Caso Ghattas: así funcionan los titulares, Sr. Lapid

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Por Marcelo Kisilevski

Lapid puede tener una mejor idea de cómo tratar al diputado de la Knesset Basel Ghattas sospechado de colaborar con terroristas. Pero Netanyahu tiene mejor idea de cómo tratar a la opinión pública.

Esto no es una lección de política, sino de medios. Observe el lector cuántas palabras lleva a continuación hacer quedar bien a Lapid. A Netanyahu le lleva solo una: «izquierdista», para referirse a Lapid.

No es secreto que Yair Lapid, líder del partido Yesh Atid (Hay futuro), ha estado adoptando posturas de derecha que puedan competir en una futura elección por la primera magistratura del país contra el por ahora imbatible Biniamín Netanyahu. Éste, por su parte, ha encontrado una manera de bloquearlo ante la opinión pública.

Esta semana la policía ha anunciado que sospecha que el diputado Basel Ghattas, de la Lista Árabe Unificada, habría contrabandeado celulares a terroristas presos de alta seguridad en una cárcel israelí, junto con delicada información de seguridad. El operativo de seguimiento habría tenido lugar durante meses, y habría involucrado escuchas a llamadas de terroristas que nombraban a Ghattas como el responsable de llevarles el material. Siguieron al miembro de la Knesset en su visita a dos de ellos, y luego catearon a los dos visitados, hallando el material prohibido.

Inmediatamente empezó el buzz mediático, los diputados de la derecha comenzaron su danza de linchamiento político, y surgieron los llamados en el gabinete a activar la ley de destitución de la Knesset, aprobada hace poco para casos como el de la diputada árabe Janin Zuhabi. Según la ley, para lograr el tratamiento del caso bajo dicha ley harían falta 70 firmas de diputados, con la condición de que 10 de ellos sean de la oposición.

Lapid anunció que no estamparía su firma en el formulario (aunque negó que hubiera ordenado a sus diputados no firmar), y explicó que tenía otra idea mejor: que el Asesor Letrado de la Knesset gestionara el retiro de la inmunidad parlamentaria de Ghattas, posibilitando que este sea sometido a juicio sin más dilación.

Pero Netanyahu, rápido como el rayo, se quedó con la primera parte de la postura expresada por Lapid: que «se opone a la destitución». Dijo: «Me desepciona pero no me sorprende. Porque Lapid es un izquierdista que lidera un partido izquierdista; el electorado ya dará su postura». Porque Netanyahu entiende el juego, y sabe perfectamente que Ghattas es solamente una ficha en el tablero. La seguridad de Israel está también, pero después.

Lapid intentó desprenderse de la Llave Nelson: «¿De veras? -reza el comunicado del partido Yesh Atid- ¿Por qué no se dejan de molestar con ese truco gastado? Primero lo llamaron a Bennet (Hogar Judío) izquierdista, luego a (Avigdor) Liberman, a (Moshé) Buggy Yaalón, e incluso al Jefe de Estado Mayor Aizenkot izquierdistas. ¿Ahora también a Lapid izquierdista? Es un truco estúpido y patético».

Más temprano había explicado Lapid: «Si las sospechas contra Ghattas se confirman, hay que suspenderlo de la Knesset. Para acelerarlo he acudido al Asesor Letrado para que actúe de inmediato para retirar la inmunidad parlamentaria de Ghattas».

Para él, la iniciativa que se cocina en el gabinete es «estúpida». «He escuchado también que hay una iniciativa para activar la ley de destitución. Discúlpenme, pero es una iniciativa idiota. Así no se lucha contra alguien que colabora con el terrorismo. Llevará tres años de procedimientos judiciales y trabará cualquier otro proceso. Si Ghattas hizo lo que se sospecha que hizo, es un traidor miserable que debe estar en la cárcel, y no pasear por el mundo por los próximos tres años contando el cuento de que lo persiguen políticamente».

Explicación contundente si las hay. Tiene un pequeño problema: el titular que él ha creado para los medios con sus propias manos lo es más aún: Lapid no apoya la «destitución». «Izquierdista», remata Netanyahu. Jaque mate.

