TRUMP Y JERUSALÉN: ¿UN AUDAZ O UN DEMENTE?

TrumpJerusalem

Por Marcelo Kisilevski

La decisión de Trump es la corrección de una extraña anomalía: todo país soberano tenía el derecho de fijar su capital, menos Israel. La pregunta no es por si la decisión es correcta, sino por su timing. ¿Qué consecuencias podría tener para la paz con los palestinos y las relaciones con los países sunitas frente al desafío iraní? ¿Puede haber violencia y muertos? Si es así, ¿valía la pena una decisión semejante, que no pasa del terreno simbólico? ¿Trump es un audaz, o un elefante demente en un bazar?

1) LA DECISIÓN DE TRUMP ES LA CORRECTA

Primero, ¿en qué consiste la decisión de Trump? Es una decisión por default: más que hacer algo, es no hacerlo. Una ley del Congreso norteamericano de 1995 ya determinaba que Jerusalén es la capital israelí, y llamaba al Ejecutivo a mudar la embajada a esa ciudad. La ley, eso sí, tenía un apartado al que llaman “waiver”, exención, de hecho una postergación de medio año: si el presidente firma el waiver cada seis meses, la ley no debe ser ejecutada. Tres presidentes, desde entonces, han firmado religiosamente el waiver dos veces por año. Ayer, Trump anunció que dejaba de firmarlo, y que la embajada sería mudada a Jerusalén, por fuerza de la ley de 1995. Eso es todo.

El reconocimiento del presidente Donald Trump de Jerusalén como capital de Israel es la corrección de una anomalía: Israel es el único país soberano que tiene una capital sobre la cual el resto del mundo le dice: «No, no lo es. Es Tel Aviv, y allí pondremos nuestra embajada». Es una locura. Es como si todo el mundo comenzara a decir que los países, por fuerza de su soberanía, no pueden fijar su capital, y comenzaran a decirle a, digamos, la Argentina, que Buenos Aires no es la capital, sino Rosario. Nunca hubo discusión sobre la soberanía de Israel sobre la parte occidental de Jerusalén. ¿Hay disputa sobre la parte oriental? ¿Qué tiene que ver? El mundo no tiene por qué meterse ni tomar partido: se arreglará en negociaciones. Quien esto firma está a favor de una solución negociada para dar algún tipo de expresión al reclamo palestino de una expresión soberana en Jerusalén, incluida la posibilidad de la fórmula Clinton: “una ciudad, dos capitales, para dos pueblos”. Pero eso no tiene nada que ver con Jerusalén occidental, cuya soberanía es ya reconocida por los acuerdos de cese el fuego de Rhodas en 1949 con Jordania y demás países árabes, y desde entonces por el mundo. Embajadas, parece, fue demasiado para este, y eso es lo extraño.

Jerusalén es la capital, también, de modo efectivo: todas las instituciones de gobierno están allí. ¿Cuál es la idea de colocar una embajada en otro lugar, solo porque el país tiene un diferendo limítrofe? Llevado al extremo, es como si el mundo retirara sus embajadas de Santiago de Chile y de Perú, y las pusieran en Valparaíso y Cuzco respectivamente, solo porque no arreglan sus asuntos limítrofes y/o le dan salida al mar a Bolivia. Más al extremo aún, países que decidan retirar sus embajadas de Brasilia y trasladarlas a Río de Janeiro, porque Brasilia es una capital artificialmente creada; y porque es aburrida, y en Río hay playas y carnaval. Cualquier razón justificar que los países se metan unos en las decisiones soberanas de otros. Pero se meten solo con las de Israel. Raro, ¿no?

Se aduce la sensibilidad de Jerusalén como centro de los tres monoteísmos. ¿El mundo tiene miedo que esta definición cercene los derechos religiosos de los demás credos? Me disculparán, pero en los hechos, la única época en la que hubo y hay libertad de culto es bajo soberanía israelí. En todas las demás épocas ha habido problemas. Por supuesto los ha habido en las épocas musulmanas, la última de ellas la jordana, entre 1949 y 1967, cuando los judíos no podían rezar en el Kotel. El mito de “Al Aqsa está en peligro” es solo eso: un mito urbano, fogoneado desde los años ‘20 del siglo 20 hasta nuestros días. En los hechos, el Waqf (autoridad religiosa musulmana sobre los lugares sagrados) es una especie de isla de soberanía musulmana en Jerusalén, donde la jurisdicción israelí existe, pero no se ejerce.

2) LA DECISIÓN DE TRUMP ES PROBLEMÁTICA

¿La decisión de Trump puede traer problemas? Claro que sí. La discusión no es por la esencia de la decisión, que es justa y correcta, sino por el timing. El presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas ya ha “despedido” a EEUU como mediador en el proceso de paz entre Israel y los palestinos. Cabría preguntarse qué proceso de paz había antes de la decisión. Pero no nos confundamos con hechos.

Obama, en mi opinión, tenía mejores chances como mediador “imparcial”: era rechazado por Israel, por percibirlo como propalestino, y por los palestinos, por la tradicional amistad de EEUU con Israel. Su último acto en tal sentido, antes de bajarse del escenario de la historia, fue también decidir “no hacer”, cuando se abstuvo de poner veto a una grave sanción del Consejo de Seguridad de la ONU que calificaba a los asentamientos de toda Cisjordania, incluida Jerusalén, como ilegales. Al mismo tiempo, fue el gobierno norteamericano que más ayuda otorgó a Israel en dinero y armas. Desde esa actitud, tenía más posibilidades de traer a las partes a la mesa de negociaciones. El de su secretario de Estado, John Kerry, en 2014, fue un intento serio. Sin embargo, fracasó estrepitosamente, como tantos intentos anteriores. 

Desde el desastre que les implicó la Intifada de Al Aqsa, desde la muerte de Arafat y su mejora en la calidad de vida a partir de 2005, los palestinos de Cisjordania parecen haber decidido por la vía diplomática o no violenta para tratar con Israel. Ante los sucesivos operativos israelíes en Gaza, el Hamás nunca logró incitar efectivamente a una Tercera Intifada. Los cisjordanos protestaron contra la ocupación, donaron arroz y mantas a sus hermanos palestinos, pero de salir a la calle con piedras, ni hablar. La última ola de atentados con cuchillos y atropellamientos, fue un juego de niños al lado de las verdaderas Intifadas y la era de los atentados suicidas. La pregunta es si eso será cierto también esta vez. En los hechos, los últimos conatos de violencia cisjordana no fueron en los territorios de la Autoridad Palestina sino en Jerusalén oriental, véase el caso de los detectores de metal en la Ciudad Vieja. Allí, los palestinos no están bajo la AP sino bajo Israel, en una relación de amor-odio. Veremos si la parte de odio en la relación se reedita también esta vez, y cuánto dura. Por las dudas, Trump pidió a Israel festejar moderadamente su anuncio, no provocar a las fieras. Y también a los palestinos les pidió llamarse a sosiego, que su anuncio podía constituir buenas noticias también para ellos: sigo apoyando la solución de dos Estados, y los intereses de ambas partes, incluso en Jerusalén, les dijo. Del Monte del Templo, dijo que se llama también «Al-Jaram Al-Sharif«.  

Mientras tanto, en Gaza, Hamás amenaza (cómo no) con violencia, y asegura que “Trump ha abierto las puertas del infierno”. ¿Logrará arrastrar esta vez a los palestinos, que quieren dar una vuelta de página de su era violenta, a una Tercera Intifada? Es dudoso, pero no imposible. Trump ha decidido no dejarse extorsionar. Las amenazas de violencia, o el hecho de que habrá muertos, dice, no debe dictarnos políticas de Estado. Véase la actitud de Trump en el caso norcoreano. ¿Un tipo audaz, dueño de una firmeza sin precedentes en la historia política mundial, o un demente?

Queda por saber qué actitud tendrán, en los hechos, los países sunitas moderados, alineados, en secreto a voces, con Israel y EEUU en contra de su verdadero enemigo, Irán. La decisión de ayer pondrá a prueba la fragilidad o fortaleza de esa alianza. Mi opinión es que la alianza sunita-israelí-norteamericana es mucho más fuerte que cualquier acto simbólico como lo puede ser el traslado de una embajada. Hay muchos intereses, dinero y enemistades atávicas (mucho más atávicas que el antisionismo) puestos en juego. Los egipcios, jordanos y sauditas atacarán verbalmente la decisión, pero no mucho más. El único que parece querer ir más lejos, quizás por no tener hoy por hoy problemas con Irán, es el presidente de Turquía, Recyyp Erdogán, que ha anunciado que esta medida llevaría a su país a romper relaciones con Israel. Veremos cómo sigue eso.

Trump dijo ayer que el repetido no reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por miedo a que eso aleje la paz se parece al método del loco, que repite una y otra vez la misma actitud esperando consecuencias diferentes. Ese no reconocimiento no ha acercado la paz ni siquiera en un centímetro. A 22 años de la ley del Congreso, y de dar intentar siempre lo mismo esperando resultados distintos, hoy probamos otra cosa.

3) LA DECISIÓN DE TRUMP ES HISTÓRICA

La discusión por la decisión de Trump no es de esencia sino de timing. Seguramente, el mandatario estadounidense está movido por intereses que tienen que ver más con su situación doméstica, ante el peligro de impeachment y destitución, y con distraer la atención de esos problemas, que con un sincero deseo de cumplir promesas electorales a sus votantes. De hecho, dicen sus críticos, es la única promesa electoral, de cientos que formuló en su campaña, que se siente en condiciones de cumplir. Con todo el resto le ha ido muy mal.

