¿POR QUÉ GANA NETANYAHU? O: DE ILUSIONES MENTALES TAMBIÉN SE SOBREVIVE

BibiGana

Por Marcelo Kisilevski

Los preparativos para las elecciones en Israel del 9 de abril avanzan, nuevos partidos surgen como hongos, todos con visos personalistas, y uno se pregunta adónde fue a parar el parlamentarismo israelí, donde todavía legalmente votamos por listas enteras y no por figuras. Pero ahí estamos, como en todo el planeta, votando figuras. Si es así, el ex Comandante en Jefe del ejército, Beny Ganz, la más nueva de ellas, hace bien en intentar reclutar a más celebridades que refuercen este patrón, como la conductora televisiva Miki Jaimovich, entre otros.

Mientras tanto, uno se pregunta: ¿por qué gana Bibi Netanyahu una y otra vez? Lo hará nuevamente, a menos que su sentido de la ética lo haga retirar su candidatura cuando el Asesor Letrado Avijai Mandelblit decida procesarlo «sujeto a audiencia». Pero nadie con sentido común lo prevé, y los encargados de campaña del Likud ya han anunciado que toda la propaganda electoral de ese partido girará en torno a la persecución en su contra por parte de la justicia y la «prensa izquierdista».

La respuesta, desde mi punto de vista, es: Netanyahu, ya consagrado como el político más hábil de la historia (superando incluso a Ben Gurión, que tuvo como viento de cola haber surgido como líder en la era de los liderazgos carismáticos de masas del siglo 20; es interesante preguntarse qué tal le iría en nuestros tiempos), ha logrado efectuar el siguiente truco de prestidigitador: si durante el mandato de un partido de izquierda ocurrieran atentados, manifestaciones violentas en el borde con Gaza, globos y barriletes incendiarios, continuación del terrorismo de los cuchillos, la izquierda sería lanzada por todas las escalinatas y será defenestrada (o sea, lanzada desde todas las ventanas) en los siguientes comicios.

Pero si exactamente eso es lo que le pasa a un gobierno de Netanyahu, como ha ocurrido y ocurre, todo eso no le juega en contra, sino que, muy por el contrario, es precisamente la prueba de que solo un gobierno de Netanyahu debe seguir estando en ese lugar y seguir enfrentando «con éxito» al terrorismo y a la violencia del Hamás. ¿De verdad se puede afirmar esto con seriedad? La izquierda debería ser castigada por esto, pero la derecha debe continuar gobernando.

Extraño, ¿verdad? El psicólogo social israelí consagrado en EEUU, Dan Arieli, en su libro «No racionales, y no por casualidad», explica que las ilusiones ópticas tienen la magia de que, aun cuando entendemos el truco, éste sigue funcionando y, la próxima vez que miremos la imagen ilusoria, seguirá ejerciendo el mismo efecto en nosotros. Y si la vista es el sentido que más utilizamos, el más aguzado, imaginen, dice Arieli, lo que ocurre con las ilusiones mentales.

De modo que, aun quienes hayan comprendido la irracionalidad de votar a Netanyahu después de todo lo malo que ha ocurrido en su gobierno, seguirán preguntando: ¿qué otra alternativa hay? ¿Quién podrá reemplazarlo? Después de todo, sigue haciendo falta una mano dura contra el Hamás. ¿De verdad dicen eso? Sí, de verdad.

Pero que quede claro: Netanyahu no es irreemplazable. Como mucho, es imbatible, que es algo bien diferente. Otros, muchos y buenos, pueden ser excelentes gobernantes de Israel. El país debe entrar en una dinámica diferente, en la que se rompa el círculo vicioso de la violencia seguida de inacción, y entrar en otra bien distinta, de mano dura llegado el inevitable caso, sí, pero seguida de acción política y diplomática intensiva, aprovechando el nuevo cuadro de alianzas en el Oriente Medio, y eso antes de que EEUU decida retirarse del todo de la arena, antes de que Abu Mazen se muera, aprovechando el nuevo liderazgo de Putin en la región, que todavía no es hostil a Israel, sino incluso al contrario, y varios y buenos factores más, con el fin de prevenir el próximo operativo.

Y eso no lo puede hacer Netanyahu. El actual primer ministro, que parece que es también el próximo, solo puede reproducir hasta el cansancio su bonito truco de prestidigitación mental. Después de todo, ¿por qué cambiar una fórmula ganadora?