 

Bibi, el grande. Y su esposa. Y su hijo

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Por Marcelo Kisilevski

La estatua dorada en tamaño natural de Biniamín Netanyahu, del artista Itay  Zalaít, se elevaba cuatro metros y medio (sumando su pedestal) en medio de la Plaza Rabin en Tel Aviv, esta semana. Dice que lo hizo como una instalación artística para generar el debate sobre la libertad de expresión. Los más cínicos dicen que fue para obtener de una vez sus quince minutos de fama. Fue sin permiso municipal, en medio de la noche, y la gente que pasaba se desayunaba a la mañana con la extraña visión. Algunos se rieron, otros se enfurecieron, todos hicieron selfies, y después de unas horas, un ciudadano iracundo la volteó y entre varios la destrozaron. Más que una muestra artística con debate, se pareció al volteo de las estatuas de Lenin al fin de la Guerra Fría, la de Saddam Hussein luego de la Guerra del Golfo II, o la de Khadafi en Libia como resultado de las tristemente célebres Primaveras Árabes.

Las estatuas para el debate no son un invento del artista israelí. Hace unos días nomás, después de la elección de Trump en EEUU, una banda de artistas de grafitti colocaron estatuas de un Trump desnudo en diversos lugares del país.

El tema es que a Bibi esto todavía no se le había ocurrido, y la pregunta es: ¿habrá disfrutado con la visión de su figura dorada al viento, en pleno centro de Tel Aviv? ¿O habrá pensado nuevamente en qué dirán de esto quienes lo acusan de tener alguna responsabilidad en el asesinato de Rabin?

De un modo u otro, lo seguro es que nuestro Bibi sí piensa en su grandeza. No por nada ha batido en estos días el récord, ostentado hasta ese momento por David Ben Gurión, de ser el Primer Ministro que más días seguidos ocupó el cargo máximo del país.

También lo piensa su esposa. Según reporta la revista The Marker, Sarah Netanyahu dijo, también esta semana, que hablaba de su hijo, Yair Netanyahu, como próximo Primer Ministro luego de su padre. Citando a una fuente de la Oficina del Primer Ministro, la revista cuenta acerca de la influencia creciente del retoño, de apenas 25 años de edad, en las posiciones de su padre. Como ejemplo, cuando lo del soldado Elor Azaría, juzgado en estos días por disparar a un palestino moribundo en el suelo en Hebrón, luego de que éste intentara acuchillar a un soldado, Netanyahu emitió una condena a la conducta del soldado luego de que otros encumbrados, como el mismo Jefe de Estado Mayor Yoav Galant, hicieran lo propio. Pasó el fin de semana, Netanyahu lo disfrutó en familia, y el domingo por la mañana Bibi habló de otra manera, respaldando al soldado. Dicen los que saben, que ya es lugar común en la Oficina del Primer Ministro ser testigos de estos cambios de postura política por parte de su jefe, luego de pasar por casa para el Shabat.

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Biniamín Netanyahu visita el Kotel luego de su triunfo en las últimas elecciones. A su lado, su hijo Yair.

En el despacho mayor del país, llaman a Yair «el hijo de Sarah». Es que ella sabe también enervar a todo el entorno del premier, y muchos analistas en Israel están preocupados cada vez más por su posible influencia en decisiones políticas importantes.

Sarah fue interrogada por la Policía de Israel durante doce horas esta semana por supuestos actos de corrupción, pequeños pero muchos, del tipo de invitar a comer a sus amigos y pagar de la caja pública. En la Oficina del Premier ya están acostumbrados a sus frecuentes ataques de ira, y ahora también la imita el pequeño Yair, capaz de estallar si algún asesor contradice la postura de su padre en tal o cual cuestión.

Después del fiasco de Itzjak Herzog al frente de la oposición, queda claro que tenemos Bibi para rato. Mejor dicho, Bibi y familia. Esto no implica que su gobierno sea malo. Muchos, incluso en la oposición, dicen que al contrario.

Pero queda la pregunta de si, en temas como el conflicto con los palestinos, las cosas serían diferentes con otro premier, y ya otro Yair, en este caso Lapid, del partido Iesh Atid (Hay Futuro) está igualando a Netanyahu en las encuestas, y podría ganar si las elecciones tuvieran lugar hoy.

Pero hasta que ello ocurra, la pregunta que queda flotando, a la sombra de los Netanyahu, es por la salud de la democracia israelí.