Mi opinión al respecto es que eso no le quita ni le saca valor a la decisión. Por un lado, nunca habrá «timings» correctos, porque todos estos asuntos son y serán siempre complejos. Segundo, prácticamente todas las decisiones políticas de peso en el mundo, han estado siempre teñidas de motivaciones espurias, más personales que de fondo. Parece que es así como avanza la historia. Siempre hay coyunturas, situaciones, atenuantes, enfrentamientos personales. Decisiones de Estado que un mandatario toma para esquivar a la justicia (véase Sharón en la Desconexión de Gaza), o para no tener que ir a elecciones, o para superar a un opositor en las internas, o todo tipo de pequeñeces y politiquerías por el estilo. Esta no es la excepción.

Por eso, más que buena o mala para la paz, más que si el timing es valedero o no, más que si es traerá violencia o no, el calificativo más seguro para la decisión de Trump de ayer, es: histórica, y correcta en esencia. Nadie puede predecir el resto.

Hoy, Conferencia de París, hoy

bibihollande

Biniamín Netanyahu y Francois Hollande. El israelí le surigirió al francés, en su último encuentro, que anule el foro internacional de hoy y que, en cambio, dedique una sala donde se puedan sentar a solas él y su par palestino Mahmud Abbas para cerrar trato sin precondiciones.

Por Marcelo Kisilevski 

¿Cuál es la agenda de cada uno de los actores en este nuevo capítulo de la telenovela llamada «proceso de paz», en que los actores secundarios del culebrón intentan lograr algún tiempo de pantalla?

Cuando se realiza cualquier conferencia en pos de la paz, se supone que debemos alegrarnos. Quien esto escribe se alegró mucho con la Conferencia de Paz en Madrid en 1991, pues era la primera vez que israelíes y árabes se sentaban en una misma mesa y en público a hablar del futuro compartido en esta región. No salió nada de allí, salvo un precedente para lo que después sería Oslo. Luego, en 1993, con el apretón de manos entre Rabin y Arafat, muchos nos emocionamos de verdad. Hoy se reúnen nada menos que 72 países en París, bajo los auspicios del presidente Francois Hollande para intentar romper la brecha hacia la paz entre israelíes y palestinos… sin los unos ni los otros. El principal problema de esta conferencia es la experiencia que tenemos tanto protagonistas como testigos: después de tantos años de intentos fallidos, nadie cree -de antemano- una sola palabra de lo que pueda salir de allí.

En breve -porque ni siquiera vale la pena el río de tinta digital, hay otras cosas que hacer- este sería el esquema de las motivaciones de cada actor en este nuevo sketch de la política internacional.

Francia y demás participantes: volver al ruedo como los hacedores de la paz. Algunos de ellos haciendo gala del mismo pacifismo europeo poscolonial multiculturalista de siempre. En el mejor de los casos, buena gente con buenas intenciones. En lo concreto, emitirán una declaración meramente declarativa (valga más que nunca la redundancia) en la que llamarán a las partes a renovar su compromiso con la solución de dos Estados y a renegar de sus respectivos funcionarios de gobierno que se oponen a ella, como lo reveló el matutino Haaretz. También, advertirán a la entrante Administración Trump de no trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén. «Sería una decisión unilateral que puede escalar la violencia en el terreno», dijo a Reuters un alto diplomático francés. «Cinco días antes de asumir su mando como Presidente, no es nada despreciable que más de 70 países se reúnan para llamar a la solución de dos estados, cuando su Administración podría implementar medidas controvertidas que podrían provocar una escalada». ¿Llamar a dos estados y advertir a Trump contra el traslado de la embajada? ¿Para eso se reúnen hoy 72 países en París? Parece que sí.

EEUU: También John Kerry, secretario de Estado norteamericano, asistirá. Cinco días antes de terminar su carrera y la de Obama, la idea es reforzar el discurso del primero, hace unos días, en el que predicara su doctrina moral, principalmente contra el premier israelí Netanyahu, sobre las culpas del no avance del proceso de paz. También, intentar comprometer a la próxima administración con algún otro hecho consumado, tal como lo hiciera esa potencia con el no veto a la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad. Como dijimos en una entrega anterior, Obama y Kerry intentan diseñar su paso a la historia como hacedores de la paz, y poner un alto precio a sus futuras conferencias en universidades y foros internacionales, donde podrán enseñar cómo no lo lograron… claro está, por culpa de otros.

Autoridad Palestina: no asiste, en parte por la negativa de Netanyahu a hacerlo, y en parte porque Israel no ha cumplido la precondición palestina de cesar la construcción en los territorios. Cuando, en tanto, Israel continúa construyendo -a paso lento, solo en asentamientos existentes, y solo en los bloques junto a la Línea Verde, pero construye- cabe preguntarse qué esperan los palestinos. Una de las respuestas de los analistas es que se trata de una excusa para no cerrar trato jamás por un Estado palestino que se extienda solo por Cisjordania y Gaza. Por default eso implicaría reconocer a Israel que, en términos del islamismo radical que infesta la sociedad palestina, es «una soberanía no musulmana sobre Dar El-Islam», la morada del islam, que es tierra sagrada. Desde esta perspectiva, Mahmud Abbas, presidente palestino, temería que la solución de dos estados, con todo lo que él pueda apoyarla verbalmente, no solo dictaría su propia muerte -tal como le ocurriera a Anwar El-Sadat- sino el estallido de una guerra civil palestina, lo contrario de lo que se quiere lograr, a saber, la paz. Lo que quedaría, pues, sería el status quo, mantener las cosas más o menos como están, manteniendo bajos los decibeles de la violencia, y con logros diplomáticos simbólicos en la arena internacional que menoscaben la legitimidad de Israel, pero no mucho más. Fuentes periodísticas en Israel indicaron que la intransigencia palestina podría reducirse con la nueva Administración en Washington, ante el temor de un Trump demasiado pro-israelí. Entonces se avendrían a negociar, sin precondiciones y a precios reducidos. Suena a wishful thinking, pero el tiempo dirá.

Israel: No acepta negociar con precondiciones, recuerda a quien quiera escuchar que Arafat no esperó a que este país dejara de construir para negociar con él durante todos los años de Oslo, por lo que la precondición palestina suena a excusa para no cerrar trato por la creación de un estado palestino que se extienda solamente por Cisjordania y Gaza. Recuerdan, como evidencia, que en 2009, ante las presiones de Obama luego del discurso de El Cairo, Israel congeló la construcción en los territorios por 10 meses, sin que la Autoridad Palestina insinuara siquiera una vuelta a la mesa de negociaciones. Por otro lado, el gobierno israelí entiende que, históricamente, los foros multilaterales -empezando por el mencionado Madrid 1991- jamás aportaron a la paz, y que solo negociaciones directas, basadas en el intento de satisfacer necesidades e intereses realistas de las partes, han servido para impulsar los procesos, y no «circos de la paz» que solo ayudan a que sus organizadores y asistentes salgan bien en las fotos.

Pero hablar de la paz siempre es positivo. Feliz día de la paz para todos.

 

 

LEY DEL MOAZÍN, O: LA PAX RUIDOSA

kfar-arabi1

Aldea árabe israelí en la Galilea.

Por Marcelo Kisilevski
 
La propuesta de «ley del moazín», aprobada por el gabinete israelí y que busca bajar el volumen de las llamadas a los musulmanes a rezar por parte del moazín desde los parlantes de las mezquitas, fue trabada antes de ser elevada a su tratamiento por la Knesset.
 
La propuesta de ley desató una ola de protestas en el mundo musulmán, denunciándola como un ataque a la libertad de cultos en Israel. Los políticos y habitantes de algunos poblados judíos aledaños a poblados árabes explicaron que el ruido era demasiado fuerte y que perturbaba la calma de sus propios poblados, cuyos habitantes judíos tienen también libertad de culto. Cabría recordar que la libertad de culto conlleva también la libertad de no culto.
 
Cabría mencionar también el argumento que ya flota en el aire de los defensores de Israel: ¿a este país le quieren enseñar libertad de culto? ¿Los musulmanes? ¿De verdad? Intente usted, señora, señor, hacer sonar las campanas de su iglesia de pueblo chico en cualquier aldea árabe y salir cantando villancicos de Navidad por sus calles a viva voz, o construir una nueva iglesia en cualquier país del Medio Oriente que no sea Israel. 
 
Todo eso es cierto. No por nada los musulmanes israelíes y del exterior ya amenazaron con una Tercera Guerra Mundial religiosa si se aprobaba la ley. De protestar con pancartas en Plaza Rabin ni hablar. Incluso podría ser una manifestación molesta pero creativa, con todos los musulmanes con megáfonos llamando a la plegaria,  aturdiendo por unas horas a los habitantes de Tel Aviv. Los medios del mundo cubrirían gustosos el evento. Pero no, guerra y listo. Estos muchachos no se la van con chiquitas.
Pero lo más divertido de este caso es otra cosa. ¿Quién trabó finalmente la propuesta de ley? ¿Quién vino en ayuda de los musulmanes atribulados por una propuesta de ley que, admitamos de todos modos, tenía un tufillo autoritario?
 
Por un lado, el ministro del Interior, Arieh Deri, líder del partido ortodoxo sefardí Shas. Dijo, con razón, que no hace falta una nueva ley, porque ya hay regulaciones contra el ruido en la vía pública, todo lo que hay que hacer es aplicarlas, y esta nueva propuesta de ley no hará más que provocar sin necesidad.
 
Por otro lado, el ministro de Salud y diputado por el partido ultraortodoxo ashkenazí Yahadut Hatorá, Yaacov Litzman, preocupado porque la ley también haría callar los parlantes que, en los poblados y barrios religiosos judíos, anuncian la llegada del Shabat. Litzman presentó un amparo, y la propuesta estará encajonada hasta su resolución.
 
¿Será que la paz está por llegar entre musulmanes y judíos, bajo el lema: «Religiosos bullangueros del mundo, uníos»?

Hora de responsabilidad para la izquierda sionista

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Manifestación de la izquierda israelí. Banderas que faltan.

