TRUMP Y JERUSALÉN: ¿UN AUDAZ O UN DEMENTE?

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Por Marcelo Kisilevski

La decisión de Trump es la corrección de una extraña anomalía: todo país soberano tenía el derecho de fijar su capital, menos Israel. La pregunta no es por si la decisión es correcta, sino por su timing. ¿Qué consecuencias podría tener para la paz con los palestinos y las relaciones con los países sunitas frente al desafío iraní? ¿Puede haber violencia y muertos? Si es así, ¿valía la pena una decisión semejante, que no pasa del terreno simbólico? ¿Trump es un audaz, o un elefante demente en un bazar?

1) LA DECISIÓN DE TRUMP ES LA CORRECTA

Primero, ¿en qué consiste la decisión de Trump? Es una decisión por default: más que hacer algo, es no hacerlo. Una ley del Congreso norteamericano de 1995 ya determinaba que Jerusalén es la capital israelí, y llamaba al Ejecutivo a mudar la embajada a esa ciudad. La ley, eso sí, tenía un apartado al que llaman “waiver”, exención, de hecho una postergación de medio año: si el presidente firma el waiver cada seis meses, la ley no debe ser ejecutada. Tres presidentes, desde entonces, han firmado religiosamente el waiver dos veces por año. Ayer, Trump anunció que dejaba de firmarlo, y que la embajada sería mudada a Jerusalén, por fuerza de la ley de 1995. Eso es todo.

El reconocimiento del presidente Donald Trump de Jerusalén como capital de Israel es la corrección de una anomalía: Israel es el único país soberano que tiene una capital sobre la cual el resto del mundo le dice: «No, no lo es. Es Tel Aviv, y allí pondremos nuestra embajada». Es una locura. Es como si todo el mundo comenzara a decir que los países, por fuerza de su soberanía, no pueden fijar su capital, y comenzaran a decirle a, digamos, la Argentina, que Buenos Aires no es la capital, sino Rosario. Nunca hubo discusión sobre la soberanía de Israel sobre la parte occidental de Jerusalén. ¿Hay disputa sobre la parte oriental? ¿Qué tiene que ver? El mundo no tiene por qué meterse ni tomar partido: se arreglará en negociaciones. Quien esto firma está a favor de una solución negociada para dar algún tipo de expresión al reclamo palestino de una expresión soberana en Jerusalén, incluida la posibilidad de la fórmula Clinton: “una ciudad, dos capitales, para dos pueblos”. Pero eso no tiene nada que ver con Jerusalén occidental, cuya soberanía es ya reconocida por los acuerdos de cese el fuego de Rhodas en 1949 con Jordania y demás países árabes, y desde entonces por el mundo. Embajadas, parece, fue demasiado para este, y eso es lo extraño.

Jerusalén es la capital, también, de modo efectivo: todas las instituciones de gobierno están allí. ¿Cuál es la idea de colocar una embajada en otro lugar, solo porque el país tiene un diferendo limítrofe? Llevado al extremo, es como si el mundo retirara sus embajadas de Santiago de Chile y de Perú, y las pusieran en Valparaíso y Cuzco respectivamente, solo porque no arreglan sus asuntos limítrofes y/o le dan salida al mar a Bolivia. Más al extremo aún, países que decidan retirar sus embajadas de Brasilia y trasladarlas a Río de Janeiro, porque Brasilia es una capital artificialmente creada; y porque es aburrida, y en Río hay playas y carnaval. Cualquier razón justificar que los países se metan unos en las decisiones soberanas de otros. Pero se meten solo con las de Israel. Raro, ¿no?

Se aduce la sensibilidad de Jerusalén como centro de los tres monoteísmos. ¿El mundo tiene miedo que esta definición cercene los derechos religiosos de los demás credos? Me disculparán, pero en los hechos, la única época en la que hubo y hay libertad de culto es bajo soberanía israelí. En todas las demás épocas ha habido problemas. Por supuesto los ha habido en las épocas musulmanas, la última de ellas la jordana, entre 1949 y 1967, cuando los judíos no podían rezar en el Kotel. El mito de “Al Aqsa está en peligro” es solo eso: un mito urbano, fogoneado desde los años ‘20 del siglo 20 hasta nuestros días. En los hechos, el Waqf (autoridad religiosa musulmana sobre los lugares sagrados) es una especie de isla de soberanía musulmana en Jerusalén, donde la jurisdicción israelí existe, pero no se ejerce.

2) LA DECISIÓN DE TRUMP ES PROBLEMÁTICA

¿La decisión de Trump puede traer problemas? Claro que sí. La discusión no es por la esencia de la decisión, que es justa y correcta, sino por el timing. El presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas ya ha “despedido” a EEUU como mediador en el proceso de paz entre Israel y los palestinos. Cabría preguntarse qué proceso de paz había antes de la decisión. Pero no nos confundamos con hechos.

Obama, en mi opinión, tenía mejores chances como mediador “imparcial”: era rechazado por Israel, por percibirlo como propalestino, y por los palestinos, por la tradicional amistad de EEUU con Israel. Su último acto en tal sentido, antes de bajarse del escenario de la historia, fue también decidir “no hacer”, cuando se abstuvo de poner veto a una grave sanción del Consejo de Seguridad de la ONU que calificaba a los asentamientos de toda Cisjordania, incluida Jerusalén, como ilegales. Al mismo tiempo, fue el gobierno norteamericano que más ayuda otorgó a Israel en dinero y armas. Desde esa actitud, tenía más posibilidades de traer a las partes a la mesa de negociaciones. El de su secretario de Estado, John Kerry, en 2014, fue un intento serio. Sin embargo, fracasó estrepitosamente, como tantos intentos anteriores. 

Desde el desastre que les implicó la Intifada de Al Aqsa, desde la muerte de Arafat y su mejora en la calidad de vida a partir de 2005, los palestinos de Cisjordania parecen haber decidido por la vía diplomática o no violenta para tratar con Israel. Ante los sucesivos operativos israelíes en Gaza, el Hamás nunca logró incitar efectivamente a una Tercera Intifada. Los cisjordanos protestaron contra la ocupación, donaron arroz y mantas a sus hermanos palestinos, pero de salir a la calle con piedras, ni hablar. La última ola de atentados con cuchillos y atropellamientos, fue un juego de niños al lado de las verdaderas Intifadas y la era de los atentados suicidas. La pregunta es si eso será cierto también esta vez. En los hechos, los últimos conatos de violencia cisjordana no fueron en los territorios de la Autoridad Palestina sino en Jerusalén oriental, véase el caso de los detectores de metal en la Ciudad Vieja. Allí, los palestinos no están bajo la AP sino bajo Israel, en una relación de amor-odio. Veremos si la parte de odio en la relación se reedita también esta vez, y cuánto dura. Por las dudas, Trump pidió a Israel festejar moderadamente su anuncio, no provocar a las fieras. Y también a los palestinos les pidió llamarse a sosiego, que su anuncio podía constituir buenas noticias también para ellos: sigo apoyando la solución de dos Estados, y los intereses de ambas partes, incluso en Jerusalén, les dijo. Del Monte del Templo, dijo que se llama también «Al-Jaram Al-Sharif«.  

Mientras tanto, en Gaza, Hamás amenaza (cómo no) con violencia, y asegura que “Trump ha abierto las puertas del infierno”. ¿Logrará arrastrar esta vez a los palestinos, que quieren dar una vuelta de página de su era violenta, a una Tercera Intifada? Es dudoso, pero no imposible. Trump ha decidido no dejarse extorsionar. Las amenazas de violencia, o el hecho de que habrá muertos, dice, no debe dictarnos políticas de Estado. Véase la actitud de Trump en el caso norcoreano. ¿Un tipo audaz, dueño de una firmeza sin precedentes en la historia política mundial, o un demente?

Queda por saber qué actitud tendrán, en los hechos, los países sunitas moderados, alineados, en secreto a voces, con Israel y EEUU en contra de su verdadero enemigo, Irán. La decisión de ayer pondrá a prueba la fragilidad o fortaleza de esa alianza. Mi opinión es que la alianza sunita-israelí-norteamericana es mucho más fuerte que cualquier acto simbólico como lo puede ser el traslado de una embajada. Hay muchos intereses, dinero y enemistades atávicas (mucho más atávicas que el antisionismo) puestos en juego. Los egipcios, jordanos y sauditas atacarán verbalmente la decisión, pero no mucho más. El único que parece querer ir más lejos, quizás por no tener hoy por hoy problemas con Irán, es el presidente de Turquía, Recyyp Erdogán, que ha anunciado que esta medida llevaría a su país a romper relaciones con Israel. Veremos cómo sigue eso.

Trump dijo ayer que el repetido no reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por miedo a que eso aleje la paz se parece al método del loco, que repite una y otra vez la misma actitud esperando consecuencias diferentes. Ese no reconocimiento no ha acercado la paz ni siquiera en un centímetro. A 22 años de la ley del Congreso, y de dar intentar siempre lo mismo esperando resultados distintos, hoy probamos otra cosa.

3) LA DECISIÓN DE TRUMP ES HISTÓRICA

La discusión por la decisión de Trump no es de esencia sino de timing. Seguramente, el mandatario estadounidense está movido por intereses que tienen que ver más con su situación doméstica, ante el peligro de impeachment y destitución, y con distraer la atención de esos problemas, que con un sincero deseo de cumplir promesas electorales a sus votantes. De hecho, dicen sus críticos, es la única promesa electoral, de cientos que formuló en su campaña, que se siente en condiciones de cumplir. Con todo el resto le ha ido muy mal.

