Bibi y Abbas, dos líderes en el freezer

Uno de los problemas graves para desempantanar las negociaciones entre israelíes y palestinos es, una vez más, el estancamiento de sus líderes. Ni el primer ministro israelí Biniamín Netanyahu, ni el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, están en condiciones político-mentales de crear un estado palestino.

El premier israelí ha efectuado un serio viraje hacia la izquierda durante su actual gestión, por lo menos con tres medidas. Primero: en su discurso de Bar Ilán declaró que aceptaba la fórmula de dos estados para dos pueblos. Por decir mucho menos, a saber, que el Likud debía prepararse para la realidad de un estado palestino, Ariel Sharón perdió el liderazgo del Likud. En Bar Ilán, a sus aliados en ese partido y en el gobierno no se les movió un solo pelo cuando Bibi, que le había hecho la guerra a Sharón por pronunciar las palabras prohibidas, aceptó la fórmula. En procesos políticos, no es recomendable minimizar los virajes discursivos de los líderes.

Segundo, tal como lo anunciara en el mismo discurso, Netanyahu decidió el congelamiento de la construcción en los territorios de Cisjordania por diez meses. Tampoco es poca cosa. Los palestinos, que descalificaron la acción indicando que faltaba extenderla a Jerusalem, desaprovecharon la oportunidad de volver corriendo a la mesa de negociaciones y cerrar trato. Como veremos, esto no es casual.

Se puede anotar una tercera medida, aunque esto depende de las lecturas. En su discurso en la Knesset antes de rumbear para Estados Unidos a su duelo de discursos con el presidente norteamericano Obama, Netanyahu volvió a decir «estado palestino» y rompió otro tabú del Likud al decir: «bloques de asentamientos». Es cierto que no innovó: ya lo había dicho Sharón y también Ehud Olmert. Pero ambos estaban ya en Kadima. La fórmula «bloques de asentamientos» implica la anexión de los tres bloques ya prometidos por el presidente George Bush (hijo) en una carta a Ariel Sharón: Gush Etzión, Maalé Adumim y la ciudad de Ariel y alrededores.

Pero decir «bloques de asentamientos» implica también su contracara: la disposición a evacuar todos los demás asentamientos que no se hayan en dichos bloques. Se trata de la evacuación de 140.000 colonos de los territorios, nada menos. Al bajarse del estrado, se le acercó preocupada la diputada Tzipi Jutubeli (Likud) a pedirle explicaciones. Netanyahu le respondió: «Hay muchas maneras de definir la palabra bloques»… Pero lo dicho, dicho está.

Bueno para Israel, malo para Netanyahu

No es probable que Netanyahu pueda hacer más. No quiere ni puede. Para él, cerrar el trato al que ya comprometió a su gobierno y al Estado de Israel todo implica dos cosas: la capitulación de todas sus banderas y, por ende, la caída de su gobierno. Netanyahu no tiene ninguna intención de terminar así su carrera política, sobre todo cuando, con una coalición más estable que nunca, no le hace falta. Su escándalo por las palabras de Obama, que no hicieron más que oficializar lo que ya se viene hablando hace cerca de cuatro gobiernos israelíes, parece más una táctica de frenar un proceso del que está perdiendo el control, que una reacción sincera a una propuesta de paz que él mismo ya aceptó en rasgos generales.

Por eso, el discurso de Obama es bueno para Israel, pero es malo para Netanyahu. En el famoso discurso, Obama trazó líneas para un futuro estado palestino «basado en las líneas de 1967 con intercambio de territorios». Todos los demás elementos de su discurso fueron favorables a Israel. Pero la oficialización de la fórmula -ya que no la innovación, pues fue meramente la primera vez que lo dice oficialmente un presidente estadounidense- tuvo como objetivo algo muy concreto: el mensaje a los palestinos de que tienen en él a un mediador imparcial que puede pararse en el medio de ambas partes sin mostrar preferencias.

Pero esto, agregado al intento por disuadirlos de jugar la carta de la declaración en la ONU en septiembre, o de llegar incluso al Consejo de Seguridad, que colocaría a Estados Unidos en la incómoda posición de tener que emitir un nuevo veto. Se los dijo de frente: «Acciones simbólicas para aislar a Israel en las Naciones Unidas en septiembre no crearán un estado palestino… Y los palestinos nunca concretarán su indepenencia negando el derecho de Israel a existir». También calificó la reconciliación entre Fatah y Hamás «un obstáculo para la paz». Una vez más, se trata de una jugada a favor, y no en contra de Israel.