Por Marcelo Kisilevski, Modiin, Israel

Cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo a «lucha antiimperialista», debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

Yo estuve en la plaza cuando lo mataron a Rabin. Dos años antes me había emocionado hasta las lágrimas con los Acuerdos de Oslo, el uno y el dos. No creo, como muchos, que haya sido un error. En aquel momento se trataba de lo mejor que era dable hacer en pos de la paz. El problema fueron los incumplimientos que vinieron después. También, como lo explicara el ex canciller Shlomo Ben Ami, hubo un problema de percepción: para los palestinos, Oslo no puso fin de inmediato a la ocupación; para los israelíes, Oslo no puso fin de inmediato al terrorismo palestino.

Pero por entonces, el 4 de noviembre de 1995 fui a la Plaza Reyes de Israel y canté junto con Rabin, Peres y las decenas de miles de manifestantes Shir LaShalom, la Canción por la Paz, porque entendíamos se debía contrarrestar la agitación del sector derecho del mapa político en contra de los acuerdos. Para la derecha, la continuación del terrorismo probaba que Oslo era un error. Para la izquierda, para el gobierno, no se debía permitir que los extremistas marcaran a palestinos e israelíes políticas de Estado, y se debía seguir adelante. No necesariamente tiene razón una tesitura sobre la otra, porque nunca sabremos si la de Rabin, que hablaba de «las víctimas de la paz», hubiera prosperado, de continuar. Cuando se hace historia, el «si» condicional está prohibido. El asesinato de Rabin y el triunfo de Netanyahu en las elecciones medio año después, probaron una sola cosa: no que la derecha tenía razón, sino que fue mejor a la hora de convencer, pues la sociedad israelí no pudo digerir la ola de atentados suicidas que sobrevino al magnicidio en la primera mitad de 1996.

Sigo apoyando la solución de dos Estados, uno para el pueblo judío, y otro para el pueblo palestino. Eso me sigue colocando a la izquierda del mapa político israelí. Hoy en día me pregunto como muchos, si dicha solución sigue siendo posible hoy, a la luz de los desarrollos que se producen en la región a velocidad récord ante nuestros ojos. Quizás estamos transitando tiempo de descuento para esa posibilidad, y deberíamos apurarnos. La tesitura de la derecha en Israel es que ante la intransigencia palestina en aceptar tantas propuestas israelíes es prueba de que su agenda sigue siendo la destrucción de Israel, y entonces la mejor apuesta es el status quo, que las cosas decanten solas pues, creen, «el tiempo juega a nuestro favor». No les falta parte de razón.

Mi tesitura, como alguien que se ve a sí mismo como parte de la izquierda sionista, es que los dos Estados no necesariamente traerán inmediatamente la paz, sino que solucionarán otro problema igual de acuciante: cómo asegurar la continuidad de Israel como Estado judío y democrático, como expresión del derecho del pueblo judío a su propio Estado en la Tierra de Israel. Con mayoría judía. Es decir, mi visión de la solución de dos Estados es eminentemente judía y sionista.

Jóvenes palestinos: «Un solo Estado: Israel»

Desde ese punto de vista, sin embargo, tampoco me molestaría la solución propuesta por Bob Lang, miembro del Consejo Municipal de Efrat, la «capital» de Gush Etzion, en Cisjordania: convertir, con el acuerdo de la mayoría palestina, a todo «Eretz Israel», incluyendo Judea, Samaria y Gaza, en «Estado de Israel», lo que implica dos cosas: ciertamente anexar todo, pero también otorgar ciudadanía israelí plena a todos los palestinos, como la tienen ya los árabes israelíes, pues su status en el mundo, de gente sin ciudadanía alguna, tampoco es una situación normal. Ello, si se me asegurara que los números demográficos que maneja Lang son ciertos: que en tal situación, los judíos bajarían del 80% de hoy al 65%, y que los palestinos subirían solamente al 35%. Agrega Lang que la natalidad judía supera hoy la de los palestinos -agrego yo: debido a los números en el sector religioso; habrá que lidiar más tarde con el perfil judío del Estado- y que, por lo tanto, el «fantasma demográfico» con el que nos asustan en Israel es solo eso: un fantasma.

La tesitura de Lang, que representa una opinión extendida en la derecha religiosa sionista en Israel y en los territorios, suena todavía de extrema derecha. Pero recibió hace poco otro apoyo estadístico del lado palestino por parte de la prestigiosa revista de análisis internacional Foreign Affaires. Se trata de una novedad en sí misma interesante. Según una encuesta realizada en Cisjordania entre palestinos de 18 a 28 años de edad, un 56% de los encuestados opina que la visión de un Estado palestino a partir de los Acuerdos de Oslo ha fracasado, y que ha llegado la hora de cambiar la bandera de la autodeterminación nacional por la de los derechos ciudadanos.

Los jóvenes palestinos parecen decirle a la generación de sus padres: «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado miserablemente en lograr el Estado, y mientras tanto, nosotros estamos en un limbo civil y de calidad de vida que ya es insoportable. Seamos todos ciudadanos árabes de Israel  que, por lo menos, es un estado ordenado, de primer mundo y sin corrupción, al contrario de lo que ocurre en la Autoridad Palestina». La revista, en su análisis, agrega que ello podría, paradójicamente, empujar a la derecha israelí hacia la solución de dos Estados, desde una óptica de derecha. Pero eso ya es opinión de Foreign Affaires, teñida a mi parecer de wishful thinking.

No obstante, yo mismo he escuchado a numerosos palestinos expresarse de esa manera, advirtiendo que no lo pueden expresar en público, so pena de ser vistos como traidores e incluso herejes, y su vida podría correr peligro: «La Autoridad Palestina está manejada por corruptos. ¿Por qué un árabe de Yaffo o Nazaret, o un beduino del Neguev, tiene ciudadanía israelí, que es la mejor ciudadanía posible en el Medio Oriente, y yo no? Lo mejor que nos ha ocurrido aquí fue la unificación de 1967, y todos los palestinos con los que hablo quisiéramos volver la rueda atrás, a antes de la primera Intifada, porque después nos fue cada vez peor. Si hay árabes en el éjercito, en la policía, en la guardia de frontera israelíes, ¿por qué yo no? Queremos la ciudadanía israelí y ser fieles ciudadanos del Estado, con todos los derechos y obligaciones, para dar una mejor vida a nuestras familias».

Creo que cualquier israelí o judío de izquierda sionista que quiere la paz entre los pueblos, el bienestar basado en la igualdad de derechos para todos y, al mismo tiempo, la autodeterminación del pueblo judío en su tierra milenaria, que sea un reaseguro contra el antisemitismo en el mundo, debería poder vivir con cualquiera de estas dos soluciones: dos Estados para dos pueblos, o un Estado de Israel en toda la Tierra de Israel, que garantice igualdad de derechos a todos los demás grupos en su seno, terminando con el conflicto, extendiendo el nivel de desarrollo israelí también a Cisjordania (y ojalá algún día también Gaza, pero eso ya se convirtió en otro problema), y acabando con la situación de no ciudadanía alguna de casi cuatro millones de palestinos. Hoy por hoy, esta segunda solución parece a simple vista menos posible que la primera. Pero quizás la primera se va alejando, y la segunda se va acercando. No lo sabemos.

Por qué no voté a Meretz

Dicho todo esto, debo decir que no he podido votar a Meretz en las últimas elecciones. Las tesis de Meretz, fundado en 1992, se quedaron allí, en una realidad post primera intifada. La tesis central sigue siendo, además de la solución de dos Estados, que la culpa del estancamiento en el proceso de paz reside solamente en el lado israelí. O, en el mejor de los casos, que «extremistas hay en los dos lados; de los extremistas del otro lado yo no me puedo ocupar, se tienen que ocupar los palestinos. Yo me tengo que ocupar de los míos».

No «compro» más esta tesis. Mi problema con ella es que, mientras tanto, otro siglo ha comenzado. Desde 9/11 a ISIS, pasando por Hamás e Irán, no se puede seguir sosteniendo que Israel, por ser el más fuerte, es el lado equivocado. Ni que «Tag Mejir», por más repulsivo que nos parezca, sea lo mismo que el Hamás. Ni que, por ser el más fuerte, tiene también más fuerza para empujar soluciones. La debilidad no otorga automáticamente la razón. Y la parte palestina, por ser la parte débil a la que el mundo le da la razón de modo automático, está muy cómoda en no asumir su responsabilidad en la continuación del conflicto ni proponer también soluciones practicables.

Es cierto, creo que al gobierno de la derecha israelí también le es muy cómoda la intransigencia palestina. El sueño de la Gran Eretz Israel sigue vigente, y los repetidos rechazos de Mahmud Abbas de todas las propuestas israelíes les hacen el juego de una manera que la derecha solo podría soñar: si no existiera el rechazo palestino, la derecha israelí tendría que inventarlo.

Pero lo cierto es que ha habido repetidas propuestas israelíes desde Oslo, y que todas, absolutamente todas, fueron rechazadas de plano por la parte palestina, dando portazos, sin una actitud del tipo «sigamos negociando», y las preguntas sobre por qué, dirigidas a la parte palestina, deberían ser formuladas también por la izquierda sionista, no solo por la derecha. ¿Por qué han rechazado una y otra vez las propuestas de crear un Estado palestino junto a Israel, siquiera en fronteras provisorias? Pero no se pregunta. Como si cuestionarse y cuestionar a la parte palestina no fuera «políticamente correcto», como si fuera ofensivo. O lo peor: como si cuestionar a los palestinos nos quitara el carnet de progresistas.

Desde 9/11 no se puede ignorar, como lo hace la izquierda israelí, la amenaza del islam radical que, nos guste o no, es una de las bases del rechazo palestino total. A la luz de Al Qaeda e ISIS, seguir sosteniendo que se trata de «parte de su cultura», su «modo de resistencia a causa de la desesperación», y que se trata de «los extremistas del otro lado, no nuestra responsabilidad», es precisamente eso: una irresponsabilidad.