Mi opinión al respecto es que eso no le quita ni le saca valor a la decisión. Por un lado, nunca habrá «timings» correctos, porque todos estos asuntos son y serán siempre complejos. Segundo, prácticamente todas las decisiones políticas de peso en el mundo, han estado siempre teñidas de motivaciones espurias, más personales que de fondo. Parece que es así como avanza la historia. Siempre hay coyunturas, situaciones, atenuantes, enfrentamientos personales. Decisiones de Estado que un mandatario toma para esquivar a la justicia (véase Sharón en la Desconexión de Gaza), o para no tener que ir a elecciones, o para superar a un opositor en las internas, o todo tipo de pequeñeces y politiquerías por el estilo. Esta no es la excepción.

Por eso, más que buena o mala para la paz, más que si el timing es valedero o no, más que si es traerá violencia o no, el calificativo más seguro para la decisión de Trump de ayer, es: histórica, y correcta en esencia. Nadie puede predecir el resto.

1948, y los «hechos alternativos»

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Heridos judíos en la Guerra de Independencia, 1948. La agresión árabe, un desaparecido de la narrativa palestina. (Foto: OGP)

Por Shlomo Avineri*, Haaretz, 2.3.2017 

Así describe Uda Basharat la creación del Estado de Israel y la guerra de 1948 en su artículo «El sionismo no quiere un Estado«: «En 1948, el mundo se enroló en pos de la creación de un Estado judío junto a un Estado árabe. En el camino fue expulsada la mayoría del pueblo palestino y el territorio del ansiado Estado se estiró en otro 50%. Y el mundo, sin una decisión oficial, reconoció el territorio aumentado» («Haaretz», 20.2).

Lo leo, y no lo puedo creer. Supongo, entonces, que el estallido de la Segunda Guerra Mundial se puede describir así: «El 3 de septiembre de 1939, Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania, en el camino se unieron también la Unión Soviética y Estados Unidos a la guerra, y al final fue desmembrado el Reich alemán, 12 millones de alemanes fueron expulsados de su patria, Alemania perdió el 20% de su territorio, que fue anexado a la URSS y a Polonia, y el mundo, sin una decisión oficial, lo reconoció». Es probable que los neonazis alemanes describan así la Segunda Guerra Mundial.

También la guerra en el Lejano Oriente se puede describir de este modo: «El 8 de diciembre de 1941, el presidente Roosvelt declaró la guerra al Japón, y en 1945 se unió también la Unión Soviética a la guerra. En el camino, Japón mismo fue conquistado por los norteamericanos, perdió el control sobre Taiwán, Manchuria y Sajalín, y el mundo, sin una decisión oficial, lo reconoció». Seguramente habrá nacionalistas japoneses que describan así la guerra.

El hecho es, por supuesto, que el 1° de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia, y que el 7 de diciembre de 1941 Japón atacó en Pearl Harbor. Este es exactamente el asunto en todo lo tocante a la descripción de Basharat: no hay en su artículo una descripción del enérgico rechazo de los palestinos y de la Liga Árabe a la resolución de la ONU sobre la división del territorio y la creación de un Estado judío en parte de la Tierra de Israel; no han habido ataques armados contra el poblado judío y sus arterias de transporte por las milicias árabes palestinas, ayudadas por fuerzas de salvación árabes de Siria y otros países; no ha habido invasión de los ejércitos árabes de Egipto, Siria, Transjordania e Irak al día siguiente de la creación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948. En resumen, todos los actos árabes que condujeron a la Naqba palestina sencillamente no existieron.

No es una cuestión de narrativa. Se trata aquí de lo que todavía se puede definir como hechos. Resulta ser que no hacía falta esperar la llegada de Donald Trump y sus amigos para inventar el concepto de «hechos alternativos».

Esto se pone de manifiesto de un modo aun más extremo en los intentos palestinos de negar todo vínculo histórico judío con la Tierra de Israel y la existencia de un Templo sagrado sobre el Monte del Templo: en cierto momento de las conversaciones de paz, Yasser Arafat dijo a diplomáticos norteamericanos que nunca existió un Templo judío en Jerusalén. Los palestinos, que repiten esas cosas, quizás no se dan cuenta que no solo están haciendo caso omiso de la historia judía sino también de la tradición cristiana, que relaciona a Jesús, una y otra vez, con el Templo de Jerusalén: si no hubo un Templo judío en Jerusalén, ¿adónde, exactamente, llevaron los padres de Jesús a su hijo al nacer? ¿Y de dónde expulsó Jesús a los comerciantes y a los cambistas?

¿Quiere decir entonces que todos los argumentos palestinos son falsos y todas las afirmaciones sionistas son correctas? Claro que no. Pero con todo el respeto que le cabe a la sensibilidad árabe, existen también los hechos.

Basharat también se equivoca -y confunde a los demás- en su descripción de la aceptación de la Partición por parte del movimiento sionista y el poblado judío. Escribe que «hasta la creación del estado, hablar de la partición del territorio era una especie de herejía». Es sencillamente falso. Y tampoco esta repetición del «hecho alternativo» lo convierte en verdad histórica. Desde las recomendaciones de la Comisión Peel, que en 1937 elevó por primera vez al orden del día la idea de la partición, el tema se convirtió en la piedra de conflicto más amarga dentro del Movimiento Sionista. No solo los revisionistas se oponían furiosamente a toda idea de partición: en la década transcurrida entre 1937 y 1947, fue el principal foco de conflicto en el movimiento, que provocó la escición de Mapai en la Convención de Kfar Vitkin en 1942, y no les fue fácil a Weizmann y a Ben Gurión consolidar una mayoría dentro del Movimiento Sionista a favor de la Partición. Esta es la razón por la cual la Resolución del 29 de noviembre -que dejaba afuera de los límites del Estado judío a Jerusalén- fue aceptada al fin y al cabo con entusiasmo casi mesiánico en la Tierra de Israel  y en todo el mundo judío: habían hecho falta para ello muchos años de preparación del terreno.

Es difícil entender qué espera Basharat conseguir con una presentación tan distorsionada de lo que ocurrió en 1948: ¿de verdad cree que se puede convencer a los judíos israelíes de adoptar semejantes mensajes? Por el contrario, la sola repetición de estos hechos una y otra vez, no aporta en nada a la reconciliación entre ambos movimientos nacionales, y solo colabora con la derecha israelí en su argumento de que «no hay con quién hablar».

Una posición totalmente diferente del lado árabe es la que propone Salman Matzalja, en su artículo «Una misión para la izquierda» (Haaretz, 23.2). Matzalja llama a la izquierda judía israelí a luchar por el derecho de los palestinos a la autodeterminación frente a las posiciones de la derecha nacionalista-religiosa en Israel, y no hay mejor forma de formularlo que la que formuló en su artículo. Para fortalecer su argumento, Matzalja vuelve a recordar hechos que ambas partes vociferantes del diálogo israelo-palestino ya casi olvidaron. Recuerda que la izquierda árabe apoyó en 1947-1948 la Resolución de la Partición, y condenó el ataque de los países árabes al Estado de Israel, y cita varias expresiones del diputado Tawfik Tubi, a la sazón uno de los líderes del Partido Comunista Israelí (Maki).

En honor a la exactitud debemos subrayar que la posición de Maki en favor de la Partición y la creación de un Estado judío junto a un Estado árabe no provenía básicamente de una decisión de la «izquierda árabe», sino del hecho de que la URSS había apoyado la Resolución, y Maki -como todo otro partido comunista en el mundo, incluidos los de los países árabes- se alinearon con ella. Es difícil imaginar hoy que comunistas árabes fueron arrojados a la cárcel en países como Egipto y Siria por oponerse a la invasión árabe contra el Estado de Israel.

A favor de los líderes de Maki (tanto árabes como judíos) se debe atribuir su apoyo a la Partición, no a razones estratégicas sino a su modo de enfrentar la base misma del conflicto. Matzalja trae declaraciones de Tubi en un acto en París en los festejos del primer Día de la Independencia de Israel, y que se publicaron luego en el periódico del partido, «La voz del pueblo«. Conviene repetir sus dichos, para saber que alguna vez hubo aquí una voz árabe diferente. «Les agradezco desde el fondo de mi corazón esta oportunidad de festejar aquí (en París) esta noche, tal como lo hacen mis compatriotas en la patria, el primer aniversario de la creación del Estado de Israel», dijo Tubi, y agregó que se trata de la celebración «de la victoria del principio de autodeterminación del pueblo judío en Eretz Israel». Matzalja nos recuerda luego, también, un discurso que ofreció Tubi en la Knesset en diciembre de 1948, en el que advirtió del peligro de un nuevo ataque árabe contra Israel, y anunció que si ocurre tal ataque, él y sus camaradas lucharán «hombro con hombro con las masas del pueblo judío por la independencia y soberanía del Estado de Israel».

Sí, hubo una vez una izquierda árabe con valores universales, que defendía el derecho de los palestinos a la autodeterminación, pero que también aceptaba explícitamente el derecho a la autodeterminación del pueblo judío. En sus palabras brillaba la chispa de la promesa de posibilidad de reconciliación entre ambos movimientos nacionales: es difícil imaginar dichos parecidos de boca de diputados de la Lista Árabe Unificada hoy en día.

