Las 6 capas de la ira palestina

Cuchillo Facebook

Por Marcelo Kisilevski
La ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario. 

El Shin Bet pisó por fin el acelerador esta semana en su persecución del terrorismo judío. Si algo faltaba en toda esta saga de terrorismo palestino avalado por el establishment de Abu Mazen, tanto por acción como por omisión, y de terrorismo judío condenado por gobierno y sociedad israelíes, era el arresto de los responsables del atentado terrorista de este verano. En efecto, autorización mediante, los medios pudieron publicar la noticia del arresto de tres sospechosos del asesinato de la familia palestina Dawabshe, incluido el bebé Ali, de un año y medio, incinerados vivos en su casa en Duma el último 31 de julio.

Pertenecen a Tag Mejir (Etiqueta de Precio), un movimiento bastante oscuro cuyo grado de organicidad está en discusión, compuesto por jóvenes judíos de ultraderecha religiosa, tercera generación de la empresa de asentamientos en los territorios. Para el que todavía suponía que sus actos se limitaban a pintadas, o como mucho al incendio de alguna iglesia vacía, el asesinato también entra en su lista de compras con etiquetas.  Los israelíes en su monumental mayoría esperamos que se haga justicia, que los responsables pasen el resto de sus días en la cárcel, y que estos hechos no vuelvan a ocurrir jamás. Por supuesto, no en nuestro nombre.

Pero la ira palestina no empezó allí. Tampoco en el asesinato, el año pasado, del adolescente Mujamad Abu Khder, perpetrado por un hombre de 30 años y dos adolescentes, en venganza por el asesinato de los tres jóvenes israelíes, Naftali, Eial y Guil-Ad, en la víspera del operativo Margen Protector. Tampoco se origina en la leyenda de «la mezquita de Al Aqsa está en peligro».

Según el periodista Najum Barnea, de Yediot Ajaronot, la ira palestina está compuesta por varias capas, e Israel no es necesariamente el primero ni el único destinatario.

La primera capa es la leyenda fraudulenta de: «La mezquita de Al Aqsa está en peligro». Cada tantos años echa a andar una acusación explosiva como falsa acerca de que los judíos o Israel intentan minar los cimientos de la mezquita, y el mito, como suele ocurrir con los mitos  populares,  produce resultados. El primero en lanzarlo y recoger los frutos de la manipulación fue el nefasto Hadj Amín El Husseini, el famoso Mufti de Jerusalem, ya en los años ’30 del siglo pasado. Y sigue con nosotros, de modo que no cabe esperar que desaparezca pronto. Pero el mito fue el detonante. Ya pasó hace tiempo, y dejó tras él una estela de acuchillamientos diarios cuyo fin no se ve a la vista. Porque la ira palestina tiene otras capas.

La segunda capa es, dice Barnea, la conciencia de que la situación en el terreno no va a cambiar. Se refiere al congelamiento en el proceso de paz, la falta de desarrollo en la Autoridad Palestina y la continuada presencia militar israelí en los territorios . Ni la paz está a la vista, ni la mejora en sus condiciones de vida.

La tercera, el anuncio de Mahmud Abbas (Abu Mazen) de que ha decidido retirarse. Ello ha desatado una guerra de sucesión, que obliga a sus candidatos a extremar sus posturas, sus declaraciones y su incitación a la violencia martirológica.

La cuarta capa de la ira palestina es la decepción y frustración por el desempeño de la Autoridad Palestina. «Ustedes no manifiestan logro alguno», dice la calle. «Corrupción, en cambio, sí manifiestan».

Palestinos globalizados y palestinos islamizados

La quinta capa es el surgimiento de una nueva generación de palestinos, cientos de miles de jóvenes con formación pero desocupados, o que trabajan en empleos de ocasión, movidos por la ira. No temen al «Capitán Roni» del Shin Bet, no respetan a Abu Mazen, hacen pito catalán al liderazgo, a las organizaciones y al liderazgo tradicional, se rebelan contra la autoridad familiar, y están persuadidos de que ha llegado su hora.

