente vayan a salir a festejar si se cierra el trato con los palestinos al día siguiente de formado el próximo gobierno. Después de todo, Yair Lapid, la nueva estrella de la política israelí, habla sólo de negociar. Es intransigente en el tema de Jerusalem, pero no dice nada de todo lo demás. Con lo cual se vuelve potable para la izquierda, pero también para Netanyahu. Es una política de abrir espacios y perspectivas. Eso es lo que quería y quiere el israelí de la calle: no cerrar puertas ni que se las cierren.

En las negociaciones coalicionarias en Israel se delibera siempre en torno a dos ejes: las políticas que tendrá el gobierno a formarse, llamadas «Línas básicas», y el reparto de ministerios, comisiones parlamentarias y otros cargos. El tema político con los palestinos será discutido por Lapid en las negociaciones por las «Líneas básicas». Las líneas iniciales de Netanyahu, enumeradas en su discurso triunfal, y en este orden, son también bastante laxas: 1) Impedir la nuclearización iraní; 2) Aumentar el reparto de la «carga» en el servicio militar (o sea, que los ultraortodoxos, paulatinamente, se sumen a él); 3) Responsabilidad económica frente a las crisis globales; 4) Responsabilidad por la seguridad, hacia una «paz verdadera»; 5) Lograr una baja en los precios de la vivienda. Él también está abriendo puertas, las más posibles.

Se lo acusa a Netanyahu de agitar temibles fantasmas para asustar al electorado y ganar su voto. Pero en estas elecciones, con aliados tan a su derecha, no sólo Liberman, sino el campo ultraderechista de «los Feiglin» que lograron invadir en las internas la propia lista de diputados del Likud, parece que el pudor le pudo también a él: el tema palestinos y el tema Irán estuvieron prácticamente ausentes en la mayor parte de las campañas. Como si Sheli Yajimovich, del Laborismo, hubiera triunfado en su desesperado intento de mover el eje de votación, del tema político-militar al tema socio-económico. El tiro le salió torcido: el grueso del electorado aceptó -probablemente por primera vez en la historia del país- votar por otra cosa que no sea el conflicto, pero eso no significó darle el voto a ella.

En resumen, en las líneas de Bibi aparecen ciertamente Irán y los palestinos, pero son dos puntos más, entre el resto, que hablan de una política con la mirada puesta hacia adentro. (Recuerdo alguna vez -no se me tome la palabra- en que había dicho algo así como: «Los 3 temas más importantes del país son: Irán, Irán e Irán». No deja de ser un cambio).

Incluso Naftali Bennet de Habait Hayehudí, el partido de los ortodoxos sionistas de derecha, que logró duplicar su poder parlamentario, se mandó con un discurso que no fue triunfalista ni militarista. Su discurso luego de los comicios fue en cambio inclusivo, con el eje puesto en la necesidad de sanear el país de todas sus desigualdades, y retrotrayendo su agrupación a los tiempos en que también era fiel de la balanza entre izquierda y derecha. De la «Gran Eretz Israel» ni siquiera se acordó. No tendrá problema en sentarse en la mesa del gabinete con Lapid.

Este último, mientras tanto, exigiría hoy, según tapa del matutino Haaretz, la presidencia de la Comisión de Finanzas de la Knesset y el Ministerio de Vivienda, para ponerse en el centro de la acción reclamada hace ya un año y medio en la «Protesta de las Carpas». La Comisión de Finanzas, la más importante de la Knesset, estaba hasta ahora en manos de Iahadut Hatorá, los ultraortodoxos ashkenazíes.

Meretz también duplicó su fuerza, de 3 a 6 diputados. Los árabes aumentaron un poco su índice de votación, reduciendo su boycot al juego democrático israelí. Los israelíes en general votaron más: 67,5% (frente al 65,2% anterior). Habrá más mujeres diputadas en la 19° Knesset: 27, en comparación con las 21 de la Knesset anterior.

Nuevos vientos, y varios, soplan en Israel.

 

Bibi y el estado palestino

Como Michael Jackson, pertenecer tiene su precio. Bibi cambia de color.

Como Michael Jackson, pertenecer tiene su precio. Bibi cambia de color.

Vaya primero un palo para el premier Biniamín Netanyahu. En su encuentro con el ministro de exteriores de Alemania dijo, refiriéndose a la eventual evacuación de la Margen Occidental, que «los territorios no serán Judenrein», «zona libre de judíos» que era el concepto nazi de la limpieza étnica del Tercer Reich. Lo dijo, lo repitió, y recomendó a sus ministros utilizar ese mismo concepto en sus declaraciones. El alemán movió la cabeza perplejo, pero no respondió. No se puede juzgar a las víctimas en sus expresiones, sobre todo cargando con semejante culpa.