Parte de la tragedia común a nosotros y a los palestinos es que la izquierda israelí apoya el derecho de autodeterminación de ambos pueblos, pero lo que se denomina izquierda árabe palestina derrapó en parte, si no en su mayoría, al nacionalismo árabe. No guardo nostalgia por Maki, pero no se puede negar que aportó mucho a que los árabes israelíes pudieran ver a Israel como su país, aun en horas difíciles para su pueblo y sus familias. Si hoy existieran voces similares en el liderazgo del sector árabe de Israel, y si personalidades como Basharat adoptaran hoy en día posturas similares, habrían buenas posibilidades de una conciliación histórica entre ambos movimientos nacionales.

*Shlomo Avineri es politólogo e historiador de filosofía política, en especial de socialismo y sionismo, Profesor Emérito de Ciencia Política de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Premio Israel a la Ciencia Política, 1996.

(Traducción: Marcelo Kisilevski)

 

Obama y Kerry: el «legado»

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Por Marcelo Kisilevski

Dado que el no veto norteamericano en la resolución del Consejo de Seguridad y el discurso de John Kerry no son útiles a la paz, a este cronista le queda una sospecha irónica para intentar adivinar las verdaderas intenciones de la Administración saliente.

Hay dos planos en el discurso final del Secretario de Estado norteamericano John Kerry, ayer. Uno es el del contenido y otro es el del andamio político/tono/química/timing. En el plano del contenido, nada nuevo. Primero, los principios de la Administración Obama para el arreglo del conflicto entre Israel y los palestinos, que ya vienen de su intento de mediación de nueve meses: 1) Retirada israelí a los límites de 1967 con intercambio de territorios. 2) Dos estados para dos pueblos. 3) Solución justa para los refugiados palestinos. 4) Jerusalén, capital de los dos estados, sin dividirla nuevamente. 5) Necesidades de seguridad de Israel deben ser garantizadas, pero fin a la ocupación.

Segundo, en ese mismo plano del contenido. Kerry echó las culpas sobre Israel, «el gobierno más derechista que supo su historia» y dijo que la política de asentamientos «lleva a un solo estado, que no podrá ser judío y democrático a la vez». Pero Kerry no habló de la intransigencia palestina. Existe una responsabilidad de la parte débil en el conflicto, y Kerry solo habló de «incitación y violencia», a la que debe ponerse fin, pero no dijo quién es el responsable por esa incitación, que ocurre de modo brutal en la calle, en las instituciones y en las redes sociales del lado palestino. Tampoco mencionó que la Autoridad Palestina rechazó todas las propuestas de Israel en 2000, en 2008 y la última: la del propio Kerry en 2014, que planteaba lo mismo que dijo ayer. Y lo que es peor: los palestinos nunca ofrecieron ninguna propuesta en lugar de su rechazo. Rechazo y punto. A veces peor: rechazo y violencia. Así no me enseñaron a negociar. Lo cual hace sospechar de la agenda oculta de los palestinos: ¿de verdad buscan dos estados para dos pueblos?

Pero volviendo a Kerry, también agregó que EEUU no fue el que impulsó la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que declara ilegales los asentamientos judíos en Cisjordania.

El problema básico de esa resolución es que el Consejo de Seguridad de la ONU representa el lado jurídico de las relaciones entre los países del mundo, y no puede ser convertido en un foro político cualquiera, como sí lo puede ser la Asamblea General o el Consejo de Derechos Humanos. Las resoluciones del Consejo General son vinculantes. Si bien esta no ordena el desmantelamiento de las colonias ni ordena sanciones, abre ahora las puertas para eventuales acciones concretas contra Israel, por ejemplo demandas en la Corte Internacional de La Haya por supuestos crímenes contra la humanidad, que ahora estarán basadas en este precedente. EEUU era un dique contra este abaratamiento del Consejo General.

Porque lo cierto es que los asentamientos pueden ser injustos, incorrectos, hasta inmorales y no conducentes a la paz. Incluso estratégicamente estúpidos. En ese plano podemos estar de acuerdo. Lo único que no se puede decir de las colonias, en cambio, es que sean «ilegales».

Pues la ocupación, jurídicamente hablando, ocurrió en Sinaí. Allí existía soberanía previa egipcia. En ocasión de los acuerdos de Camp David, Israel devolvió el Sinaí a Egipto a cambio de reconocimiento y paz. También, mal que les pese a algunos israelíes, existe ocupación en el Golán, y cuando haya paz con Siria -a este paso no se sabe cuándo- se deberá devolver el Golán a Siria, o rentárselo por 99 años tipo Hong Kong.

Pero en Cisjordania y Gaza no había soberanía previa palestina ni de nadie. Existen solo dos territorios en el mundo sin soberanía alguna: la Antártida y Cisjordania-Gaza. Es la ley internacional. Jordania había anexado unilateralmente ese territorio luego de la guerra de 1948 (lo hizo formalmente en 1950, para más datos), una anexión no reconocida internacionalmente -como tampoco es reconocida la anexión israelí del Golán y de Jerusalén Oriental- y la «desanexó» en 1988 cuando la declaración virtual de independencia por Arafat desde Túnez. Por eso, se puede apoyar la entrega de los territorrios a los palestinos, pero no hay devolución. 

Y por lo tanto, no hay ocupación. La hay, ciertamente, en el tipo de relación generada entre el ejército y los habitantes palestinos, pero no en el de la ley internacional. Debe terminarse, claro, pero en el plano de la política. Pues si nos quedamos en lo jurídico, los israelíes tienen tanto derecho a construir casas en los territorios como los palestinos, pues el status jurídico es el de territorios en disputa.  Ese es el plano jurídico, en el que debe moverse el Consejo de Seguridad de la ONU. El carácter de ocupados, para referirse a los territorios, es una calificación política con la que coincide la llamada «comunidad internacional».

El error de EEUU, por lo tanto, fue dejar que el Consejo de Seguridad abandonara sus funciones de resguardo de la ley internacional y dejarse arrastrar a lo que «la comunidad internacional considera».

¿Qué buscan estos muchachos?

Ahora bien. En el plano del contexto político: ¿ese es el legado de la Administración Obama en política internacional? A menos que haya otro discurso de una hora y once minutos de John Kerry para cada conflicto en el mundo en el que EEUU metió mano -en general mal- este debía ser el discurso de cierre que resume su gestión. ¿Cuántas horas debió hablar Kerry de Rusia, con sus invasiones a Georgia, a Crimea, a Siria? Quizás quiso centrar los «éxitos» de su gestión solo en el Medio Oriente. Aquí, el rey está más desnudo aun, pues lo que dijo durante tantos minutos no logra ocultar, al contrario, lo que no dijo: el fracaso estrepitoso de EEUU en todos y cada uno de los países donde ocurrieron las mal llamadas «Primaveras Árabes». Si se dedica una hora y once minutos al conflicto inmobiliario entre Israel y los palestinos, ¿no debería dedicarse varias horas más a Egipto, con el negligente proceso de caída de Mubarak, la debacle con el gobierno de la Hermandad Musulmana y el golpe de A-Sisi, miles de muertes mediante? Por no hablar de Siria, donde huelgan las palabras. El lector haga la cuenta de cuántas horas debería hablar Kerry de Siria.

La pregunta que queda, es qué busca la Administración Obama con su cambio radical de política hacia Israel, más que salir con una imagen de «buscadora de la paz». No se trata de «abrochar» a la entrante Administración Trump con hechos políticos consumados. Este novato de la política es tan novato, que nada puede atarle las manos. No se sabe si jugará a favor de Israel -o de su actual gobierno- o en contra. Trump es muchas cosas, pero previsible no es una de ellas. Tampoco se trató de «ablandar» a Netanyahu: era de prever el ataque de histeria que invariablemente habría de padecer Bibi, y del antagonismo y mayor endurecimiento que la actitud norteamericana provocaría en el gobierno israelí.

Por eso, dado que su acto de cierre es cualquier cosa menos útil a la paz, lo que queda a este cronista, es una sospecha sarcástica: ¿habrá sido un acto de marketing de Obama y Kerry de su nueva profesión como conferenciantes en universidades y foros internacionales, por suculentas decenas de miles de dólares la pieza, acerca de cómo se hace la paz en Medio Oriente?  Se abre el remate.

 

LEY DEL MOAZÍN, O: LA PAX RUIDOSA

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Aldea árabe israelí en la Galilea.

Por Marcelo Kisilevski
 
La propuesta de «ley del moazín», aprobada por el gabinete israelí y que busca bajar el volumen de las llamadas a los musulmanes a rezar por parte del moazín desde los parlantes de las mezquitas, fue trabada antes de ser elevada a su tratamiento por la Knesset.
 
La propuesta de ley desató una ola de protestas en el mundo musulmán, denunciándola como un ataque a la libertad de cultos en Israel. Los políticos y habitantes de algunos poblados judíos aledaños a poblados árabes explicaron que el ruido era demasiado fuerte y que perturbaba la calma de sus propios poblados, cuyos habitantes judíos tienen también libertad de culto. Cabría recordar que la libertad de culto conlleva también la libertad de no culto.
 