Agreguemos a lo expuesto por Barnea: la revista Foreign Affairs ha publicado una encuesta realizada en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que avala la cuarta y quinta capa de de la ira palestina. Según el sondeo, el 58% de jóvenes palestinos entre 18 y 28 años de edad, que son los hijos de la generación de Oslo, han abandonado la visión de un Estado palestino y abrazan hoy en día la de los derechos civiles. «Ustedes, la generación de Oslo, han fracasado en traernos un Estado. Déjenlo, no tiene caso. Busquemos ahora la ciudadanía, en un país normal donde podamos trabajar en lo que nos hemos formado, donde tengamos paz, libertad de movimiento, crecimiento económico individual, calidad de vida, incluyendo viajes al exterior, tecnología, buena educación para nuestros hijos», dicen.

Y esa ciudadanía en un país normal y desarrollado no puede ser otra que la israelí, porque la del Estado palestino es solo garantía de corrupción, pobreza, violencia intestina y con Israel. Personalmente he escuchado a numerosos palestinos que dicen: «Un árabe de Nazareth o un beduino del Néguev tiene ciudadanía, trabaja y cobra altos salarios, y hasta va al ejército. ¿Por qué yo no puedo? Un Estado palestino es inviable. Todos acá añoramos los tiempos anteriores a 1987 (la primera Intifada), ahora muchos se dan cuenta lo bien que estábamos y quieren volver la rueda atrás. El que gobierne tiene que ser Israel, porque si esta Autoridad Palestina es corrupta e inepta así como está, imagínate lo que será un Estado en el que tengan más poder y dinero: será una catástrofe para el pueblo». Lo dicen en voz baja, en cuartos cerrados, en encuentros interculturales sin cámaras. Muchas veces no asisten a los encuentros, por miedo a ser vistos como traidores por hablar con judíos.

Que se entienda bien: no se trata de la vieja «guerra de los vientres» planteada por Arafat en su momento, según la cual no hacía falta combatir con las armas sino con la demografía en la que Israel desaparecerá por número de partos. Aquí se trata, en cambio, del abandono de la causa nacional por la de la normalización, el consumismo y la globalización: ser de una vez por todas ciudadanos normales en el mundo de Facebook y iPhone. Pero para el Estado de Israel, que depende de su mayoría judía para seguir llamándose «judío y democrático», el resultado es el mismo.

Por eso concluye la revista Foreign Affaires: la visión palestina de un solo Estado que se llame Israel, donde todos sean ciudadanos que disfruten de las bondades del primer mundo, podría empujar a la derecha israelí, precisamente, a abrazar la solución de la izquierda y pisar el acelerador hacia un Estado palestino en las fronteras de 1967 con intercambio de terrirtorios, y que ellos, los palestinos, se cocinen en su salsa. Es la solución de dos Estados, pero por derecha.

En mi opinión se trata de wishful thinking (pensamiento político iluso) del Foreign Affaires. Entre otras cosas, porque el desarrollo se completaría con otro, que es la otra cara de la misma moneda: el crecimiento del islam radical en esa misma calle palestina, al compás de lo que ocurre en todo el Medio Oriente. Pero eso no quita interés al proceso complejo que se percibe en los territorios, descrito aquí desde varios ángulos.

Volviendo a Najum Barnea, la sexta capa de la ira palestina es el roce cotidiano con los colonos judíos. El odio, enfatiza el veterano cronista, es recíproco. Unos tiran piedras, otros queman árboles.

La oficialidad israelí se consuela con el número relativamente pequeño de participantes en las manifestaciones y con el hecho de que, mientras la gente no salga a las plazas y el Tanzim (brazo armado del Fatah) no desenfunde sus armas, no hay Intifada. Pero para Barnea se trata de una visión anacrónica. La plaza del pueblo se ha trasladado hace tiempo a Internet. La gran mayoría de la población apoya los atentados y sacraliza a sus perpetradores, los shahíd, mártires de la jihad, la guerra santa. Una caricatura publicada en un diario palestino describe muy bien a su nuevo mesías: un cuchillo ensangrentado descansa sobre una mesa. Su funda es el símbolo de Facebook.

Termina Najum Barnea: la Autoridad Palestina define la ola de atentados como Hábe, erupción. El Hamás lo llama Intifada, rebelión. La diferencia no es casual: la ANP ha elegido un término que le quita responsabilidad, como una catástrofe natural. Quiere que el goteo de violencia continúe, pero que no escale hasta írsele de las manos. El Hamás, en cambio, llora de gozo.

 

 

 

 

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