 

 

 

 

Breve reflexión sobre Olmert

Por Marcelo Kisilevski

El ex Primer Ministro Ehud Olmert fue hallado culpable de soborno por el Juzgado de Distrito de Tel Aviv, en el caso de la construcción del monstruoso complejo edilicio que arruinó el paisaje de Jerusalén, conocido como Hollyland. Falta saber la condena, y fuentes policiales me cuentan que es probable un mínimo de cuatro años en la cárcel. Junto con él fueron sentenciadas unas diez personas más, entre ellos su Directora de Despacho Shula Zaken y el ex alcalde de Jerusalén, Uri Lupolianski.

Una querida amiga israelí posteó entonces en nuestro grupo de whatsapp: «Intentaron hacerme una broma pesada por el 1° de abril (el equivalente al Día de los Inocentes en Israel). Me dijeron que existe un país en el mundo en el que un Presidente está preso, un ex Primer Ministro lo estará, una Directora del Despacho del Premier también lo estará, un ex ministro de Economía (Hirschzon) estuvo en la cárcel, un ex Ministro del Interior (Arieh Deri) estuvo en la cárcel, ministros de gobierno y parlamentarios estuvieron presos también, un alcalde de Jerusalén (Olmert) estará en la cárcel, y la lista continúa y es larga… Por suerte no soy ingenua y no me lo creí… No es posible que exista semejante país».

Le contesté, y lo comparto: «En cambio para mí son excelentes noticias. Si ustedes (los israelíes) se quejan, es porque no tienen idea de lo que ocurre ahí afuera. Imagínense un país en el que todo político roba y no lo atrapan, no pasa un solo día de su vida en la cárcel y se ríe de todos todo el tiempo, al tiempo que refriega su riqueza robada en la cara de todos los ciudadanos en sus apariciones mediáticas. No es una broma de 1° de abril. Yo crecí en uno así, y es realmente triste. La frase ‘Será justicia’ no es obvia, un poco de orgullo puede venir bien también hoy.»

Mi amiga honestamente me contestó: «Ah, caramba».

Algunas notas optimistas sobre las últimas elecciones

Los dos ganadores, discurseando en simultáneo. Lapid, a la derecha, Netanyahu a la izquierda.

Los dos ganadores, discurseando en simultáneo. Lapid, a la derecha, Netanyahu a la izquierda.

Los israelíes están más optimistas. Quieren un estado judío y democrático en paz con sus vecinos, y la ola derechizante que se venía los terminó de hacer sentir incómodos, no sólo frente al mundo sino también ante sí mismos. No significa que automáticamente vayan a salir a festejar si se cierra el trato con los palestinos al día siguiente de formado el próximo gobierno. Después de todo, Yair Lapid, la nueva estrella de la política israelí, habla sólo de negociar. Es intransigente en el tema de Jerusalem, pero no dice nada de todo lo demás. Con lo cual se vuelve potable para la izquierda, pero también para Netanyahu. Es una política de abrir espacios y perspectivas. Eso es lo que quería y quiere el israelí de la calle: no cerrar puertas ni que se las cierren.

En las negociaciones coalicionarias en Israel se delibera siempre en torno a dos ejes: las políticas que tendrá el gobierno a formarse, llamadas «Línas básicas», y el reparto de ministerios, comisiones parlamentarias y otros cargos. El tema político con los palestinos será discutido por Lapid en las negociaciones por las «Líneas básicas». Las líneas iniciales de Netanyahu, enumeradas en su discurso triunfal, y en este orden, son también bastante laxas: 1) Impedir la nuclearización iraní; 2) Aumentar el reparto de la «carga» en el servicio militar (o sea, que los ultraortodoxos, paulatinamente, se sumen a él); 3) Responsabilidad económica frente a las crisis globales; 4) Responsabilidad por la seguridad, hacia una «paz verdadera»; 5) Lograr una baja en los precios de la vivienda. Él también está abriendo puertas, las más posibles.

Se lo acusa a Netanyahu de agitar temibles fantasmas para asustar al electorado y ganar su voto. Pero en estas elecciones, con aliados tan a su derecha, no sólo Liberman, sino el campo ultraderechista de «los Feiglin» que lograron invadir en las internas la propia lista de diputados del Likud, parece que el pudor le pudo también a él: el tema palestinos y el tema Irán estuvieron prácticamente ausentes en la mayor parte de las campañas. Como si Sheli Yajimovich, del Laborismo, hubiera triunfado en su desesperado intento de mover el eje de votación, del tema político-militar al tema socio-económico. El tiro le salió torcido: el grueso del electorado aceptó -probablemente por primera vez en la historia del país- votar por otra cosa que no sea el conflicto, pero eso no significó darle el voto a ella.