Hoy en día, este pensamiento hace la vista gorda a la alianza más contrahecha de la historia política mundial: entre la izquierda progresista en Occidente y el islam radical. Se la puede explicar como se quiera, pero es la alianza entre una ideología que se ve a sí misma como la más progresista del mundo, con otra ideología moderna, el islam radical, que desde el punto de vista marxista más básico, es la más reaccionaria de la historia después del nazismo. Como que es su heredera.

Entender el islam radical

No hablamos aquí de la mayoría de los 1.700 millones de musulmanes del mundo, que buscan practicar su religión en paz y en convivencia con el resto de las religiones y pueblos, sino del islam radical, un desarrollo moderno, nefasto, al que adscribe solo alrededor de un 20% de los musulmanes en el mundo. No son pocos, pero no son mayoría.

No es el lugar aquí para desarrollar la saga del desarrollo del islam radical como ideología moderna, explicada con lujo de detalles por el profesor Matthias Küntzel, docente de Ciencias Políticas en Hamburgo, Alemania. Baste decir que no se inaugura con Mahoma en el siglo 7, sino con la Hermandad Musulmana en 1928. Y abreva en dos fuentes: por un lado las suras coránicas medínicas, en las que Mahoma expresaba su enojo contra cristianos y judíos, decapitaba a estos últimos, etc., y las fuentes antisemitas europeas, particularmente los Protocolos de los Sabios de Sión y Mi lucha de Hitler. El islam tradicional no acusaba a los judíos de querer apoderarse del mundo. Para Mahoma los judíos eran despreciables, pero no una amenaza. La prueba es que los pudo matar sin problemas en el relato coránico. Solo el islam radical adopta la acusación antisemita de la dominación mundial. Lo hace Hassan Al Bannah, fundador de la Hermandad, y lo profundiza el nefasto criminal de guerra nazi Hadj Amín El Husseini. En efecto, el tristemente célebre Mufti de Jerusalén, no solo deportó miles de judíos a Auschwitz al servicio de Hitler (y no como su ideólogo, como erróneamente afirmó Netanyahu), sino que propagó la judeofobia islamofascista moderna al Medio Oriente a través de la emisora de onda corta nazi, Zeesen. Según esta tesitura, novedosa en la historia del islam, los judíos –y por extensión su hogar nacional como expresión profanadora y herética- son un peligro demoníaco que hay que erradicar. No como en el islam de Mahoma, sino como en el viejo antisemitismo europeo, tanto el cristiano como nazi.

Hoy, la reacción palestina, iraní, islamista, contra Israel reviste un carácter casi exclusivamente islamista radical, no antiimperialista. La izquierda europea, norteamericana y latinoamericana debería dejar de traducirla a términos materialistas marxistas, por más cómodos que le sean. Cuando los islamistas dicen «jihad», no quieren decir «lucha antiimperialista». Cuando llaman a los cristianos «cruzados», no quieren decir «occidentales dominadores y burgueses capitalistas», sino precisamente eso: cristianos. Traducir el discurso islamista radical a términos de izquierda ligados a «centro y periferia» es en sí mismo arrogante y etnocentrista. Por lo tanto, también imperialista.

Pues cuando el islam radical se impone como gobierno, su agenda no es resolver las injusticias de clase, sino imponer la sharía, la ley islámica radical, que se opone a la democracia, a los derechos humanos, a la igualdad de los sexos, al ateísmo, a la homosexualidad, a la aceptación del otro… y también a los izquierdistas. En fin, el islam radical está contra todo aquello a lo que las izquierdas de hoy aspiran. De seguro, la sharía no es el fin de la dominación del hombre por el hombre. Más bien al contrario. Flaco favor le hacen las izquierdas del mundo a la causa palestina cuando apoyan al Hamás.

Y cuando el islam radical declara una guerra santa, uno puede no creer en esas cosas, pero tiene una guerra santa encima. Para defenderse de ella, hay que entender de guerra santa, no solamente de territorios y agua. Eso, entender al otro de verdad, sin traducirlo, debería ser hoy por hoy la verdadera actitud progresista.

He ahí, pues, el gran pecado de la izquierda sionista: seguir la corriente de las izquierdas occidentales de justificar o hacer la vista gorda al islam radical en nombre de la lucha contra la ocupación. Sobre todo porque el islam radical no desea el fin de la ocupación, sino el fin de Israel como Estado del pueblo judío. Un Estado judío (no solo democrático) solía ser la aspiración también de la izquierda sionista. Si ya no lo es, que dé el aviso. Pero entonces ya no será izquierda sionista. Yo no he cambiado mi ideología; solo habré cambiado mi voto (a Majané Tzioní, por si preguntan).

Cuando planteo esto a izquierdistas israelíes, además del viejo argumento de «los extremistas propios y ajenos», suelo recibir respuestas como: «No es cierto, nosotros lo advertimos». Yo no he escuchado esas advertencias en Meretz ni en Paz Ahora. Si las ha habido, no han sido suficientemente enfáticas. Quiero decir: salir a manifestar contra el islam radical, su terrorismo y su violación sistemática a los derechos humanos, en las calles de Israel y del mundo, con banderas de izquierda sionista enarboladas con firmeza. En cambio, la izquierda israelí ha vuelto a Plaza Rabin, hace pocos días, en ocasión de la actual ola de terrorismo con cuchillos y atropellamientos, pero bajo el lema de que la ocupación israelí y algún ministro trasnochado que ha subido al Monte del Templo son los únicos culpables. Como si el Mufti –sí, de nuevo el Mufti- no hubiera inventado la leyenda de «Al Aqsa está en peligro» ya en los años ’30. Como si no hubiera incitación de corte islamista en el lado palestino, sin relación con lo que realmente hace Israel. Ya no puedo ir a manifestaciones que terminan blanqueando, una vez más, al islam radical.

La función histórica de la izquierda sionista

Dada su cercanía y su diálogo con las izquierdas occidentales, la función histórica de la izquierda sionista judía e israelí debería ser una función social aclaratoria esencial para la paz bien entendida entre los pueblos. Debería presentarse en todo foro internacional posible, en todo canal de comunicación, virtual o analógico, en toda manifestación callejera en las grandes capitales, en toda universidad, con un mensaje claro: «Hermanos correligionarios de las izquierdas occidentales: no todo luchador contra Israel y Estados Unidos debería ser potable para nosotros, la gente de izquierdas. El abrazo famoso entre Chávez y Ahmadinejad como paradigma es non sancto y aberrante. Si Marx se despertara de su tumba y viera ese abrazo, que se sigue dando en medios de comunicación, en universidades y en círculos intelectuales en Europa y en las Américas, se moriría de nuevo. No se puede apoyar el antiimperialismo y los derechos humanos, y al mismo tiempo blanquear al islam radical, que es genocida y opresor. Es como apoyar a Stalin y a Hitler al mismo tiempo, solo porque ambos se oponían a Occidente. En el siglo 20 hemos sido un faro contra el nazismo. En el siglo 21 debemos serlo contra el islam radical. Despertemos y actuemos.»

Las razones de los progresistas sionistas para no pronunciarse claro y fuerte en este sentido estarán con ellos. Quizás sea un problema de pertenencia, de hogar: el temor de verse convertidos ellos también, igual que todo el proyecto israelí, en parias intelectuales, y ser escupidos de los marcos progres occidentales, tan cálidos y cómodos.

Solo que no es un buen tiempo para aferrarse a zonas de confort. La izquierda progresista judía, sionista e israelí, de la que todavía formo parte, podría tener una función positiva esencial para la paz: ciertamente la de seguir llamando a la solución de dos Estados para dos pueblos que vivan en paz uno junto al otro. Pero, también, la de advertir de modo militante, fuerte y atronador, contra el peligro del islam radical.

Ola de terror: el «lobo solitario», de Assassin’s Creed a las calles israelíes

LoboSolitario

Por Marcelo Kisilevski

¿Cuáles son las claves que nos permitan comprender, aunque sea en parte, la actual ola de terrorismo en Israel y los territorios palestinos?

En las últimas dos semanas el número de ataques individuales, que ya había comenzado, se ha multiplicado hasta adquirir ribetes masivos que, sin embargo, no admiten aún, por sus características ni por su envergadura, la calificación de «tercera Intifada».

Se trata de ataques individuales, lo que en Israel ya han calificado de «lobos solitarios», que emplean en especial la táctica del acuchillamiento. Se le suma el atropellamiento con automóviles, algún atentado con disparos, como el de la línea 78 de autobús en Jerusalem, un atentado con bomba suicida por una mujer, y el creciente desafío a la cerca separadora entre Gaza e Israel. Los perpetradores son, en su absoluta mayoría, de Jerusalem Oriental, salvo atentados aislados en Cisjordania (matrimonio Hankin), un árabe israelí que atropelló y acuchilló, y la nombrada ruptura de la cerca en Gaza.

El disparador fue una leyenda, aún no desmentida por los líderes responsables de la Autoridad Palestina: que Israel pretende modificar el status quo en el Monte del Templo (o Explanada de las Mezquitas) en Jerusalem. Tanto el discurso del presidente Mahmud Abbas en la ONU, en el que declaraba «incumplibles» los Acuerdos de Oslo, como sus declaraciones de que «no permitiremos que los israelíes contaminen con sus pies apestosos la Mezquita de Al Aqsa», fueron considerados como luz verde para la salida de los palestinos a la calle.

En el plano táctico, el atentado tipo «lobo solitario» reemplaza al atentado organizado por agrupaciones terroristas, debido a que es imposible rastrearlo y prevenirlo por los organismos de inteligencia israelíes, con o sin cooperación de sus pares palestinos. En efecto, los terroristas individuales que fueron capturados a posteriori, como en el caso del matrimonio Hankin o de los dos rabinos acuchillados en la Ciudad Vieja, pudieron a posteriori, probablemente gracias a dicha cooperación, pero no se los pudo frenar a priori.