La fórmula de «intercambio de territorios» ya es vieja. Lo había ofrecido ya Ehud Barak en Camp David en el año 2000. Lo dijo también Sharón, si bien prefería ocho bloques de asentamientos a ser anexados a Israel y no tres, como le garantizó Bush. Lo propuso Olmert, incluso, en un mapa que, sin embargo, rehusó entregar a Abbas. Y ahora lo dice Netanyahu en la Knesset. Es más: su aliado Liberman también adhiere, cuando propone que los mentados intercambios incluyan zonas pobladas.

Pero una vez más, en lugar de contemporizar y «fluir» con Obama, Netanyahu prefiere la vía de la confrontación, y la razón es sencilla: la dinámica desatada obligaría a Netanyahu a pagar la factura de sus propios discursos, pronunciados para liberarse de las presiones de afuera y de adentro. Lo obligan a atenerse a tiempos políticos que no son los suyos. Y Netanyahu, ya lo dijimos, es incapaz de dar más. No en este mandato. Sobre todo cuando él también está por entrar en año electoral, y necesita desesperadamente tomarle la delantera a Liberman como líder de la derecha. Para ello debe volver a jugar la carta del miedo, de las «fronteras indefendibles» y de «el mundo está contra nosotros, ahora también la Casa Blanca».

El estado palestino que los palestinos no quieren

Los palestinos no están en una posición mejor. Mahmud Abbas y la Autoridad Palestina tampoco quieren crear un estado palestino, a pesar de que los esfuerzos de este año por reclutar el apoyo a una declaración unilateral de independencia parezcan indicar lo contrario.

A Abbas el status quo le es muy cómodo. Después de la muerte de Yasser Arafat en 2004, ha emprendido un camino mucho más moderado que su antecesor, con una política de caras a la gente en la calle palestina, resolviendo problemas puntuales en la administración civil, invirtiendo el dinero recibido de los países donantes y de impuestos en infraestructuras, salud, empleo, vivienda y educación. Ha surgido en Cisjordania una clase media y una cultura del tiempo libre. Ramallah y su vida nocturna son la Tel Aviv palestina, cerveza incluida. Abbas no será recordado como un líder de masas, sí como un buen gestor para su gente.

Pero la creación de un estado palestino cambiaría para él todo el guión. Una entidad estatal limitada a Cisjordania y Gaza, incluso con Jerusalem como su capital, implicará una renuncia que no podra hacer: a todo el resto de la denominada Palestina, que incluye a los territorios y a todo Israel, por un lado, y al derecho al retorno de los refugiados palestinos a sus casas en Israel, por el otro. Su pena, por aceptarlo, podría ser la ejecución sumaria por traición. Véase el caso Anwar El Sadat.

¿Qué quiere entonces Abbas? ¿Por qué sus denodados esfuerzos por el reconocimiento del mundo a un estado virtual en septiembre en la ONU, que a todas luces no producirá cambios en el terreno? Desde esta lectura, lo único que pretende Abbas en este momento es una presión seria internacional sobre Israel para que se atenga a congelar la construcción de viviendas en los territorios, y que se siente a la mesa de negociaciones, que deben durar, si por Abbas fuere, por siempre jamás.

Así, el único que parece estar deseoso de un estado palestino parece ser Barack Obama. El único problema es que la aguja del reloj político no corre ni a la velocidad de Netanyahu ni a la de Abbas. Septiembre se acerca, las juventudes palestinas podrían organizarse a través de facebook (indeseable para Israel, pero también para Fatah y Hamás, que se han reconciliado para neutralizar la amenaza de una revolución a la El Cairo), y con la declaración en la ONU podríamos tener una nueva crisis de violencia, quizás una nueva Intifada.

Después de ella, habrán pasado meses, quizás años y muchas muertes innecesarias, se volverá a negociar, a partir del mismo punto exacto en que las tratativas fueron interrumpidas. Parece que así son las cosas por aquí.

 

 

 

Bibi, el granjero holgazán

El granjero Bibi lo tenía todo. Coalición, casi nada de terrorismo, florecimiento económico. Sólo se olvidó de arreglar ese techo...