Cabría mencionar también el argumento que ya flota en el aire de los defensores de Israel: ¿a este país le quieren enseñar libertad de culto? ¿Los musulmanes? ¿De verdad? Intente usted, señora, señor, hacer sonar las campanas de su iglesia de pueblo chico en cualquier aldea árabe y salir cantando villancicos de Navidad por sus calles a viva voz, o construir una nueva iglesia en cualquier país del Medio Oriente que no sea Israel. 
 
Todo eso es cierto. No por nada los musulmanes israelíes y del exterior ya amenazaron con una Tercera Guerra Mundial religiosa si se aprobaba la ley. De protestar con pancartas en Plaza Rabin ni hablar. Incluso podría ser una manifestación molesta pero creativa, con todos los musulmanes con megáfonos llamando a la plegaria,  aturdiendo por unas horas a los habitantes de Tel Aviv. Los medios del mundo cubrirían gustosos el evento. Pero no, guerra y listo. Estos muchachos no se la van con chiquitas.
Pero lo más divertido de este caso es otra cosa. ¿Quién trabó finalmente la propuesta de ley? ¿Quién vino en ayuda de los musulmanes atribulados por una propuesta de ley que, admitamos de todos modos, tenía un tufillo autoritario?
 
Por un lado, el ministro del Interior, Arieh Deri, líder del partido ortodoxo sefardí Shas. Dijo, con razón, que no hace falta una nueva ley, porque ya hay regulaciones contra el ruido en la vía pública, todo lo que hay que hacer es aplicarlas, y esta nueva propuesta de ley no hará más que provocar sin necesidad.
 
Por otro lado, el ministro de Salud y diputado por el partido ultraortodoxo ashkenazí Yahadut Hatorá, Yaacov Litzman, preocupado porque la ley también haría callar los parlantes que, en los poblados y barrios religiosos judíos, anuncian la llegada del Shabat. Litzman presentó un amparo, y la propuesta estará encajonada hasta su resolución.
 
¿Será que la paz está por llegar entre musulmanes y judíos, bajo el lema: «Religiosos bullangueros del mundo, uníos»?

Derechos humanos vs. Propaganda antiisraelí vs. Propuestas de ley problemáticas: separar la paja del trigo

 

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Ilana Dayán, acusada de cooperar con una «campaña orquestada de demonización de la izquierda israelí». Atrás, Ezra Nawi, de la organización Ta’ayush.

Por Marcelo Kisilevski

Hace ya un par de semanas la discusión en Israel hierve en torno a la nota en el programa Uvdá («Hecho probado») de la periodista de investigación argentina-israelí Ilana Dayán. En su última edición, Dayán reveló que un activista de izquierda entregaba a la Autoridad Nacional Palestina a palestinos que vendían terrenos a judíos en los territorios de Cisjordania. Según la ley de la ANP, tal venta se pena con la muerte, y ya han sido muchos los ejecutados, previa tortura. De lo que resulta que un militante de derechos humanos que lucha por la causa de los palestinos, envía palestinos a la tortura y la muerte. Los miembros de la izquierda se despegaron de las actividades de este señor, llamado Ezrah Nawi, pero al mismo tiempo criticaron el programa Uvdá como parte de una «campaña de deslegitimación y demonización de la izquierda en Israel».

Parte de esa campaña incluye la nueva propuesta de «ley de transparencia», que determinaría que hay que «marcar» a organizaciones pacifistas que reciben fondos de entidades estatales extranjeras (a veces son estados, otras son entidades supraestatales como la Unión Europea), para hacer lo que el gobierno considera que es propaganda de deslegitimación de Israel. En este tema se han llegado a extremos desde todos lados, y es importante separar varias pajas de varios trigos.

No es serio en una democracia como la israelí intentar «marcar» a organizaciones de izquierda que reciben fondos de gobiernos extranjeros. Si el gobierno francés o el español, o la Unión Europea, financian a Shovrim Stiká (Rompemos el Silencio), la acción gubernamental, por la vía diplomática, debe estar dirigida hacia esos estados, no a ejercer una presión estilo «shaming» contra Rompemos el Silencio. Llegar a una situación donde mucha gente bien intencionada llama a prohibir la actividad en Israel de Amnistía Internacional, probablemente la organización de derechos humanos más veterana y seria del mundo, solo porque está financiada por donaciones no israelíes, es una situación no sana, provocada por fenómenos tampoco sanos.

Pero relativizar las acciones de Nawi, blanqueándolas por default al inscribir su denuncia en una «campaña», no hace honor al respetable y enorme sector de la sociedad israelí que defiende los derechos humanos y que busca sinceramente una mejora en la vida de los palestinos en los territorios, que lucha por la coexistencia y la paz bien entendidas.

Sigamos con el diagnóstico. Rompemos el Silencio es una organización de ex soldados y oficiales del ejército israelí que recorren instituciones, tanto en Israel como en el exterior, describiendo las cosas «inmorales» que les hicieron hacer en el ejército cuando servían en los territorios de Cisjordania. En un video de la organización se ve a niños de unos  diez años cuya madre los había enviado a comprar pan, retenidos en una esquina de Hebrón. Los jóvenes de Rompemos el Silencio preguntan a los soldados qué hicieron estos niños para que los retengan. «Se olvidaron el documento de identidad en casa, estarán aquí hasta que los familiares vengan por ellos con los documentos», fue la respuesta. «Pero son niños, iban a comprar pan. ¿De qué manera amenazan la seguridad de Israel?», insisten los militantes pacifistas. «No tenemos la culpa, son nuestras órdenes», respondieron los soldados, ellos mismos jóvenes de veinte años que solo esperan el fin de semana para volver a casa, ayudar también a sus madres y salir con sus novias. Conclusión de los hacedores del video: «Esta es la ocupación: una situación imposible en la que nadie parece tener la culpa de nada».

Hasta aquí, un espectador inocente no ve el problema con Rompemos el Silencio. A mí personalmente no me parece mal que se llame la atención sobre hechos derivados de reglas del juego impuestas por una realidad que mezcla terrorismo, política nacional e internacional, y vida cotidiana de habitantes civiles de uno y otro lado. No debería haber una situación en la que niños fueran retenidos por militares. No debería haber niños siquiera en contacto con soldados. Los niños deberían estar en la escuela, en los parques, en sus casas. Los soldados deberían estar en sus cuarteles o en campos de batalla. Está bien señalar que estas situaciones son anormales. Incluso no tengo problema con que la conclusión sea llamar al fin de la «ocupación» y la creación –de una vez por todas- de un Estado palestino que viva al lado de Israel en paz y buenas relaciones. Por el bien de los palestinos, pero también por el bien de los israelíes, para que no se vean más en la posición de tener que retener gente, o entrar en casas de palestinos en busca de terroristas, o hacer esperar a los palestinos horas en los checkpoints.

Principio falaz

El problema es cuando el mero «fin de la ocupación, dos Estados para dos pueblos» no es la conclusión de las organizaciones de izquierda cuyo marcamiento intenta la ministra de Justicia Ayelet Shaked legislar, sino la destrucción de Israel.  De nuevo, me parece problemático esto de «marcar» organizaciones financiadas desde el exterior (que las hay de izquierda y también de derecha), cuando Israel se esfuerza por enseñar al mundo que está mal «marcar» productos de los territorios o israelíes en general con fines de boicot. Aquí cabría esperar de una Ministra de Justicia israelí un poco más de coherencia.

Pero, ¿qué hacer cuando algunos líderes de estas organizaciones llegan a la siguiente conclusión, no menos problemática, antidemocrática y violadora de los derechos de los pueblos, en este caso el judío? «Dado que Israel comete estas atrocidades, que son las más graves que conozca la humanidad, Israel es un país ilegítimo que debe ser desmantelado». ¿De verdad?

En la era de las decapitaciones de ISIS, del genocidio en Siria, o, aquí más cerca, las ejecuciones de Hamás de colaboracionistas o las de la «moderada» ANP, que ejecuta a particulares palestinos que osan vender terrenos a judíos, la presencia del ejército israelí en Cisjordania no puede ser llamada seriamente «atrocidades más graves que haya cometido la humanidad», o llamar a Israel un «régimen nazi temporario», y esperar que eso suene a una progresista, pacífica y bondadosa expresión de deseos.

El problema de la izquierda es que algunas de sus organizaciones o sus líderes, en principio pacifistas y sinceros defensoras de la coexistencia, se están deslizando peligrosamente por el camino del llamado a la destrucción de Israel, lo cual implica una incitación a la violencia extrema, no a la paz.

Lizi Saguí, ex alta dirigente de B’Tselem, una organización que monitorea la construcción de viviendas en los territorios y los problemas de la Cerca Separadora o «Muro», entre otros, dijo sin avergonzarse que «Israel provoca las atrocidades más grandes de la humanidad. Israel demuestra su adhesión a los valores del nazismo». La echaron de B’Tselem, pero consiguió empleo en otra ONG, la Fundación de Defensa de Derechos Humanos». La directora ejecutiva de esta ONG, Alma Bibelsh, definió a Israel como «racista y asesino», y un «Estado Apartheid judío y temporario».

En estas declaraciones, recopiladas en Yediot Ajaronot por Ben Dror Iemini, Biblesh da un paso más allá cuando llama a la «lucha de israelíes, palestinos y la comunidad internacional contra el régimen israelí». Y la lucha no es por la autodeterminación de todos los pueblos involucrados en el conflicto, ni por un Israel más justo y democrático, sino «por el fin de la ocupación entre el Jordán y el Mediterráneo».  O sea, Tel Aviv y Raanana son territorio ocupado igual que Ramallah. Iemini es irónico: «Y entonces nos irá genial bajo un gobierno palestino. Como la maravillosa armonía y hermandad entre los pueblos que reina en Siria».