Pero diantres -por usar una palabra delicada y en desuso, pregúntenle al zeide lo que significa-, ¿no le da vergüenza? De un solo plumazo, Bibi ha borrado esfuerzos gigantescos de educadores, políticos, diplomáticos y comunicadores judíos y no judíos en todo el mundo por separar el Holocausto de lo que ocurre en los territorios, porque toda traspolación histórica es brutal y deshonra la memoria de las víctimas. Y así como no permitimos que los anti-sionistas comparen, al punto que nos negamos a entrar en la mera comparación, que implicaría en sí un triunfo del comparador, así me niego a discutir la ridiculez de la comparación de Bibi, por no decir su imbecilidad.

Y de aquí a su otro discurso. Aluf Ben, el brillante analista de Haaretz, da razón a mi último post: «El domingo (en la reunión de gabinete) Biniamín Netanyahu aprovechó esa tribuna para emitir su declaración más significativa hasta hoy: ‘Hemos logrado un acuerdo nacional en torno al conepto de dos estados para dos pueblos’. En su discurso de Bar Ilán, tres semanas antes, Netanyahu ya había dado su acuerdo a un estado palestino, pero se había cuidado de formulaciones, y habló con una manifiesta falta de entusiasmo. Esta semana sonó totalmente distinto, al adoptar el viejo slogan de la izquierda, encima presentándolo como un logro de su gobierno en sus primeros 100 días».

Y agrega Ben, casi como si fuera lector de mi blog: «Netanyahu también respaldó su lema con medidas en el terreno, en cooperación con el ministro de Defensa Ehud Barak. Muchos checkpoints fueron retirados, y a los palestinos les es mucho más fácil circular por las rutas de la Margen Occidental. La cooperación de seguridad entre Israel y la Autoridad Palestina ya superó los récords de los días de Oslo, según altos funcionarios palestinos. Ambas partes tienen interés en minimizar el asunto, cada lado por sus propios motivos políticos, pero debe ser dicho a favor de Netanyahu, que está cumpliendo en el terreno lo que prometió en su campaña electoral».

Más adelante, Aluf Ben da otra «pista» de que Netanyahu se propone lanzar dentro de poco un proceso político de extrema significación. Es cierto que Bibi habló en Bar Ilán de las condiciones para la creación de ese estado palestino, y de las garantías que le exigía a la comunidad internacional, empezando por Estados Unidos. «Pero una averiguación reveló que Netanyahu estaba adoptando de hecho el ‘Documento de los Ocho Puntos’ que su antecesor Ehud Olmert había presentado a la Administración Bush. Los puntos en sí son bastante triviales: desmilitarización total del estado palestino, observadores extranjeros en la frontera con Jordania, Paso de Rafah con supervisión europea, control israelí del espacio aéreo y en la adjudicación de frecuencias. Barak ya había elevado exigencias similares en Camp David hace nueve años, y Olmert las reformuló, logrando incluso, según testimonio de sus allegados, acuerdo norteamericano para ellas. Netanyahu quiere obtener de Obama esas garantías por escrito, para asegurar que Israel goce de la legitimidad internacional para sus temores de seguridad respecto de la creación de un estado palestino».

A partir de allí, Ben se dedica a analizar las motivaciones personales del premier para este viraje histórico, por el cual él y el Likud adoptan la línea de «dos estados para dos pueblos» y abandonan la idea de la «Gran Eretz Israel». Está claro que ello convierte en irrelevante la oposición de Kadima, y que Netanyahu aspira a atraer a sus miembros de regreso al Likud, así como a gente de otros partidos, convirtiéndose en «más grande que Ben Gurión».

Pero la historia se escribe así, al compás de los intereses personales de sus pequeños-grandes actores. Y si todo lo que quiere este político llamado Netanyahu a cambio de hacer lo correcto, es que lo aplaudan, entonces, aplaudamos. Que, como diría Adler, prácticamente todo lo que hace el ser humano, luego de sus pulsiones fisiológicas, es para satisfacer su instinto de pertenencia. Y Bibi quiere pertenecer al consenso nacional, ser un prócer.

O, para usar el lenguaje tanguero del Negro Dolina: «Todo lo que hace el hombre es pa’ levantarse minas». Pero para eso la tenemos a Doña Sara, la primera dama, manteniendo las riendas bien cortas.