Se cuenta de un granjero. En el techo del granero tenía un agujero enorme que, cuando llovía, mojaba la paja, y ponía nerviosa a la vaca y a la cabra que buscaban allí inútil refugio. Su mujer ya estaba cansada de pedirle que arregle el bendito agujero. Cuando había sol, su marido le contestaba: «¿Para qué? Hay sol, no hay problema.» Y cuando llovía: «¿Estás loca? ¿Con esta tormenta?»

Parece que así se han comportado los gobiernos israelíes a lo largo de la historia respecto de los palestinos: los tiempos de terror e Intifadas han sido de defensa y represión, sin lugar a negociaciones de paz, pues hay tormenta. Los tiempos de relativa calma han sido disfrutados sin tomar acciones estratégicas que perpetuaran esa calma.

Veníamos bien

Desde la muerte de Arafat en 2004, la Autoridad Palestina liderada por Mahmud Abbas (Abu Mazen) ha emprendido otro camino que el del bodevilesco líder de la kefía y la pistola al cinto. Junto con su primer ministro, Salam Fayad, Abu Mazen se dedicaba a los problemas de la sufrida calle palestina: sanear la economía, construir una clase media que garantizara una transición democrática; la cultura del tiempo libre comienza a crecer en Cisjordania, e incluso se construye una nueva ciudad: Rawabi. Analistas han sugerido que la nueva ciudad es un intento de comenzar a buscar respuesta al retorno de los refugiados palestinos en el futuro estado.

Los años de relativa calma en Cisjordania desde las últimas elecciones tuvieron que ver con eso, también con la Cerca Separadora y también, en especial, con la cooperación en materia de seguridad entre la policía y los servicios de inteligencia palestinos con sus paralelos israelíes. El terrorismo, en especial a partir del golpe perpetrado por Hamás en 2007, provenía casi exclusivamente desde la Franja de Gaza.

El cisma era no sólo entre dos territorios, Cisjordania y Gaza, sino entre dos paradigmas: el nacionalista laico en el primero, más occidentalizado, y con el que Israel podía hablar, y el fundamentalismo islámico en Gaza, encerrado en su dogma islámico, negador de toda soberanía no musulmana sobre Palestina.

La prueba de esta división casi insalvable se dio en 2009, durante el operativo «Plomo Fundido»: ante el férreo ataque israelí, hubiera cabido esperar el estallido de una tercera intifada en la Margen Occidental, impulsada por el Fatah de Abu Mazen o, quizás, por su líder encarcelado -y que espera pacientemente su retorno del cautiverio- Marwan Bargutti. Sin embargo, nada de esto ocurrió. Fuera de declaraciones de condena «para cumplir», el liderazgo y la calle palestina en Cisjordania esperaron ansiosos la destrucción del Hamás por Israel.

La reducción del conflicto

A nivel estratégico se abría una oportunidad colosal: la creación de un estado palestino limitado a Cisjordania, para dejar aislada a la Franja de Gaza. La ocasión era estratégica y también colosal por varios motivos.

Primero: el histórico conflicto árabe-israelí se vería reducido nuevamente. Ya en 2002, con el «Plan Saudita», que contempla siquiera la posibilidad de una «normalización de relaciones» entre todos los países que componen la Liga Árabe e Israel, el histórico conflicto se vería reducido de «árabe-israelí» a «palestino-israelí». Si se crea un estado palestino en Cisjordania, estaríamos pasando de «conflicto palestino-israelí» a «conflicto Gaza-israelí».

Segundo: la creación de un estado palestino, y el reconocimiento de sus fronteras seguras y reconocidas, incluido Jerusalem oriental como su capital, implica también, como lo menciona el profesor Shlomo Avineri de la Universidad Hebrea de Jerusalem esta semana en Haaretz, la culminación del delineamiento de las fronteras de Israel, lo cual no ha sido logrado aún en sus 63 años de historia. En el momento de tener fronteras seguras y reconocidas, y Jerusalem occidental sea reconocida como la capital de Israel, las embajadas del mundo «subirán» también a esta ciudad. No sólo los reclamos palestinos -reconocidos y comprendidos por el mundo- comenzarán a llegar a su fin, también los del mundo.