El problema sigue. Los jóvenes de Rompemos el Silencio no se limitan a hacer videos de advertencia sobre soldados que retienen niños en su camino a la panadería (¡terrible atrocidad!). Otra periodista del mismo diario, Ifat Erlich, reveló que uno de sus más altos miembros, Alón Liel, recorre el mundo llamando al reconocimiento de Palestina como Estado. Liel sabe que esa búsqueda de la ANP por el mundo incluye el «derecho al retorno» de todos los refugiados palestinos, que es el fin de Israel como expresión del derecho a la autodeterminación del pueblo judío, y expresa el apoyo a la intransigencia palestina actual a seguir negociando sin precondiciones hacia dos estados para dos pueblos.

Rompiendo el Silencio recibe financiación de organizaciones como Trocaire, de Irlanda, que es una organización fuerte en el nuevo movimiento que viene sacudiendo la arena de la deslegitimación de Israel, el BDS (Boicot, Divestment, Sanctions), que llama al mundo a dejar de comerciar con Israel, a las universidades a dejar sin efecto acuerdos de intercambio académico con universidades israelíes, presiona a cantantes a no actuar en Israel, etc.  El BDS, menos conocido en América Latina, ya ha plantado una primera bandera firme en Chile. El BDS ha dejado hace ya tiempo de denunciar la ocupación, para llamar a la destrucción de Israel como un todo.

Llamar a la destrucción de Israel es antisemitismo

La paja del trigo: está bien criticar el manejo del ejército israelí en los territorios, en insistir a llamar al fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino. Eso es una opinión política, legítima de ser expresada en una democracia. Llamar directa o indirectamente a la destrucción de Israel como Estado judío, democrático y legalmente constituido, es incitar a la violencia y al genocidio. Es menos legítimo, es menos moral.

Es además antisemitismo, y debo explicarlo, ya que no se me conoce como un paranoico que grita «antisemitismo» ante cualquier crítica contra Israel.

Pues, ¿cuál es el principio que se desprende del llamado a la desaparición de Israel debido a sus injusticias? Suponiendo que Israel fuera exclusivo culpable del fenómeno de los refugiados palestinos, que hubiera habido limpieza étnica y un montón de falsificaciones históricas por el estilo, y que la ocupación fuera tan atroz que los palestinos se arrastraran desangrándose por las calles (cosa que está lejos de ocurrir), el silogismo intelectualmente honesto debería ser: «Todo país que, a la hora de su nacimiento o a continuación, ha perpetrado iniquidades contra otro colectivo humano, es ilegítimo y debería desaparecer». El problema:  prácticamente todos los estados modernos cumplen ese principio general. Piense cada lector en las razones por las cuales su propio país debería ser destruido de acuerdo con este principio. Sin embargo, del único país que se dice que, «dado que hizo tales y cuales cosas, debe desaparecer», es Israel. Cuando se inventa un principio y se sostiene seriamente que el único país que lo cumple es el Estado de los judíos –cuando a decir verdad es uno de los pocos que justamente no lo cumplen-, las preguntas acerca de las motivaciones antisemitas, por lo menos, deben ser formuladas.

Demos un solo ejemplo: en 1948, en tiempos de la creación de la India y Paquistán, catorce millones de personas pasaron entre un país y otro, expulsiones forzadas y genocidio mediante. La mitad de ellos, musulmanes, pasaron de la India a Paquistán; la otra, hindúes de Paquistán, tuvieron que trasladarse a la India. En el medio, dos millones de seres humanos fueron masacrados.

En la guerra de la Independencia israelí –según lo documenta el historiador Benny Morris en su libro 1948-, una guerra iniciada por el lado árabe con la agenda explícita de «evitar el nacimiento de Israel y expulsar a los judíos al mar», dejaron el futuro Israel –la mayoría huyendo por temor a la guerra, aunque en algunos lugares se registraron también expulsiones-, en cambio, unos 800.000 árabes (no se llamaban a sí mismos aún palestinos). 800 civiles fueron asesinados. Del lado israelí también hubo asesinados, 250 civiles, pues es parte de las lacras de toda guerra. Luego de la creación del Estado de Israel, la misma cifra aproximada de judíos fueron expulsados de todos los países árabes en represalia por la creación de Israel. Fueron refugiados por un día, a su llegada a Israel. Al día siguiente, Israel los ya los convertía en ciudadanos. Lo mismo ocurrió con los indios y paquistaníes, y nadie habla hoy de refugiados judíos, o de la India y Paquistán, cuyas cifras de muertos sí dan cuenta de un verdadero genocidio. Los países árabes, en cambio, no quisieron resolver el problema de los refugiados palestinos en sus territorios. En uno de ellos, Siria, se da hoy mismo un nuevo genocidio, y se han generado muchos millones de refugiados.

Pero nadie habla de los refugiados hindúes o paquistaníes, ni de desmantelar Paquistán y la India por ilegítimos. Nadie habla de destruir a los países árabes por haber expulsado a los judíos en pleno siglo 20, ni de desmantelar Siria como castigo por perpetrar el primer genocidio del siglo 21. Por no hablar de que nadie habla de desmantelar Alemania por la Shoá, o Turquía por el genocidio armenio. Pero sí se habla de desmantelar Israel, el único Estado judío. ¿No suena raro? ¿No es extraño que, con tanta guerra e injusticia en el mundo, se haya instalado con fuerza creciente y se haya legitimado la discusión sobre el derecho de Israel, y solo de Israel, a existir? Ya lo dijo Woody Allen: «Que uno sea paranoico, no significa que no lo estén persiguiendo».

Que haya algunos que van por el mundo pregonando que Israel, uno de los pocos países creados por votación internacional, es un estado ilegítimo, sean israelíes y judíos, no los convierte en menos antisemitas.  La izquierda sionista israelí, una de las más lúcidas del mundo, debería hacer un serio ejercicio de separación entre paja y trigo, y despegarse clara y enérgicamente de las «malas hierbas» en su interior, en lugar de blanquearlas retrucando con que se trata de una «campaña de demonización de la izquierda». Porque si esa es la lógica, tendrán que dejar de denunciar a fenómenos de ultraderecha como «Tag Mejir» y el terrorismo judío, pues eso podría ser catalogado como campaña contra toda la derecha religiosa sionista.

No hay fórmulas mágicas para combatir la deslegitimación de Israel. A las campañas antiisraelíes, que tienen todos los rasgos del antisemitismo (ver nota anterior sobre el tema), habrá que responder con campañas de concientización, utilizando incluso lo mejor de las técnicas de comunicación, de diplomacia y de lobby frente a los gobiernos que creen que contribuyen a la paz cuando financian organizaciones que llaman al boicot y la destrucción de Israel. Legislar «transparencias» por imposición, en cambio, no es útil. Al contrario, puede traer más daño y más división.

El aggiornamiento palestino: ya tienen su Wikileaks

FacturaAbbas

Factura por US$ 50.000 a nombre de Yasser Abbas.

Los palestinos cuentan con su propia versión de Wikileaks. Una página de facebook palestina publicó documentos comprometedores de la corrupción de varios funcionarios de la Autoridad Palestina. Según estos documentos, varios altos funcionarios palestinos solicitaron sobornos para cubrir gastos propios o de sus allegados. Entre los implicados en esta filtración embarazosa se encuentra nada menos que Yasser Abbas, hijo del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Yasser habría adquirido apartamentos en un lujoso complejo edilicio en Ramallah. Este Wikileaks palestino incluso publicó un recibo por 50.000 dólares a su nombre. Otro funcionario obtuvo dinero público palestino para solventar los estudios universitarios de su hija en Jordania. La revelación de corrupción despierta la ira de los palestinos de la calle, sobre trasfondo de la crisis económica que afecta a la Autoridad Palestina. Otro alto funcionario palestino confirmó a la agencia Associated Press que se trata de documentos verdaderos. La página de Facebook lleva por nombre: «Mahmud Abbas no me representa».

Ex ministro del Hamás, hazmerreír de la red

UNWatch

Bassam Naím, ex ministro de Hamás, entendió mal esta caricatura cuando, para denostar a Israel dijo que ésta demostraba que Israel es el máximo violador de derechos humanos del mundo. Así lo posteó en su cuenta de Twitter, quedando en extremo ridículo. La caricatura busca ironizar con la situación inversa: mostrar la incompetencia de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU al ocuparse casi exclusivamente de Israel, en comparación con lo que sucede con países como Rusia, Siria, Norcorea, China, Sudán, etc., verdaderos paladines de la violación a los derechos humanos. Por no hablar de que el yerro es de un alto jerarca del Hamás. En fin.

La caricatura fue publicada en el marco del proyecto «The Israeli Cartoon Project», https://www.facebook.com/TTICP, destinado a elevar a la conciencia sobre estas contradicciones del mundo a través de caricaturas piolas, chéveres, etc. La info sobre Bassam Naím la levantó Ynet.

¿Qué preocupa a Israel del acuerdo EEUU-Irán?

Nueva era en la geopolítica mundial: ¿hacia dónde? Secretario de Estado John Kerry y Ministro de Exteriores iraní Muhamad Zarif sellan el acuerdo.