El islam radical como motor

La motivación de los lobos solitarios combina la frustración personal a nivel socio-económico con la ideología islámica radical. Cuando los perpetradores salen a la calle con un cuchillo en sus bolsos o bolsillos no gritan revolución, liberación nacional o socialismo, sino «Jihad», «Allah es grande» y motivos religiosos afines. También gritan «Justicia», pero no como la entendemos en Occidente: la injusticia que comete el enemigo judío es la profanación de dos lugares santos: por un lado el lema «Al Aqsa peligra», una mentira que hoy mata a israelíes y palestinos, y de la que Abbas y los líderes religiosos deberán dar cuenta algún día. Por otro, «justicia» por la ocupación israelí, pero no solo en los territorios, sino la de todo Israel, un territorio (Palestina) perteneciente, en la mitología del islam vuelto radical, a «Dar el Islam«, la «Morada del Islam» o «Morada de la paz».

En la visión del islam, adoptada como ideología intolerante por el radicalismo islámico, en la que no existe división entre política y religión, pues Mahoma fue enviado para «gobernar» sobre las demás religiones, la paz universal llegará cuando todas las demás religiones reconozcan la soberanía política y la superioridad moral del islam. Dividen, pues, los territorios del mundo en dos: Dar el Islam son todos aquellos territorios que están bajo soberanía musulmana o que alguna vez lo estuvieron. Israel, España y Portugal, son Dar el Islam. El resto se llama Dar el Harb, la Morada de la Guerra, por los que habrá que luchar en Jihad, Guerra Santa, solo después. Ojalá estuviéramos hablando de letra muerta: Anwar el Sadat fue asesinado por la Hermandad Musulmana dos años después del acuerdo de Camp David en el que reconoció a Israel.

En este contexto, el cuchillo resulta ser también un motivo cultural-religioso. Remite a las acciones de los Hashashins, una secta musulmana ismailita en el siglo 14 que actuó en Persia y en Siria, de la que provienen dos palabras: asesino y hashish, pues, según el relato, utilizaban esta droga a la hora de ejecutar a sus oponentes con cuchillas redondeadas. En la bandera de Arabia Saudita, junto al auto de fe islámico –»No hay más Dios que Allah y Mahoma es su profeta»- una espada engalana el paño verde, símbolo de la unificación del reino bajo Ibn Saúd en el siglo 12, bajo la espada, por supuesto.

Así, el asesinato reviste carácter épico y heroico. Cuando el lobo solitario gana la calle está solo y se siente el «bueno» de la historia, como en el extendido juego de computadora Assassin’s Creed. Está solo pero «se sabe», al mismo tiempo, parte de algo bueno, justo, heroico y grande, que llegará a los corazones de la «Uma», aquella nación musulmana fundada inicialmente por el mismo Mahoma.

Un claro antecedente de para esta campaña de ribetes épicos es la Primavera Árabe, gestada en un movimiento tipo cardumen desde las redes sociales, Facebook, Twitter e Instagram, y el gran espaldarazo es el tsunami de islam radical que inunda el Medio Oriente y que ya ha salpicado a Europa y Occidente. Solo que ese mismo tsunami amenazaba con dejar a los palestinos fuera de la escena internacional, acaparada por asuntos miles de veces más grandes: la crisis de refugiados sirios, el fenómeno ISIS, la intervención rusa en Siria. Los palestinos necesitaban volver con urgencia a los titulares.

De agendas y pérdidas del control

Por lo tanto, el actual fenómeno difiere de las anteriores Intifadas por lo menos en dos niveles: no se trata de una Intifada popular, la «Intifada de las piedras» entre 1987 y 1992, porque aquélla fue masiva, con escenas de cientos o miles de palestinos en las calles lanzando centenares de piedras mortales contra fuerzas de seguridad o civiles israelíes, ni la segunda, la «Intifada de Al Aqsa», decretada y digitada desde arriba y con cinismo por la Autoridad Palestina de Yasser Arafat en octubre de 2000, donde el modus operandi clásico era el atentado suicida organizado por movimientos terroristas ramificados, jerarquizados e identificables. Tampoco se parece en la cantidad de muertos, tanto israelíes como palestinos, que en las últimas dos semanas ascienden a unos 20 palestinos y 7 israelíes. Pero lo impredecible de los ataques lo vuelve aún más temible, y Jerusalem es hoy casi una ciudad fantasma.

El problema de los lobos solitarios opone un desafío de nuevo cuño, tanto para las fuerzas de seguridad de Israel como, según analistas israelíes, para los respectivos establishments palestinos en Cisjordania y en Gaza. Tanto en uno como en otro existe el estímulo de la violencia y el terror. Tanto uno como el otro, sin embargo, temen ahora perder el control, pues el lobo solitario no responde a esos mandos.

Desde Gaza, en efecto, Hamás viene llamando desde hace años y abiertamente a una tercera Intifada. Pero el lobo solitario no es necesariamente hamásico. Está frustrado por la ineptitud del Hamás, tanto en destruir a Israel como en reconstruir la Franja de Gaza. En lugar de viviendas, refugios, cloacado, redes de agua y electricidad, Hamás ha reconstruido solo túneles terroristas para seguir intentando inútilmente la destrucción de Israel, ha instaurado una dictadura islámica radical que gobierna con mano de hierro y niega los derechos más básicos a su población y a sus minorías, empezando por las mujeres y los cristianos. La oposición interna a Hamás también crece, y los últimos misiles han sido lanzados no por Hamás, sino por la Jihad Islámica, financiada por Irán, cuando no ISIS palestino. Si algo crece en Gaza no es la ocupación israelí –no hay un solo judío dentro de Gaza- sino el islam radical, que logra, en muchos círculos en especial juveniles, echar la culpa de todos los males al enemigo externo, el infiel temible, Israel. Definitivamente no es fácil ser palestino en Gaza hoy.

En Cisjordania, en tanto, el raís Mahmud Abbas mantiene una actitud ambivalente. Por un lado proclama y practica la confrontación no violenta con Israel, obteniendo logros en la arena diplomática. Ha logrado por ejemplo, el nuevo status palestino en la ONU, el reconocimiento de numerosos países al futuro Estado palestino, o la apertura de la nueva «Embajada de Palestina» en Buenos Aires, entre otros ejemplos. Busca, en el plano de las negociaciones con Israel, la creación del Estado palestino sin pasar por una mesa de negociaciones que implique el reconocimiento del Estado judío, lo que lo convertiría en apóstata, pasible de muerte, ante los ojos del islam radical.

Pero por otro lado, y quizás por lo mismo, Abbas practica y estimula la cultura de la glorificación a los «mártires santos de la Jihad», la guerra santa islámica radical. No ha modificado los textos educativos que promueven el odio a Israel y a los judíos, financia con pensiones a las familias de los terroristas y bautiza calles en su nombre. Al tiempo que condenaba los últimos ataques, la cúpula de la Autoridad Palestina visitaba a las familias dolientes de los terroristas abatidos.

Abbas es el líder que más batalla por su legitimidad casi perdida. No solo la causa palestina en general había bajado de los titulares, sino también la legitimidad del viejo líder. No ha logrado ninguna meta concreta y, aunque ha mejorado más que en Gaza la calidad de vida de los palestinos, no ha creado el Estado, y la Autoridad Palestina que dirige es un antro de corrupción y represión de la sociedad civil palestina.

¿Qué hacer?

La población israelí ha activado el modo «aguantar la tormenta». Muchos continúan con sus vidas normales, haciendo incluso ideología de ello. Pero algunos en Jerusalem y otros lugares de Israel están gestionando permiso de portación de armas, otros aprenden krav magá. Otros han dejado de salir a la calle. Los comercios en la capital israelí han bajado sus operaciones en un 50%. Solo los que no tienen opción utilizan el transporte público. Todos miran hacia los costados y hacia atrás cuando están en la vía pública. No son desarrollos positivos.

El gobierno ha anunciado ayer, al cabo de largas deliberaciones, una serie de medidas: autorización a la policía para decretar toque de queda en zonas de fricción en Jerusalem Oriental según criterios operativos, trescientos guardias de seguridad serán reclutados para cuidar en el transporte público, y fuerzas del ejército israelí reforzarán la seguridad en las ciudades, las arterias y las líneas de transporte urbano.

Al mismo tiempo, se podrá expropiar bienes de los terroristas, y se les anulará su status de residentes permanentes de la capital. Recordemos que el status de los palestinos en Jerusalem no es el de ciudadanos israelíes. Han rechazado esta opción para perseguir su aspiración de una ciudadanía palestina el día que llegue. Votan en las elecciones de la Autoridad Palestina, y en la municipalidad de Jerusalem, pero no en la Kneset israelí. Ser residentes permanentes les otorga derechos municipales ligados a salud, educación y demás. Tienen que probar domicilio activo dos años hacia atrás para obtenerla. Pero también pueden perderla si la tenían y no moran en las residencias declaradas por más de dos años. Ahora, el gobierno ha decidido un criterio más: ser un lobo solitario.

Israel sobrevivirá a esta ola de terrorismo como ha sobrevivido a otras. El país en sí no está en peligro. En principio solo la gente. Aun si se logra parar la actual ola de terrorismo muy pronto –tal vez, quién sabe, ya con las actuales medidas- el problema de fondo no estará resuelto. Quedará actuar en el plano político y diplomático, abriendo un nuevo horizonte, lo que debió empezar a ocurrir luego de Margen Protector: un movimiento de Estados moderados que incluya a EEUU y Europa junto con países como Egipto, Jordania, Arabia Saudita, los emiratos del golfo e incluso la Autoridad Palestina legítimamente constituida, para que, opuestos al islam radical de corte violento allí donde se encuentre, comenzar a dar pasos hacia la victoria sobre la violencia islámica radical, el verdadero mal del Medio Oriente. El cambio pasará por alianzas de nuevo cuño, que ya se han puesto en marcha solo en parte. Pasará por la concreción de la solución de dos Estados para dos pueblos. Luego, por el bien de las generaciones venideras, tanto israelíes como palestinas, pasará por la educación, y por dar a los jóvenes palestinos metas positivas, expectativas de futuro diferentes. Para que el lobo solitario sea el bueno de la historia, pero solo en Assassin’s Creed.