En resumen, en las líneas de Bibi aparecen ciertamente Irán y los palestinos, pero son dos puntos más, entre el resto, que hablan de una política con la mirada puesta hacia adentro. (Recuerdo alguna vez -no se me tome la palabra- en que había dicho algo así como: «Los 3 temas más importantes del país son: Irán, Irán e Irán». No deja de ser un cambio).

Incluso Naftali Bennet de Habait Hayehudí, el partido de los ortodoxos sionistas de derecha, que logró duplicar su poder parlamentario, se mandó con un discurso que no fue triunfalista ni militarista. Su discurso luego de los comicios fue en cambio inclusivo, con el eje puesto en la necesidad de sanear el país de todas sus desigualdades, y retrotrayendo su agrupación a los tiempos en que también era fiel de la balanza entre izquierda y derecha. De la «Gran Eretz Israel» ni siquiera se acordó. No tendrá problema en sentarse en la mesa del gabinete con Lapid.

Este último, mientras tanto, exigiría hoy, según tapa del matutino Haaretz, la presidencia de la Comisión de Finanzas de la Knesset y el Ministerio de Vivienda, para ponerse en el centro de la acción reclamada hace ya un año y medio en la «Protesta de las Carpas». La Comisión de Finanzas, la más importante de la Knesset, estaba hasta ahora en manos de Iahadut Hatorá, los ultraortodoxos ashkenazíes.

Meretz también duplicó su fuerza, de 3 a 6 diputados. Los árabes aumentaron un poco su índice de votación, reduciendo su boycot al juego democrático israelí. Los israelíes en general votaron más: 67,5% (frente al 65,2% anterior). Habrá más mujeres diputadas en la 19° Knesset: 27, en comparación con las 21 de la Knesset anterior.

Nuevos vientos, y varios, soplan en Israel.

 

Nace un político «sabra»

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Yair Lapid, periodista israelí estrella, acaba de dar el salto a la política. No fue el primero ni será el último, pero en su familia ya es tradición. Su padre, el ya fallecido Yossef «Tomy» Lapid, lo había hecho con bastante éxito cuando dejó la pantalla chica para resucitar al partido Shinui con el que llegó a obtener 15 escaños, de los 120 que tiene la Knesset. Hoy por hoy, esa es la cifra que las encuestas le dan a también a Yair. Casualmente es lo mismo, escaño más o menos, que se lleva otra ex colega, Sheli Iajimovich, que se hizo con el liderazgo del Partido Laborista. Parece que 15 fuera el techo de los periodistas que pegan el salto prohibido.

Lapid, hasta ayer conductor del principal semanario de noticias en la tele, «Ulpán Shishí» («Estudio de los Viernes»), y columnista estrella en el vespertino Yediot Ajaronot, es un buen tipo. Israelí clásico, encarna la ya mitológica figura del «sabra»: ashkenazí, guapo, fuerte (practicó kickboxing amateur, fue soldado combatiente), solidario, carismático pero con pudor, con bondad, sin arrollar. Es segunda generación del Holocausto, por si le faltaban títulos, y escribió la biografía de su padre Tomy, sobreviviente de Hungría, en primera persona. Cuando lo invitó a un programa de entrevistas que conducía hace unos años, le preguntó: «¿Qué es lo israelí para vos?» Tomy le contestó a su hijo: «Vos».

El establishment político actual, en efecto, intentó impedir la entrada de Lapid a la política, aunque el hombre, de ideología centrista y liberal, no tiene todavía partido. Para eso, le hicieron otro honor: aprobaron una ley en la Knesset por la cual un comunicador deberá pasar un año de «congelamiento» antes de entrar a la política. Es decir, no aparecer en los medios, porque eso ya sería hacer campaña. La apodaron: «Ley Lapid».

Quizás sea el último intento de devolver al «sabra» al centro de la israelidad, antes que ésta desaparezca en una jungla de tribus multicolor cada vez más irreconciliables. Mainstream a muerte, Lapid intenta gustarles a todos, y quizás esa sea su principal debilidad, en una profesión que, aquí y en todo el mundo, se come vivos a sus hijos.