Nueva era en la geopolítica mundial: ¿hacia dónde? Secretario de Estado John Kerry y Ministro de Exteriores iraní Muhamad Yavad Zarif sellan el acuerdo.

Por Marcelo Kisilevski

El acuerdo firmado entre EEUU e Irán en torno al plan de desarrollo nuclear bélico de los ayatollahs no debería disparar reacciones automáticas a favor ni en contra, ni siquiera en Israel.

Los méritos del acuerdo pueden ser pocos, pero significativos, aunque probablemente se inscriben en un plano de largo plazo, un poco abstracto para aquellos que viven en casas dentro del rango de tiro de los misiles Shihab persas, capaces potencialmente de portar ojivas nucleares.

Pero después de treinta y cinco años de enemistad total entre el “Gran Satán” e Irán se ha abierto un canal de diálogo entre este país y el Occidente al que tanto dice odiar. No es poca cosa para un país de corte islámico chiíta, que se ve como portaestandarte de una minoría milenariamente perseguida, largamente colocada entre la espada y la pared. A partir del acuerdo, Irán se puede sentir menos acorralado, más escuchado, menos necesitado de afilar las zarpas.

Irán, además, tiene ahora lo que perder si no cumple su acuerdo. Especialmente en lo que refiere a su economía: 150 mil millones de dólares fluirán directamente a sus alicaídas arcas, y servirán, no solo para seguir bancando sus guerras extranjeras sino para que la angustiada calle iraní pueda dejar de consumir únicamente productos chinos. En el plano interno, fueron las sanciones y sus efectos en el consenso a favor de la Revolución Islámica lo que trajeron a Irán a la mesa de negociaciones.

En un plano geopolítico, Occidente le acaba de decir a Irán que tiene voz e importancia en los procesos mesorientales y mundiales. Eso también es un activo para un país que busca tanto la hegemonía en Medio Oriente como la relevancia y la atención mundiales. Si lo analizáramos psicológicamente como a una persona, llamémosla Imán Alí Jamenei, verdadero mandatario de Irán, deberíamos decir también, el afecto mundial. El perseguido líder no querrá perder tampoco eso.

¿Conteniendo la nueva Guerra Fría?

En el mismo plano, en un contexto en el que se predibuja una nueva proto guerra fría, el acuerdo le coloca paños fríos, al menos por el momento. En efecto, en los últimos años parece perfilarse un nuevo dibujamiento bipolar de las relaciones internacionales. De un lado EEUU y Europa, Israel, todos los países árabes sunitas. Del otro, Rusia, Irán, la Siria todavía bajo la elite alawita, China oteando desde la lejanía económica, algunos países latinoamericanos.

Este dibujamiento tendría dos atenuantes. Por un lado, a Rusia no le dan todavía los números para volver por sus fueros como super potencia, luego de la debacle económica de la Guerra Fría, de la que todavía no se ha recuperado. No puede aún, pero quiere. Sus intervenciones en Georgia y Ucrania, sus amenazas a quienes osen coquetear con el bloque europeo, su exitosa intervención contra un ataque norteamericano en Siria que era inminente, son solo algunos de los pasos dados en esa dirección.

Como segundo atenuante, no se trataría de bloques impermeables, no hay aquí -siempre hasta nuevo aviso- una “cortina de hierro”. Rusia ha firmado últimamente acuerdos para la venta de armas a países árabes, supuestamente en el bando norteamericano. Y EEUU “se habla” con Irán.

Si no queremos volver a una realidad que en varios think tanks de Occidente comienza a ser vista como la “Segunda Guerra Fría”, el acuerdo EEUU-Irán pareciera neutralizar las hostilidades en ciernes. Esto a su vez tiene su reparo: una de las razones para el acuerdo es poder despejar energías para la hostilidad que ambos países comparten contra lo que ya parece ser un tercer polo, indomable tanto para Occidente como para el bloque “pro ruso”: ISIS y sus símiles.

EEUU detesta a ISIS por islamistas radicales desprendidos de Al Qaeda, que infrigiera a los norteamericanos el peor atentado terrorista de su historia. Irán los odia por sunitas. De modo surrealista, allí, en los desiertos de Siria e Irak, ambos pueden formar un frente común.

Además, tanto para EEUU como para Rusia, el nuevo paradigma que instala ISIS es el de pequeños ejércitos que desmembran o ponen en jaque a países establecidos y reconocidos que son parte de la ONU, y es un desafío al que tendrán que dar respuesta. ISIS controla un territorio con diez millones de personas a las que gobierna efectivamente: servicios, impuestos, leyes y comercio internacional, en especial de petróleo en el mercado negro. El Califato, si bien sus fronteras no están fijadas definitivamente, es una realidad, y tanto el bloque norteamericano como el ruso tendrán que rascarse mucho la cabeza para decidir qué política seguir frente a ella. Si la realidad dicta que Siria e Irak ya no existen como los conocíamos, ¿deberá el mundo reconocer al nuevo país? ¿O deberán salir a una guerra total, regidos por el principio de defender a países miembros de la ONU de su desaparición, como lo hizo EEUU frente a la desaparición de Kuwait en 1991?

En este contexto, el acuerdo entre EEUU e Irán busca neutralizar al menos uno de los frentes, reduciendo los decibeles de la inestabilidad mundial, aunque más no sea en el estado de ánimo de la Casa Blanca.

Los reparos de Israel

Si todo esto es así, ¿qué coloca a todo Israel al borde de un ataque de nervios?

Lo primero que llamó la atención en el plano interno israelí fue que, en lugar de condenar la arrogancia de su primer ministro y su negativa a alinearse con el acuerdo, puesto que es una realidad e Israel debiera confiar un poco más en su principal aliado y reparar la confianza casi destruida entre él y Obama, tanto la oposición encabezada por el centro-izquierdista Itzjak Herzog, como los principales medios de comunicación, que tradicionalmente exhiben posiciones de izquierda, esta vez corrieron a Netanyahu “por derecha”.

Herzog incluso se ofreció para iniciar una gira por EEUU para clarificar sobre los peligros de este acuerdo ya firmado, mientras puertas adentro condena el “colosal fracaso” de Netanyahu a la hora de evitarlo.

Yair Lapid, líder del partido Iesh Atid, que actuara como ministro de Economía en el gobierno anterior, embistió contra el juego solitario de Netanyahu: “Nunca dejó que el gabinete en pleno tratara el tema, quiso llevarse todo el crédito. Ahora que fracasó rotundamente, que se lleve toda la responsabilidad”, ataca furibundo en todos los medios posibles.

Los principales analistas de prensa también condenaron la gestión del premier, que no hizo más que crear antagonismos allí donde el sonriente mandatario iraní, Hassan Rohani, ganaba empatía. Pero sobre todo, cargaron las tintas contra el acuerdo en sí.

Pues bien. La preocupación israelí a raíz de este acuerdo se inscribe en dos planos: la capacidad nuclear iraní en sí, y su renovado apoyo al terrorismo internacional.

En el primer plano, el acuerdo convierte a Irán en un “país umbral”, con capacidad para dar un salto a potencia nuclear, con un año de anticipación como máximo, en el momento que decida, ya sea porque quiera violar el acuerdo, ya porque crea que éste no es más relevante, porque considere que Occidente lo ha violado antes, o porque sencillamente caduque al cabo de los años estipulados.

Además, durante los quince años que dure el acuerdo, Irán se convertirá en la niña mimada de los mercados internacionales y será difícil, por no decir imposible, restituir el régimen de sanciones que, de por sí, amenazaba con colapsar. Ya ahora se están firmando preacuerdos entre Irán y numerosos países necesitados del crudo iraní y de su gran mercado, y será muy difícil echarse atrás del acuerdo, por ejemplo en caso de que el mismo no sea aprobado por el Congreso en Washington.

A Israel le preocupa también el hecho de que, más allá de la inspección prevista en el marco del acuerdo, nada se dice de la vigilancia a posibles desarrollos secretos que pueda realizar el régimen iraní. Es decir, ¿qué pasa si Irán viola el acuerdo? Ya en el pasado, incluso el mismo presidente Hassan Rohani se había jactado de cómo “enroscó la víbora” a Occidente en diversas instancias negociadoras. Ante ello, el Mossad israelí, encabezado por su entonces director, Meir Dagán, había sabido tejer alianzas con la CIA, el MI-6 inglés y el BND alemán para investigar y sabotear el programa nuclear iraní a diversos niveles, para cuanto menos ganar tiempo. La sensación en la comunidad de inteligencia es que, con el acuerdo, Israel ha sido dejado solo en ese campo, como también en el de un eventual ataque militar llegado el caso.

Los «agujeros» del acuerdo:

Según lo resume el periodista Ron Ben Ishai en Ynet:

1) Irán no cesa: Irán podrá continuar desarrollando centrífugas avanzadas, con lo cual el lapso de enriquecimiento de uranio se reduce signficativamente.

2) La inspección en instalaciones desconocidas debiera ser «en todo momento y en todo lugar». En los hechos, las potencias y la Agencia de Energía Atómica deberán avisar a Irán de sus visitas y entregar a Irán pruebas de sus sospechas, es decir: información de inteligencia.

3) Desgaste: el aparato de arbitraje ante cada denuncia de violación es demasiado complejo, y puede llevar meses o años.