Renace la nación aramea, y ocurre en Israel

"Gracias Israel por reconocer a las minorías arameas cristianas. Occidente, paren con la política de doble rasero hacia las comunidades no islámicas". Arameos cristianos israelíes manifiestan en abril pasado.

«Gracias Israel por reconocer a las minorías arameas cristianas. Occidente, paren con la política de doble rasero hacia las naciones no islámicas». Arameos cristianos israelíes manifiestan, en abril pasado.

Por Marcelo Kisilevski

Hace tiempo venimos explicando la persecución que sufren los cristianos a manos de los musulmanes en el Medio Oriente. Las pruebas más contundentes han venido de la mano de la siniestra organización Estado Islámico con sus crucifixiones, decapitaciones, conversiones forzadas, ejecuciones masivas y expulsiones de cristianos en Irak y Siria.

En Israel hace años ya, la comunidad árabe cristiana intenta separarse de su identidad árabe y abrazar la identidad israelí, por entender que muy bien no les ha ido con su histórica alianza con el panarabismo del siglo pasado, y con la nación árabe en general. Comenzó con un movimiento por el reclutamiento obligatorio de los cristianos al ejército israelí, un derecho-obligación que también solicitaron y se les concedió en su momento a los drusos israelíes.

Ahora el siguiente paso: el ministerio del Interior israelí ha concedido el pedido de los cristianos israelíes de que en sus cédulas de identidad, donde figura el apartado «Etnia» (en hebreo dice Leóm, Nación), en lugar de «Árabe» se lea «Arameo/a». Se trata de una lucha de años, y ayer el ministro del Interior, Gideon Sáar, supo tomar la decisión correcta.

«No somos árabes, sino cristianos que sólo hablamos árabe», explican, pero que hasta la conquista árabe en el siglo 7, hablaban arameo, el idioma más extendido en Palestina-Eretz Israel por siglos. En ese idioma se hablaba en Canaán y en la Península Arábiga premahometana, lo hablaron los hebreos, parte del Talmud y muchas plegarias están escritas en ese idioma. En arameo, probablemente habló Jesús. Hasta hoy en día el arameo es la «Lengua Sagrada» de las iglesias orientales.

El intento de ser parte

En los años ’50 del siglo pasado, cristianos como el sirio Michel Aflaq, uno de los ideólogos del Panarabismo y uno de los pensadores fundantes del partido Baath en ese país, intentaron con esta doctrina superar la barrera religiosa que los separaba de los musulmanes y elevar la identidad nacional como una instancia superadora del paradigma religioso, lo cual configuró su mejor intento de integrar el mainstream, e incluso el establishment mesoriental.

Pero el experimento salió mal a medida que el paradigma islamista se hacía carne, y en muchos lugares, el Medio Oriente se retrotrae hoy 1.400 años. No solamente en Irak o en Siria. Belén, la ciudad más importante de toda la grey cristiana en el mundo, ha sido vaciada prácticamente de cristianos en los últimos veinte años. Hoy es una ciudad musulmana, con un magro 1.5% de cristianos.

Israel, en cambio, es el único país en el Medio Oriente donde la comunidad cristiana crece. Lo ha hecho en un 1.000% desde 1948. Sin embargo, quizás con menos violencia, también son hostigados por sus supuestos conacionales, los árabes musulmanes israelíes. Ayer, los cristianos lograron oficialmente el divorcio.

El titular de la Asociación Aramea-Cristiana y capitán del ejército israelí, Shaadi Jalul, se emocionó y felicitó la decisión del ministro Sáar. «Es una decisión histórica y un viraje histórico en las relaciones entre cristianos y judíos en el Estado de Israel».

Dijo más: «Es quitarles la carta de la mano a todos los antisemitas, que calumnian al pueblo judío y al Estado de Israel. Es la prueba de que Israel cuida a sus ciudadanos y las identidades de las minorías que viven en ella, a diferencia de todos los países árabes en nuestro derredor».

Ahora se podrá hablar de tres iglesias o ramas cristianas israelíes: la Iglesia Aramea-Maronita (cuya mayoría se encuentra en el Líbano), la Iglesia Aramea-Católica, y la Iglesia Aramea-Ortodoxa. En Israel, en total, se trata de una comunidad de unos 133.000 arameos. Su reconocimiento como etnia separada de los árabes puede tener implicancias importantes, como la posibilidad de una red educativa separada de la árabe: hasta ahora, en las escuelas árabes sólo se estudia la heredad árabe, e islam.

Desde ahora, todo cristiano en Israel podrá optar por colocar «Arameo/a» en su cédula de identidad. La nación aramea ha renacido, y lo hace nada menos que en Israel. ¡Salud!

Operativo «Margen Protector»: Cuarto Día. Los logros de Hamás, que tienden a cero

Estación de servicio arde en Ashdod, esta mañana (viernes 11 de julio).

Estación de servicio arde en Ashdod, esta mañana (viernes 11 de julio).

Esta mañana Hamás obtuvo un primer logro: un cohete lanzado desde Gaza impactó en una estación de servicio de Ashdod, incendiándola e hiriendo a varias personas, una de ellas en estado grave.

Se trata de un incidente importante, porque hasta el momento Hamás no había alcanzado ningún objetivo: sus cohetes habían logrado producir algún daño material (a algunos automóviles, una casa en Beer Sheva y no mucho más); sus atentados cualitativos han sido frustrados uno por uno. En lo político, no han logrado despertar el apoyo significativo de Occidente, que en su gran mayoría que entiende que es Hamás el que ha atraído el fuego adrede y sobre las sufridas espaldas de su población civil; ni siquiera han logrado el apoyo del mundo árabe, el cual, denunció ayer el vocero de Hamás, ha dejando a Gaza a la deriva; la Autoridad Palestina de Cisjordania, con su presidente Mahmud Abbas a la cabeza, dijo el mismo portavoz, «no nos ha enviado ni armas, ni medicamentos ni alimentos». Por primera vez, el Hamás no logra vender su acostumbrada mercadería de martirologio, y cada vez más gente en Occidente se da cuenta de que se trata de un sufrimiento forzado, evitable, autoprovocado, y por lo tanto criminal.

Ayer el Hamás recibió un nuevo golpe de aislamiento. El EIIL (Estado Islámico para Irak y el Levante), ese desprendimiento de Al Qaeda en Irak devenido en ejército, y que está conquistando Irak, anunció que no apoyaría a Hamás. «El precepto es matar ante todo a aquellos que tergiersan el Islam, y sólo después a los herejes de fuera». En la página de Twitter de la organización se leyó ayer: «Allah no nos ordenó matar a los judíos y a Israel hasta que no matemos a los herejes».

Así, Hamás, que perdió a Irán y a Siria como padrinos al apoyar a los rebeldes sunitas sirios, y luego a Egipto al caer los Hermanos Musulmanes, está verdaderamente solo en la partida. Ello no implica necesariamente un pronto izamiento de bandera blanca por parte de esa organización fundamentalista. Al contrario, podría indicar que seguirá huyendo hacia adelante tantos días como se lo permita su arsenal de cohetes, acumulados durante la anterior época de vacas gordas. Ante ello, Israel decide en estos días si lanza su ofensiva terrestre, por ahora intentando a toda costa evitarlo.

Esta mañana, también, se registró un disparo desde un nuevo frente: un cohete cayó desde el Líbano en la zona de Metula, en terreno abierto. El ejército disparó hacia la fuente del lanzamiento, pero aún no se informó qué organización lo había efectuado. Otras alarmas se escucharon en la zona de Jedera hasta Haifa.

 

Jerusalén, ayer: mensaje de tranquilidad a turistas (y sus padres)

Ayer el operativo israelí continuó, llegando a atacar unos 800 blancos operativos del Hamás. Los muertos del lado palestino alcanzaron los 88, según cifras suministradas por esa organización, que mantiene bien controlado el flujo de información. Entre los muertos se hallan varios jefes y operativos del andamiaje terrorista y de lanzamiento de cohetes de Hamás y Jihad Islámica. Entre ellos fue liquidado desde el aire Ayman Siam, jefe del sistema balístico de Hamás, que era también uno de los jefes del brazo armado de esa organización.

El atentado cualitativo de ayer fue un coche bomba, que nunca llegó a destino pues fue interceptado en un «check point», una barrera de control del ejército, sobre la ruta 5. Por la noche se registraron impactos directos en Ashdod y Beer Sheva, sin que se registraran víctimas.

A eso de las 18.00, a punto de encontrarme con jóvenes argentinos del programa Taglit (BRIA) en Jerusalén, sonó la alarma en esa ciudad. Entramos todos a salones internos, protegidos, previamente asignados por oficiales de seguridad del hotel, todo muy bien organizado y en calma. La charla que les di luego sirvió sobre todo para calmar su ansiedad, y explicarles (y por estas vías a sus padres) que ellos (y todos los turistas en paseos organizados) están más seguros aun que los habitantes comunes: el equipo profesional de sus programas está en contacto permanente con cuartos de control, a su vez en contacto con el ejército, que los ponen al tanto permanentemente acerca de lugares a los cuales ir o no, medidas de seguridad adicionales, etc.