Tercero: es la garantía de la continuidad de Israel como estado judío y democrático. Quienes se oponen a un estado palestino olvidan que la opción es un estado binacional sobre toda la Tierra de Israel (o Palestina) histórica. En tal estado, las opciones serían entre estado democrático -que podría tener mayoría árabe, lo cual implica el fin de la empresa sionista- o estado judío, lo cual es inaceptable, judaica y moralmente hablando, pues implicaría que la futura mayoría árabe no tenga derecho al voto. Sería ni más ni menos que la «sudafricanización» de Israel.

Cuarto: sería dejar de estirar lo que ya se ha convertido, aunque sea a nivel teórico o discursivo, la política de estado de Israel, a saber: dos estados para dos pueblos. Si ya Netanyahu lo había declarado en su Discurso de Bar Ilán, ¿por qué no plasmarlo de una vez?

Pero él mismo ha desperdiciado todos esos años de no terrorismo proveniente de Cisjordania, (hay sol, hay coalición, no hay terrorismo, ¿para qué mover un solo dedo por arreglar ese techo?) y ahora, con el acuerdo de reconociliación entre Fatah y Hamás, nos acercamos a una nueva tormenta.

Dicho sea de paso, se trata de un agujero colateral en el techo: antes no se podía cerrar trato con los palestinos porque no estaban unidos, y por lo tanto no hay un líder que pueda respaldar lo que firma; pero ahora que están unidos tampoco se puede, porque Hamás no reconoce a Israel, no renuncia al terrorismo y porque será una puerta abierta para que Irán hinque sus dientes también sobre Ramallah. Un Bibi histérico recorre el mundo con este mensaje, que lo dibuja como cualquier cosa menos como un líder cuerdo.

Para este fin de semana, los palestinos prepararon un «Día de la Naqba» especial. Ayer viernes ya comenzaron las manifestaciones, convocadas mayormente por facebook, y su punto culminante sería el domingo, donde los organizadores esperan que sea el disparo inicial de una nueva Intifada. Por primera vez en años, manifestantes del Hamás, con todo y banderas, han desfilado por las calles de Hebrón y otras ciudades, con anuencia de la Autoridad Palestina.

Si de frases hechas se trata

A favor del equilibrio, digamos que los palestinos no son mejores. Con mucho esfuerzo -y presión de Obama- lograron que Bibi congelara por diez meses la construcción en los territorios. En lugar de acercarse corriendo a la mesa de negociaciones, la misma Autoridad Palestina de Abu Mazen desperdició todos esos meses reclamando que el congelamiento se extendiera también a Jerusalem. Tácticamente era inútil. Estratégicamente resultó estúpido.

Es cierto, si hablamos de frases hechas: los palestinos no pierden oportunidad de perder la oportunidad. Y que entienden sólo por la fuerza.

La verdad es que Israel también sabe perder oportunidades. Y también, que este país también entiende sólo por la fuerza. Así como la paz con Egipto llegó después de la Guerra de Iom Kipur, vivida como una derrota moral; así como los Acuerdos de Oslo llegaron después de la primera Intifada, la nueva crisis que parece avecinarse entre mayo y septiembre abrirá quizás paso a una paz que será dolorosa.

A nivel de procesos macro, a los tumbos, hacia eso vamos. A nivel micro, parece que los tiempos políticos tardarán un poco, todavía, en madurar. Nos espera por delante lo que pase este fin de semana, quizás una nueva Intifada o un intento, y en septiembre la declaración del reconocimiento al estado palestino en la ONU. Habrá rechazos, habrá violencia, habrá muertos. Israel volverá a ganar la batalla, habrá esfuerzos de esclarecimiento por explicar al mundo que se trató de legítima defensa contra el terrorismo, lo cual será cierto, y luego «perderá» en la negociación.

Pero Israel logrará verla, como lo vio Beguin en 1979, como una victoria. Pues, si todo esto es cierto, implica que Bibi el buen granjero no quiere ni puede ver la imagen completa, y por lo tanto necesita ayuda. Aquí con una Intifada, allí con una declaración en la ONU, más allá con un plan de Obama, que también está al caer.

Quizás, después de este año tórrido, emerjamos al 2012 con el techo arreglado. La pregunta sigue siendo el precio en tiempo, dinero y sobre todo en vidas humanas, que se pagará todavía en el camino.