4) La central de Fordo continuará funcionando, con sus centrífugas girando en falso hasta que se decida en contrario. Está entre montañas, muy difícil de bombardear.

5) Misiles: Irán podrá seguir desarrollando misiles navegables con un alcance de miles de kilómetros.

6) Después del acuerdo: no queda claro qué impedirá a Irán reiniciar a toda velocidad su carrera hacia la bomba al cabo de los 15 años como máximo que dure el acuerdo.

Irán redoblará su principal exportación: el terrorismo

El segundo plano preocupa todavía más a Israel. El acuerdo comienza por el descongelamiento automático de 150 mil millones de dólares de fondos iraníes que habían sido congelados en bancos del exterior. Ahora, Irán recibirá una inyección colosal de fondos, parte de los cuales serán canalizados hacia la financiación del terrorismo.

Irán ya ha declarado que el acuerdo se refiere solamente al área nuclear, y que, por lo tanto, todo el resto de su política exterior permanece intacto. Y ello incluye la financiación de los grupos terroristas que atenazan a Israel, Hezbollah desde el Líbano y Hamás en Gaza. Ya durante el régimen de sanciones Irán se las había apañado para armar con decenas de miles de cohetes, pertrechos bélicos y entrenamiento profesional a lo que llaman la “resistencia” contra Israel. El Estado hebreo se ha visto en serias dificultades para detener, con todo y bloqueo en Gaza, con todo e incursiones en la frontera sirio-libanesa o en el desierto sudanés, el contrabando de misiles iraníes. Ahora, dicen en Israel, con un Irán vuelto a enriquecer, será una misión imposible.

Irán ya ha puesto sus garras sobre cuatro países del Medio Oriente: Irak, Siria, Líbano y, últimamente, Yemen. No solo Israel manifiesta su nerviosismo frente al acuerdo sino, especialmente aunque sin hacer olas, los países árabes, comenzando por Arabia Saudita, que está interviniendo en Yemen contra las fuerzas chiítas apadrinadas por Irán, y Egipto, que recela de la influencia iraní en Gaza y, por extensión, en la Península del Sinaí.

Lo que viene

El gobierno israelí ve las gestiones de esclarecimiento contra el acuerdo iraní como un intento de “reducir daños”. Entre otros puntos, intentará que la opción militar contra Irán por parte de todo Occidente siga sobre la mesa, como forma de acicate a ese país para que no se le ocurra incumplir el acuerdo.

Estados Unidos por su parte, intenta desesperadamente tranquilizar a Israel, y ya esta semana ha comenzado un verdadero desfile de altos funcionarios de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la Secretaría de Defensa por Jerusalén. Entre bambalinas se negocia un paquete “consuelo” de ayuda militar, venta de aviones que antes habían sido negados, y la estrella del momento: bombas perfora-bunkers capaces de cavar más de 60 metros antes de estallar. Es decir, EEUU sabe que Israel tiene más de una hipótesis de ataque a Irán.

Pero por el momento, Netanyahu se niega rotundamente a negociar por el paquete de ayuda compensatoria, e incluso prohíbe a su Ministerio de Defensa y a su ejército presentar su “lista de compras” al Pentágono. Dar siquiera una apariencia de negociación podría significar una disposición israelí a resignarse al acuerdo.

En el marco de dos meses, el Congreso podría votar contra el acuerdo, lo cual estaría seguido por el veto de Obama, que sería más difícil, por no decir imposible de anular en el Capitolio. Durante estos dos meses, los esfuerzos israelíes por influir en la política norteamericana estarán a full. También Herzog y Lapid estarán allí.

Cuando el periodista de Yediot Ajaronot Najum Barnea le preguntó a un ministro israelí involucrado en la lucha contra el acuerdo, qué ocurrirá si los esfuerzos tienen éxito y el mismo es anulado, el funcionario hizo una pausa, como quien piensa en ello por primera vez.

“No está claro”, dijo el ministro, “quizás el parlamento iraní decida rechazar el acuerdo y correr hacia la bomba. Podría ocurrir que los iraníes decidan, como represalia, violar el acuerdo, pero solo en sus márgenes. El mundo levantará las sanciones, EEUU continuará con ellas. Será un enorme lío”.

Este lío, ¿será bueno para Israel?, insistió Barnea. El ministro no supo responder. “Una lástima”, concluyó el analista. “porque esta pregunta cumplirá un rol central en la lucha por la aprobación del acuerdo”.

Los congresistas norteamericanos querrán saber qué ocurrirá, qué hará Irán, qué hará la Administración y qué harán Israel, Rusia, China, Europa, cómo influirá el rechazo del acuerdo en la guerra en Siria, y si ello no arrastrará a EEUU a otra guerra en el Medio Oriente.

¿Y si la lucha termina en derrota para Netanyahu? ¿El generoso paquete que ahora Obama está dispuesto a ofrecer a Israel en ayuda militar, que le garantiza la superioridad militar en la región, no se reducirá? ¿Israel no arriesga demasiado en una guerra prácticamente perdida contra un presidente en ejercicio?

Fuentes norteamericanas creen ver que Netanyahu mira más allá de la gestión de Obama, que termina dentro de un año y medio, pues está convencido de que el próximo presidente será republicano y mucho más simpatizante con Israel. “Entonces, Bibi será recibido en la Casa Blanca como un héroe y todos sus pedidos serán satisfechos”.

Mientras tanto, el juego en torno al acuerdo EEUU-Irán consistirá en muchos entrevistados israelíes en los medios norteamericanos, un juego de “palo y zanahoria” de Obama a Bibi y, en la política israelí, el intento de la oposición de capitalizar el fracaso de Netanyahu en frustrar el acuerdo. Herzog ya ha desmentido enérgicamente los rumores de que ingresaría en la coalición bajo un gobierno de unidad nacional, y ha llamado a “reemplazar a este gobierno”.

Dos noticias que dividen

Por Marcelo Kisilevski

Las corrientes palomas contra el antisemitismo palestino. El gobierno israelí contra ultraortodoxos antirreformistas… que son parte del mismo gobierno. 

Alguien me dijo en un diálogo de pasillo: «Todo el mundo se está volviendo hacia los extremos». Tal vez el problema sea que no solo se está volviendo hacia los extremos, sino que no tiene problemas en expresarlo. La vergüenza es lo que está desapareciendo, y se agarra de los pelos con el concepto de «politically correct».

En Chile se encuentra la comunidad palestina más grande del mundo fuera del Medio Oriente, con 350.000 miembros. Hace pocos días, el embajador de la Autoridad Palestina en ese país,  Imad Nabil Djada, emprendió un ataque de neto corte antisemita cuando dijo que «en 1896 se reunió un grupo de intelectuales y asesores financieros para crear el Movimiento Sionista, con un justificativo: crear una patria para el pueblo judío. La verdad es que este objetivo tenía por fin proteger los planes de los judíos de dominar la vida de todo el mundo».

Se trata de una cita directa de los Protocolos de los Sabios de Sión, el panfleto apócrifo del siglo 19, que constituyó entonces la vía por la cual el antisemitismo pudo reencarnar cuando Occidente abandonó los mitos judeófobos medievales a raíz del Iluminismo, que los volvía obsoletos. De la judeofobia política a la darwiniana que trajeron los nazis hubo unos pocos pasos.

La organización estadounidense «Americanos por Paz Ahora», que apoyan a Paz Ahora en Israel, llamaron al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, a despedir a su embajador en Chile. «Expresiones de esa clase estimulan el odio y confieren legitimación a las mentiras antisemitas», dijeron en un comunicado.

Cuando una organización paloma como Paz Ahora tiene que salir al cruce de expresiones proferidas por el bando con el cual buscan el acercamiento, ese bando debe decidir para qué lado empujan sus velas. O bien llamarse a la reflexión -«el embajador no nos representa»- o bien sincerarse: «Sí, en realidad eso pensamos». Puede que no hagan ni lo uno ni lo otro. Será un signo de los tiempos.

Por estas playas israelíes las cosas no están mejores. El Ministro de Cultos, David Azulai dijo este fin de semana en una entrevista: «No quiero ser la primera persona en la historia del pueblo judío en reconocer a los reformistas. Los reformistas son una catástrofe para el pueblo judío».

El propio primer ministro Biniamín Netanyahu debió emitir una «reprimenda» contra el ministro de Cultos: «He dialogado con el ministro Azulai y le he recordado que Israel es el hogar de todo el pueblo judío».

Azulai intentó reducir daños: «Quiero referirme a mis palabras que fueron sacadas de contexto por factores de interés para provocar una fractura en el pueblo. Por supuesto que todos los judíos, aunque pequen, son judíos. Vemos con gran dolor el daño de la reforma en el judaísmo, que trajo el mayor peligro para el pueblo judío, que es la asimilación».

Las declaraciones de Azulai -que, recordemos, no es un rabino de barrio sino el Ministro de Cultos-, así como su «aclaración», provocaron la ira del Movimiento Reformista. El rabino de esa corriente, Guilad Kariv, dijo que «el hecho de que el ministro no retiró sus palabras es clara muestra de que el primer ministro no puede contentarse con condenar sus dichos. Esperamos que el premier ponga claro que no tolerará expresiones que deterioran las relaciones entre Israel y el judaísmo del resto del mundo».