Pero era la primera vez que las alarmas sonaban en la capital, y también se las escuchó hasta en el Mar Muerto. Hamás había lanzado 4 cohetes. Dos fueron interceptados por el sistema Cúpula de Hierro, y otros dos cayeron en terrenos abiertos, y hubo esquirlas que impactaron en viviendas de palestinos. Hamás se adjudicó los disparos e indicaron: «Apuntamos a la Knesset». Pero en algún lado del Medio Oriente, alguien está anotando en el protocolo que Hamás, organización islámica radical, disparó contra Al Quds (Jerusalén), el tercer lugar más sagrado para el Islam…

Fueron también disparados decenas de cohetes (70 solamente hasta las 14.00 de ayer), a todos los poblados del sur israelí, y también a lugares más alejados como Cesárea en el norte. 16 de ellos fueron interceptados por Cúpula de Hierro.

 

Rabino Menajem Fruman Z»L, el «extraño» rabino de Tekoa

  Imagen

El Rabino Menajem Fruman con un amigo, Ibrahim Abulhawa,

invitado al casamiento de la hija de Fruman.

Pocas personas en Israel ilustran tanto la complejidad del conflicto israelo-palestino como el Rabino Menajem Fruman, que falleció a principios de este mes. Era colono de los territorios, pues vivía en el asentamiento de Tekoa. Por otro lado era «pacifista», pues quería solucionar el conflicto, y para ello fue capaz de hacer lo prohibido: conversar y activar con el Hamás. Incluso llegó a desempeñarse como «enlace» entre el establishment rabínico israelí y líderes musulmanes. Por un tercer lado, ir hasta el fondo del diálogo tenía podía tener ribetes extremos: participar junto con los sacerdotes del Hamás en manifestaciones contra las Marchas del Orgullo Gay. Fue muy controvertido incluso a su muerte, cuando su vida se convierte en texto. Un texto que vale la pena leer.

 Dentro del amplio paraguas ideológico del sionismo surge el Rabino Menajem Fruman, que funda junto con su grupo un asentamiento que, si bien está en los territorios, se plantea como premisa la convivencia, tanto entre judíos religiosos y laicos, como entre judíos y palestinos de la zona.

 Según él, el conflicto entre israelíes y palestinos es eminentemente religioso. Por ende, sólo los sacerdotes de ambos credos serán capaces de llegar a la paz entre ambos pueblos. Veía con preocupación la actitud menospreciativa de los israelíes hacia los palestinos, pues, sostenía, esa actitud es la que impide un diálogo verdaderamente abierto y sincero. Afirmaba que, dado el carácter religioso del conflicto, es justamente con el liderazgo del Hamás que se debe dialogar. Ello se debe a que sólo ellos comprenden que su visión puede no cumplirse de modo inmediato sino que la resolución última, en especial sus plazos y cronogramas, están en manos de Dios. Ello se contrapone a la visión laica, según la cual, son precisamente los religiosos los que carecen de toda capacidad de flexibilización de sus posiciones. Paradójicamente, desde esa visión laica, son los mismos laicos los que actúan más «religiosamente» al oponerse a todo diálogo con el Hamás.

 ¿Y los asentamientos? Los laicos en Israel están dispuestos a evacuar. Los religiosos se oponen, y sostienen que deben permanecer todos ellos bajo soberanía israelí. Los partidos de centro se han mostrado más pragmáticos: anexar los grandes bloques de asentamientos a Israel, evacuar el resto, transferir territorios bajo soberanía israelí a los palestinos en compensación por las anexiones. Del lado palestino, el presidente Mahmud Abbas ha expresado lo que ningún líder no judío se había atrevido a pronunciar desde Hitler: que ningún judío vivirá en el Estado palestino a crearse. Eso hizo correr un escalofrío por las espaldas de muchos judíos, que recuerdan el concepto de Judenrein, zona «limpia» de judíos de la Alemania nazi.

Sólo Menajem Fruman plantea un escenario que no sólo es pragmático sino que aparece como el único plausible: una Tierra de Israel en la que existen dos estados, uno palestino y otro judío, y en donde cada uno alberga una minoría nacional del pueblo vecino. Israel ya tiene un 20% de palestinos con ciudadanía israelí plena. Que el Estado palestino tenga un porcentaje de judíos con ciudadanía palestina plena, no debería poner los pelos de punta a nadie. Al fin y al cabo, los judíos han vivido en Eretz Israel siempre, hoy existe el Estado de Israel, y su propuesta no contradice en una sola coma a la promesa divina hecha a los Patriarcas hebreos. El cumplimiento de la promesa seguirá siendo esperado con ansias, pues habrá de llegar indudablemente, algún día.

 Es tan sencillo, que aun hoy nadie, salvo el fallecido Rabino Menajem Fruman de Tekoa, se atreve a hablar del asunto. Sin dudas, un pensador «extraño», quizás demasiado adelantado a su tiempo.

 * Publicado en El Diario Judío, http://www.eldiariojudio.com, 13.3.13

Obama: bueno para Israel, malo para Netanyahu

Entrevista en la última gira de conferencias por Sudamérica en el diario «La Capital» de Rosario, 4-6-11, conjunta con mi compañero de viaje, Julián Schvindlerman: 

«Obama le exige mucho a Israel y nada a los palestinos»

La propuesta de Barack Obama de crear un Estado palestino con las fronteras de 1967 (sobre la Franja de Gaza y los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este) encendió las alarmas en Israel.

La propuesta de Barack Obama de crear un Estado palestino con las fronteras de 1967 (sobre la Franja de Gaza y los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este) encendió las alarmas en Israel. El primer ministro hebreo, Benjamin Netanyahu, rechazó este proyecto de plano, generando uno de los mayores cortocircuitos en años entre Tel Aviv y su aliado EEUU. El periodista Marcelo Kisilevski, quien vive en Israel desde 1992, y el analista político internacional Julián Schvindlerman, ambos de visita en Rosario, opinaron en charla con La Capital sobre las causas y las consecuencias de este inesperado conflicto.

——¿Es posible volver a las fronteras de 1967, como propone Obama?

——Schvindlerman: Israel tiene un problema con esas fronteras, porque las considera indefendibles. Es una nación muy pequeña, del tamaño de Tucumán, rodeada de vecinos: con algunos tiene acuerdos de paz formales, con otros está en estado técnico de guerra y con los palestinos tiene un conflicto que ha sido violento en el pasado. La preocupación tiene que ver con hasta dónde Israel puede hacer concesiones territoriales hacia los palestinos cuando, habiéndose retirado de Gaza y del sur del Líbano, estos territorios terminaron siendo usados como base de ataque contra la nación.

—Kisilevski: El gran problema de Netanyahu es que ya hizo muchos gestos «de izquierda» y no puede hacer más. Congeló la construcción en los territorios (palestinos) por diez meses, algo inédito para un primer ministro del Likud (el partido gobernante, de derecha). De crearse un Estado palestino basado en el intercambio de territorios, el Likud va a tener que evacuar todos los asentamientos que están aislados, y estamos hablando de 140 mil personas, no de 8.000 como en la Franja de Gaza. Por eso Netanyahu tiene dificultad en aceptar una cosa así, y en lugar de fluir con la propuesta de Obama, necesita ir a la confrontación. Además, Obama le exige a Israel volver a las fronteras de 1967, pero, por otra parte no le exige nada a los palestinos, como que renuncien al derecho al retorno de los refugiados, por ejemplo.

—¿Cuáles pueden ser las consecuencias del rechazo de Netanyahu?

—Kisilevski: Yo creo que Netanyahu comete un error. El tenía dos posibilidades: ir al choque con Obama, que es lo que eligió, o aflojar y decir «OK, vamos a dejar que los palestinos sientan que tienen un amigo en Obama», y eso los va a traer a la mesa de negociaciones sin exigir un congelamiento de los asentamientos, porque esto traba el proceso. De esa manera se podría crear un Estado palestino por medio de negociaciones y no por una imposición, que puede ser muy peligrosa. En septiembre, cuando el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmmud Abbas, pida a la ONU que reconozca un Estado palestino, podemos llegar a tener una crisis violenta, y creo que las dos partes, tanto israelíes como palestinos, van a un camino de colisión bastante duro.

—¿Por qué el proceso de paz entre israelíes y palestinos parece estar estancado indefinidamente?

—Kisilevski: Hay hechos concretos que demuestran que tanto israelíes como palestinos no quieren crear un Estado palestino. En caso de crearse ese Estado, Netanyahu va a tener que evacuar a 140 mil israelíes de los territorios de Cisjordania, con lo cual su gobierno caería. Por otro lado, Mahmmud Abbas, si acepta un Estado palestino tal cual está ahora, estaría renunciando a todo el resto de la tierra de Palestina, como ellos la llaman, o la tierra de Israel, como la llaman los israelíes, y estaría renunciando al derecho al retorno de los refugiados palestinos. Eso no lo puede hacer por motivos nacionales y por motivos religiosos, porque estaría reconociendo una soberanía no musulmana sobre tierra sagrada. Es decir que a Abbas le es muy cómodo el statu quo actual, donde no hay un Estado palestino y donde él está mejorando mucho la condición de vida palestina en Cisjordania.

—La Unión Europea (UE) apoya la propuesta de Obama. En ese sentido, ¿Israel queda aislado internacionalmente?

—Schvindlerman: Sí, es una realidad. De todas maneras Israel ha estado gran parte de su existencia aislado, a contrapunto de una opinión mayoritaria en Naciones Unidas y en la UE. Tradicionalmente EEUU fue una especie de protector diplomático de Israel. Pero cuando Obama pareciera sumarse a la posición convencional de los europeos, esto no puede menos que fomentar una sensación de aislamiento israelí. Obama no está siendo sabio en este sentido: lejos de garantizar a Israel la confianza y la protección norteamericana en estos llamados «riesgos por la paz», lo que hace es radicalizar más la posición israelí, con una imposición que hasta el momento los israelíes sólo la escuchaban de los árabes, los palestinos y los europeos.

Los augurios de Ahmadineyad

El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, auguró la destrucción de Israel y la decadencia Estados Unidos en un “futuro próximo” durante un acto público. “Estoy seguro de que la región será pronto testigo del colapso de Israel y Estados Unidos”, dijo Ahmadineyad ante el sepulcro del ayatolá Ruhollah Khomeini.

En su intervención, Ahmadineyad acusó a Israel de ser el principal motivo de la inseguridad regional y global, y culpó a la administración estadounidense de Barack Obama por apoyar al Estado judío. En 2005 el presidente iraní recibió condenas internacionales al sostener que el Estado de Israel debía ser “barrido del mapa”, o sacado de Medio Oriente y trasladado a Europa o Norteamérica.

Abbas con el Papa. Las “legítimas aspiraciones” palestinas de un “Estado independiente” deben ser posibles, afirmó el Papa Benedicto XVI al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, en el Vaticano. Durante la audiencia se deslizó también que Israel y el futuro Estado palestino deben “vivir seguros” y que el conflicto debe tener una “solución justa y duradera”.

¡Y dale con «Estado judío»!

¿A qué se debe, de verdad, la negativa palestina y de todo el mundo árabe a reconocer a Israel como Estado del pueblo judío?

Por Marcelo Kisilevski

Las dos partes en las negociaciones, Israel y los palestinos, se enfrentan actualmente en torno a dos puntos no elevados anteriormente como condición para negociar: en este rincón, la exigencia palestina de continuar con el congelamiento de la construcción en los territorios. En el otro, la exigencia israelí del reconocimiento palestino de Israel como estado judío.

Ninguna de los dos puntos había trabado antes las negociaciones. La construcción en los territorios es un punto central de ellas, no está fuera de ellas. Es cierto: ya había sido uno de los hitos de la Hoja de Ruta, luego que los palestinos atinaran a desmantelar todas las organizaciones terroristas. En Cisjordania, el terrorismo ha descendido a niveles nunca conocidos, de la mano de una verdadera persecución policial de la Autoridad Palestina contra los miembros de Hamás, y una «movida» general de construcción de un eventual estado viable en los territotorios gobernados por Mahmud Abbas y Salam Fayad.

Pero las organizaciones terroristas siguen vivas y coleando: el Hamás no sólo existe, incluso gobierna la Franja de Gaza. La Jihad Islámica está muy lejos de desaparecer. El Tanzim y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, los brazos armados del partido oficial Fatah, tampoco se han llamado a disolución. Eso solo ya libera a Israel, a nivel legal, de tener que paralizar los bulldozers en la Margen Occidental.

Pero, como quiera que sea, con construcción o sin ella, con «estado judío» o sin él, esto no había detenido antes las negociaciones. Los palestinos, de Oslo a esta parte, habían negociado a la sombra de más y más asentamientos. Los israelíes elevan en cada etapa –lo hizo Barak, lo hizo Olmert- la exigencia de reconocimiento de Israel como Estado judío, pero aun así, nunca dejaron de avanzar en el proceso.

Dicho sea de paso, para aquellos que todavía siguen sosteniendo el supuesto fracaso de Oslo: hoy, todo el mainstream israelí, incluido el mismísimo Likud de Biniamín Netaniahu, acepta la fórmula de «dos estados para dos pueblos». Seguirá llevando tiempo –y sobre todo vidas humanas, lamentablemente- pero hacia eso vamos. Cuando este escriba iniciaba su carrera periodística en Nueva Sión, a fines de los ’80, se trataba de una frase «subversiva».

Más allá de las estratagemas de Mahmud Abbas y de Netanyahu para empantanar las negociaciones, lo que resulta extraño es la negativa palestina a reconocer a Israel como estado judío. La exigencia israelí no fue elevada en Oslo, y luego fue rechazada sin que Israel se escandalizara, pero la negativa palestina no deja de ser enervante. Pues la fórmula de «dos estados para dos pueblos» es una copia de la votada en la ONU en noviembre de 1947: un estado judío y otro árabe en lo que se conoce como Palestina. Israel aceptó la Partición entonces, y vuelve a aceptar dicha fórmula hoy en día. En los círculos progresistas, nos hemos resistido a formular preguntas: ¿por qué los palestinos la rechazan? ¿Cuáles son las motivaciones palestinas profundas para rechazar el derecho de autodeterminación del pueblo judío en Israel, como reflejo especular directo del derecho de autodeterminación del pueblo palestino en el mismo lugar? Para los palestinos, se debe crear un Estado palestino en Cisjordania y Gaza. Pero Israel no puede ser del otro pueblo: debe ser binacional. Quien crea en la autodeterminación de los pueblos, de todos los pueblos, podría sopesar seriamente la posibilidad de enviar a los palestinos delicadamente a freír espárragos.

Como se diría en Israel, algunos argumentos de esta negativa hacen levantar las cejas. Dijo el canciller egipcio, Ahmed Abu Gheit, en una entrevista televisiva: «La demanda de Israel de ser reconocido como un Estado judío es preocupante», y la equiparó con la decisión iraní de llamarse «República Islámica de Irán». Saeb Erekat, jefe del equipo negociador palestino, fue más lejos: «No existe país en el mundo en el que las identidades nacional y religiosa estén entrelazadas».

Existe un pequeño problema: se trata de una vil mentira, y los palestinos lo saben. No sólo porque la Constitución griega diga que la religión «imperante» allí «es la de la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo», y así en muchos países pequeños y alejados del tema, sino porque en la propia constitución de la Autoridad Nacional Palestina se lee, en el artículo 4, que «el Islam es la religión oficial de Palestina» y que «los principios de la Shaaría Islámica (equivalente a la Halajá judía, M.K.) serán la principal fuente de legislación». De Irán no hace falta hablar. Y en la bandera de Arabia Saudita se puede leer la fórmula de fe islámica «Alahu Ajbar» (Alá es el más grande), y así sucesivamente.

Y eso es sólo si permitimos que los palestinos definan al judaísmo como religión. El judaísmo es una entidad histórica y nacional, con un componente religioso fuerte. Otra vez, como en las épocas más oscuras, otros vienen y nos definen desde afuera. La totalidad de los países árabes pertenecen tanto a la Liga Árabe como a la Organización de la Conferencia Islámica. La organización que los define como «pueblo árabe» y la que les da carácter religioso musulmán. Nuevamente: a freír espárragos.

La pregunta se repite, ensordecedora: ¿qué es lo que hace, a ojos de los palestinos y demás países árabes y musulmanes, que su definición como tales sea aceptable y legítima, mientras que la definición de Israel como judío sea inadmisible?

Los palestinos aducen varios argumentos: que ello pondría en peligro a la minoría árabe en Israel, por ejemplo, y por lo tanto se trata de una exigencia que acerca a Israel a los límites del fascismo. Vamos: ninguna minoría del Medio Oriente está más segura que la árabe israelí. Usted no quisiera ser parte de una minoría en ningún otro país árabe. Con todos los problemas que quedan por resolver, ni los propios árabes israelíes desean ser parte de ningún otro estado árabe.

Las razones no declaradas tienen que ver, precisamente, con la naturaleza totalitaria del Islam al que adscriben todos los países del Medio Oriente sin que nadie se atreva a acusarlos de oscurantistas, pues ello sería cometer el pecado capital de «imperialismo cultural», Dios nos libre.

Pero las cosas deben ser dichas. Desde un punto de vista teológico, existe una estrecha vinculación entre la ley islámica y la soberanía política, de un modo que no se da en el cristianismo ni en el judaísmo. El Corán divide al mundo entre Dar El Islam (Casa de la Paz) y Dar el Harb (Casa de la Guerra). La Casa de la Paz consiste en todos aquellos territorios donde ya gobierna o ha gobernado alguna vez el Islam. Así, tanto Israel como Al Andaluz (toda la Península Ibérica), deben ser reconquistados primero. La Casa de la Guerra está compuesta por todos aquellos territorios que aún no han conocido el gobierno de Alá. La paz universal llegará cuando todos los hombres acepten a Alá, o bien se sometan al gobierno del Islam mediante la condición de «dhimmi» (minoría tolerada y protegida) y el pago de la «jizya«, el impuesto de los no musulmanes.

La aceptación de una soberanía no musulmana en Palestina, cuyo territorio es parte de Dar El Islam, va contra las leyes del Corán y la Shaaría. Lo comprendió muy bien Anwar Sadat en el momento de ser asesinado brutalmente por los Hermanos Musulmanes en 1981, luego de aceptar el Estado de Israel a cambio de la Península del Sinaí. Cuando se le preguntó a Arafat por qué no aceptaba la oferta sin precedentes de Barak en Camp David versión 2000, dijo sin ambajes: «Si yo no vuelvo con la bandera palestina flameando en el Monte del Templo y con el derecho al retorno de todos los refugiados, a mí me matan». Tenía razón: la soberanía es teológicamente fundamental, y el derecho al retorno de los refugiados acabaría con el carácter judío de Israel.

Podríamos haber esperado que con el ascenso del Panarabismo en los años ’50, todo el paradigma islámico de Dar El Islam-Dar El Harb se hubiera suavizado, «europeizado», para dar paso a las posturas, quizás no menos totalitarias, incluso expansionistas, pero sí más moderadas teológicamente, en los estados que llevan la voz cantante en la región. El no reconocimiento de Israel como expresión de la autodeterminación judía, pone esta supuesta moderación histórica en tela de juicio, y acerca las posturas palestinas a las más reaccionarias y premodernas concepciones islámicas fundamentalistas.

Netanyahu no se equivoca en la esencia de su demanda, pero la banaliza, al utilizarla para «franelear» a los palestinos y a Estados Unidos: el reconocimiento de Israel como estado judío no debe ser una mera «precondición» para seguir negociando, sino que debe ser elevado como uno de los puntos centrales de las tratativas, al mismo nivel como lo son Jerusalem, la delimitación de las fronteras, los asentamientos y el destino de los refugiados palestinos.

He aquí una base, poco tratada hasta hoy por el «campo de la paz», para una paz duradera entre los pueblos: la del reconocimiento mutuo, verdadero, profundo y justo.

 Publicado en Nueva Sión N° 955, noviembre 2010