El domingo último, 5.7.15, el gabinete votó a favor de anular la reforma a la conversión al judaísmo, que confería la potestad de la conversión también a las autoridades rabínicas municipales, ya no solo al Rabinato Central. Ello abría las puertas a conversiones no ortodoxas. Una de las condiciones para la reentrada de partidos ortodoxos a la coalición era esta anulación, a la cual Netanyahu tuvo que acceder para arañar los 61 escaños con que cuenta su gobierno en la Knesset.

 

Este es un gobierno de derecha, coaligado con la ultraortodoxia. Es lo que podía hacer Netanyahu si quería formar coalición. Ya hemos dicho que es un gobierno vulnerable, que navegará como una cáscara de nuez en un océano tormentoso, en las manos no solamente de los partidos menores en su coalición, sino de cada uno de sus diputados en la Knesset. Cada ministro y cada diputado tiene al premier tomado de sus partes pudendas, puede expresar lo que se le antoje y elevar las propuestas que se le ocurran.

Tengo malas noticias para el Movimiento Reformista: si quieren que algo cambie, en lugar de exigir al premier, en declaraciones sacarinadas, que «no tolere» los atropellos ultraortodoxos, deberán venir a Israel y dar batalla política. Mientras tanto, Israel se continuará manejando en el aspecto religioso -conversión, matrimonio, entierro- por la vía ultraortodoxa, y los ministros se seguirán expresando como los dueños de casa que son. Porque aquí no hay otros. Solo si los no ortodoxos atinan alguna vez a organizarse, esas serán buenas noticias.

Porque el mundo, si lo dejan, va hacia los extremos. Es un signo de los tiempos.

 

Israel, Gaza y el Mundo: Cuando Todo Aumenta

Por Marcelo Kisilevski

El islam radical aumenta la apuesta. El cinismo de Hamás a trepado a nuevos picos. El antisemitismo se ha quitado la máscara. La superficialidad en el análisis no conoció límites. La guerra de los números (de muertos) adquiere ribetes macabros. Crónica de un mundo que «va por más». 

En muchas manifestaciones, los motivos antisemitas directos se entremezclaron en los clásicos llamados a "parar la masacre". Los medios y los gobiernos no pueden quedar indiferentes al aumento del antisemitismo abierto.

En muchas manifestaciones, los motivos antisemitas directos se entremezclaron en los clásicos llamados a «parar la masacre». Los medios y los gobiernos no pueden quedar indiferentes al aumento del antisemitismo abierto.

Durante esta guerra se exacerbó todo. Los cohetes de Hamás llegaron más lejos. Más israelíes quedaron dentro del rango de tiro y millones debieron correr a los refugios. Hamás aumentó su apuesta casi hasta el final, y así aumentó también la reacción israelí.

El islam fundamentalista también fue más. La contienda no fue solamente contra Hamás: los políticos, los países árabes, los analistas, miran hacia el noreste, donde ISIS sólo ha comenzado su carnicería, y su marcha implacable hacia Siria, Líbano Jordania, Israel y también hacia Europa. Las banderas de ISIS ya han llegado al Viejo Continente. No por nada los países árabes no se pronunciaron esta vez, como era su costumbre, condenando a Israel por el ataque en Gaza. El contexto internacional se ha modificado, se ha amplificado.

Durante el último Ramadán, que terminó hace pocos días, organizaciones como ISIS en Irak, Jabat El Nusra en Siria, Boko Haram en Nigeria, mataron a 15.500 personas. En 2013 habían sido 8.000. Este fin de semana, ISIS conquistó una aldea de la etnia yazidi en Irak, y les dio dos opciones: conversión al islam o muerte. Al final fusilaron a sangre fría a 80 varones y secuestraron a 100 mujeres. Los muertos en Siria ya rozan los 200.000, entre ellos 1.800 palestinos de campos de refugiados. Sin embargo, sólo la muerte de 1.867 palestinos en Gaza a manos de Israel, fue calificada de «genocidio» por gente muy respetada en Occidente. El relativismo moral también alcanzó niveles de exuberancia.

Periodistas «apretados» y amenazados

Creció también la sofisticación de la táctica de Hamás de utilización de civiles en la contienda. Una vez que los corresponsales extranjeros salieron de la Franja, comenzaron a relatar lo que verdaderamente había ocurrido. Fueron publicadas las órdenes de Hamás a sus combatientes de mantener a la población en sus hogares: «El ejército israelí limita su fuego contra concentraciones de población civil», se lee en el documento de instrucciones a los cuadros. «Recomendamos utilizarlas con fines ofensivos. Disparar desde viviendas civiles es interés de Hamás puesto que potencia el odio contra Israel».

Los periodistas fueron «apretados» para que den una sola versión de los hechos, a saber: «Israel dispara deliberadamente contra civiles». Cuando un periodista de la India filmó desde su cuarto de hotel a una célula de Hamás disparando misiles de entre las casas, lo hizo murmurando: sabía que estaba arriesgando la vida. Muchos periodistas saben que no podrán entrar más en Gaza por estas revelaciones.

Medios respetados y no precisamente pro-israelíes, como New York Times, la mismísima Al Jezeera y la BBC de Londres, comenzaron a poner en duda las estadísticas hamásicas y a hacer las preguntas correctas, si bien sólo después de la retirada israelí de Gaza, cuando el daño en la opinión pública mundial ya estaba hecho.

El NYTimes analizó las cifras y las edades de los muertos de la lista entregada por «fuentes médicas en Gaza» pero controlada por Hamás con mano de hierro, y descubrieron que los hombres de 20 a 29 años (varones en edad de combatir), que son el 9% de la población general, constituían un tercio de los muertos. Ello implicó, por ejemplo, quitarles los uniformes a los cuerpos de los combatientes caídos y hacerlos pasar por civiles. En cambio, las mujeres y los niños menores de 15 años -menos propensos a empuñar un rifle- y que representan juntos el 71% de la población general, representan un tercio de los muertos. Es decir, con todo el dolor por la muerte de civiles no involucrados, no se puede llamar a eso «matanza indiscriminada». Algo bien diferente sucedió allí.

En el islam radical, la posibilidad de «ocultar la verdad en la defensa del islam» se llama «taqiyya», que es difinido como «disimulación, o dispensa legal, por la cual un creyente puede negar su fe o cometer otros actos ilegales o blasfemos, al verse en peligro significativo de persecución». En otras palabras, el islam prevé el uso de la mentira, pero sólo ante el peligro para la propia vida. El islam radical, con Hamás a la cabeza, ha llevado ese concepto a altísimos y macabros niveles de sofisticación.*

Cuando los «sionistas» eran los «judíos»

La cobertura de ciertos medios de comunicación también fue exacerbadamente militante. Un «poeta» palestino fue entrevistado por una radio sudamericana diciendo que los soldados caminaban entre la multitud palestina «buscando mujeres y niños», y cuando los encontraban «les disparaban en la cabeza». Los periodistas de la radio lo dejaron hablar sin siquiera repreguntar.

Es que la superficialidad del análisis también fue la estrella de este período. La lectura se redujo a un pensamiento moralmente escandaloso: «Murieron más palestinos. Ergo, Hamás tiene razón». Ese pensamiento, llevado a sus últimas consecuencias, daría la razón a Hitler: en los bombardeos de los aliados sobre Alemania murieron entre 400.000 y 600.000 alemanes civiles. Por los cohetes nazis sobre Londres, murieron 10 veces menos: 60.000.

También ha crecido el antisemitismo en el mundo, o por lo menos, ha aumentado el desembozo. A partir de la Segunda Guerra Mundial y la Shoá, el antisemitismo había quedado colocado en el freezer: ya no era políticamente correcto decir «yo soy antisemita», o «yo odio a los judíos» a excepción de los neonazis, por décadas alejados del mainstream occidental. No es que el odio hubiera desaparecido, sino que había quedado sublimado, recanalizado hacia «el judío entre los estados», Israel. De ello hemos tratado en un post anterior.

Pues bien: el «recreo» de siete décadas ha finalizado, y los antisemitas ya no tienen problema en identificar al odiado sionismo con los judíos. En Alemania se escuchaban gritos de «judíos (ya no ‘sionistas’) a las cámaras de gas». En Berlín, un hombre fue golpeado por usar kipá en la calle, y el embajador israelí en Alemania denunció que «están atacando judíos en la calle como si fuera 1938». En México se gritó «Fuera judíos de México», en París una sinagoga fue atacada por una horda neonazi y repelida por la juventud judía. En Toulouse, un hombre fue arrestado por lanzar bombas incendiarias contra un centro judío, periodistas mezclaron la palabra «judío» como sinónimo del demoníaco «sionista». En las manifestaciones en Londres, Hitler fue convocado y bendecido.

Es que también ha aumentado la claridad, el sinceramiento de todas las pasiones. El antisemitismo no había desaparecido, sólo estaba camuflado. Ahora ha recibido certificado de buena conducta, ha quedado en libertad, y se ha sincerado. La mayor parte de la humanidad, que en general se mantiene imparcial, cuando no indiferente, deberá ser advertida de que de eso se trataba, y deberán cuidarse de aquellos que llaman a la destrucción de Israel: estaban hablando de los judíos. Ahora queda más claro.

 

* Para leer un informe completo de USNews traducido al español: http://hatzadhasheni.com/las-mentiras-del-hamas-sobre-los-muertos-y-los-medios-de-comunicacion-que-les-creen-por-oren-kessler/